44. No puedo

Máximo aproxima su cuerpo más al mío y ya no hay ni distancia entre nosotros. Me observa los labios, aunque tiene los suyos bastante cerca, su mano toca mi mejilla y procede a hablar.

―¿Nunca vas a perdonarme? ―vuelve a preguntarme como antes y duda de hacer alguna acción.

Obvio, sabe que lo puedo golpear.

―Si me dices qué pasó en la fiesta, quizás lo considere.

Claro que miento, no puedo ni considerar algo como eso. No después de haber sido tratada como basura, no pienso olvidarlo.

Sonríe.

―Ya te dije lo que tienes que hacer para obtener esa respuesta.

―¿No te basta con que me haya acostado contigo ebria y encima quieres que lo haga sobria? No digas estupideces. ―Bufo.

―No puedo evitar desear oír tus gemidos, pero los verdaderos ―susurra en mi oído y yo sin embargo ni me muevo con esa aclaración tan pervertida.

―¿Y qué te hace pensar que tú me causarías placer? Otra estupidez más y vomitaré.

―Pues si no quieres que te cuente qué pasó esa noche pues...

―¿Cómo sé que no me vas a mentir? ―lo interrumpo con una pregunta.

―Tendrás que confiar en mí. ―Comienza a besar mi cuello y siento como mis nervios aumentan.

¿En serio voy a caer tan bajo?

Su rostro se acomoda en frente del mío y se muerde el labio inferior al darse cuenta que no lo estoy rechazando.

―Me estoy emocionado ―apenas dice aquello no tarda ni un segundo que estampa sus labios con los míos, en un movimiento rápido y agresivo, como si hubiera estado esperando esto hace mucho tiempo. Mete su lengua que busca la mía y al notar que lo sigo en el beso, automáticamente se emociona más agarrando mi cintura, y si antes estábamos cerca, esto era más, mucho más. Su mano baja hasta mi pollera y lo detengo―. ¿Qué pasa?

―No... no puedo ―exclamo agitada y siento el rubor de mis mejillas que arden por el calor.

Esto es demasiado para poder soportarlo, mi mente no me deja tranquila y no puedo simplemente olvidar solo para obtener esa respuesta.

―Carina... ―Vuelve a acercar su rostro al mío, pero yo le muevo la cara para que no lo consiga.

―Suéltame ―exijo nerviosa.

―Es que...

―De... déjame ―digo angustiada y me suelta al ver mis ojos humedecerse.

―Lo siento. ―Saca la llave de su bolsillo y me la entrega.

La agarro rápido y salgo corriendo de allí.

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