Estrellas de un día nublado

Parece inevitable encontrarse con personas marcadas por las drogas. ¿Acaso la vida conduce al consumo o es el consumo el que logra sacar lo mejor de algunos en la vida? ¿Es un término medio? Lo que está claro es que el abuso no es buen consejero y que si bien se dice que el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría, a algunos les condujo directos a la morgue.

Aldous Huxley es a la vez uno de los grandes autores del siglo XX y un experimentador nato de las drogas como puertas a la consciencia. Sería el ejemplo de autor psiconauta, usuario de drogas alucinógenas como el LSD o la mescalina, pero siempre desde un punto de vista científico y ordenado. Huxley escribió bastante sobre filosofía y drogas, siendo muy recomendable Las puertas de la percepción.

En el lado contrario del ring literario nos encontramos con William Burroughs, otro de los grandes autores del siglo pasado y que, puestos a experimentar, probó prácticamente todo lo que cayó en sus manos. Burroughs desarrolló varias adicciones que, en algunos momentos de su vida, casi acaban con él por completo. Recomendable para ver el efecto de la droga en su escritura: El almuerzo desnudo. Si queréis ver su visión personal sobre la adicción: Yonki.

Jack Kerouac fue el miembro más destacado de la generación beat (con la que Burroughs tuvo mucho que ver) y, además del alcohol o la marihuana, se sabe que el autor americano le daba bastante a las anfetaminas, droga emergente en los años 50. Escribió obras tan importantes como En el camino, pero murió demasiado pronto, cuando apenas contaba con 47 años de edad. Cirrosis.

Thomas de Quincey es uno de los precursores en esto de las drogas y la literatura. Sus libros autobiográficos supusieron un verdadero escándalo a mediados del siglo XIX por exponer uno de los grandes vicios de su tiempo: el consumo de opio. Confesiones de un comedor de opio, Suspiria de profundis y Apuntes autobiográficos son tres libros indispensables.

Por último, Borges también tenía que estar. En el Borges, de Bioy, se cuenta que tomaba tranquilizantes y que en la noche ya se iba quedando dormido mientras Bioy le leía un par de frases de un libro cualquiera. Un año más tarde, en 1964, mientras estaba con un grupo de amigos en Mar del Plata, Bioy cuenta que si bien estaba con menos ánimo que la semana anterior, la ruleta parecía excitarlo. Dice Borges a través de Bioy: "No quiero cedrón ni sedativo alguno; voy a la ruleta; necesito un excitante, para no dormirme". Por otra parte, en el libro Borges. Sobre la escritura: conversaciones en el taller literario, compilado por Félix della Paolera y Esther Cross, admite haber probado la marihuana y haber fracasado: "Y cocaína también, dos veces, y también fracasé. No sentí nada. Entonces volví a las pastillas de menta".

Durante muchos años eso me recordaba a la anécdota de que Elsa Sánchez guardó en una valija los papeles que habían quedado del trabajo de su esposo, Héctor Germán Oesterheld, considerado el mejor guionista de historietas argentino, desaparecido durante la última dictadura militar.

Manuscritos o mecanografiados, esos textos resistieron al tiempo, a diferentes sistemas laborales, a un allanamiento en épocas de represión, a mudanzas, a solicitudes y préstamos sin devolución, a un robo hogareño y a otras circunstancias personales y familiares. Hay, entre ellos, cuentos, guiones, microrrelatos, sueltos informativos; apuntes e ideas apenas insinuadas; índices y sumarios; posibles cronogramas de entrega; proyectos sin concretar, frases ininteligibles; textos sin ninguna referencia...

El contenido de esa valija constata la compulsión y la necesidad de Oesterheld por drogas, su infinita creatividad, su entrenamiento en el oficio y una metodología de trabajo. Iba y venía por temas y géneros, reutilizaba partes y reciclaba formatos a un ritmo fabril y febril, acicateado tanto por los vaivenes económicos como por los de su imaginación.

"Tengo pésima memoria para lo que escribo. En dos o tres días olvido completamente episodios enteros de mis historias. Creo que es una defensa psicológica; tantos personajes, tantas situaciones, acabarían por volverme loco -explicó en la revista brasileña O Cruzeiro Internacional en 1959-. Procuro poner siempre en mis historias acción, vigor, emoción, con bastante acento humano. La historia ideal es la que sacude al lector al comienzo, lo cautiva en su desarrollo y lo extraña al final. Si a eso se puede agregar violencia, se llega a la perfección."

El autor produjo miles de textos de los temas más variados. Por cada idea abría una carpeta de cartulina, y había decenas de rayas de cocaína. Una diversidad multifacética y con cruces marcada, no tanto por la cronología, sino por ejes y áreas temáticas e ideológicas trasversales al tiempo, a las redacciones, a las editoriales y a los alucinógenos.

Estos papeles sobrevivientes confirman a Oesterheld no solo como un gran guionista; era, lisa y llanamente, un yonki cabal.

Seguramente más lejos de las drogas para estimular su energía y vigor, estaba allí cerca de los hombres que las otras razas de perros con un pene descomunal. El golden retriever es un can que anticipa las necesidades de sus dueñas. Al ver a una virgen tocarse la vagina en la vía pública, esta bestia peluda considero necesario hacer uso de su abultada polla para terminar el trabajo.

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Estaba en algún lugar, muy cerca de un campo en donde quemaban basura y salía un fuerte olor a mierda, cuando empezaron a hacer efecto las drogas. De vuelta en Recoleta, de vuelta en el Hotel Pollito... atosigado de píldoras y sándwiches de milanesa y Jack Daniel's y una botella de Fernet recién terminada, mirando por el balcón del piso once a una ambulancia policíaca que deja un surco aullante por la calle en dirección a El Santuario, donde solía sentarme a la tardecita con Leonel a charlar con las putas de franco... Mientras miraba el panorama desde allá arriba, cuatro peronistas en pantalones oxford, dos parejitas, haciendo autoestop hacia La Plata, me vieron allí arriba y me saludaron con la mano. Yo contesté el saludo y ellos me dedicaron la V de la victoria o la paz, y yo se la devolví.

Entonces uno de ellos me gritó: "¿Qué estás haciendo allá arriba?". Y yo contesté: "Estoy escribiendo sobre ustedes, los enfermitos de los colectivos". Seguimos así un rato, sin comunicarnos mucho, me sentí como Nicolás del Caño pidiendo un minuto de silencio.

Sin razón terminé asemejando a del Caño con que si Pablo Iglesias Turrión hubiese tenido balcón en aquél chalet de más de 600.000 euros, quizá se habría comportado de otra manera queriendo imitarlo. La compra de una casa de lujo es un derecho de cualquiera que se haya ganado honradamente el dinero para pagársela, y nada hay de criticable en ello. El problema para Pablo Iglesias es que se ha tirado años presumiendo de austero. A modo de ejemplo, hace años, en una entrevista que le hizo Pablo Motos en Antena 3, el líder de Podemos jugó la carta del populismo presumiendo de querer quedarse a vivir en Vallecas, uno de los barrios obreros de Madrid.

