CAPÍTULO 8. ¿O debería decir los ovarios?


Lo que más me gustaba de esta versión de Need for Speed era la posibilidad de escoger de que bando estoy, así que por supuesto, hoy quería ser el policía con mis gafas deslumbrantes y conduciendo a toda la velocidad posible para atrapar al fugitivo. La resolución de las imágenes y los auriculares que tenía puesto a un volumen bastante alto casi me transportaban dentro de la pantalla. Mientras estuve jugando no importó más nada. El haber llegado tarde a la universidad fue insignificante; el examen que no estoy seguro de haber aprobado no era gran cosa; incluso, la depresión de Taylor y de Nicole se sentía lejana. Me permití relajarme en esta casa ajena y disfrutar un momento de paz después de todos estos días locos con Psicomelissa y su prima, incluso de Zoé y su peculiar forma de llevar el sexo a otro nivel, haciendo difícil que me conformara con menos.

«Repetir no trae nada bueno», decía con insistencia la voz de mi hermana en la cabeza cada vez que tuve la tentación de llamar a Zoé. Y después estaba Corinne, la que mandó las fotos nada pudorosas al teléfono de Megs. ¡Uff!, me dio una erección en cuanto las vi. Menos mal que Megs no se dio cuenta. Me gustaba ser seducido como a cualquier hombre, pero el desespero que ella evidenciaba me calentaba tanto como me enfriaba.

Me quedaré pasmado si sigo así.

Sin embargo, tampoco dejaría pasar una oportunidad como esa, así que la vería el fin de semana y descubriría de qué iba ese tatuaje del que solo envío un pedacito.

Me encontraba en el taller, escogiendo el color de mi nuevo BMW que gané en la reciente carrera, cuando sentí el piso retumbar debajo de mis pies. Moví los auriculares de mi oreja solo lo justo para escuchar de que iba el alboroto.

—Ale solo quiero ir al supermercado por helados y algunas golosinas— dijo la voz de una chica. Sonaba exasperada.

—Y yo te dije que estabas castigada hasta que nuestros papás digan y que sin mí no puedes ir. Y como estoy ocupado, tendrás que esperar hasta que me desocupe— explicó Alejandro, o debería decir NeedforAle1 según el seudónimo que presentaba en la consola.

—Pero es tan injusto Alejandro. Ellos quieren que esté castigada hasta que tenga 21 años— refunfuñó— y yo quiero comer helado hoy.

—Lo lamento Mika, tienes que esperar.

—Mis papás no están, no tienen por qué enterarse—suplicó.

—Yo si estoy.

—Para mí lamento.

Y reconocí ese tono que anuncia una gran tormenta. Era el mismo que me daba mi hermana cuando discutíamos y que nos hacía pasar días molestos y sin hablarnos.

—Yo la puedo llevar— me ofrecí sin siquiera considerarlo un poco más.

Me levanté con tres pares de ojos encima de mí. Me desperecé y alcé mis brazos por encima de la cabeza para estirarme los músculos después de tanto tiempo en la misma posición.

—No tienes por qué— comenzó a decir Alejandro pero lo interrumpí.

—Está bien en realidad. No me caería mal un poco de aire fresco a menos que me quieras ver dormir en ese sofá.

Le di una sincera sonrisa a la chica. No podía negar el parentesco con su hermano. Tenía el cabello negro azabache y algunos mechones rebeldes caían a los lados de su cara. Tenía la carita redonda con facciones finas y delicadas. Piel blanca de porcelana y los mismos lentes de pasta gruesa que el hermano, aunque estos eran de la colección femenina de Oakley. Era pequeña de estatura, usaba una sudadera un poco más grande de su talla de color negro con el logo del capitán américa en el frente en tonos grises. Sus pantalones raídos eran anchos y un poco acampanados. Sus converse grises se asomaban por el ruedo del pantalón con timidez.

Mientras yo la miraba, ella también lo hacía, pero con una mirada muy distinta a la que yo le estaba dando.

—Vamos pequeña— la apuré con cariño.

—Me llamo Mika— respondió.

Le di una palmada en el hombro a Alejandro antes de salir y le guiñé el ojo a mi hermana cuando cerré la puerta.

—Si de verdad tienes sueño y necesitas un lugar cómodo y calientito donde descansar, se dé un sitio.

Le abrí la puerta para que subiera al auto y di la vuelta para subirme yo.

—La verdad es que descansar un par de horas me vendría muy bien— respondí encendiendo el auto—. Cinturón.

—¿Eh?— torció la boca desconcertada. Su expresión me resultó linda.

—Abróchate el cinturón— le pedí.

Cuando escuché el click, arranqué. Recordaba haber visto un supermercado cerca cuando venía con Megan, así que me dirigí hacía allí.

