Capítulo 2: Estrella perdida.
Es cerca del mediodía cuando me reclino sobre la silla del escritorio. Me hago un masaje con los dedos en los ojos cerrados, intentando organizar mis ideas revueltas. Escribir es un proceso agotador cuando no tienes un rumbo claro de lo que quieres lograr.
Abro los ojos y respiro hondo, mirando los objetos que hay sobre mi escritorio, la mayoría souvenirs de un viaje a Europa que se siente como de una vida pasada. Los observo fijamente, como si intentara llevar mi mente de nuevo a esos lugares, pero lo que busco no se encuentra ahí.
Es difícil seguir adelante cuando algo así marca tu vida; parece que nada de lo que hagas tendrá un valor similar. Una parte de mí también piensa eso, pero no por el viaje en sí, sino por lo que representó en su conjunto. No siempre es el destino, sino las experiencias que vives allí y cómo esas te marcan como persona.
Me levanto de la silla y me dirijo a la estantería de libros en busca de uno que me pueda servir de referencia. Normalmente algo de Margaret Atwood me vendría bien para la narrativa, pero necesito ideas que me ayuden a crear la trama que parece sacada de algún fanfic melodramático mal hecho.
Desisto de los libros cuando no encuentro nada con lo que pueda relacionarme, y eso que leo puro romance, vaya ironía, aunque también es cierto que lo que quiero es algo adicional.
Abro la puerta de mi cuarto, poco iluminado, y la luz LED de mi celular me hace acercarme para verificar los nuevos mensajes. Por supuesto, no hay ninguno suyo; después de lo grosero que fui, por fin debió haber desistido.
Intento que las emociones negativas no regresen y, en vez de eso, abro el baúl que está lleno de videojuegos de diferentes consolas.
Los videojuegos han sido una parte fundamental en mi vida. Han definido quién soy de muchas formas desde que era un niño que creó su Facebook solo para poder jugar Pet Society. No hay forma alguna en la que eso no defina quién soy; sé que también han potenciado el problema relacionado con la parte introvertida de mi ambivertismo, pero sacian una necesidad de querer sumergirme en el mundo que tiene cada juego, desentrañar su historia o conocer a sus personajes como un pequeño escape de la realidad.
Me siento en el suelo y abro el baúl de madera. Son juegos que ya no puedo jugar en la consola actual que tengo, por lo que, al abrirlo, desprende un ligero polvo que aparto con la mano. No recuerdo la última vez que lo abrí, siendo honesto. Probablemente cuando me mudé a este apartamento y lo puse en este rincón.
Mis manos apartan algunos juegos en busca de alguno que pueda servirme de inspiración, pero encuentro más polvo que ideas.
Desisto de buscar y me dejo caer sobre el suelo. No sé qué pretendía encontrar en un baúl lleno de juegos que una vez jugué y luego abandoné. Ahora solo hay un sentimiento de nostalgia al ver los títulos, pero sigue sin ser lo que busco.
Suspiro. Tengo trabajo que hacer.
Me incorporo del suelo y miro las carátulas una última vez antes de cerrar el baúl, pero una de ellas llama mi atención; la aparto de las demás y la saco.
"Super Mario Galaxy".
Veo al personaje principal flotando en el espacio con una sonrisa amplia. Es un juego al que le dediqué una cantidad absurda de horas, y ni se diga la continuación.
Vuelvo a observar al personaje e involuntariamente paso mis dedos sobre su rostro. Siento una presión en el pecho y tengo que soltar bruscamente el estuche.
A mi mente vienen ojos mirándome fijamente con dulzura. Tengo que levantarme e ir por agua.
"Debes tomar más agua, Elio". Escucho su voz resonando en mi cabeza como un viejo fantasma de hace años, cuando creía estar pintado por colores.
Mis manos buscan mi celular y tengo que llamarlo.
—Chanel, soy yo, por favor, te necesito —empiezo a decir, intentando no sonar desesperado, pero mi voz suena chillona por la forma en la que bebí el agua.
—Mira la hora, ya no estamos en la misma zona horaria —se queja, y aquí es donde me disculparía, pero no puedo.— Espero que no sea por el ghosting.
Pienso en eso. Es curioso cómo algo parece tan insignificante cuando vives algo mucho más complejo.
—No, eso no —respondo irritado.— Estaba intentando escribir la novela de la que te comenté, pero sigo sin poder concretar la idea.
—Oh no —suena somnoliento, debe ser de madrugada.— ¿Intentaste con la Taylor?
—No, no me encuentro últimamente en ese mood —confieso, mirando los rayos de luz que entran por la ventana.
El verano ya está por terminarse.
—Fui primero por libros, pero no hubo suerte, así que intenté con los juegos —mi voz se detiene; ni siquiera sé cómo contárselo a él, que es mi mejor amigo.
—Ya sé por dónde va la cosa —concluye por mí.
Nos quedamos en un largo silencio, uno reconfortante cuando dos personas se conocen. A pesar de que desde hace años no lo tengo cerca, sentir que está al otro lado de la línea es suficiente.
—Me voy a quedar dormido si no hablas —se queja, haciéndome irritar.
—Arruinaste el momento —le reprendo.
Ambos comenzamos a reírnos, y yo siento cómo los pensamientos hacia él se disipan.
—Gracias, Chanel, perdón por la hora —murmuro con una leve sonrisa en los labios.
—Está bien, para eso estamos —dice todavía con pereza.— Te ayudaría con el libro, pero tengo mucho sueño. Llámame más tarde si todavía no tienes nada claro.
—Lo haré, descansa, Chanel —digo antes de colgar.
Tomo una buena bocanada de aire y entro a la aplicación para responder los mensajes que no había contestado, con la idea de que me ayuden a llenar ese vacío de nuevo.
Algunos malos hábitos no cambian a pesar del paso del tiempo.
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