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Cuando cumplí los dieciocho años apareció en el circuito, un chico dos años mayor que yo, que estaba patrocinado por el equipo en el que trabajaba mi padre. Al verlo por primera vez, quedé impactada: sus ojos dorados y su pelo castaño claro me llamaron la atención. Era muy atractivo y mi corazón se aceleró al verle, aunque de inmediato empecé a sentir una antipatía que, sin saber la razón, me llevó también a odiarlo. Sólo sentir sus ojos sobre mí, provocaba un efecto de atracción y rechazo. Me dejaba tan confundida que no me atrevía a analizar mis sentimientos.
Aquél primer día que coincidimos en el circuito, por la tarde, se desató una terrible tempestad con rayos y truenos que nos impidió entrenar. A pesar de ser algo ilógico e imposible, siempre pensé que la culpa de aquél clima la tuvo él.
Después de compartir varias semanas de entrenamiento, nuestra relación seguía siendo tormentosa. Dennis creía que, por ser un chico, era mejor que yo, pero siempre me esforzaba en demostrarle que estaba equivocado...
—Dennis, tienes que probar las suspensiones de la moto para ajustarlas a tu peso antes de la competición —decía uno de los técnicos.
—De acuerdo, vamos a ello. ¿Dónde está la loca de Nicole? —inquirió mientras me buscaba por el Box.
—Ahora viene, ¿quieres que salga contigo en la parrilla? —le preguntó un mecánico, riendo, mientras yo escuchaba detrás de la puerta del vestuario.
Todos mis demonios interiores se despertaron de golpe. Más aún cuando exclamó:
—¡Vamos a ver si puede conmigo! Voy a ganarle la vuelta rápida a esa niñita bonita, Jesús.
Hoy la voy a humillar en el circuito —Escuché la risa del técnico, amigo de mi padre, y me subió la adrenalina y algo más que no supe descifrar.
—¡Engreído! ¡Lo que vas a hacer es chupar rueda detrás de mi! ¡Estúpido! —dije segura, mientras aparecía hecha una furia—. Dile a este prepotente que se prepare para recibir una paliza, Jesús. ¡No sabe con quién se está metiendo!
—¡Vamos, Bonita de cara, demuestra lo que eres capaz de hacer! No te tengo miedo —dijo con sorna
—¡¿Qué pretendes?! ¡Te voy a machacar! Vas a ver —exclamé en voz alta.
—O lo verás tú —replicó señalándome amenazador.
—Lo dudo —respondí a su provocación girándome para darle la espalda.
—Vamos, chicos, besaos ya o salir de aquí. Nos tenéis hartos —exclamó alguien, entre risas, ganándose un exabrupto de ambos...
—¡Tú, cállate! —coreamos los dos y, después, Dennis me lanzó una mirada desafiante, cargada de rencor y rabia. La misma que yo sentía por él.
Siempre estaba pinchándome y usaba cualquier excusa para iniciar una competición conmigo. No voy a negar que a veces me ganaba, aunque en la mayoría de ocasiones, era yo la que salía triunfante.
Ese día la competitividad entre nosotros estaba al máximo nivel y se reflejó en nuestro entrenamiento.
Arrancamos desde la parrilla de salida y en la primera vuelta, él tomó la delantera. Yo iba a rebufo, buscando el momento justo para rebasarle. Cuando llegamos a la última curva del circuito, aceleré al máximo. Él se abrió un poco, dejando hueco y le adelanté sin ningún problema por el interior. Ya en la recta final, estrujé el motor y conseguí cruzar en primer lugar la línea de meta. Había sido una carrera perfecta, sin presionar, para que se confiara y poder adelantarlo en el último momento.
—¡Sí, lo conseguí ¿has visto eso, papá?! —exclamé mientras me quitaba el casco. Mi padre vino hacia mí y me dio un abrazo.
—Ha sido increíble, cariño, has estado genial.