—¿Y tú cómo te llamas?— preguntó.

—Ryan Asper— respondí— quizás debí empezar por allí, no está bien que te hayas montado en un carro con un desconocido. No sabes si soy un asesino— bromeé.

—Si los desconocidos se ven como tú, la tasa de homicidios aumentará voluntariamente.

Su respuesta me tomó desprevenido. Era de respuesta rápida la chica.

Contestona y coqueta, me cae bien.

El supermercado quedaba a escasos cinco minutos en auto. Así que llegamos más rápido de lo pensado.

Hubiésemos caminado.

Apenas frené el auto Mika se volteó:

— Ya regreso, esto será rápido. Espero que te guste el helado de dulce de avellanas porque es el que pienso comprar.

Se bajó sin esperar mi respuesta. Aproveché los minutos y subí el volumen a la música. Recosté la cabeza en el asiento y cerré los ojos. Mi vista me ardía reclamando descanso.

El abrir y cerrar de la puerta me sacó de mi ensoñación.

—Listo, ahora vamos a la Urbanización Las Palmas, toma esta calle a la derecha y luego a la izquierda— explicó.

—Espera, dijiste que solo al supermercado.

Ella bajó la vista y jugó con sus manos de forma nerviosa.

—Mi amiga Cristina, me pidió el favor que le llevara unas cosas. No pude negarme.

La mirada que me dio a través de sus pestañas me desarmó. Sus ojos claros lucían un poco humedecidos y se mordía con angustia su labio.

—Está bien si no puedes— comenzó a sacar el teléfono de su bolsillo— solo le avisaré.

—Te llevaré— me reí por su gesto de acongoja.

—Gracias, gracias— dio pequeños aplausos alegre— prometo que no tardaré.

Unas cuantas calles más allá llegamos a la casa de su amiga. Estacioné en el frente, Ella tomó la bolsa con las cosas que compró para su amiga y se bajó dejando la puerta abierta al salir

—No tardaré— repitió dándome una cálida sonrisa.

Aproveché el momento para enviarle un mensaje de texto a Taylor para saber cómo estaba. Pero no obtuve respuesta. Pensé en escribirle a Nicole, pero no tenía claro si me vería como enemigo al ser el mejor amigo de Taylor.

¿Cómo se complicó todo tan rápido?.

Alcé la vista buscando a Mika y lo que vi me paralizó el corazón.

¡PERO ¿QUE MIERDA?!

Mika tenía en sus manos un cartón de huevos y en la otra sostenía uno. Llevó su brazo hasta atrás y lanzó con toda su fuerza a la entrada de la casa de la que me dijo que era su amiga, y de quien ahora sospechaba no lo era. Intentó llegar a las ventanas más altas dando pequeños saltos. Mi boca estaba por completo abierta y sentía que me faltaba el aire. Se agachó para recoger del piso un segundo cartón y comenzó el mismo procedimiento. Me encontraba paralizado y sin saber qué hacer. ¿La buscaba? ¿Me iba? ¿La dejaba? ¿La esperaba?.

¿Pero cuantos malditos huevos trajo?.

Una luz se encendió en el porche de la casa y Mika giró sus talones corriendo como demente hacia el auto. Se lanzó dentro y lanzó la puerta con fuerza. Yo seguía mirándola con la boca abierta aún sin poder reaccionar

—¡Arranca!— me gritó sacándome de mi shock en el momento en que la puerta de aquella casa comenzaba a abrirse.

Apreté el acelerador hasta el fondo.

—El cinturón. Cinturón. ¡Ponte el maldito cinturón!— le espeté sosteniendo con fuerza el volante. Me sentía una vez más en Need for speed solo que ya no era el policía y no tenía un BMW.

Sorteé otros vehículos y tomé unas cuantas curvas con mucha imprudencia, sentía que si desaceleraba un carro aparecería en mi visión en nuestra búsqueda. Maneje por varias calles que no conocía y me sorprendí siguiendo indicaciones de Mika a mi lado.

—A la derecha aquí. Aquella calle a la izquierda.

Seguí derecho por una vía de tierra entre algunos árboles hasta que llegué a un claro vacío. Solo entonces me permití frenar y soltar el volante.

Mi respiración era acelerada como si hubiese estado corriendo en vez de conduciendo. La de Mika no estaba mejor. Estaba agarrada al auto con fuerza y con la vista al frente.

—Eso fue...— comenzó a decir

—Estás... — dije

—¡GENIAL!— gritó entre carcajadas

—¡DEMENTE!— grité molesto.

—¿Qué?— dijimos al unísono.

