Mini Smaug

Con un poco de esfuerzo, Candela se arrastró debajo del futón y encendió la linterna. El haz de luz le reveló en seguida dónde estaban las monedas: en un rincón formado por la biblioteca y la pared, tapado a medias por la pata del sillón. Allí, en un pulcro montoncito brillante, estaban todas las monedas que había perdido quién sabía desde cuándo. En la base llegó a reconocer una de un centavo.

Sin embargo, eso no era lo más increíble. En la cima del montón, la miraba fijamente un pequeño dragón, del tamaño de un colibrí.

—¡Es mío eso! –dijo ella, sorprendida.

El dragón gruñó. Extendió una garra para abarcar parte del montón y atrajo algunas monedas lejanas hacia él.

—¡Me las robaste!

El animal levantó los hombros.

—Devolvémelas.

Le respondió con un gruñido, y su respiración se hizo más pesada. Cuando comenzó a exhalar humo, Candela se alejó un poco.

—Está bien, está bien.

El dragón se incorporó, dio un par de vueltas sobre sí mismo y se acostó dándole la espalda.

Candela comenzó a arrastrarse hacia afuera. «Maldito bicho ladrón», pensaba. «Ya vas a ver cuando consiga un matafuegos.» mientras tanto, tendría que buscar un lugar para esconder sus monedas. Ya estaban circulando las de diez pesos, y no podía darse el lujo de perderlas.

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