Capítulo 3
PRESENTE
Escuchamos que la puerta de entrada se abre y que alguien empieza a subir las escaleras. Luego, un portazo en alguna de las habitaciones de arriba.
—Debe ser tu hermano —le digo a Mery—. ¿No es muy temprano?
—Sí, debe haberle pasado algo.
—¿Por qué no vas a hablar con él?
—Él no vino a hablar conmigo cuando yo estaba mal...
¡Vaya dos! Deberían dejar el orgullo a un lado, son hermanos y tienen que apoyarse. Supongo que han peleado por culpa del chico que le gusta a Mery.
—Pues nada, me toca a mí, como siempre —digo en tono de queja, aunque no me molesta hacerlo—. ¡Otra vez a subir la escalera!
—Gracias, abuela.
—¿Por qué? —cuestiono con el ceño fruncido.
—Por estar ahí para todos.
—Siempre voy a estar —aseguro y ella me sonríe—. Espérame, ahora vuelvo.
Subo las escaleras y recorro el pasillo hasta llegar a la habitación de Jay. Toco la puerta y, como nadie me responde, me arriesgo y entro, encontrándome con mi nieto en la cama mirando al techo. Me acerco y me siento junto a sus pies.
—¿Qué te ha pasado? —le pregunto.
—No me apetece hablar —responde sin mirarme.
—¿Prefieres hacerlo con África?
Se incorpora en cuanto escucha el nombre de su madre.
—No, no quiero preocuparla.
—Estoy segura de que ella podrá ayudarte mejor que yo.
—No, nadie puede ayudarme.
—Al menos desahógate conmigo —le aconsejo y niega con la cabeza.
Nos quedamos en silencio durante varios segundos. No sé cómo ayudarle si se cierra de esa forma.
—¿Mery está bien? —me pregunta.
—Está mejor —le contesto y meto mis dedos por su cabello para revolverlo, a pesar de saber que no le gusta. No se queja en esta ocasión—. ¿Por qué estáis enfadados?
—Da igual.
Suspiro.
—Deberíais hablar, ustedes se quieren mucho. —Mira hacia otro lado, ignorando lo que acabo de decir—. ¿Has cenado?
—No.
—¿Estás bien, Jay?
—No —responde entre dientes y sus ojos se aguan.
—Cariño, llorar no es algo malo, puedes hacerlo. —Sacude la cabeza, no va a permitírselo—. ¿Qué te ha pasado?
—Pues que soy un bicho raro —suelta con desprecio hacia sí mismo.
—No, Jay, no lo eres, ¿quién te ha dicho eso?
—Nadie, olvídalo.
Creía que por fin se estaba abriendo, pero no, parece que voy a tener que marcharme sin que me diga qué le ha pasado para que venga antes de lo previsto.
—Confía en mí —pido en un último intento.
—Es el idiota del que te hablé esta mañana, ¡estaba hablando de Mery como si fuera un objeto! No me pude callar, tenía que defenderla.
Ese niñato está mosqueando a la abuela.
—¿Qué decía?
—Contaba cómo... ya sabes, se acostó con ella y luego la dejó.
—Pero Mery me ha dicho que no se ha acostado con él —le digo llena de confusión y dudas, ¿me habrá mentido?
—Seguro que se lo ha inventado el hijo de... —Se muerde la lengua para no continuar.
—Hijo de puta —digo por él—. Entonces, ¿defendiste a Mery y él se metió contigo?
—Dijo que no entendía qué pintaba yo allí, que era un bicho raro y que debía buscarme amigos de mi edad... —me cuenta y se detiene a punto de llorar, así que aprovecho para acariciar su mejilla—. Todos estuvieron de acuerdo, incluso Toni. ¡Y yo no tengo treinta años, solo tengo quince!
Después de esto, rompe a llorar y lo envuelvo entre mis brazos. Es un niño grande y sabíamos que en algún momento esto le traería problemas.
—Tranquilo —susurro—. Nada de lo que dijo ese niñato es cierto.
—Tiene razón, ningún chico de mi edad luce como yo...
—Más quisieran, Jay —lo separo para mirarlo a los ojos—, ¿eres consciente de lo bueno que estás? —Consigo que sonría—. No le des vueltas a lo que te ha dicho, Tony y los demás le tienen miedo y por eso le dieron la razón.
Asiente.
—¿Puedo confesarte algo?
—Lo que quieras.
—Tengo mucho miedo, pronto seré un viejo y moriré.
Un nudo se forma en mi garganta, yo también tengo miedo, pero no puedo decírselo.
—Los médicos dijeron que tu esperanza de vida había subido a los treinta y cinco —le recuerdo para calmarlo.
—Sigue siendo poco...
—Lo sé, pero ¿sabes lo que eso significa? —Sacude la cabeza—. Que los tratamientos están dando resultados. Estoy segura de que conseguirán que vivas muchos años.
—No lo sé...
—Jay, hace poco pensaban que no superarías los veinte. Confía en la ciencia. Además, tienes algunas ventajas, las heridas se te curan más rápido. —Consigo que vuelva a sonreír.
Me quedo con él un rato más y luego bajo a la cocina para ayudar con la cena. África, al verme, intenta sonreír, sin embargo, noto que está preocupada, ¿qué pasa hoy en esta casa?
—¿Qué te pasa? —pregunto por enésima vez en el día de hoy.
—Lo estoy haciendo fatal.
—¿Por qué dices eso? Sé que cortar patatas requiere su práctica, pero las estás cortando bien —opino mirando lo que tiene entre las manos.
—No, no me refiero a eso—. Sonríe un poco—. Es con los chicos, Mery me ha dicho que Jay ha llegado y se ha encerrado en su habitación, has hablado con él, ¿no?, ¿qué le ha pasado?
—Tranquila, está bien.
—Dijo que no cenaría en casa, ha debido pasarle algo.
—Solo discutió con un chico y decidió volver a casa, no tiene importancia, de verdad.
Suspira con pesadez.
—¿Y a Mery qué le pasa? La he notado muy rara.
—¿Mery? ¿Rara? Qué va, si ha estado todo el día conmigo hablando de mis viejos tiempos, anda, deja de preocuparte.
—Vale, voy a intentarlo —dice—. ¿Ángel viene a cenar?
—No, hoy no.
Actualmente vivo con Ángel en una casa no muy lejos de aquí, por lo que me es muy fácil venir a cuidar de mis nietos cuando África y Sergio están trabajando.
Durante la cena, los niños están muy callados y distantes. No sé cómo pretenden que sus padres no se den cuenta de que están mal con esas caras.
—¿Qué os pasa? —pregunta Sergio.
—Nada —responden Mery y Jay a la vez.
—No estáis comiendo.
En ese momento, al pequeño Julen se le cae el vaso de agua al suelo y toda la atención se desplaza hacia él.
—Sin querer, papi —dice Julen.
—No pasa nada —le contesta mientras lo seca.
Antes de irme a casa, Mery me detiene y me pregunta:
—¿Vienes mañana?
—No, África trabaja por la mañana y tu padre por la tarde.
—Pero quiero que me sigas contando tu historia.
—Ven a mi casa si quieres —propongo y ella asiente—. Hasta mañana entonces.
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