Le di una mirada furibunda. Mi pecho subía y bajaba con violencia. Mis manos temblaban sin control. Ella me mantuvo la mirada desafiante. Tras unos segundos que se sintieron horas, rodó los ojos y se desinfló sobre el asiento esperando mi regaño.

—¿Acaso estás loca?— espeté— pudieron haber llamado a la policía, me pudieron detener, quizás vieron la placa. Es probable que estén buscando el auto. ¡¿En qué coño estabas pensando?! ¿Por qué hiciste eso?.

La miré como soportaba todos mis gritos y reclamos con parsimonia, como si estuviese acostumbrada a verme de esta manera. No tenía ni una pizca de remordimiento en su rostro y eso solo empeoraba mi ira.

—¿Sabes el peligro en que me expusiste? Tú podrás ser menor de edad y salirte con la tuya, pero yo no. Me pueden abrir un expediente por una mierda que ni sabía qué harías y con lo que no tuve nada que ver.

Estaba cansado, pero no más calmado. Mi rabia seguía allí bullendo en mi interior.

Pero esta vez sí vi como torció el gesto con dolor, como gesto de arrepentimiento. Aproveché el silencio para evaluar lo que le acababa de decir. No expresó ni un poco de pena cuando reproché su acción, pero si cuando le dije el daño que me pudo haber causado. Se veía como una chica inteligente y dulce, no creía que fuese loca en verdad. Así que debía existir una explicación para esto. Y yo me la había ganado. Buscando calmarme salí del auto y con las manos en mi cintura tomé varias bocanadas de aire.

Escuche una segunda puerta abrirse y luego cerrarse. El sonido del capó del auto me hizo voltearme.

Mika estaba sentada sobre él, con el tarro de helado en sus piernas y ofreciéndome una de las cucharitas mientras hacia un puchero y me hacía ojitos. Lucia adorable, no podía negarlo, pero seguía molesto. Sin embargo, recordé que era una niña y que se atrapan más moscas con miel que con vinagre.

Me acerqué a ella y la señalé con la cucharita: — Exijo una explicación, me la he ganado.

Ella solo asintió y dio un respiro profundo antes de comenzar a hablar.

—Esa era la casa de Cristina, pero ella no es mi amiga...—comenzó

—Psst no me digas— bufé con sarcasmo.

—Lamento haberte hecho pasar por eso, pero te juro que Cristina se merecía lo que hice y mucho más. Soy la nueva en el instituto, y no tengo ningún amigo, todos mis amigos se encuentran en mi anterior instituto a más de 500km de distancia, disfrutando su último año, mientras yo, bueno yo tengo salud y si acaso.— su voz era sincera. Me hablaba como si por fin se quitara un peso de encima con algún viejo amigo, de esos que estaban ahora tan lejos. Hundimos la cucharita en el helado al mismo tiempo y ella siguió hablando—. Y como si ya eso no fuese malo, ella decidió que alteraría los registros del instituto, y tuve que pasar la primera semana de mi último año siendo llamada por todos los profesores como Mika Pig, ya sabes, como Peppa Pig. He sido la burla de todo el instituto en lo que va de año.

Sorbió su nariz y se limpió con el dorso de su mano mientras tomaba una porción bastante grande de helado. Me compadecí casi de inmediato. Yo fui popular en el instituto pero no por eso soy ajeno a lo que es el bullying, me tocó vivirlo de cerca y a más de uno también defendí. Lo que le hizo esa muchacha, de verdad que era intolerable. Se merecía lo que Mika le hizo y quizás más. Mika era una chica dulce, hasta donde veía, y si, tenía algunos kilos de más pero no estaba ni cerca de parecer una cerdita. Mi sangre volvía a hervir pero por una razón distinta.

El tema del peso era difícil para cualquier persona, pero sobre todo para una adolescente. Así que mi aproximación debía ser muy sutil y delicada.

—Deberías ignorarla. Demostrarle que sus ofensas no te molestan— recomendé.

—Pero si me molestan— reconoció ruborizándose. Sus mejillas y cuello se tornaron de color rojo.

—¿Te gustaría verte distinta?— pregunté con fingido disimulo.

—¿Quién no quiere verse bien?.

Permanecimos en silencio un poco más. No era incómodo, por el contrario fue reconfortante. La cabeza comenzó a dolerme después de la huida que protagonicé.

—Te puedo ayudar— me atreví a decirle— a rebajar, quiero decir. Tendré que estar trayendo a mi hermana por lo menos por dos meses más, podemos usar ese tiempo para entrenarte y quitarte algunos kilos adicionales— me movía en terreno inestable, como si caminara sobre una fina capa de hielo.

Estudié su rostro antes de insistir. Tenía la vista clavada en su regazo con la mirada perdida en sus pensamientos. No lucía molesta, por el contrario lucía estar considerando mi ofrecimiento.

