Sin hesitar
—Buenos días señorita Rosanelda.
Fue lo que vi en mi laptop en el primer vistazo que le di al despertar.
—Buenos días señor, Kyd. Estoy con Memín, es mi compañero sentimental.
—Discúlpeme, ¿quién es Memín?
—Es mi hijo peludo que ronronea, es que quiere un platón de leche tibia de desayuno.
—No estaba al tanto que tenías un gato.
—¿Acaso no te gustan los gatos?
—Verás... tengo alergia al pelo de gato.
—Mi buen amigo, lo compadezco —me limité a responder— : Acuérdese que si no puede tener un felino, puede tener un pez o un canario.
—Mi apartamento es diminuto y apenas tengo para subsistir...
—Pues claro... si no trabajas... El dinero no crece en los árboles.
—¿Y tú que hacés para subsistir? ¿Cuál es tu fuente de ingresos?
Me cayó encima un silencio pesado y no sabía que responder.
—No es algo que debes saber —vacilé antes de proseguir. Luego rápidamente:—... solo te diré que no te preocupes por mis finanzas... porque no quiero hablar de ello. No necesito contarte ese tipo de cosas que se relacionen con el dinero.
—¡Dios mío! En fin... creo que tú piensas que soy un maldito estafador.
—Ahora estoy ocupada.
Cerré el computador portátil y me puse mi abrigo para ir a comprar croissants a la panadería de la esquina. Cuando llegué estaba mi hija Lavanda, esperando para entrar a la casa.
—Sabés, Lavanda, voy a cambiar las cerraduras por esas modernas que funcionan con la huella digital —dije esperando su aprobación.
—Pero, mamá... Mirá si alguien te pega un balazo en la vereda y arrastra tu cuerpo para abrir la puerta de casa —lanzó Lavanda, exultante—. Los delincuentes están locos hoy día, roban lo que sea.
Mientras preparaba café luché contra la modorra por haber dormido poco anoche.
—¿Entonces que hacemos?
—¡Desayunar! —exclamó la joven con somnolencia.
—Antes quítate el uniforme de policía.
—Pero mamá... tengo veintisiete años, no me trates como un bebé de pecho —chilló Lavanda.
—Hazlo inmediatamente —dije, mientras colocaba los croissants en una bandeja de porcelana azul.
—Evidentemente, la higiene me importa muy poco... el patrullero siempre está sucio —engulló rabiosamente cuatro croissants al hilo.
—Lavanda, eres una señorita. Con esa actitud nadie querrá casarse contigo... —dije con vehemencia.
—Mamá, no se trata de si me caso o no —me interrumpió.
—¿Entonces qué es lo que realmente importa?
—Pues bien... Ya que me planteas esa pregunta te diré...
—No me digas que ese policía de calle anda atrás tuyo...
—¿Jaime Sarandon?
—Ese mismo.
—....
—¿No me digas que te gusta Jaime? —pregunté asombrada.
—Sencillamente, trato de decírtelo sin la menor maldad posible, explicando que... —vaciló Lavanda.
—Cariño, eres hermosa. Tu cabello rojizo y tus ojos aceitunados son una delicia —dije enérgicamente.
—Pero mamá, eso lo heredé de ti. Soy pelirroja de ojos verdes, pero eso no quiere decir que vaya a ganar el certámen de Miss universo —dijo con una risa sacarrónica.
—¡Basta de vueltas, nena! —chillé—. En resumen, ya casi vas a cumplir veintiocho años y todavía no tienes esposo.
—Podría casarme, pero no quiero —respondió lacónicamente Lavanda.
—¿Acaso quieres ser Lavanda Moon por siempre?
Mi hija me miró y movió la cabeza para aprobar.
—Madre, tu fuiste madre soltera toda tu vida y te dedicaste tiempo completo a la confección de joyas —repuso— , tu vida es envidiable para cualquier mujer de tu edad.
Lavanda estiró su mano para tomar la cajetilla de cigarrillos mentolados que estaba en la mesa.
—Mis padres me trajeron a mis doce años a este país, cuando había un gran auge inmigratorio. Todo lo que sé, se lo debo a mis progenitores que vinieron desde Argentina a establecerse en este maravilloso país —dije enfáticamente.
—La verdad que el coraje de mis abuelos es lo que llevo dentro. Pero cambiando de tema...
—Que Dios los tenga en la gloria —cerré los ojos e hice la señal de la cruz.
—Mamá, tú nunca te has casado. Quedaste embarazada de un campesino cafetalero que lo viste una sola vez. Ese hombre se fue con su patrón. Suspira: —Honestamente, no sé como recuerdas su rostro después de tanto tiempo.
—Tal vez Dios lo quiso así y ese era mi destino —dije, poniendo los ojos en blanco.
—¡Jua!
—¿De qué te ríes ahora? —demandé.
—¿Madre, desde cuando creés en el destino?
—Pues no lo sé. Tal vez te lo puse así para que sacudas esa pesada inercia —dije con el rostro enrojecido.
—Bien —repitió con su voz aguda—. Solo te pido por las buenas que no insistas con eso del matrimonio. Soy policía y tengo obligaciones mucho más importantes en mi cabeza.
—Lavanda... Hay que pensarlo muy bien.
—¿Mamá, tienes miedo que me quede sola cuando mueras?
—¡Díos mío! Apenas tengo sesenta y siete...
Lavanda aclara la voz y dice:
—De acuerdo. Te buscaré un novio de la tercera edad. Lo encontraré en el centro de jubilados o en la cancha de bochas de Don Roque —dijo lanzando una risotada.
—¡Lavanda Moon, eres una tonta!
—Por lo menos sabré donde hallarlo —gruñó, meneando su cigarrillo en su boca.
—A mi edad no estoy para andar cambiando pañales desechables a un marido postrado... —se produjo un momento de vacilación que me hizo recordar al joven latino:— Lo que dices no pies ni cabeza y es efectivamente injusto que no quieras un marido, tu tiempo se acabará..., y yo quiero un nieto al menos...
—¿Te refieres al reloj biológico? —preguntó Lavanda sin vacilar.
—De eso se trata, mija.
—¡Pero si los hombres son todos unos cretinos! —bramó con fuerza.
—No todos... —y agregué:—Tenemos toda la vida para continuar esta charla. Solo piénsalo, hija mía.
Cae un silencio inesperado por primera vez.
—Mami, no siento la tentación de tener un hijo. Aparte ya tenemos a Memín para cuidar y alimentar —dijo triunfalmente mi hija, mientras acariciaba el lomo del gato.
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