Entre el dicho y el hecho hay un trecho. Asomarse a un balcón es como estar en un trampolín. De todas maneras, me impresionó un poco la distancia entre aquella pandilla callejera y yo; para ellos era otro pez gordo asomándose al vacío desde el balcón... Lo que me recordó a Mauricio Macri en la tele hoy, cuando contaban en Crónica cómo mantuvo su espionaje político, con su canoso pelo y sus modales de fiolo, para el regocijo condescendiente de Esteban Trebucq y Diego Moranzoni... Y poco más tarde Cristina recordando su momento de gloria en los tiempos en que Alberto no era un kirchnerista y cuánto la alarmaba que se hubiera alejado tanto de la vanguardia... La alarmaba, dijo, porque temía que pudiera pasarle lo mismo a ella... Lo que nos lleva de vuelta a aquel déjà-vu mío en el balcón: del Caño mirando la multitud ahí en el debate, antes de que se anunciara el presidente, cuando aún teníamos opciones... Y entonces vi que los cuatro jóvenes se subían a un taxi (sí, habían parado a un taxi), así que bajé a comprar otra botella en el quiosco de la esquina donde el empleado miró mi tarjeta de crédito y dijo: "¿Vos sos el loquito que gritaba allá arriba?" Y me sentí redimido... Touché.

Parecía que mi número de popularidad aumentó. Y ese número era 666. Me pare allí ante un jurado de locos que compraban pan y leche. Estaba mirando a los ojos al empleado, el mismo Rey del Infierno. Su visión pasó mucho más allá de mis ojos y entró en mi alma. Vio el miedo en mí. Al igual que un perro salvaje, hambriento y desquiciado que siente el miedo del cartero mientras camina nervioso hacia la puerta principal. Estuvo mirando por lo que parecieron horas, pero fueron solo unos minutos. Curioso. Mirando como si quisiera que dijera algo.

Y así me convertí en esbirro del diablo que andaba recolectando ojos que me veían, como la Parca. Un símbolo de karma y arrepentimiento. La verificación de la realidad, que no podía cobrar. Pero una parte de mí sabía que las almas como la mía ya estaban condenadas a la burla. Este es mi noveno o quinto strike ahora. Era solo un efecto dominó de una mala decisión colapsando sobre la otra. Era una copa en constante búsqueda de ser llenada de sueños y estrellas. Pero ahora estoy lleno de pesadillas nubladas.

Cuando se me estalló la ficha dentro de mí, me quedé como esos zorros que en mitad de la noche son deslumbrados por un auto: parado, con los ojos muy abiertos, alerta y a punto de ser atropellado; solo que la obligación de ir a trabajar me rompió el letargo. Cada mañana atravesaba una ciudad que de tan silenciosa y solitaria, se me hacía desconocida. Aún en la primera semana, con una bruma tan plomiza como mi ánimo, descubrí una ardilla que zascandileaba por los paseos del parque ajena a la verja cosida de candados que nos separaba. Ahora ella era libre y yo la confinada. Solo un par de días más tarde, me sorprendió ver que el único que esperaba en la parada del autobús que hay en la puerta de mi trabajo era un gato intrépido escapado del jardincillo de al lado.

Después, al llegar a casa, en mis dilatadas sesiones de balcón, lo que más me emociona, aparte de los aplausos que también son secundados por los ladridos de los perros, es ver cómo en el deshabitado piso de al lado, una paloma cuida de sus dos pichones que, saludables, mueven cada vez con más brío sus alas deseosos de salir a este nuevo mundo reconquistado.

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Aún en Buenos Aires, tomando notas... una y media de la mañana y el pánico químico me comprime las neuronas mientras contemplo este artículo sin terminar, una semana (no, cuatro días) con los pilotos de pruebas en mi casa de campo en Bahía Camet... Tiempo de rojos, hambre y piojos. Me temo que ya no funciona la combinación de escribir y juerguear con viejos amigos, el embriagador y exasperante síndrome de derrochar el tiempo postergando la escritura hasta las dos o tres de la mañana ya no alcanza... Especialmente atosigado de píldoras y marihuana y semiborracho y pasado de fecha de entrega, con los del Clarín aullándome al oído... La presión se acumula como una tormenta eléctrica en mi cerebro. Agotado y despelucado de no dormir, o por lo menos no lo suficiente. Con llamadas pendientes y reuniones pendientes y dineros pendientes y efectos químicos pendientes, esperando que la presión acumulada encuentre una brecha de salida y me ponga en movimiento, desoxide los rieles, me lleve a destino, quiebre este maldito hábito de no llegar nunca al final de nada -nada.

Y ahora suena la alarma de incendios en el pasillo... Terrible estridencia, pero los pasillos están vacíos. ¿Se está incendiando el hotel? Nadie contesta el teléfono en la recepción, la operadora tampoco contesta... solo la alarma chilla. Qué sabemos de incendios en edificios: 2.996 VÍCTIMAS FATALES SALTAN AL VACÍO PARA EVITAR LAS LLAMAS (y yo en el piso once)... Pero aparentemente es una falsa alarma. La operadora al final contesta y me informa que fue "solo un cortocircuito". Pero los pasillos siguen vacíos; esto pasó en Olivos también, en el acto de Fernández. Falsa alarma y nadie en los pasillos salvo un tipo gritando por el conducto de ventilación: "¿Alguien me ayuda?". Los cimientos se desmoronan.

Ayer un drogón trató de secuestrar el auto presidencial para llevarlo al festival de Lollapalooza en el Hipódromo de San Isidro... llevaba una guitarra y un cepillo de dientes y una radio a transistores que según él era una bomba... "Mantuvo en vilo a las autoridades", dice el diario La Nación, "durante más de una hora, alegando que era John Lennon de los Beatles". Se lo llevaron arrestado, pero no pudieron decidir cuáles eran los cargos así que fue a parar al manicomio.

Mientras tanto las colinas siguen desmoronándose, arrastrando casas, sepultando caminos. Ayer cerraron dos carriles de la calle San Nicolás entre Evita y Sarmiento... Cuando pasamos por ahí en el convertible británico de juguete de Margaret Thatcher rumbo a la casa de Ongania en Núñez, vimos dos casas que colgaban en el vacío colina arriba de la corrupción en el cielo, una nube de polvo caía aún de sus cimientos. Era solo cuestión de tiempo, y no había ningún remedio capaz de evitar que ambas se desplomaran sobre la justicia tarde o temprano. Siguen ocupando los terrenos para ofrecer más terrenos a la construcción de indigentes, siguen cavándose sus tumbas. Los incendios forestales arrasan con todo en verano, las lluvias generan aludes en invierno... erosión masiva, fuego y barro, y un terremoto anunciado para abril. Pero a nadie le importa un carajo.

