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Era miércoles, el día en el que las clases se convertían en un verdadero infierno pues tenía materias por la mañana, por la tarde y por la noche me tocaba estudiar y hacer los trabajos pendientes. Carlos y yo nos encerrábamos en la biblioteca hasta que nos echaban, después seguíamos estudiando en una de nuestras habitaciones. La mañana se presentó muy pesada debido a todos los trabajos pendientes que pedían los profesores. Al llegar el mediodía recibí la llamada de teléfono que truncó mi día... y mi vida.
—¿Nicole? —preguntaban al otro lado de la línea—. Soy Jesús, te hablo desde el hospital.
—¿Qué ocurre? —inquirí preocupada mientras un mal presentimiento se apoderaba de mí.
—Se trata de tu padre. No se encontraba bien esta mañana y hace una hora lo han trasladado en una ambulancia —explicó con la voz entrecortada.
—¿Dónde está? ¿Qué tiene? —pregunté, intentando controlar el temblor en mi voz.
—No lo sé, debes venir al hospital provincial rápido. A mí no me quieren decir nada —respondió dejándome todavía más preocupada.
—Enseguida voy —repliqué. Colgué el teléfono y me despedí de Carlos con un escueto «luego te cuento». De inmediato salí del campus en dirección al hospital montada en mi Suzi.
Al llegar, los médicos me informaron que había sufrido un infarto y estaba grave. De repente, todo mi mundo se vino abajo, pues mis sueños y mis metas estaban ligadas a él. Mi padre me había introducido en un mundo de velocidad y adrenalina lleno de triunfos y logros. Pero sin su presencia ya no sería lo mismo, no podía perderlo.
Entré a su habitación y me pareció que dormía. Estaba conectado a varias máquinas que emitían unos pitidos constantes así que me acerqué a la cabecera de su cama despacio y, con mucha delicadeza, le cogí la mano. Suavemente le acaricié el brazo, consiguiendo que abriera los ojos un instante. En ese momento se giró hacia mí y sus labios, contraídos por el dolor, se curvaron en una sonrisa.
—Nicole, has llegado... creí que no te volvería a ver... yo... creo que... me reuniré con tu madre pronto.
Un nudo de dolor me atenazaba la garganta y, al escuchar su voz rota, el pánico se apoderó de mí.
—No digas eso, papá, te vas a poner bien ya verás. Ahora tienes que descansar, los médicos te pondrán de nuevo en forma —susurré cerca de su oído conteniendo las ganas de llorar.
—No, cariño, lo presiento. Siento que una fuerza desconocida tira de mí. Pero antes de... irme... quería hablar contigo —expresó con su voz cansada y apenas audible.
Sus ojos hacían un esfuerzo tenaz para permanecer abiertos, de modo que creí que lo mejor era dejarle descansar.
—Ya hablaremos cuando estés mejor, ahora necesitas recuperarte —susurré con dulzura. Traté de recolocar su almohada para que estuviese más cómodo, pero cuando vi sus ojos cerrarse e iba a dejarle dormir, me habló de nuevo.
—¡Espera! No te vayas... déjame verte otra vez. ¿Te he dicho alguna vez que eres igual a tu madre?... Quiero que me prometas que acabarás tus estudios antes de dedicarte a las carreras. Después persigue tus sueños, princesa, conseguirás llegar muy lejos en el mundo de las motos si te lo propones —murmuró con voz apenas audible.
Sus palabras, pronunciadas con tanta dificultad, hacían que mi corazón se rompiese en mil pedazos.
—No me digas esas cosas. Cuando consiga correr en MotoGP estarás a mi lado para celebrarlo... —rebatí, pues estaba convencida de ello, no concebía mi triunfo sin él. Sin embargo, se empeñaba en desarmar mi mundo.
—No, cariño, lo que más me duele es dejarte sola, lo siento. Me gustaría tanto verte triunfar... prométeme que harás lo posible por llegar a cumplir tus sueños... Confía en Jesús, te ayudará a conseguirlo. Desde que eras una niña te quiere como si fueras su familia...
—Te lo prometo, papá, pero no me dejes sola por favor —supliqué sin poder contenerme.
Las lágrimas brotaban sin control de mis ojos. Ver a mi padre allí tumbado y conectado a máquinas que le mantenían con vida, me partía el corazón. Parecía tan frágil e indefenso... Pero nunca creí que lo perdería. No pasó por mi pensamiento ni una sola vez la posibilidad de que pudiera suceder tan de repente: un segundo estaba mirándome y al siguiente se había ido. Las máquinas comenzaron a emitir pitidos estridentes. Los médicos y enfermeros vinieron corriendo y me echaron de la habitación. Cuando salí a la sala de espera ya sabía que no podría volver a hablar con él. Jesús me esperaba con un gesto interrogante, mas no se atrevió a preguntarme nada, sólo me abrazó muy fuerte y así nos quedamos, hasta que nos dieron la terrible noticia de la muerte de mi padre. Un relámpago de dolor me atravesó y tuve que sujetarme para no caer al suelo.