Me giré sólo para ver cómo Dennis desaparecía de mi vista y se iba a cambiar al vestuario. Una pizca de remordimiento me invadió, pero de inmediato se evaporó. No me daba pena, él siempre se burlaba de mí cuando ganaba. Lo que no sabía cuando competía conmigo era que me había criado sobre una moto. Tenía mucha más experiencia que él en el mundo de las dos ruedas. Mi habilidad se debía en gran parte a que, desde pequeña, todas las tardes iba a los Boxes con mi padre y sacaba mi «Suzi», una moto3 de 250cc, para dar vueltas en el circuito. Desde el principio los compañeros de trabajo de papá me enseñaron trucos y estrategias para sacar el máximo provecho a mi máquina, de manera que tenía recursos suficientes para ganar a Dennis y a quien se cruzara conmigo. Poco a poco, Suzi fue formando parte de mí: mi sangre y su gasolina eran una sola cosa. Sentir el viento y volar sobre el asfalto se había convertido en mi vía de escape ante las dificultades.
Mientras corría, me sentía libre como un pájaro. No mentiré, me caí muchas veces, pero eso me ayudó a conocer mis límites y los de mi montura y así, lograr levantarme siempre.
Las anécdotas y pequeñas competiciones entre Dennis y yo continuaban a diario. Nunca traspasamos la línea de la deportividad, pero nuestros choques verbales eran continuos. El resto del equipo nos observaba y reía con nuestras discusiones...
—¡Estás loca! Casi consigues que nos caigamos. ¡A ver si tenemos más cabeza! ¡El asfalto estaba mojado, ¿ no lo ves?! —exclamó Dennis un día de lluvia, mientras bajábamos de la moto tras uno de los entrenamientos habituales.
—¿Quién lo dice? ni siquiera me he acercado a ti, ¡si tanto miedo tienes, dedícate a otra cosa! —contesté empezando a enfadarme. ¿Quién se pensaba que era para decirme lo que se podía o no hacer?
—¡Estamos entrenando! ¡¿Acaso quieres matarte?!
—Mira como tiemblo... Lo tenía todo controlado, ni te he rozado. Que tú seas tan cobarde no significa que los demás lo seamos también —repliqué airada.
Le provoqué a propósito, no me gustaban sus aires de sabelotodo. ¿Acaso creía que podría ir dándome clases? De sobra sabía que yo tenía mucha más experiencia corriendo.
—¡No es eso, sólo soy consciente del peligro! No como tú, que vas por la vida como si fueras inmortal. Pero si sigues así, cuando te des cuenta estarás fuera de carrera con una lesión.
Con tono paternalista trataba siempre de sentar cátedra. No dejaba nunca de criticar lo que hacía, pero yo le contestaba sin pelos en la lengua y procuraba darle donde más le dolía.
—El que no arriesga no gana. ¡Te volví a vencer y punto! —anuncié categórica mientras sonreía.
—¡Quiero la revancha! —exclamó enfadado.
Sin contestar le enseñé el dedo medio y me marché en busca de mi padre.
Los entrenamientos de Dennis venían marcados por el Team Manager del equipo. Yo me colaba, siempre que era posible, para correr con él. Mi padre dedicaba su tiempo libre a entrenarme y se encargaba de mantener y mejorar mi moto; ahora ya corría con una 765cc en la categoría de Moto2.
Ese invierno me mudé al campus de la universidad para estudiar segundo y tercero de traducción e interpretación. Mis entrenamientos se vieron reducidos de forma drástica, ya que sólo podía regresar a casa los fines de semana. Había parado mis participaciones en los torneos hasta sacarme la carrera y estaba decidida a acabar los estudios lo antes posible, porque quería dedicarme a lo que de verdad me apasionaba: la competición.
Con suerte, el año siguiente habría acabado la licenciatura y podría buscar patrocinador. Aunque era complicado por mi condición de mujer, si me dejaban enseñarles lo que era capaz de hacer encima de una moto, no dudarían en promocionarme.