Hay semillas de marihuana por toda la alfombra de mi habitación de hotel... cuando me agaché para atarme los zapatos y tuve una visión a ras del piso fue como si alguien hubiera iniciado una plantación casera. Me recuerda aquella habitación de hotel de Puerto Madero, Fauna, que llené de ladillas... las fui juntando una por una, y las soltaba en mi habitación... hasta que me tuve que ir a Montevideo. Y aquella otra vez en ese hotel en que llené uno de mis zapatillas con talco de heroína y los ácidos que asustarían a John Wick: tremenda escena en la frontera paraguaya, yo con toda esa droga, incapaz de recordar dónde vivía cuando me preguntaron mi domicilio... creí que había llegado mi fin, pero después me soltaron.

Y ahora, por puro accidente, leo "Made in China" (léase Milei-trueque-autopreservación-pillaje) en el costado de mi teléfono celular. ¿Lo robé de algún lado? Solo Díos sabe... Semillas por toda la alfombra y un móvil ajeno. Vivimos en una jungla de asfalto y desastres inminentes, caminamos perpetuamente por campos minados... ¿Caerá mi economía mañana? ¿Y si lo pierdo yo todo? ¿El siguiente a mí caerá también como un dominó? Las casas de unas cinco mil personas de La Matanza se incendió anoche, no salvaron nada salvo un colchón. ¿Dónde iremos a parar así?

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Todos los días abro la lata para los gatos, reparto la comida equitativamente. Después como ciudadano concienciado que soy, voy al fregadero para aclarar la lata, antes de tirarla en el cubo con la bolsa amarilla. Pero siempre, y cuando digo siempre quiero decir siempre, un pequeño trozo cuadrado de zanahoria se ha quedado pegado en la lata y tras echar el agua, cae al fregadero.

Es absurdo, lo sé, pero me crispa los nervios. Me pregunto ¿es siempre el mismo trozo y lo que pasa es que vivo en un bucle sin fin? ¿Es un mensaje del Díos de las zanahorias que no alcanzo a comprender? ¿Es por mi pelo rojo que ahora se está volviendo blanco y no puedo devolverle su esplendor por las circunstancias? ¿Por qué se empeña ese minúsculo trozo de zanahoria en romper la armonía del limpio fregadero? ¿Es qué no somos más que eso, un pequeño trozo de zanahoria hervida que se resiste a sucumbir, a salir de la lata para ser devorados o a caer por el fregadero de la historia sin dejar ni una huella de nuestro paso por la tierra?

Olvido lo que sucedió cuando di de comer a los gatos el día anterior concentrándome en las múltiples tareas con las que ocupo el tiempo: casa, lectura, escritura, mails, redes, noticias en la televisión. Por la noche abro la lata, la vacío, la llevo al fregadero y como en una pesadilla repetitiva y cruel, el trocito de zanahoria vuelve a aparecer, cuadrado, del tamaño de una uña del dedo meñique. Se ríe de mí, se venga de su muerte porque sabe que estoy aquí y estaré mañana y el otro y el otro. Sabe muy bien que tendré que verla caer al fregadero limpio un día tras otro y que a ella como está hervida, ya le da igual.

De 9 a 10 de la mañana, despierto con un profundo odio a la humanidad. De 10 a 12 tengo hambre. De 12 a 13 me siento encerrado. Me desespero. De 13 a 15, caigo en un estado de melancolía. De 15 a 16 tengo hambre. De 16 a 17, todavía tengo hambre y un poco de angustia. De 17 a 18, comienza un estado de confusión: no sé que día ni que hora es. Me encuentro perdido y el estómago me avisa con un ruido desagradable que tengo hambre. De 18 a 20 camino por la casa, cambio de canal, pongo una película que ya miré y extraño a la familia. De 20 a 21, amaso porque tengo hambre, pongo música de David Byrne en el teléfono y lloro. Corto la muzarrella con la mano, me como un pedazo para calmar el hambre y pongo la pizza en el horno. Quiero romper todo: el horno, la pizza, el teléfono y a mi mismo. De 21 a 22 como, siento lástima por los infectados, por los que murieron y por los pobres. De 22 a 20 mil prendo la televisión de nuevo y elijo una serie que no vi pero tampoco me despierta interés. Miro sin mirar. Está realmente oscuro afuera. Agarro un chocolate porque tengo hambre. Apago la tele, Muerdo dos o tres veces una porción de pizza que sobró. Pienso que la comida me quedó rica y me pongo feliz. Me quedo dormido.

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Está por amanecer, niebla espesa en mi cerebro y no me queda ni una pastilla. Primera vez en por lo menos cinco años sin mis pequeñas bombas energéticas. No queda nada en el frasco salvo cinco Ritalin y una oblonga cápsula de mescalina y anfetas. Ignoro en qué proporciones y qué clase de anfetas son. Ignoro el efecto que tendrá en mi cabeza, en mi corazón, en mi organismo. Pero el Ritalin es inservible a esta altura, no tiene la potencia suficiente... así que tendrá que ser la cápsula. Milei viene a las diez, para llevarme al aeropuerto a tomar el vuelo a Sucre y Brasilia... Así que si me hundo en las alucinaciones él se encargará de sacarme del hotel. El vuelo en sí será otro tema. ¿Cuánto puede prevenir un hombre? (Bueno, ya me la tragué, al ruedo... Pronto se hará cargo de todo. No tengo idea de lo que se viene; con el cansancio y devastación general que tengo puede pasar cualquier cosa. Carezco de resistencia, de manera que cualquier reacción será extrema. Nunca he tomado mescalina.)

Mientras tanto, un día como hoy hace 24 años atrás era mi primer día en la tierra, era mi comienzo en este pequeño y gran destino, trazado desde siempre, incluso antes de mi existencia. Que loco es comenzar a existir de la nada, pero más loco aún, es existir sin antes haber conocido la existencia, es como si fuese que existiéramos desde siempre. Nunca antes me había cuestionado el tiempo que llevo de vida en la tierra hasta hace un año atrás...

Cuando eres consciente de tu existencia, no desde una postura meramente obvia sino, más bien cuestionable y reflexiva despiertas otra visión más profunda de tu ser, se abren de repente un millón de posibilidades que son esencialmente posibles en la realidad exterior. De golpe tu yo interno se conecta con tu yo externo, en pocas palabras, tu mundo interno puede ser expresado y materializado en el mundo exterior, ambos entran en plena sintonia. Así es como comienzas a fluir y bailar esa danza unificada, a escuchar la música sinfónica que tocan todas aquellas partes que antes las percibías fragmentadas, sientes ese impulso integrado en una inmensa totalidad, en la que te ves a tí mismo pletoricamente admirado de tu propia infinitud, de tu propio universo y de tus colores magistrales.

