CAPÍTULO 13. La próxima vez, solo di que quieres verme


—Pusiste mal este signo—Alejandro estaba exasperado. Era el quinto error que cometía resolviendo el mismo ejercicio. Había pasado treinta minutos desde que llegamos y solo avanzamos dos ejercicios.

En mi defensa después del chistecito sexual de mi hermano, me costó mucho más concentrarme

«Follar no engorda y es muy rico. Hablemos entonces de las propiedades alimenticias.»

¡Dios! Pude haber muerto en ese momento como a Ryan se le ocurriese seguir esa línea de pensamiento.

Volví a centrar mi atención en el ejercicio hasta que Alejandro soltó un gran suspiro y detuvo mi mano de seguir garabateando números.

—¿Qué tienes?—me preguntó quitándome el lápiz.

No quise ser el típico cliché pero por algo era la respuesta universal:

—Nada.

—Vamos Megan, algo te está pasando porque este ejercicio lo sabes hacer y sin embargo sigues cometiendo errores que no cometías desde que empezamos a estudiar. Y no pienso seguir con la tutoría hasta que no me digas lo que te tiene tan distraída.

Fijó su mirada en la mía y la buscó cuando intenté esquivarla. ¿Qué podía decirle? ¿Qué me tenía herida que no notara mi existencia pero que pudiera ser tan coqueto con esa sanguijuela? ¿Qué había intentado seducirlo demasiadas veces y él solo me despreciaba?¿Que por primera vez en mi vida había sentido celos de otra y no sabía cómo manejar ese sentimiento? ¿Qué empezaba a sentirme insegura?

Di un largo suspiro profundo y me giré hacía él. Estábamos frente a frente, él seguía con su mirada fija en la mía y como queriendo causar más énfasis en lo que pretendía, se quitó con delicadeza sus lentes y lo dejó sobre la mesa. Ahora sus profundos ojos azules me escrutaban, tratando de leer en mi mirada la respuesta a su pregunta.

—Estoy molesta— confesé al final, mirando hacia el techo.

—Dime algo que no sepa. ¿Por qué estas molesta?.

—Te vi coqueteando con aquella chica hoy y...

—Te pusiste celosa— finalizó por mi

—Sí, pero no por lo que piensas—intenté aclararle un poco apresurada— vi que puedes ser agradable con una persona y conmigo no lo has sido. La verdad es que yo he sido muy amable contigo y tú solo has sido seco y hasta grosero.

Era una mentira a medias.

Sus ojos me seguían mirando con atención. Casi podía ver como analizaba cada una de mis palabras. Se pasó la mano por su cabello. Hoy no lo llevaba engominado, su cabello estaba solo un poco húmedo, acababa de tomar una ducha cuando llegamos y eso no me pasó desapercibido. Sobre todo cuando una condenada gota rodó desde su cabello, pasó por su quijada y se deslizo por su pecho hasta que se perdió entre su camiseta.

Maldita gota que me hizo acalorar.

—Tienes razón. Discúlpame.

Solo pude asentir, quería que explicara sus razones así que le di el silencio que necesitaba para continuar.

—Con Adriana se me hace sencillo hablar porque tenemos muchos temas en común, pero contigo, no sé de qué podemos hablar que no sea matemáticas, tu rara fijación a marcar todo con muchos colores y lo demasiado fácil que te sonrojas.

Por obvias razones, me sonrojé. Él sonrió satisfecho.

—No nos conocemos. Quizás debamos empezar a hacerlo.

Yo no era de las que quería conocer a ningún chico, solo lo que él pudiese contarme en las tres citas que ponía de regla para acostarnos. Sin embargo, con Alejandro todo era muy diferente. Pero algo había dicho que tenía sentido: no teníamos nada en común, y quizás eso era el meollo de mi situación. Alejandro era un misterio para mí, y quizás si lo desvelaba, y me daba cuenta de que no teníamos nada en común, se acabaría ésta insana obsesión mía con él. Entonces, no era conquistarlo, era conocerlo, ver que más allá de una amistad, él no podía ser nada mío.

—Esa en realidad es una buena idea. Juguemos a 10 preguntas— propuso con una gran sonrisa y yo le correspondí.

