3
Llegué con bastante antelación al restaurante en el que habíamos quedado, reservé una mesa para los tres y enseguida me dirigieron al comedor. Me colocaron en una de cuatro comensales y pedí un refresco mientras esperaba. El ambiente era distendido, el local no estaba demasiado lleno, por lo que el hilo musical que sonaba se escuchaba sin problemas. El aire acondicionado estaba a una temperatura agradable y me había quitado la chaqueta de cuero. Mi casco reposaba en el asiento situado a mi lado.
Mandé un mensaje a Carlos, para advertirle que estaba esperándoles dentro del local. Me situé de manera estratégica para tener un primer plano de Emma cuando entrasen a la sala. Tenía mucha curiosidad por saber quién era, más aún sabiendo que ya la había visto antes. No podía imaginar de quién se trataba.
Pasaban cinco minutos de la hora acordada cuando vi aparecer a Carlos con sus pantalones tejanos y una sudadera negra, detrás venía su acompañante, que se puso a su lado y se dejó ver por fin. Llevaba puesto un vestido negro ajustado, unas botas altas y el pelo rubio recogido en una cola, pero su indumentaria no llamó mi atención, ¿Qué hacía la novia de Dennis con Carlos? ¿Y por qué venían ambos de la mano?
Mi cara debía tener subtítulos pues enseguida Carlos me presentó a Emma y me dijo que estaban saliendo juntos, después añadió que vendría alguien más a celebrar nuestro título universitario. Alguien que también conocía.
—¡Déjate de adivinanzas Carlos! Dime quién va a venir. —inquirí empezando a impacientarme.
—Es que es una sorpresa, se ha apuntado en el último momento... —Justificó Emma—. Está a punto de llegar, creo que está aparcando —dijo aquella chica sonriente.
—Bueno, está bien, ahora veré quién es, pero me tienes que aclarar qué haces con la novia de Dennis —dije apuntándole con un dedo.
Carlos levantó las manos en señal de rendición y me explicó:
—No se trata de la novia de Dennis, es su prima —y entonces añadió—. Dennis ha venido también. Está entrando ahora mismo.
Levanté la mirada y allí estaba él: con sus pantalones ajustados, una camisa blanca desabotonada y debajo una camiseta negra pegada al cuerpo. Se le marcaban los músculos, pero no me dejé llevar por el magnetismo que desprendía, sino más bien por la antipatía que le tenía.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó nada más llegar a nuestra mesa. Me puse de pie y quedamos cara a cara. Éramos de la misma estatura, él recorrió mi cuerpo con su mirada.
—¡¿Y tú qué miras?! Yo venía a celebrar el final de carrera de Carlos y el mío, no sabía que tú también ibas a estar —repliqué enfadada.
—Bueno, podemos ser civilizados y cenar los cuatro juntos. ¿No? —interrumpió Emma.
—¡No! —gritamos al unísono.
Carlos intentó poner paz entre nosotros, pero tener a Dennis delante me provocaban ganas de pegarle, sin razón, sólo por respirar. Nunca me había pasado con nadie pero sentía un odio tan visceral, irreflexivo y sin sentido... Aunque debía admitir que también tenía ganas de besarle y no lo comprendía ni lo aceptaba yo misma. Pero se trataba de una situación especial, una celebración que no quería estropear y decidí ser magnánima.
—Creo que podré comer con él esta vez —dije conteniendo mis impulsos, en voz baja.
—Sí, yo también puedo comer con ella, si no abre mucho la boca... —espetó Dennis con sorna.
—¿Para hablar contigo? prefiero hablar con la pared. ¡Ya hago suficiente con aguantarte! —le respondí tratando de controlar la ira que me invadía.
Carlos y Emma se reían por lo bajo, se miraban el uno al otro y en sus ojos había un brillo especial. Me di cuenta de que mi amigo no tenía la culpa de que me llevase tan mal con Dennis, se merecía tener su fiesta. Debía hacer un esfuerzo por él, ya que la de mi graduación ya estaba arruinada.