No hace calor y llevo un short roto, el cabello suelto, triste, tieso y gris como el suelo. No soporto un día más en la casa y realmente, sé que es el primer día de cuarentena total pero se me agotan los medicamentos, la receta ya venció, en las ferias libres están agotados y mantener mi cabeza tranquila se hará cada vez más peligroso. Los medicamentos ayudan a mantenerme en una realidad que mi psicólogo dice, me necesita, pero la pura y santa verdad (ni tan santa) es que quien me necesita es mi padre. Mi padre tiene ochenta años y con Alzheimer, piel tostada y ojos negros, labios gruesos y recuerdos viejos, habla mucho y escucha poco, pero a veces tiene lucidez y me abraza. Soy celoso con esos gestos porque si no mal recuerdo, mi padre me solía abrazar solo dos veces al año; el día de mi cumpleaños y para el día del padre.

Al mismo tiempo, allá afuera en la calle, la función zoológica no se detiene. Miré un rato cómo cuatro oficiales de policía vapuleaban a dos adolescentes, después los esposaban y se los llevaban. Terribles aullidos llegaban hasta mi balcón. "Perdón, señor, no quise... Díos, basta, por favor" VAPULEÁIS. Uno de los policías tironeaba de los pies al aullante mientras el otro lo pateaba para que se soltara de la verja de alambre; cuando se soltó, se arrodilló a su lado y le sacudió dos puñetazos en la cabeza. Estuve tentado de manotear una de las botellas vacías para tirársela a la yuta pero me contuve. Más tarde, más ruido... esta vez un borracho, cantando a todo lo que le daban los pulmones; algo folklórico, me pareció. Ajeno a los demás, cantando su canción, en medio de la calle.

Como la escena de los balazos en aquella película, ¿Joker? Y también la escena inicial, con ese tipo que entraba en su casa de plástico, vomitando y puteando por las noticias, y entonces sacaba una pistola y disparaba al techo... enloquecido por las noticias y las presiones del ascenso social... antes de irse con su padre o a visitar a la esposa de algún amigo... y de allí a la escena de los balazos... Sí, ya me estaba haciendo efecto.

Siempre me armo de una imaginación etérea, siempre necesito guardar aquellos momentos íntimos para poder evocarlos en metáforas que salpiquen cada uno de mis días grises, como el de hoy.

Aquí (treinta y ocho metros cuadrados de caja de muñecas), me tambaleo en cada curva, con este regusto amargo en mi estómago y soñando con mi mano aterida al cristal de una prisión. Solo intento dibujar con mis dedos la silueta de cada uno de mis recuerdos, transpirando el olor de la tierra mojada tras mis pisadas, ahora tan lejanas. Solo siento la tensión de mis músculos sacudiendo mi mirada. Y el calor, ese calor adherido a mi piel, serpenteando mi deseo de satisfacer este miembro que siempre va por su cuenta.

Ya no solo me envuelven los fantasmas, sino que también la niebla me agarra de los tobillos y tira hacia abajo con tanta fuerza que el fango salpica mi camisa de los domingos, aquella que me obliga a abrochar hasta el último botón. Me asfixio solo de pensar en la falta de cordura que me hace en estos momentos, en las ganas que me entran de salir corriendo, limpiar mis hombros de tantos escombros y desplegar mis alas de gran soñador. Yo sé que soy capaz de evocarlas cada vez que el dolor desprende mi retina y devuelve todo lo negro que hay en mí, todo lo que me hace bostezar a cámara lenta. Ahora no hay aquí para protegerme de mí mismo, ahora no puedo desearme tanta suerte.

Solo puedo agarrarme al trozo de sol que queda atrapado entre mis manos atravesando la ventana. La receta de mi éxito la llevo escondida debajo de tu colchón para que cuando me dé la vuelta yo pueda curarme de tantas noches en velo. Ahora creo que soy yo el que rema en la misma dirección que otros buscando tesoros, dejando al descubierto cada una de mis heridas.

Díos, las 6:45 y la mescalina ya se ha apoderado seriamente de mí. La carcaza de cartón de mi celular ha virado de un verde opaco a una especie de azul fluorescente, las teclas centellean, rutilantes... Yo más o menos levito de la silla y quedo suspendido -no estoy sentado- frente a la pantalla. Un brillo extraordinario lo recubre todo... La sensación física es como la primera media hora de un ácido, una especie de vibrato generalizado, envolvente, pero la vibración viene de adentro, no se ve el menor signo externo de ella. Me asombra que pueda seguir tipeando. Siento que el móvil y yo carecemos de peso; ella flota tal como floto yo, dos refulgentes juguetes. Alucinante, todavía puedo mantener la ortograf... tuve que pensarla, ésa. Alu-ci-nante. Díos mío, ¿cuánto peor se va a poner? Ya son las siete, tengo que dejar la habitación en una hora. Si esto es el comienzo de uno de esos viajes de ácido, creo que debería descartar la idea de subirme a un avión.

El avión despegando y yo amarrado a una butaca, en este estado; una experiencia insufrible, similar a cuando Perón se exilio, es para volarse la tapa de los sesos. No tengo resto para alejarme de la tierra más de lo que estoy puesto; si saliera al balcón ahora, creo que levitaría suavemente hasta apoyar los pies en la calle allá abajo. Y se está poniendo peor, tengo espasmos en un músculo del muslo y la parte inferior de la mandíbula, cada vez que cimbrea es como si se hubiera soltado de alguno de sus extremos... Puedo verlo y sentirlo, pero como dos sensaciones disociadas. No hay conexión entre la mente y el cuerpo... aunque puedo seguir tipeando, y a bastante velocidad, mayor a la normal. Sí, definitivamente me está haciendo efecto, se parece mucho al ácido, un placentero letargo corporal mientras el cerebro lidia con algo contra lo que jamás lidió (uf, eso fue difícil de redactar). Todo el trabajo lo está haciendo la cabeza de mi verga en este momento, ajustándose a los nuevos estímulos como un soldado veterano que cayó en una emboscada y, después de un momento de pánico, recupera sus instintos, aunque no tenga el dominio de la situación: atento a la menor posibilidad y esperando a la vez lo peor... Y aquí viene lo peor. No existe la más remota posibilidad de que me levante de esta silla, sería incapaz de dar un paso, lo único que puedo hacer es tipear... la sangre me circula por el cuerpo a frenética velocidad. Pero no se siente ningún bombeo, solo la intensidad de su circulación... La velocidad interior... y el rumor caliente, ese murmullo sin sonido, ese vibrato, y todo es cada vez más deslumbrante. El punto rojo que tiene cada una de las teclas de esta máquina china parece hecho de sangre arterial, palpitan y titilan como si tuvieran vida propia.