—¿No son 20 preguntas?.

—Aún tenemos que estudiar, así que deberán ser 10, pero ambos respondemos. Yo empiezo. ¿Cuál es tu color favorito? El mío es el rojo.

—Todos. Mi turno: ¿Te gusta leer?.

—No pueden ser todos, debe haber uno que te guste más que otro.

—El azul.

—Sí, me gusta leer—respondió.

—A mí también.

—No te pregunté—sui cara era seria y cuando vio la mía descolocaba soltó una carcajada.

Escuchar su risa me calentó el cuerpo. Fue sensual como todo lo que saliese de su linda boca con esa sexy voz. Incluso cuando hizo aquel sonido raro como de cerdito ahogándose en el agua.

—¿Qué te gusta leer?—continuó preguntándome.

—Sobre la mitología griega— fue evidente que lo sorprendí.

—A mí de fantasía, como El señor de los anillos—respondió encogiéndose los hombros como si fuese lo más obvio del mundo, y lo era en realidad.

—¿Tienes algún pasatiempo?. El mío es trotar.

—Juegos de videos—respondió—. ¿Película favorita?.

—También me gustan los juegos de video pero los tipo arcadia, como Tomb Raider— sus ojos se abrieron más aun, pero continué ignorándolo— y mi película favorita son las de Marvel.

—No te puedo imaginar jugando Tomb Raider ni tampoco como fanática de Marvel.

— ¿Y cómo me imaginas?—pregunté con coquetería sin poder evitarlo.

— ¿Siempre eres así de coqueta?—preguntó con seriedad.

Me encogí de hombros en respuesta y le guiñé un ojo que le sacó una sonrisa

— ¿Playa o Montaña?—pregunté

—Playa—fue un caso perdido evitar recordar aquella foto que me llevó a tener uno de los orgasmos más intensos que me he dado. Sentí el calor en mis mejillas tan intenso que tuve que taparme el rostro.

Sentí sus manos tomando las mías con delicadeza y apartarlas de mi cara. Su cara inescrutable.

— ¿Playa o Montaña?—me preguntó

—Playa—coincidí mirándolo.

Después de unos segundos sin atreverme a preguntar nada más, fue él quien continuó

— ¿Secreto culposo?—alcé una ceja esperando por su respuesta—. Me gusta Justin Bieber

Estallé en carcajadas.

—Oh Dios, eres un Believer—hablé apenas pude calmarme—. Bien, bien. A mí también me gusta, pero mi secreto culposo es que, y de esto no puedes decirla nada a nadie, ni a Ryan— lo amenacé con seriedad, solo cuando asintió proseguí—no puedo creer que esté a punto de decirlo, todos los Halloween y en los días del inocente o cualquier día donde se practiquen bromas, pago para que le hagan una broma a mis padres. El año pasado encargué una bolsa de estiércol y pagué para que la regaran por todo el jardín de mi mamá, a mi papá hice que se la colocaran dentro del auto.

Ahora era él quien lloraba de la risa, fue imposible no reírme con él. Hacerles broma a mis papás se había convertido en tradición desde que anunciaron su divorcio y la batalla tan dolorosa que le siguió, era una forma de hacer catarsis y con cada año que pasaba mis bromas mejoraban, lo que me hacía sentir muy orgullosa. Pero no sé por qué siempre me había cohibido de contárselo a Ryan.

Cuando por fin se calmó su cara estaba enrojecida de tanto reírse.

—Por favor, júrame que nunca le contarás eso a Mikaela. Le darías demasiadas ideas.

Asentí riéndome y continué con las preguntas.

— ¿Comida preferida?. Pizza para mí

—Pizza también.

—De pepperoni — dijimos al unísono.

—Ordenemos pizza—sacó su teléfono y comenzó a marcar el numero—. Hola es Alejandro Hott—habló con confianza

¿Cuántas veces pedía pizza?

gracias ¿y tú?. Sí, pero doble esta vez. Excelente — y concluyó la llamada.

—Vaya, ya hasta te conocen.

Me reí y el hizo lo mismo.