—¿Por qué lo harás?.

—Porque quiero, porque puedo y porque no tengo nada más que hacer mientras mi hermana estudia con tu hermano.

—¿Tú entrenarás conmigo?

—Sí, de hecho, entrenar en este horario es lo que planeé desde un principio.

—No sé si pueda ir a un gimnasio con mallas pegaditas—sus mejillas estaban encendidas una vez más y su boca torcida en señal de disgusto.

—No tendremos que ir a ningún gimnasio. Podemos entrenar aquí, en este lugar. Comenzaremos con ejercicios de cardio y luego veremos.

—¿Aquí? ¿En medio de la nada?— preguntó sorprendida. Yo solo asentí en respuesta.

—¿Solos?.

Y como yo soy un idiota mujeriego que no sabe hablar sin coquetear ni insinuar nada sexual, por supuesto que tenía que hacerle un comentario por completo fuera de lugar:

—¿Miedo?, te prometo que no muerdo.

—¿Y si yo quiero que me muerdas?— su voz pícara hizo que me atragantase con el helado que tenía en la boca.

Esa me la busqué

Ella soltó una carcajada y pude relajarme por su broma. Pero fue lo que me hizo sentir lo que en realidad me marcó. Nunca antes me sentí intimidado por una mujer.

Mujer no, por una chica, pequeña, menor de edad. Me recordé.

—Creo que es hora de regresar— mi reloj marcaba poco antes de las siete de la noche.

Nos bajamos del capó cuando el cielo estaba casi oscuro. Subimos al auto mientras aún disfrutábamos el helado restante. Ella lo sujetaba para mí, mientras yo conducía.

El trayecto de regreso fue silencioso y lo agradecí. Estaba tan agotado en todos los niveles que me costaba mantenerme despierto.

—Ten, te compré esto— me dijo tendiéndome una bebida energética.

—Wow, gracias, de verdad que la necesito con urgencia— agradecí con sinceridad. Ella la abrió para mí y casi de inmediato empiné la bebida por mi garganta. Su sabor a manzana verde con pequeño toque de café me encantaba.

—Si no estás en condiciones de dormir, aún se dé un lugar calientito y cómodo donde podrías dormir.

—¿Cuál?.

—Mi cama— respondió con una sonrisa.

Tragué con dificultad el último sorbo de la bebida.

—¿Y tú donde dormirías?— pregunté ingenuo, no me creía posible que ella me coqueteara de forma tan directa.

—En mi cama también, por supuesto.

Me desarmó y sin poder responderle solo sonreí. Me gustaba que tuviese esa confianza en sí misma. Se ganaba mis respetos por el solo hecho de no sentirse intimidada por mí, porque ese era el efecto que solía causar en todas las mujeres. Un cambio resultaba agradable.

—¿A dónde fueron?— preguntó Alejandro no bien cruzamos el umbral de la puerta.

—Hicimos un poco de vandalismo, huimos a máxima velocidad de la escena antes de que llegara la policía y luego nos fuimos a un claro donde tuvimos sexo salvaje.

—¡Mikaela!— advirtió Alejandro. Me preparé para lo peor, sentí como la sangre abandonaba mi rostro, lo que dijo solo era un cincuenta por ciento de verdad, y esperaba que Alejandro pudiera descubrir cual parte era la cierta.

—Relájate hermanito, solo fuimos a comer helado y dar una vuelta. ¿Qué más podíamos haber hecho?.

Alejandro rodó los ojos. Creo que sus bromas siempre eran verdad, con el tono justo para que la gente no pudiera creerlo. Eso me hizo cuestionarme muchas cosas que había dicho en "broma" esta tarde.

—Nos vemos guapo— con descaro me guiñó un ojo, antes de subir por las escaleras.

Tuve que apretar mis labios en una línea muy fina para evitar que se me escapara una carcajada.

Esta chica tiene las bolas bien puestas, ¿o debería decir los ovarios?

Megan me lanzó una mirada confundida, que me indicaba que el camino de regreso estaría lleno de preguntas. Pero cuando ella se despidió de Alejandro la vi ruborizarse como hace mucho tiempo no lo hacía y también reprimió una sonrisa, por razones muy distintas a la mía.

Ella no sería la única que haría muchas preguntas.

~ ~ ~ ~ ~ ~

Nota de Autora:

Sábado de #ENA

Mikaela se roba el show a donde ella vaya. Pobre Ryan, ahora tenemos una idea bien clara de lo que le esperará.

Ya todos los personajes principales han sido presentados... ahora juguemos un poco con sus destinos *inserte risa macabra aquí*.

Gracias por todo el apoyo que esta historia ha recibido.

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Besos y abrazos!

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