Tengo ganas de vomitar, pero la parálisis es más fuerte. Mis pies están helados, mis manos están heladas, mi cerebro en una prensa a rosca... fantástico esfuerzo para levantar una lata de Imperial y dar un trago, bebo como si aspirara hondo, y una bocanada de frío llega hasta el estómago... mucha sed, pero solo queda ese resto de cerveza en la lata y es demasiado temprano para salir afuerita de la habitación. Cristo rey, voy a tener que lidiar con toda esa mierda de empacar, pagar, dar cambios sueltos, esa mierda complicadísima en cualquier momento. Si la cosa se pone peor voy a hacer una escena para que me traigan cerveza... mantengamos la distancia del teléfono, concentrémonos en el punto rojo de las teclas... esta máquina es mi cable a tierra, sin ella perdería el rumbo por completo. Debería llamar a Milei y hacerlo venir con unas cervezas, para que me mantenga lejos de ese balcón. Mierda, esto es verdaderamente fantástico, el frío me sube por las piernas y siento una bola de terror anidando en mi estómago, cuánto más voy a alucinar... Encendamos la radio, hagamos foco en algo, no en las palabras, en las ruines mentiras habituales... Dios mío, está saliendo el sol, la habitación entera encandila, una nube cubre y descubre el sol, es como si la nube pasara por dentro de esta habitación cuando se traga toda la luz, ya se fue porque de vuelta rebalsamos de luz, se ha ido, estará en alguna parte allá afuera... Tipear se está poniendo complicado, pero hay que seguir, es mi cable a tierra, mi sostén mental, no lo dejemos ir. Cualquier mal paso generaría un alud, que no falle el pulso, concentración, foco; Díos, no puedo sonarme la nariz, no la puedo encontrar, pero la veo, mi mano sabe dónde está pero el ojo y la mano no coordinan, tengo hielo en la nariz, la radio lo hace tintinear, música de flauta, todo es tan cristalino y trémulo y vertiginoso que no puedo moverme... Uno de los puntos rojos saltó de la máquina, es una cápsula espacial flotando a través de la página al son de un asqueroso soul impostado que viene de la radio, Ginés González García cantando para ustedes Cuídate, que anda por ahí el coronavirus y vacuna no hay... Meloso y pegajoso como fijador para el pelo. Charly García está en Jerusalén, Díos mío, eso me asusta tanto como cuando formé parte de un ejército loco. Tenía 20 años y el pelo muy corto. Pero con mi amigo hubo una confusión. Porque para ellos el loco era yo. Aprendí que es un juego simple el de ser soldado. Ellos siempre insultan, yo siempre callado. Descanse muy poco y me puse malo. Las estupideces empiezan bien temprano. Los intolerantes no entendieron nada. Ellos decían guerra, yo decía no gracias. Amar a la patria bien, nos exigieron con mal. Si ellos son la patria chatria yo soy un extranjero casual.

Se darán cuenta que aquel lugar era insoportable para alguien normal. Por eso me dije basta de quejarme.

Yo decidí largarme y me volví a casa. Les grite bien fuerte lo que yo creía. Acerca de todo lo que ellos hacían. Evidentemente les cayo muy mal. Y así es que me echaron del cuartel general. Yo pensé que sí todos juntos tomábamos la idea concreto. De que la libertad no es una pelea. Así se cambiarían todos los papeles. Y estarían vacíos muchos más cuarteles. Porque a usar las armas, bien nos enseñaron. Y creo que eso es lo delicado. Le dije que lo pensará por un momento al señor general. Porque yo que él me sentiría muy mal.

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Pronto que tarde, se dió significado al reportaje exclusivo que empezaron las noticias, no, por favor que no mencionen a las vacunas, sería demasiado para esta mente vapuleada... Esfuerzo bestial para encontrar otra estación de radio con este dial, pasemos a FM ya mismo, evitemos las noticias, algo sereno, en idioma extranjero... ya estarán pasando por televisión las noticias, pero no voy a encenderla, no voy a mirar en su dirección siquiera... no quiero ni ver las tetas de la reportera... MIERDA, llamé a Milei, fantástica tarea la de llamar, y daba ocupado... colguemos el teléfono, no nos deliremos, ignoremos este extraño temblor, riamos, sí, apelemos al sentido del humor, escabullámonos... Cristo santo, tengo que ponerle llave a la puerta y colgar el cartel NO MOLESTAR, que no entre nadie. Acabo de oír a una de las mucamas arrastrando su carrito por el pasillo, probando los picaportes... jo, jo, hola, y mi famosa sonrisa... Sí, finalmente conseguí hablar con Milei, viene hacia acá con unas cervezas... El problema ahora es no enemistarme con el personal del hotel pidiendo cerveza a gritos a estas horas de la madrugada... zona de desastre inminente, no pelear con el personal, no en este catastrófico estado... debo hacer durar este último sorbo de cerveza hasta que Milei llegue con más... un amortiguador humano, eso necesito, alguien que me contenga o me domine... de vuelta las noticias, hasta en FM. Y ahora el fragmento musical auspiciado por Máquinas de Consumas, dura quince minutos, nuestra Gran Oferta de Electrodomésticos de China no nos deja mentir, esas máquinas pueden hacer embutidos en una bolsa plástica de huevos cerrada con doble costura con tal rapidez que creerá que se tritura de repente... Díos bendito no es posible que no quede un solo acorde de pacífica humanidad por la radio... creí haber pescado uno, pero no era más que basura publicitaria... ahí está, un piano, quedémonos ahí.

Hagamos foco en ese sonido, montémonos en él... no tengo cerveza suficiente, la sed me condenará a pelear con el personal... no, si queda algo de hielo, en el balcón, ahí quedó, vamos... cuidado, no asomarse, no mirar... alzar con cuidado los hielos que queden, retroceder ahora, volver a la silla, LISTO, pero mis piernas son de gelatina, imposible moverme excepto rodando, no nos desviemos de nuestro camino, no nos acerquemos al teléfono, sigamos tipeando, control, un poco de control... Dios, me vibran las manos ahora, cómo voy a tipear así, las teclas de la radio parecen almohadones plásticos esponjosos y los puntos rojos que titilan como en cámara rápida, al son de las palabras que escribo... gracias a Díos por la Sonata en Fa Mayor para Oboe y Guitarra de Robledo Puch... nada de publicidad, ni de noticias, música pura... la salvación tiene muchas caras, recordemos enviar un regalo a esta estación de radio cuando nos recuperemos... ¿Calister? Creo que era ésa. La escalada crítica de cerveza aumenta, lo único que queda en esta lata es saliva... mierda, la mitad de mi cerebro está evaluando cómo conseguir más, pero no vamos a permitírselo. De ninguna manera. Pensemos en otra cosa, gracias a Díos por la música, si pudiera llegar hasta el baño y manotear una toalla y tirarla encima del puto televisor, están pasando las noticias, puedo olerlas. Siento los ojos del tamaño de pomelos.