—Sí, bueno, no nos gusta cocinar, así que nuestras comidas siempre son afuera o sanduches.

Tecleó un mensaje con rapidez en su teléfono

— Mikaela traerá el postre. La pizza llegará en media hora.

—Última pregunta y debe venir con respuesta sustentada— anuncié—. ¿Ex novias?

—¿Cómo llegamos a ese tema?—preguntó colocándose sus gafas.

—Eso no importa.

—Una sola. Me dejó hace un par de meses, después de que me hubiese engañado con medio instituto y con el equipo de futbol de su universidad; y por supuesto, yo no me enteré de nada sino hasta que decidí sorprenderla para nuestro segundo aniversario y la encontré en su cama, con él que me había dicho que era su mejor amigo gay.

—Auch. Lo lamento.

—Estoy bien, la verdad es que me habían dicho siempre lo zorra que era, pero nunca quise creerlo. Cuando por fin lo vi con mis propios ojos, muchas cosas empezaron a cobrar sentido. Me sentí más aliviado que molesto. Y creo que le dolió más que solo me riese y me diese media vuelta a que hiciera una escena por ella.

—Eso tenlo por seguro.

—¿Pero sabes que odio? Que cada vez que la veo me mira con cara de lástima, como si yo fuese llorando por cada esquina por ella y no ayuda para nada que siempre me vea solo.

—¿La sigues viendo?—pregunté sorprendida, molesta e incluso celosa

—Vive cerca de aquí, así que a veces nos cruzamos— respondió quitándole importancia a ese hecho—. Tu turno.

—Ningún novio. He salido con muchos, pero...—lo miré con la duda cruzando mi rostro, pero me armé de valor para poder responderle con la misma sinceridad con que él me había hablado— no suelo pasar de la tercera cita, en el mejor de los casos.

—¿Miedo al compromiso?—cuestionó con prudencia.

—Algo así.

—Bueno, en realidad eso ya lo sabía, todos en la universidad conocen de Ra y su hermana Afrodita. Así que aún me estás debiendo una pregunta.

Su rostro reflejaba la diversión lo que resultaba nuevo para mí. Se veía... adorable. Y escuchar mi sobrenombre en su boca fue excitante.

—Dispara.

— ¿Qué significa tu tatuaje?.

—Sabía que habías sido testarudo en no preguntarme—acoté riéndome, él solo me dedicó una sonrisa torcida, continué sin poder mirarlo a la cara—. Cuando mis papás se divorciaron, significó un gran cambio, porque todo lo que conocía en mi mundo se rompió en pedazos tan pequeños que se los llevó el aire, haciendo imposible que los reuniera y me sanara. Lo que se rompió, roto se quedó, como esa Megan.

—¿Y quién era esa Megan?

El timbre de la casa sonó y agradecí la interrupción. Existían cosas para las que aún no estaba preparada para hablar. Él se levantó para abrir la puerta y yo aproveché para recoger los cuadernos de la mesa. Cuando hubo pagado la pizza y regresó con las cajas en su mano, la mesa se encontraba libre de nuestro desastre. Colocó las pizzas y yo escapé a la cocina a buscar los platos y demás para servir la mesa El entró casi detrás de mí y yo salí para poner la mesa, cuando el regresó con los cubiertos, me regresé a buscar los vasos para la Coca Cola.

Lo estaba evitando, no quería terminar esa frase. Estaba por salir con los vasos cuando me tomó del brazo y me volteó hacía él

—No quise incomodarte con mi pregunta. No tienes que hablar de eso si no estás lista, pero no huyas de mí. Yo estaré aquí para cuando quieras hablarlo.

Sus palabras me llegaron al corazón, sentirme abandonada era mi peor temor, porque lo había vivido gracias a mis padres de la peor manera, así que decir que dio en el blanco se queda corto. Sentí las lágrimas formándose en mi garganta, quemando y picándome. Él tomó con su mano una lágrima que logró escaparse.

La puerta principal se abrió rompiendo el momento que estábamos teniendo. Me recompuse y le di una sonrisa en agradecimiento. Salía de la cocina justo cuando entraba Mikaela saludándome con cariño. Mi hermano venía detrás de ella, nos guiñamos el ojo en el mismo momento, sacándome una sonrisa.

