Arritmia

(Variaciones sobre un video de Pet Shop Boys)

I

El vampiro, un hombre ya entrado en años, pero no por eso menos elegante, había estado observando a la joven pareja desde que llegaron en la limusina, y siguió espiándolos durante toda la fiesta, hasta que juntó el valor necesario para interrumpirlos, y se les apareció en la puerta del dormitorio principal, antes de que siquiera llegaran a quitarse los zapatos.

Los recién casados se paralizaron al ver al hombre, pálido y ojeroso, con las mejillas hundidas y unas uñas inhumanamente largas, siniestro a pesar del pulcro traje y el ramo de flores en la mano. El contraste entre su aspecto de muerto viviente y la muda declaración de amor le resultó tan chocante al novio que tardó en comprender lo que sucedía.

La muchacha, por su parte, fue más ágil. Ante la elección que se le ofrecía, evaluó sus opciones y, al fin, fascinada por la intensidad de la pasión que se adivinaba en la mirada del vampiro, soltó la mano de su flamante esposo y se fue con aquel.

Años después, cuando la rutina y la convivencia apagaran el fuego, el vampiro se echaría en cara la estupidez de haberse dejado llevar por un impulso digno de un adolescente. La diferencia de edad era tan grande, que no podían ni sentarse a escuchar música juntos sin que uno de los dos criticara el mal gusto del otro.


II

Ante la grotesca imagen del vampiro con el ramo de flores, la recién casada se estremece pensando en lo que quizás pretende. No quiere pasar la eternidad como un muerto viviente; elige la vida y al hombre que conoce, y abandona a aquel ser inhumano a su miseria.

Huye, entonces, la pareja en la limusina que los había llevado a la antigua mansión devenida hotel y salón de fiestas, y se funden en un tembloroso beso, aliviados de haberse alejado del Mal.

Pocos años después...

—Gorda.

—¿Qué?

—¿Estás haciendo la comida?

—Estoy limpiando el baño. Quería hacerlo ayer, pero llegué tarde del trabajo. ¿Por qué no la hacés vos?

—Estoy ocupado.

—¿Qué hacés?

—Compro herramientas por Internet.

—Bueh, ya que estás, entonces, pedí una pizza.

—¿No podés pedirla vos?

La esposa no contesta. Lanza un bufido y vuelve a fregar, la pared, esta vez con más fuerza, mientras evoca en su mente el ya lejano día de la boda y se pregunta por qué diablos no se fugó con el vampiro.


III

Mientras la flamante esposa huye con el monstruo en la misma limusina que los trajo, el novio observa por la ventana del dormitorio principal, intentando procesar lo que acaba de suceder.

En su mente sigue repitiendo las últimas palabras que le dijo ella antes de soltarle la mano: «Lo siento.» Lo siento, lo siento, lo siento... Sin darse cuenta, comienza a decirlo en voz alta con los dientes apretados:

—Lo siento... Lo siento... Lo siento...

Cierra los puños con firmeza. Si ella lo siente ahora, más lo va a sentir cuando él los encuentre y les clave la estaca en el corazón.

Con ese pensamiento fijo en la mente, se da vuelta, va hacia la silla del rincón y, con una fuerza que solo le puede dar la furia que lo domina, le rompe una pata, de tal manera que la parte rota termina en punta. Satisfecho, sale de la habitación y, sin detenerse, abandona el hotel ignorando al administrador, que lo buscaba darle la factura del alquiler.


IV

El novio no puede salir de su estupo ante lo insólito de la situación. Un vampiro salido de la nada corteja a la que es su esposa hace menos de quince minutos. Del estupor pasa a la consternación cuando se da cuenta de que ella está dudando: los mira alternadamente, con los ojos muy abiertos, sin decir una palabra. La mano que sostiene la suya afloja apenas el agarre, por lo que él aprieta y tironea con suavidad, lo suficiente para acercar la boca a su oído y susurrar con los dientes apretados:

—Espero que no estés considerando irte con él.

—Soy inmortal —se adelantó a decir el vampiro. Tenía la voz aterciopelada y hablaba con un tono seductor—; puedo ofrecerte la inmortalidad. Tengo títulos, tierras y castillos en Europa. Puedo llevarte a recorrer el continente. ¿Qué puede darte este? Un departamento alquilado, trabajo doble, porque no le veo cara de lavar platos, y quince días de vacaciones en la costa, con suerte.

—Pero no tengo olor a muerto —replicó el novio, infantil—. Y podremos salir de noche.

—¿En serio? —rio el vampiro—. Ven dentro de cinco años a decirme cuántas veces la invitaste a cenar afuera.

El muchacho estaba a punto de gritar alguna clase de barbaridad, cuando se dio cuenta de que la joven ya no estaba. De hecho, se había dado a la fuga y se encontraba en la limusina, manejando a toda velocidad para alejarse lo más pronto posible de los dos.

Él se pegó a la ventana, mirando desolado la pequeña mancha negra que se achicaba por la ruta. Estaba tan perdido en su propia miseria, que no oyó los pasos del vampiro, que se acercaba, y menos sintió la mordida fatal en su cuello.

Al vampiro, por su parte, la desaparición de la muchacha no lo había afectado en absoluto. Todavía quedaba el joven esposo, y él no le hacía asco a nada con tal de alimentarse.


V

El novio permanece inmóvil, estupefacto. No porque resulta que los vampiros son reales. Tampoco, porque apareció uno en el mismísimo hotel donde se encuentra en este momento. Mucho menos, porque tuvo la desfachatez (por decirlo de una manera elegante) de venir a declararle su amor a su esposa. Su recientísima esposa.

No. Lo que lo tiene parado ahí, en el medio de la habitación, es la incapacidad de creer que ella lo haya dejado por un desconocido. Un desconocido que, por casualidad, es un ente del mal.

Y se están besando delante de él, como si no existiera. Es demasiado para asimilar en tan poco tiempo.

En un momento en que se detienen para verse a los ojos, la muchacha desvía la mirada hacia el joven. Le sonríe tristemente, se diría que con lástima, y le susurra algo al Otro. Este se da vuelta hacia él, también, y lo mira de arriba abajo. Le extiende la horrorosa mano, y ella lo imita.

«Ven» parecen decir. «Únete a nosotros».

El esposo retrocede un paso, asqueado. Pero las miradas son intensas, y le es imposible apartar la vista de ellos. La poca resistencia que puede oponer se desvanece ante la sonrisa sincera de ella. Extiende la mano él también y toma la suya.

Quizás, tener una relación abierta no sea tan malo, después de todo.


VI

Escondido tras la puerta entornada, el vampiro observa a la pareja de recién casados. Tiene un ramo de rosas rojas en la mano, pero lo asaltó la duda a último momento. Quizás no es el mejor momento para aparecerse.

La novia es hermosa y el novio tiene cara de estúpido; él está seguro de que ella aceptará acompañarlo, pero se la ve cansada. Se acostó en la cama así como entró, con vestido y todo. Apenas se sacó los zapatos. El esposo está sentado junto a ella y le masajea la espalda. Se oye un ronquido, y él se levanta y comienza a desvestirse. Finalmente, se acuesta.

El vampiro retrocede. No, no es el momento. Vuelve a su guarida a dejar las flores. Es mejor esperar a que sea noche cerrada para aparecerse y alimentarse del esposo en silencio. Quizás, la novia sea más receptiva a su propuesta una vez que haya descansado.

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