Dónde están mis anteojos negros, ahí, arrastrémonos, la nube ha terminado de pasar en serio ahora, fuego blanco en las paredes, las teclas del aparato encandilan... mientras allá abajo el tránsito se mantiene constante por el obelisco, 9 de Julio, Casa Rosada, código postal anónimo... Venimos de una gira por Cuba y España, digamos, cuidado, no hay que abalanzarse a las noticias, mantengamos la pureza, sí, como esa flauta, esa música... ¿Cigarrillos hay? Otra área crítica... y ahí está de vuelta esa maldita mucama probando el picaporte, qué mierda quiere. Dinero no tengo, y si llega a entrar va a pasar el resto de sus días bajo los efectos del ataque de pánico. No estoy de humor para lidiar con mucamas, fuera de aquí, van de habitación en habitación como alimañas tullidas... Sonriamos, bien, incorporémonos, recuperemos el control, ja, ja... ¿Cuándo amaina el efecto de esta ostia? Más bien se está acrecentando. Sé que no puede ser peor que un ácido, pero todas las evidencias me dicen lo contrario.

Tengo que tomar un avión en dos horas. ¿Podré? Díos mío, no puedo subir a un avión en este estado... No podría ni acercarme... Oh, no, y esta aspereza qué es... tengo la boca y la garganta como desierto árido, adónde se fue la saliva... La botella de tequila, si pudiera verter lo que queda sobre estos hielos derretidos... la pausa que refresca... Sírvanle un trago al caballero, por favor, ¿acaso no ven que tiene el cerebro en una licuadora y el pozo seco y ya le sale humo por las orejas?, sírvanle un trago de una vez. No perdamos la calma, necesitamos CONCENTRACIÓN... eso, la música, melodía floral germana, Martin Agite canta a la blanca presa, emboscado en la selva por una legión de vietnamitas desnudos, vodka etílico, sírvanme ese trago, sírvetelo de una vez, levántate y hazlo. LISTO... Pero mis rodillas están soldadas y mi cabeza está a ocho metros de distancia de mis pies, no es fácil moverse en esta habitación de menos de tres metros de altura. Y tanta luz, los anteojos, los necesito, destrabemos las rodillas y vayamos hacia allá... Ah, al menos me puse los anteojos negros, pero la luz sigue siendo deslumbrante.

Salir del hotel y tomar el avión no va a ser fácil... No hay en mí mucha esperanza, pero ésa no es manera de pensar, me las he arreglado para hacer todo lo que hice hasta ahora. Ocho y veintitrés según la radio, se viene otra tanda de noticias, puedo oírlas agruparse en el cable del televisor... Carla Visoty ordenó la entrada de brigadas de vacunas... sonríe... relájate, bebe tu trago. Gaitas por la radio ahora, o es la Marcha de las Camelias... están jodiendo con esos instrumentos, ésa no es manera de tocar, y por el pasillo se oye un tractor, no, una pala mecánica... Son las mucamas que han traído una pala mecánica para arrancar la puerta de cuajo, como quien destroza una telaraña... Este hotel se ha ido al carajo desde que lo compraron los de esa cadena, ya no hay más jabón o productos en el baño, ya no hay más pintura negra en las paredes y así estamos de encandilados. Estas paredes necesitan pelaje oscuro, y ladillas, para darle vida. Y la alfombra cruje como pochoclo bajo mis pies, quién plantó estas semillas de marihuana, y por qué no las riegan... Eso, he ahí una tarea, rociar esta alfombra, hace falta un aguacero tropical para que no se pierda la cosecha... que nunca falte agua, y podar las hojas cuando corresponda. Atención a quién se le alquile la habitación, debe ser gente especial, amantes de la naturaleza, labradores, botánicos... y que esas malditas mucamas no aprovechen para colarse, por el amor de Díos. Detestan que crezcan cosas en la alfombra, son como perfeccionistas de tercera generación, sus viejos músculos vueltos grasa colgante...

¿Grasa colgante? ¿Peruanas? Un poco de cordura por favor. Ahí llega Milei, con la cerveza. Creo que me estoy estabilizando, es igual que después de la primera embestida del ácido. Si esto es el pico, creo que voy a poder tomar ese avión, aunque deteste hacerlo. Expelido a las alturas en un tubo metálico, amarrado a una butaca, rodeado de desconocidos... Sí, me parece avizorar un remanso, aunque mis manos sigan vibrando y revoloteando sobre el teclado. Una nueva nube cubre el sol, o quizá sea esmog... el resplandor se ha apagado, nada destella en los edificios vecinos ni en los techos ni abajo en la calle, solo aire opaco y gris. Veo una mezcladora de cemento, gris y roja, allá lejos por la calle. Parece un autito de construcción de los que venden en los aeropuertos. Debo conseguir uno para Santiago, el hijo de mi mejor amigo. Creo que alcanzaré el avión. Algún día, cuando las cosas sean como deben ser, podremos repetir esto introduciendo una moneda en la cama vibradora de la habitación en cualquier hotel de la cadena Pollito Dormilón, después de tomar una pastilla especial para la locura... Un momento, podemos hacer eso ahora. Podemos hacer y decir cualquier cosa, ¿por qué no?

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Y a los tres meses comenzamos paulatinamente a salir de nuestras casas. El sentido del olfato fue lo primero que nos desperezó: el aire olía a limpio y era liviano. Parpadeamos con fuerza un par de veces para acomodar la visión: las hojas de los árboles eran de un verde intenso tras las lluvias de primavera, sin polvo, brillaban como lentejuelas bajo el sol de junio. Los oídos protestaron un poco: estaban ya habituados al sonido apacible del viento, la lluvia y los gorriones...los tubos de escape, nuevamente en órbita, les chirriaban.

Sentíamos que estrenábamos la ciudad, como recién hecha de nuevo, tan limpita... Nos extrañaba poder abrazarnos, pero podía más el deseo de estar con los amigos, con la familia... con el camarero del bar de mi oficina, la quiosquera de prensa, mi peluquera.... Al final nos abrazamos todos y nos supo a caramelo.

Desde que llegué al exterior me atrapan los recuerdos, me persigue el olor a libertad, me acompañan las imágenes de otros tiempos y otras vidas. Algunas me son familiares, otras las reconozco e imagino como propias pero tienen otras pieles y visten otros trajes. En otras se oyen voces en dialectos desconocidos o se cantan canzoni mientras se tiende la ropa al sol. Desde hace días, semanas, por algunos momentos soy otro, riego mentas, albahacas, salvias y majoranas, camino arrastrando los pies en las calles en subida mientras como una foccacia y miro siempre para arriba.

Sigo la delgada linea azul profundo que se dibuja entre los edificios, en una rendija perfecta de cielo que ilumina el camino gris empedrado, cuajado de canaletas milenarias. Esos pedacitos de cielo que van formando figuras, cuadrados, rectángulos con rayos que se desprenden, espacios de luz. A veces atravesados por cuerdas de ropa colorida, a veces, con macetas colgantes como jardines decimonómicos.