Las pizzas eran las mejores que había probado y la compañía insuperable. Mikaela me sacaba carcajadas una tras otra con sus comentarios.



Cuando ya me encontraba en mi cama, acurrucada y lista para dormir, la pantalla de mi celular se iluminó anunciando un mensaje de Alejandro.

—Por cierto, me gustó lo que me escribiste en mi agenda. Revisa la tuya. Descansa.

Me paré apresurada, casi cayéndome de la cama, para tomar mi bolso. Saqué todo el contenido y cuando conseguí la agenda la abrí con manos temblorosas.

«Cuando quieras mi bombón»




Mi hermano nunca le daba su número de teléfono a nadie, y el mío aunque tampoco era de dominio público, podía averiguarse preguntando a las personas indicadas, en este caso esa cadena de preguntas llegaba hasta Nicole, y ella daba su visto bueno. Eso, fue lo que había hecho Mauricio para conseguir mi número, preguntarle a Nicole y hacer la fila por ella a la hora del desayuno. Así que cuando me llegó un mensaje de número desconocido que me decía "Pasaré por ti el Sábado a las 8pm. M." Ya sabía de quien se trataba y no me sorprendió.

Estaba en la biblioteca terminando una investigación de filosofía cuando me sentí agobiada entre Sócrates, Diógenes, Kierkegaard, Nietzsche y Hume. Comencé a navegar en mi teléfono hasta que revisé el mensaje que anoche me había mandado Alejandro. Sin poder evitarlo y recordando lo que había dicho Mikaela durante la cena «Dios y ni se te ocurra preguntarle a otra persona, se pone como un energúmeno si otro te llegase a explicar. No le gusta la competencia». Pero fue su respuesta lo que hizo que le escribiera. Quería medir cuan posesivo se sentía conmigo.

—Hola. ¿Tienes tiempo para ayudarme con un ejercicio?.

Su respuesta fue casi inmediata:

—Estoy por entrar al club de ajedrez. Nos vemos en una hora.

Me frustré. No era la respuesta que quería. Decidí presionar un poco más.

—No te preocupes, buscaré a Andrea.

—Ok.

Esperé un par de minutos antes de volver a escribirle

—No conseguí a Andrea, pero aquí está Fernando.

Tenía en mis manos el teléfono esperando que llegara el mensaje de respuesta, pero la vibración contra la mesa de madera me asustó. Me estaba llamando

—Aló—respondí en voz baja.

—¿Dónde estás?—su voz era acelerada.

—En la biblio...— no terminé la frase cuando me colgó.

La puerta de la biblioteca se abrió y entró un chico cargado de libros. Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo. Había esperado que hubiese sido Alejandro. Un poco decepcionada intenté concentrarme otra vez en mi redacción de filosofía, cuando una voz ronca y sensual que tanto conocía me susurró tan cerca de mi oído que sentí su aliento tibio y un escalofrío me puso la piel de gallina.

—Si no sabes distinguir filosofía de matemáticas, estoy haciendo un pésimo trabajo.

—Pensé que estabas ocupado—su presencia me puso nerviosa, no tenía ni siquiera sobre la mesa los apuntes de matemáticas.

—Y yo pensé que estabas con Fernando—siseó su nombre y respiraba con pesadez. Tuvo que haber venido corriendo. Contuve la sonrisa que se estaba formando en mi comisura.

Con desfachatez, saqué los ejercicios de mi bolso, y le indiqué uno al azar. Él tomó la hoja y la revisó con detenimiento. Tomó mi lápiz y escribió el encabezado del ejercicio. Me la entregó mientras me miraba a los ojos.

—Si ya no tienes ninguna otra duda, tengo una partida de ajedrez que ganar—Se levantó de su silla usando mi espaldar como apoyo, y se agachó para volver a susurrarme.

—La próxima vez, solo di que quieres verme.

—¿Hubieses venido igual?

—Puede ser— y ladeó su sonrisa.

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Nota de Autora:

Gracias a  porque me acordó de la actualización de hoy!!

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