Saqué el casco del asiento de mi lado para que Dennis se sentara. Lo coloqué en un mueble que teníamos a nuestras espaldas. Nos acomodamos alrededor de la mesa y pedimos la comida. Sólo hablaban Carlos y Emma, nosotros dos sólo si nos preguntaban directamente. Si en algún momento nos tocábamos sin querer, saltaban chispas y notaba cómo un escalofrío me recorría por entero. Me concentré en mi plato y casi no levanté la vista. Lo intenté, de verdad lo hice pero, cuando íbamos por el postre, Carlos le preguntó a Dennis, de manera inocente, si me echaba de menos cuando entrenaba y él contestó:
—¿A quién? ¿A Nicole la pesada? No —dijo con seriedad.
Levanté la mirada del plato y la dirigí hacia él con todo el odio que sentía. El desprecio se reflejaba en mis ojos, la ira que estaba sintiendo en aquellos momentos me hizo reaccionar y mi primer impulso fue pegarle... pero lo reprimí. En el límite de mi paciencia decidí levantarme e irme sola. Necesitaba correr con la moto para desprenderme de todo aquel sentimiento confuso e inexplicable. Pues al mismo tiempo que le quería agredir, también deseaba besarle y eso me confundía. Ni siquiera hablé, o puede que sí dijera algo, no me di cuenta. Alcancé mi casco y mi chaqueta y me dirigí hacia la salida. Oí que Emma le gritaba:
—¡Ahora te has pasado, primo!, ¿no puedes mantener cerrada esa boca y tratar de llevarte bien con ella una sola noche? Lo has estropeado todo. Y tú, Carlos, menuda idea catastrófica tuviste.
Salí del restaurante después de pagar la parte que me correspondía de la cena y me dirigí hacia el aparcamiento donde tenía la moto. Escuché unos pasos detrás de mí, pero no me detuve hasta que no oí la voz de Emma llamándome.
—¡Espera, por favor! Nicole, siento lo de mi primo, él no es así, no sé lo que le pasa contigo — Trató de justificarle. Llegó a mi lado respirando con dificultad, pues había tenido que correr para atraparme. Me giré y la miré con atención, me di cuenta de que estaba apenada de verdad, de modo que le ofrecí una disculpa por haberme marchado de esa forma.
—Yo también lo siento, no quería que te llevaras esta impresión de mí. Pero no puedo aguantar más, necesitaba salir del restaurante o le hubiese pegado delante de todos. Voy a dar una vuelta con la moto, te diría que vinieses pero aquí no tengo ningún casco para dejarte.
—Espérame, vuelvo enseguida —respondió con una sonrisa. No me dijo qué pretendía hacer pero la esperé. Cuando regresó llevaba en las manos el casco de Dennis.
—¿Le has quitado el casco a tu primo? —le pregunté, aunque era obvio que sí— pues ven conmigo, vamos a volar —repuse, subiendo a mi moto con ella detrás.
La llevé hasta el circuito que yo utilizaba para entrenar, allí se podían hacer tandas si te hacías socia, yo lo utilizaba siempre que tenía un problema. Mi refugio era la velocidad.
—¿Te espero en las gradas? —preguntó esperanzada.
—No, te voy a dar una vuelta por el circuito a una velocidad prohibida en las carreteras normales —contesté con tranquilidad, mientras veía que ella estaba temblando.
—No me asustes, yo no tengo experiencia en esto —murmuró con voz ahogada.
—Tranquila, no correré demasiado, después te invito a tomar algo —le ofrecí intentando tranquilizarla.
Nos dirigimos a los vestuarios, en mi taquilla guardaba siempre dos monos de competición, por si tenía algún imprevisto. Le presté uno a Emma y nos cambiamos de ropa. Volvimos a la pista y pedí turno para hacer unas tandas.
No tardaron en darnos permiso y me subí a la moto con Emma detrás, aferrada a mi espalda. En cuanto aceleré oí los gritos emocionados y, todo sea dicho, asustados de mi acompañante. Dimos un par de vueltas, no fui demasiado rápido pero de todas formas cuando bajé de la moto estaba más tranquila. Emma en cambio estaba eufórica, con la adrenalina a tope. Lo había disfrutado igual que yo disfrutaba de una carrera. Nos acercamos a la cafetería y pedimos un café. Sentadas en la pequeña mesa, con nuestra taza en las manos, conversamos y descubrimos que teníamos muchas cosas en común.