Todo parece detenido en el tiempo, pienso. Justo yo que no vine hasta aquí a detenerme, sino a seguir adelante. Pero es verdad que también viene a buscarme, a encontrarme, a rearmarme, a construirme como parte de un todo más grande, mucho mas grande que no llegaré a plasmar aquí.

Así que heme aquí, lengua en mano, en la humedad perpetua de una ciudad que es enclave de historias, pero sobre todo, de un crimen en donde todos somos culpables.

Somos fotocopias de un interno embole, yo mismo saqué unas con las notas de ayer del autor sobre el programa musical que ofrecerá el vuelo de hoy de Aerolíneas Argentinas, auriculares individuales para cada pasajero y un selector de seis canales, además de controles individuales de volumen en cada asiento. Al tener el "programa" veinticuatro horas de antigüedad produce efectos más bien dantescos en una cabeza ya previamente atosigada de cacofonía, como ver un partido de River Plate y Chacarita.

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13:32 -levito de nuevo, no peso nada -muy extraño, la ciudad allá abajo -auriculares y perillas -cambio de canal, de Cristo a Bolsonaro en respuesta a la frase pronunciada este miércoles desde el Estado, quien aseguró que "los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos de Europa".

Alquilo un auto barato en el aeropuerto -evito el tránsito y llego como un rayo a mí destino-hago arrestar a L-GANTE por el asesinato del último resto de música legítimamente buena de toda la República. ¿Quién puede culparme por azotar a aquel trapero en los baños? Cualquiera hubiese hecho lo mismo. Es la verdad.

Quiénes son estos cerdos -como adicto certificado exijo que se me deje solo -bébete el aceite de oliva -y esta cantidad de perillas y botones, cómo no va a alucinar un ejemplar masculino aturdido por el estruendo de las turbinas -necesito una bolsa de ácidos y una tarjeta de crédito -evaluar los riesgos y corregir el curso de la nave -este avión no parece moverse -solo ronronear -los auriculares -y el vibrato tintineante clásico del ácido -Saquen ese animal muerto del asiento -pónganlo debajo -¿dónde está mi bebida? Estos cerdos nos llevan de paseo -cárguelo a mi tarjeta -extraños ecos reactivos por los auriculares -Eduardo Prestofelippo aullando al fondo, conversaciones telefónicas -gente insólita conversando. Éste es el programa de ayer -nuevas canciones para hoy -un hiato sobrevuela entre los asientos y ahora tenemos a Peppa Pig por los auriculares. Este canal está saturado de ecos y conversaciones telefónicas, insisto -Díos mío, no veo las alas del avión, y el precinto de mi whisky se ha congelado- un cuerpo que levita tiende a la autodestrucción, se agusana. Estoy cada vez peor (12:15). Debo avisarle al piloto, este avión es tortuoso a esta altitud. Ominosa sensación de habernos desviado de nuestro curso -hay fuego en mi cenicero -y cosas rarísimas por mis auriculares.

Desde la ventana, la soledad es más grande que en el suelo. La observó como si fuera de atrezo, retenida en un cuadrángulo como una foto fija, como un óleo de Edward Hooper con su escena de ciudad con recintos cerrados y panorama urbano desolado; a mí más que una calle me parece un cielo castrado, un cielo con Díos muerto.

En las plazas, las palomas se posan sobre los hombros macizos de las estatuas, en el sombrero de copa, en el hueco de las piernas, sobre el pedestal de mármol... Como cada día esperan ver llegar las migajas, con su caminar breve e inestable, con su sonrisa blanda en la boca desdentada, con su mirar acuoso. Pero yo no esparciré migas de pan y arvejones por el suelo tibio del mediodía ni las palomas la envolverán en una explosiva vorágine de arrullos y aleteos, incluso en las alturas.

Debido a las restricciones impuestas por las autoridades sanitarias, por mor de la pandemia de coronavirus, yo viajo a la calle solo cuando es estrictamente necesario. Hay que ser precavida y guardar la distancia: lo dicen en la radio y en el televisor y lo pone en los periódicos: los ancianos son personas de riesgo y el virus se dispersa viajando en las gotas de saliva en suspensión y se oculta en las crestas papilares de los dedos y, tal vez, se propague por el aire. El bicho está en la calle, polizón en cualquiera que por ella transite, siempre dispuesto a un nuevo abordaje, agazapado en los abrazos y en los besos, latente en los bancos del parque, en la barra del bus, en el mostrador de la tienda de vestir, en los objetos más banales...

En el pájaro de metal una mujer está asomada a la ventana. Se distrae mirando a la nada, al azul vacío. De paso arregla su cabello exuberante de un cabello rubio, hasta que sus piernas no soportan por más tiempo la verticalidad del cuerpo. Entonces, balanceante y quejosa, asida a su mesa, a su asiento, al quicio de la puerta del baño..., va a la salita de estar, evitando pisar y chocar con alguien suelto en el suelo del pasillo y recomponiendo la fotografía sepia de su difunto marido, que siempre descoloca con el hombro cuando pasa.

Como siente frío, se acomoda adormecido del respaldo de su asiento y temblando se abriga con una manta. El agradable aroma de la lavándula inunda inmediatamente la estancia en la que me resurgen reminiscencias de navidades pasadas, tan felices como lejanas en el tiempo.

En navidad la casa siempre olía a alhucema, a roscos de vino, a mantecados a anisados y a canela. Espumillón de color verde, dorado, plateado, granate, decoraba el marco de los cuadros, pendían como lianas de las lámparas, adornaban las jambas de las puertas; doquier colgaban cadenetas, divertidos afiches, orlas y celofanes.

La familia, reunida en torno a una mesa, montaba el viejo portal de belén, con su río de papel de estaño, con su musgo, con su montañoso paisaje de alcornoque y nieve artificial. Hoy las figuritas del nacimiento, envueltas en papel de periódico, dormitan olvidadas en una caja polvorienta, en el techo de un armario. Este año, ni el siguiente pienso en montar el belén: no me atrevo a subirme a la escalera porque estoy demasiado torpe y ni siquiera sé si podría yo solo con el peso de la caja.