Después vino el silencio y la soledad. Cuando regresé a casa, su recuerdo estaba presente en cada rincón. Tuve que organizar el funeral y aún no sé cómo lo conseguí, mi conciencia estaba aletargada y veía lo que ocurría a mi alrededor cual espectador ante una película.
Al funeral asistieron todos los compañeros de la escudería, incluido Dennis. Él vino acompañado de aquella chica rubia de la que mi padre me había hablado. A pesar de no habernos visto nunca, ella se acercó a mí y me dijo que lo sentía. No nos conocíamos y fue una situación incómoda. La observé mientras se aproximaba: alta, delgada y rubia teñida; pero lo que más llamaba la atención era sus ojos verdes, éstos eran iguales a los de Carlos. Él, permaneció a mi lado todo el tiempo. Sin embargo Dennis, estaba muy afectado y se reflejaba en su expresión, pero no pasó de decirme unas escuetas palabras de consuelo.
Cuando todo acabó, regresé a la facultad y me concentré en sacar adelante el curso con un interés obsesivo. Podría continuar con mis estudios gracias a los ahorros que me había dejado mi padre. Estaba dispuesta a acabar la diplomatura lo antes posible para cumplir con mi promesa. Carlos me ayudaba con las clases y, si la soledad y los recuerdos me invadían, siempre podía contar con su apoyo. Me escuchaba y abrazaba cuando el dolor sobrepasaba mis límites y las lágrimas me nublaban la vista.
Los fines de semana iba a un circuito cercano a la facultad, allí corría como si no hubiese un mañana. Desahogaba mi corazón volando por el asfalto, pero no volví donde trabajaba mi padre; los recuerdos eran demasiado recientes y no estaba preparada para enfrentarme a ellos.
Durante las tandas me esforzaba en escuchar la moto, en detectar las posibles mejoras para implementarlas yo misma, gracias a las enseñanzas de mi padre. No competía, primero porque le prometí acabar los estudios y, segundo, porque no tenía ninguna escudería.
Carlos me confesó un día que mantenía una relación con una chica, de la que no quiso darme detalles. Los fines de semana se iba con ella y volvía el domingo por la tarde, claro que no me sorprendía pues era un chico muy atractivo. Seguro que la persona que había robado su corazón era muy bella, pero lo mantenía en secreto. Por el contrario yo no tenía ni quería pareja. Recordaba a Dennis con una extraña mezcla de cariño y rencor, me preguntaba si conseguiría llegar a MotoGP, como pretendía, o se estancaría y terminaría olvidado. Seguía su carrera en secreto y, una parte de mí, quería que llegase más alto, pero nunca lo admitiría delante de nadie, mucho menos de él.
—Hola, Nicole, ¡¿has visto la carrera de Moto3 esta mañana?! Corría Dennis en ella y ha hecho un buen papel —comentó un día Carlos sorprendiéndome.
—No me interesa saber nada de ese engreído pero... ¿desde cuando eres un aficionado a las motos? —pregunté un tanto extrañada.
—Desde que me llevaste al circuito donde te vi correr por primera vez. Allí voy los fines de semana, no te pido que me acompañes por no incomodarte, sé que no quieres volver de momento, pero todos preguntan por ti —comentó aclarando mis dudas.
Su voz se fue apagando hasta pronunciar la última palabra en un susurro.
—Y... ¿qué les dices? —inquirí curiosa, al darme cuenta de lo mucho que les echaba de menos.
—La verdad; que todavía no estás preparada para volver. Te mandan recuerdos y ánimos, pero no me atrevo a dártelos para no ponerte triste —repuso encogiéndose de hombros apenado.
—Cuéntame, ¿han contratado a alguien para sustituir a mi padre? —dije con el corazón encogido. Aunque la respuesta ya la sospechaba.
—Sí, un técnico joven. Se llama Jero y creo que, además de mecánico jefe, es el Team Manager de la escudería —respondió con cautela, mientras yo me perdía en mis pensamientos.
—Mi padre era un gran preparador, me enseñó tanto... —expresé en voz alta, sin darme cuenta.
—Siento que todavía lo eches tanto de menos. Ya estás a punto de acabar la licenciatura, podrás volver a las carreras como querías. Creo que eso te ayudará pa superar la muerte de tu padre —Intentó animarme mi amigo, sin conseguirlo del todo.
