Capítulo 1
PRESENTE
El pequeño Julen se acaba de quedar dormido, así que aprovecho para bajar a la cocina y preparar la merienda de Mery y Jay. Cuando termino grito sus nombres, pero el único que aparece en la cocina es Jay. Parece un adulto de treinta años cuando solo es un adolescente de quince, a veces no sé cómo debo tratarlo.
—¿Y tu hermana? —le pregunto y encoge los hombros, luego coge uno de los bocadillos que hay en la encimera—. Está muy rara últimamente, ¿sabes qué le pasa?
—Me lo imagino... —Hace una mueca de desagrado.
—¡Pues cuéntamelo! —demando.
—Ha estado saliendo con un chico —me cuenta y suelta un suspiro—. Es idiota y usa a las chicas a su antojo, no merece a Mery.
Siempre he sentido que Jay ha tratado de proteger a Mery de todos los peligros como si fuera su hermano mayor, aunque en realidad es el menor. Parece que de este peligro —lo que comúnmente llamamos amor—, no la puede proteger y eso le frustra.
—Intentaré hablar con ella —digo y Jay asiente.
—Yo he quedado con unos amigos —me informa—, dile a mi madre cuando llegue que no vendré a cenar.
—Está bien, ten cuidado.
Se acerca para dejar un beso en mi frente y, tras esto, sale de la cocina. A los pocos segundos, hago lo mismo y subo para ir a la habitación de mi nieta. Toco la puerta y no obtengo respuesta, así que lo intento una vez más.
—¡Quiero estar sola! —grita desde el otro lado.
Vaya, la cosa es seria.
—Mery, cariño, solo quiero hablar contigo —pido con voz dulce.
Estoy a punto de irme y dejarle su espacio cuando la puerta se abre. Tras ella, mi pequeña aparece en pijama, despeinada y con el rímel corrido por toda la cara.
Antes de decir nada, me acerco y la abrazo, provocando que rompa en llanto escondida en mi pecho. No me gusta verla así.
—¿Quieres hablar? —le pregunto en un susurro.
Entramos en su habitación, cerramos la puerta y nos sentamos en su cama. Mery apoya la espalda en la pared y mira a un punto fijo mientras trata de tranquilizarse.
—¿Qué te ha pasado?
—¿Me prometes que no le contarás nada a mi padre?
Dudo por unos segundos, no obstante, opto por ser su confidente.
—Te lo prometo.
Suspira y restriega sus manos por la cara para secar sus lágrimas, luego empieza:
—Me enamoré de un chico hace un par de años, pero nunca me prestó atención, hasta hace tres semanas en la fiesta de Kate.
Se queda callada y me mira de reojo, parece que le avergüenza hablar de esto conmigo. Debe pensar que voy a juzgarla cuando jamás lo haría.
—Nada de lo que digas me parecerá mal —le aseguro.
—Después de ese día hemos quedado varias veces, y ayer... joder... —Rompe a llorar de nuevo.
Me acerco más a ella y apoyo mi mano en su rodilla, mostrándole mi apoyo.
—¿Qué pasó ayer? —cuestiono y ella se mantiene en silencio—. Confía en mí.
—Me llevó a su casa y empezó a besarme y toquetearme, incluso metió su mano ahí... —cuenta con la voz entrecortada—. Entonces, bajó mi pantalón y le pedí que parara, pero no lo hizo y empecé a llorar. Él se enfadó mucho, me dijo que era una aburrida y que, si no me acostaba con él, me dejaría...
«Pedazo de cerdo», pienso en mi mente.
—¿Lo hiciste? —le pregunto con miedo, no me agrada la idea de que su primera vez haya sido de esa forma.
—No, no —responde a la vez que niega con la cabeza—, me fui y no he vuelto a hablar con él.
Aguanta durante unos segundos las ganas de volver a llorar, sin embargo, lo hace cuando la abrazo.
—Tranquila, cariño, solo tienes diecisiete años, todavía tienes que conocer a un montón de chicos más hasta que encuentres a el indicado.
—Jay me lo advirtió y no quise creerle —se queja de su comportamiento—. Tenía razón cuando me dijo que solo quería acostarse conmigo...
—Al menos no lo consiguió.
—Duele de todas formas. —Suspira—. ¿Siempre es así?
—Duele, aunque no de la misma forma para todas las personas —reflexiono—. Sé que ahora estás mal, pero se te pasará.
Intenta sonreír.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Estás enamorada de Ángel?
Lo pienso durante un buen rato, llegando a la conclusión de que, si lo estuviera, no tendría que pensarlo tanto. También porque después de esa pregunta solo aparece un nombre en mi cabeza, y no, no es el de Ángel.
—No, la verdad es que no —contesto con sinceridad—. El único hombre del que me enamoré de verdad es de tu abuelo.
—¿Cómo lo conociste? —pide saber con verdadera curiosidad.
—Es una historia muy larga —digo con tristeza.
—Pero nunca me han hablado de él, quiero saber cómo era.
En eso tiene razón, alguien debería contarle cómo era su abuelo, ¿y quién mejor que yo para hacerlo?
—Está bien, voy a contártelo, pero primero tienes que bajar a comer.
Acepta el trato y salimos de la habitación para bajar a la cocina. Cuando termina de comerse el bocadillo que le había preparado, nos acomodamos en el sofá del salón.