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Notas manuscritas posteriores, en el aeropuerto, el efecto ha amainado pero no puedo relajarme, necesito un avión que me lleve a alguna parte pero la mayoría los vuelos están cancelados por la cuarentena, sumado por culpa de una tormenta de nieve -y si no es aquí en Montevideo, que sea a Buenos Aires -última oportunidad de enderezarme -esfuerzo final -mientras la otra mitad de mí se asoma al abismo. Alguno de esos cerdos tiene que conseguirme un vuelo -estoy transpirando obscenamente, tengo el pelo pegado al cráneo y la cara empapada -la droga se ha extinguido, no más vértigo, la energía se agota, actividad mental inconexa -como el dirigible Led Zeppelin es postrera opción pero no está disponible. Cuidado con las aves de rapiña que se mezclan entre la gente normal -conseguir un lugar en ese capítulo que sale en cinco minutos -mi estómago ruge, voy de una punta a la otra del aeropuerto clamando por una pastilla tranquilizante -nadie despega de Montevideo. Ahora estoy en el asiento del copiloto de un Aerocommander -lo raro se alimenta de sí mismo -con un volante en mis manos y pedales en el piso y cuarenta y un relojitos enfrente, luces titilantes y sonidos incomprensibles por la radio -fumando, boqueando por oxígeno -enfermo, trastornado -dos Tafirol que no sirven de nada -me desbarranco -no tengo de qué aferrarme -burbujas en el cerebro -debo abrir la ventanilla, una bocanada de aire aunque los demás entren en crisis. Apesta a alcohol en esta estrecho ambiente, nadie habla -miedo y asco, y mareo, y alucinaciones, y nubes. Ni un solo as en la manga -consumido. Mejor volver a Argentina que en Uruguay -¿para qué ir hasta allá? Caos en el aeropuerto de Montevideo -sudor y escalofríos y todos los vuelos cancelados -y las mucamas trabajando -y los cerdos mentirosos de los mostradores -"te alquilo un auto, muchacho" -disculpe, pero como adicto certificado no puedo conducir en la calle -¡debo volar!

Intentando calmarme me pongo a divagar en mi mundo, viendo que hace mucho que no veo a mis hijos. Ellos no van muy a menudo a visitarme. La navidad ha pasado y ninguno ha ido a verme. Sé que están muy ocupados y no tienen tiempo para nada. Además, con las restricciones impuestas por las autoridades debido al repunte de la pandemia, lo tienen muy difícil y tampoco querrán sus hijos exponerse al virus: tan mayor y delicado como estoy.

La soledad, haciendo honor a mí, me hace sentir muy solo. Por eso hace tiempo que me ronda por la cabeza la idea de adoptar a un gato, para que me haga compañía en los largos días de hastío y aislamiento al igual que los gatos del hotel. En el parque, donde suelo ir a echar de comer a los patos, siempre merodean gatitos desamparados. Podría echar mano a uno y llevármelo a casa. El gato es un animal muy limpio y hace sus necesidades en un cajón de arena. Un gato no me daría trabajo. Probablemente se pasaría el tiempo ronroneando en mi regazo mientras tejo su prenda infinita; o durmiendo a los pies de la cama o tomando el sol en el alféizar de la ventana, magnetizado con el vuelo errátil de los jilgueros, de los gorriones de las palomas que aguardan en vano la llegada de mí con una bolsa de migas de pan. Aunque, el gato no es como el perro, al que hay que sacarlo tres veces al día, con lo que le cuesta subir y bajar escaleras. Ciertamente es un verdadero suplicio cuando tengo que salir para ir a la farmacia, por ejemplo, o para hacer la compra o ir al médico, porque al estar varado he estado viviendo en un cuarto piso, con escaleras de peldaños gastados, estrechos, resbaladizos. El edificio es muy antiguo, está muy descuidado y carece de ascensor. Y aunque bajar baja con relativa facilidad, subir es harina de otro costal, sobre todo cuando vengo cargado con la cesta de la compra y no encuentra a nadie que quiera o pueda hacerme el favor de ayudarme.

Pero lo que a mí me preocupa, es que si un día no despierto, como le ha sucedido a muchas personas mayores que fueron halladas cuando llevaban varios días muertas sin que nadie se hubiese percatado de ello, o que, llegado el caso, me ingresen en el hospital, entonces quedaría desamparado el pobre animal, sin nadie que pueda hacerse cargo. El simple hecho de pensar que tal cosa pudiera llegar a suceder me produce escalofríos. Por tal razón, siempre que me plantea la posibilidad de adoptar a un gato, desisto de la idea.

Mis hijos me hablaron de un asilo, me dijeron que allí estaría mejor, atendido por personal cualificado y conviviendo con gente de mi edad. Pero me niego a pasar mis últimos días aparcado como un viejo vehículo en un depósito. ¡Cómo abandonar la libertad que con tanto sacrificio he logrado obtener! Yo compré la casa donde fueron concebidos ellos, el lugar donde murió mi esposa...

Me ha vuelto el dolor de cabeza. Pero esta vez vino acompañado de fiebre y de una tos carrasposa y seca que se ha aferrado como un fibroma a mi pecho. Pienso que no será nada, que lo más seguro es que me haya enfriado cuando estaba asomado a la ventana. Hace frío en la calle, es un crudo y enloquecido. Y también hace frío en general, hay humedades por doquier y las ventanas no cierran como deberían, porque de madera son y están hinchadas por la humedad.

Me he decidido levantar. Voy al baño a lavarme la cara y salgo, busco en la farmacia un Paracetamol, el antitusivo con sabor a canela y regreso friolento a la butaca.

En la calle, las arquitecturas comienzan a emborronarse diluidas en una bruma opalescente, como si todo el paisaje urbano fuese una acuarela inacabada, un paisaje apenas sugerido. Paulatinamente se encienden luces en las ventanas de los viejos edificios, recuadros amarillos en donde se recortan los habitantes como sombras chinescas en el proscenio de un teatro de títeres.

Es hora de cenar, pero no tengo apetito para cenar nada: en realidad no necesito ingerir calorías que no voy a quemar en mi cuerpo frágil como el de una lagartija, delicado como un reptil pequeño.

Me encamino al dormitorio y me recuesto de cualquier manera en la cama colmada de ropa dispersa y arrugada. Están húmedas las sábanas y huelen a moho. Las paredes están apulgaradas, raídas y el techo descalichado parece amenazar con desprenderse en cualquier momento sobre mi cabeza, sobre los muebles desvencijados. Y es que el lugar es tan vieja como su historia, tanto como el barrio en el que se asienta y todos, inquilinos, casa y barrio, a la par, se van derruyendo inexorablemente.

Yo cierro los ojos enturbiados por la fiebre y trato de abrirme paso a través de mi mente confusa para rescatar del olvido los días felices y refugiarme en ellos. Pero es una evocación neblinosa y traslúcida, turbia, y lechosa; es como si mirara al pasado a través de un cristal empañado o de un fino velo. Los recuerdos se desdibujan, se tornan a cada instante más indefinidos, más ajenos.

Yo llevo ya varios días atacado por los sueños y estrellas, pero esta noche desaparecerá la fiebre y cesarán los estertores. Se marchará la tos pertinaz y los ahogos y la influenza irá en pos de otro enfermo. Lo anteriormente que anteriormente he dicho quedará allí, solo y sin significar nada, en un definitivo encierro, postrado sobre la cama manchado de flema y orines, con el corazón parado, viviendo una irreversible y eterna somnolencia.

Fin

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