—Se lo prometí, Carlos, me hizo jurar que acabaría los estudios y después me dedicaría a mi pasión. Pero a veces... siento que no voy a poder cumplir ese sueño —susurré desanimada.
—No te rindas antes de empezar a luchar. Yo te ayudaré a conseguirlo y, si me dejas, puedo ser tu mánager —añadió con una sonrisa.
—Me gustaría mucho. ¿De verdad lo harías? Eres un buen amigo... Pero antes tenemos que acabar todos los exámenes —declaré con la voz apagada.
—¡Vamos anímate!, sólo nos quedan tres pruebas y lo hemos estudiado todo. ¡Aprobamos seguro! —exclamó dándome un pequeño empujón para que avanzara.
Fuimos juntos al aula donde hacíamos nuestros últimos exámenes. Me concentré en ellos, dejando atrás los sueños futuros y centrándome en el presente.
Quince días más tarde el resultado de las pruebas estaba colgado en la web. Carlos y yo, desde la biblioteca de la universidad, los consultábamos con una mezcla de ansiedad por saber y miedo por descubrir.
—¡Míralo tú!, Carlos, no quiero ver... —dije, tapándome la cara con las manos.
—Tranquila, seguro que hemos aprobado —apuntó tratando de calmar mi ansiedad, sin conseguirlo—. Dime tu contraseña...
—¡No me acuerdo! ¿Cuál puse?... ¡Ah, sí! Prueba con «Dennis odioso», todo junto.
Se me quedó mirando mientras sonreía.
—¿En serio pusiste eso? —preguntó jocoso.
—Sí, ¿qué pasa? ¡Míralo de una vez!, me mata la espera —repliqué intentando que se centrase en lo que importaba.
—Bien... aquí salen... Vaya, pues me esperaba otra cosa... —murmuró con cara de póker.
—¡Dilo de una vez! —contesté al borde de un ataque.
—Es que... No sé cómo decírtelo —dijo girándose hacia mí con la cara seria.
—¿He suspendido? —pregunté con una vocecilla desanimada. Me había tapado los ojos pero miraba entre los dedos a mi amigo.
—Si te destapases los ojos lo verías por ti misma. —Me quitó las manos de la cara con suavidad y pude ver su sonrisa y su mirada verde. Me transmitieron la calma y el valor necesario para mirar la pantalla del ordenador...
—¡Lo conseguí! —grité, emocionada al ver que por fin había acabado con mis estudios.
Aprobé todas las asignaturas y los créditos necesarios para obtener mi título. Estaba muy contenta y, por un instante, pensé en llamar a mi padre para contárselo... Aquello hizo el efecto de un jarro de agua fría. Carlos enseguida se percató de lo que me pasaba.
—Mírame, seguro que desde donde está, él puede verte y se alegra de tu hazaña. Vamos a celebrarlo —añadió pasando un brazo por mis hombros. Recuperé la calma y me giré de nuevo hacia él.
—Espera, ¡vamos a ver cómo te ha ido a ti! —exclamé tratando de pensar en otra cosa.
Abrimos su cuenta personal y comprobamos que también había aprobado, así que le propuse salir a celebrarlo esa misma noche.
—Está bien, pero... ¿te importa que venga también Emma? —expresó con ojitos de cachorro desvalido.
—Tranquilo, no me importa, ¡por fin podré conocerla! —exclamé contenta. Tenía ganas de saber quién era la elegida. Carlos era mi amigo, así que esperaba que nos llevásemos bien y convertirme en su amiga.
—En realidad ya la conoces, al menos de vista. Te sorprenderá —habló en tono enigmático.
—Ahora sí que estoy intrigada. ¡Adelántame algo! —le pedí en tono suplicante.
—Tendrás que esperar hasta esta noche —replicó Carlos sin caer en la magia de mis ojos.
Traté de sonsacarle información, de cómo la había conocido, dónde la había visto... Pero resultó del todo imposible. Al final tuve que rendirme y esperar para saberlo.
Me dirigí a mi habitación, allí me duché y cambié para salir. Mi compañera de cuarto me miró sorprendida, pues, en todo el tiempo que habíamos convivido, no me había arreglado para salir ni una sola vez. Me puse unos pantalones ajustados y una camiseta que marcaba mis curvas, mis botas altas de tacón y una chaqueta de cuero tipo motorista, todo negro. Me miré al espejo y, con mi pelo rojo suelto, parecía una diabla escapada del infierno. Me hizo gracia la imagen que vi reflejada y pensé: «Si Dennis me viera así alucinaría».
Salí del campus montada en mi moto, dispuesta a celebrar el fin de una etapa de mi vida y el principio de otra. ¿Qué sorpresas me depararía el destino?...
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