Al intentar sacar dos cursos en un año, siempre tuve mucho trabajo pendiente, muy poco tiempo libre y ningunas ganas de salir con nadie. Pero conocí a Carlos, un chico tímido que compartía muchas clases conmigo. Nos hicimos amigos, era un cielo, siempre estaba ahí cuando lo necesitaba. Estudiábamos y hacíamos los trabajos juntos.
—Carlos, ¿Qué vas a hacer este fin de semana? —le pregunté un viernes después de clase.
—Nada en especial, me iré a casa y dormiré como una marmota —comentó mientras nos dirigíamos a la salida. Me miró con sus ojos verdes y no pude resistirme a proponerle:
—¿Por qué no te vienes conmigo en la moto? Te llevarás una sorpresa.
Puse mi carita de niña buena que siempre funcionaba con todos. Decidí que mi amigo se merecía conocer mi verdadera pasión. Estuvo un rato meditando, pero al final accedió. Le presté un casco y por la tarde, después de comer, nos dirigimos a mi casa.
—¡Por favor, no corras que nunca he montado en moto!. ¡Tengo miedo! —chilló, cuando arranqué.
—Tranquilo, tengo mucha experiencia con ellas —respondí riendo, intentando que me oyese a pesar del ruido del motor.
Me resultaba gracioso que, siendo él un chico, no supiese conducir una moto. Pero por fortuna, los roles en la actualidad no estaban tan marcados...
Llegamos al anochecer y no pude enseñarle el circuito, pero sabía que al día siguiente se sorprendería al verme en acción. En casa, mi padre nos esperaba con la cena preparada y había dispuesto una habitación para Carlos.
—¿Cómo va todo con el equipo, papá? —indagué, mientras cenábamos.
—Bien, Dennis ya se defiende mejor en las curvas y está llegando a un punto de inflexión en su carrera: si se estanca quedará en el olvido, pero si sabe evolucionar y mejorar, podrá llegar muy lejos —explicó mostrando las manos, intentando expresar su impotencia en el tema.
—¿Quién es Dennis? —Se sorprendió Carlos. Nunca le había hablado de él.
—Es un corredor de motos. Es bueno, pero le falta un punto de riesgo para ser el mejor —le explicó mi padre y luego me miró—. Ha venido con una chica este mes. No sé quién es. Siempre esperé que vosotros acabaseis juntos al resolver vuestras disputas, pero veo que me equivocaba... Perdona, Carlos, porque no sé si tienes alguna relación con mi hija.
—No se preocupe, sólo somos amigos. Coincidimos en muchas clases y hacemos trabajos juntos. Nada más... —explicó él enseguida, sonrojándose.
—Si tú lo dices... Pero yo no me chupo el dedo, chico... Hablando de otro tema, ¿Vais a salir esta noche? —inquirió mirándome de nuevo.
—No lo tenía pensado... ¿quieres que vayamos a tomar algo?—le pregunté a Carlos.
—Por mí no, gracias. Necesito dormir diez horas seguidas para recuperarme de las últimas semanas de exámenes —murmuró corroborando su afirmación con un sonoro bostezo.
—Muy bien —puntualizó mi padre—. Yo ya me retiro a dormir... ¡ Y ojito con lo que hacéis que tengo muy buen oído! —advirtió señalándonos amenazador.
—¡Papá, ya te dije que es un amigo! —exclamé riendo.
Mi padre se fue a dormir y poco después lo imitamos nosotros. Caí rendida tras haber estado en tensión toda la semana con los exámenes. Antes de dormirme, tuve un último pensamiento para Dennis y su «nueva novia». No sabía por qué pero sin conocerla, ya me caía mal.
A la mañana siguiente despertamos con las pilas cargadas y, después de desayunar, fuimos al circuito con mi padre. Carlos lo miraba todo alucinado, el ambiente estaba exaltado y me saludaron con efusividad, con abrazos incluidos, pues hacía mucho tiempo que no iba por allí. Como siempre, me pidieron que corriese con una de las motos nuevas para que les diese mi opinión y accedí encantada.