—¿Cómo fue? —pregunta entonces.
—Tenía dieciséis años...
PASADO
—Date prisa, Estrella, ¡nos están esperando! —se quejó mi mejor amiga, Natalie.
—Pues que sigan esperando —respondí mientras me aplicaba máscara de pestañas.
—Estoy harta de llegar tarde a todas partes por tu culpa.
—¿Qué es peor: llegar tarde o llegar fea?
Rodó los ojos y solté una carcajada. Yo, al menos, tenía clara la respuesta.
Nos subimos al coche de Carlos —amigo de Ronaldo y el chico con el que Natalie tenía sexo esporádico desde hacía varios meses—, y fuimos a nuestro bar favorito.
Me terminé el primer refresco que pedí y me levanté para ir a la barra a por otro, pero, antes de que pudiera llegar, me estampé contra un chico. Llevé mi mano izquierda hasta mi hombro derecho, donde había recibido el impacto, y emití un pequeño gemido de dolor.
—Joder, ¡mira por dónde vas! —le grité.
—Eh, relájate, pelirroja —dijo él con una sonrisa burlona.
Ronaldo llegó hasta nosotros en ese momento y me miró con desprecio, como si estuviese haciendo algo malo por estar hablando con aquel imbécil.
—¿Qué pasa aquí? ¿Tienes algún problema con mi chica? —preguntó al rubio con el que me había chocado de forma agresiva.
—Bueno, su chica chocó intencionadamente conmigo para tener una excusa para hablarme —respondió con diversión, parecía estar ebrio.
—Eso no es cierto —me apresuré a decir—, ¡él fue el que chocó conmigo!
Uno de los trabajadores se acercó hasta nosotros y nos dijo que, si continuábamos con el espectáculo, nos echarían del bar, así que volví a la mesa con Ronaldo y sin el refresco; y el rubio se sentó en una de las sillas que había junto a la barra.
No me quitó el ojo de encima durante todo el tiempo que estuve allí, haciéndome sentir incómoda.
Ronaldo decidió que nos marcháramos antes que Carlos y Natalie, por lo que tuvimos que irnos andando. Estaba raro y ni siquiera me había dado un beso en toda la noche, así que le pregunté:
—¿Te pasa algo?
—Sí, me pasa que últimamente te estás pasando de guarra.
«¿Me acaba de llamar guarra?», me pregunté con sorpresa, era la primera vez que lo hacía, pero no lo pensaba tolerar.
—¿Quién te crees que eres para hablarme así?
—Soy tu novio y debes respetarme —dijo con firmeza y luego añadió—: No debiste hablar con ese chico.
—Mira, guapo, estás muy equivocado si piensas que vas a decirme con quién tengo o no que hablar —respondí llena de rabia—. Ah, ¿y sabes qué? Ya no tienes novia.
—Tú a mí no me dejas. —Me agarró con fuerza del brazo y me zarandeó.
—¡Suéltame! —grité mientras me retorcía intentando liberarme.
Fue entonces cuando un chico que paseaba por el otro lado de la acera se acercó a nosotros.
—Ha dicho que la sueltes.
—¿Quién te ha pedido que te metas, cuatro ojos? —le gritó Ronaldo.
Pude ver en la mirada de aquel desconocido que estaba muerto de miedo, pero, aun así, volvió a hablar:
—Suéltala.
—Y si no lo hago, ¿qué?
Le dio un puñetazo al que acababa de convertirse en mi exnovio y consiguió que este me soltase. Entonces, Ronaldo le devolvió el golpe con mucha más fuerza y lo tiró al suelo, luego, comenzó a darle patadas en el estómago sin piedad. Me acerqué para tratar de detenerlo, pero me empujó y caí de espaldas.
Por suerte, dos hombres se acercaron al ver la escena y consiguieron detener a Ronaldo. Tras esto, lo amenazaron con llamar a la policía y el muy cobarde salió corriendo.
Me arrodillé frente al chico ensangrentado y comprobé que estaba inconsciente. Los hombres que me ayudaron llamaron a emergencias y esperaron junto a mí a que llegara la ambulancia. Y cuando lo hizo, lo acompañé al hospital porque era lo menos que podía hacer por él después de lo que él había hecho por mí.
El médico me informó que mi amigo estaba bien y que podía entrar a verlo. No dudé en hacerlo.
—Hola, soy Estrella —me presenté—. Muchas gracias por lo de antes, has sido muy valiente.
El chico, al cual pude apreciar mejor entonces, me miró y se mantuvo en silencio. Era rubio y sus ojos color chocolate, tenía varios moratones en la cara y las gafas que traía puestas cuando lo conocí ya no lo acompañaban.
—¿Cómo te llamas? —cuestioné porque seguía sin hablar.
—Iván —respondió.
—Te he dado las gracias por lo que has hecho antes.
—No fue nada...
—Sí que lo fue —le aseguré—. Oye, es tarde y mis padres deben estar preocupados por mí, ¿qué te parece si ahora me voy y mañana vuelvo? Por los tuyos no te preocupes, el doctor me dijo que los localizaron y que vienen de camino.
—No hace falta que vengas mañana.
—Lo haré igualmente —respondí a su negativa y le dediqué una sonrisa—. Hasta mañana, Iván.
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