La celebración del fin de mis estudios tuvo que posponerse, pero aquella tarde gané una amiga para toda la vida.
—En serio, ¿no te gusta nada de mi primo? —me dijo por cuarta vez mientras nos tomábamos el segundo café—, mira que es guapo el muchacho, al menos eso lo tienes que admitir.
—Ya te lo he dicho, no lo soporto, es superior a mí. Sí que es guapo, eso no puedo negarlo, aunque si se lo dices a alguien negaré mis palabras hasta la muerte —dije apuntándola con un dedo amenazador.
—¡Lo sabía! he visto cómo os miráis y he pensado: estos dos son tal para cual... Pero no te preocupes, ¡mis labios están sellados! —contestó con las manos en alto.
—De verdad que sois pesados. No sé por qué te lo he contado porque no me vais a dejar tranquila. Pero ahora hablando de otro tema... —comenté de pronto.
—Dime, si puedo ayudarte en algo cuenta conmigo —Se ofreció aún sin saber qué es lo que le iba a decir.
—Voy a empezar a buscar una escudería para competir. Carlos se ha ofrecido a ser mi mánager, pero mientras él no se pueda poner a trabajar, voy a empezar la búsqueda por mí misma. Este deporte es muy machista y las mujeres nos tenemos que esforzar el doble que ellos para que nos consideren buenas —le expliqué para ponerla en antecedentes.
—Eso es verdad, mi primo lo tuvo muy fácil, se presentó a una carrera y el dueño de la escudería lo vio y lo contrató. No ha tenido que demostrar nada. En este aspecto no te puedo ayudar mucho, pues no conozco a nadie en el mundo del motor —me dijo con una mirada triste.
—No te voy a pedir nada de eso, sólo que no le digáis a nadie del equipo que voy a buscar un patrocinador para volver a las carreras —supliqué mirando sus ojos.
—Tranquila, ¿a quién se lo podría decir? —contestó con una sonrisa triste en la cara—. En el círculo de Dennis me consideran una rubia tonta. Persigue tus sueños, siempre podrás contar conmigo.
—Gracias, Emma, creo que vamos a ser muy buenas amigas —afirmé segura de que ello.
Conversamos durante toda la tarde, sin decirle a los chicos dónde estábamos. Carlos y Dennis nos habían estado buscando desesperados, nos bombardearon con muchísimos mensajes que nosotras silenciamos para que nos dejaran tranquilas. Pero al final, decidimos dar señales de vida para que supieran que estábamos bien, así que les mandamos un mensaje de texto:
«Carlos, Dennis, lo sentimos mucho pero ahora necesitamos estar solas. Nos da pena fastidiar la fiesta pero otro día quedamos».
El mensaje le llegó al móvil de Carlos y nos contestaron enseguida:
«Tranquilas, si estáis bien ya le devolveréis el casco a Dennis otro día».
Cuando dejé a Emma en su casa nos dimos el número de teléfono, estaríamos en contacto.
Al día siguiente comencé a moverme por el círculo de las competiciones. Conocía a ciertas personas que podrían impulsar mi carrera, pero ninguna de ellas lo hizo.
Sólo una frase se me quedó grabada de todas las entrevistas que hice:
«Si fueras un chico no habría problema, pero en este caso me es imposible ayudarte».
Con esas palabras en mi mente, me metí en la cama esa noche y, aunque pareciera una locura, me levanté con una idea descabellada por la mañana.
La medité, estudié los pasos a dar para conseguirlo y la ayuda que me haría falta.
Era arriesgado pero merecía la pena por la recompensa final: correr en la categoría de MotoGP.
Desde el interior del cuerpo escogido, Eros trazaba sus planes para que Dennis y Nicole pudieran llegar a estar juntos, pero el joven Dios consideraba a los mortales seres sencillos fáciles de manipular. Por tanto sus tretas eran tan simples como inútiles.
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