Carlos se quedó junto a mi padre mientras me cambiaba y cuando aparecí con el mono puesto y el casco en la mano se quedó muy sorprendido. Mi melena pelirroja estaba suelta, ondeaba al viento y me hacía parecer más salvaje. No lo decía yo, sino mi padre y sus compañeros. En ese momento llegó también Dennis y le saludé con un simple «hola». Aunque por un momento quise decirle algo más, en vez de hacerlo, le saqué la lengua con un gesto infantil y me coloqué el casco.
Nos dirigimos a la parrilla, nos subimos en las motos y, cuando dieron la salida, tomé la delantera. Iba atenta al motor y las suspensiones, a la estabilidad en las curvas, lo vigilaba todo. Después les daría los datos a los mecánicos para que ajustasen el motor. No era una carrera, lo sabía, pero en el momento en que Dennis quiso adelantarme, se me olvidó y aceleré. Él parecía sentir el mismo impulso. Volvimos a enfrascarnos en una competición personal.
Terminamos la vuelta muy ajustados, sin saber con seguridad quién ganó, pero la adrenalina nos subió a niveles astronómicos.
—No era una carrera, sólo queríamos saber los detalles técnicos —. Escuché como decía mi padre, en tono acusador.
—Lo sé, pero no puedo evitarlo... Y Dennis tampoco —expresé a modo de disculpa.
Pasamos la mañana entre técnicos y mecánicos. Carlos me miraba, parecía fuera de lugar, mientras Dennis y yo discutíamos los detalles sobre motores, suspensiones, potencia y un sinfín de tecnicismos. Sobre las dos de la tarde nos fuimos a comer todos al restaurante al que íbamos siempre.
—Nunca hubiera imaginado que te gustaran tanto las motos, Nicole. Se te ilumina la cara cuando hablas de ellas, has conseguido sorprenderme —comentó durante la comida.
—Quería enseñarte lo que de verdad me apasiona. Eres mi amigo y el único que lo sabe fuera de aquí a partir de ahora. ¡Tienes que guardarme el secreto! —exigí poniéndome seria.
—Descuida, soy una tumba, pero me asusté cuando te vi volar sobre el circuito. ¿No tienes miedo? —preguntó con interés.
—No. Además, hoy no corrí mucho, deberías verme cuando la moto está bien ajustada. ¡Quiero llegar a ser piloto de motoGP! Cuando acabe mis estudios, buscaré algún equipo para participar —explicaba emocionada.
—¿Puedo preguntarte una cosa? —inquirió mirándome a los ojos y asentí extrañada—. Ese Dennis y tú... ¿tenéis alguna relación?
—No, solo somos rivales desde que vino al equipo. De hecho, ni siquiera me cae bien —contesté rápido, sin detenerme a pensar en ello. Sólo el hecho de escuchar tal pregunta, removió algo en mi interior.
—A veces, parece que os coméis con los ojos... —comentó en voz baja, casi para sí mismo.
—No te equivoques con él, no me cae bien, es un engreído y no lo soporto —afirmé con rotundidad.
Carlos me miró con expresión escéptica. Como si no creyera en mis palabras o como si supiera algo que yo desconocía.
—Cariño, no me encuentro muy bien. Me voy a ir a casa —interrumpió mi padre, con la mano en el pecho. Le miré y me dio la impresión de que podría ser algo grave.
—¿Qué tienes, papá? ¿Vamos al médico? —pregunté enseguida, preocupada por su salud.
—No te preocupes, seguro que no es nada. Estoy demasiado viejo para tantas emociones —respondió quitándole importancia al asunto.
Acompañamos a casa a mi padre y el domingo por la tarde volvimos al campus de la universidad. Aunque fue por pocos días, ya que un terrible suceso truncaría mi vida...
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