7. Sentimientos

Esa noche, Sai me dejó en casa de Delia y se fue en silencio. No pude explicarle las razones que me llevaron a ese lugar ni él hizo el intento de averiguarlo. Y así pasaron varios días.

Lo busqué algunas veces en el correo, pero me dijeron que él se había ausentado y no sabían por qué. También fui a su casa en vano, pues su hermana no me permitía pasar y solo me daba la excusa de que él estaba ocupado.

Era abrumadora la impotencia que sentía, estaba atada de manos y no tenía idea de qué hacer para cambiar eso. Tampoco pude evitar que Emma cayera en las garras de Mitch. El día anterior me confirmó que «un señor» la había ayudado a conseguir un empleo decente.

Me sentí miserable ante la alegría y emoción que mostraba. Me daba pesar saber todo lo que le esperaba si no hacía algo pronto. Percibía que los días pasaban sin causarme ningún efecto ni avanzar.

No dejaba de pensar en mis padres, los estudios que no se materializaron y mis lecturas nocturnas. Extrañaba mi vida. Por mi mente pasaba la frase famosa «nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde», justo eso me sucedía.

—Ava —llamó Delia desde la puerta—, tienes visita.

Me incorporé de un tirón extrañada, porque era algo que no había esperado. Guardé el cuaderno donde hacía los apuntes y salí despacio de la habitación. No había nadie en la sala, pero Delia me hizo señas hacia la puerta.

—¿Quién es? —pregunté con temor, pero con cierta sospecha.

—Un jovencito, mencionó que son amigos.

Asentí a sus palabras, pues la voz no me salía por los nervios que me causaba el imaginarme que quizás se trataba de Sai. Atravesé la puerta temblando de arriba abajo, las manos me sudaban y el corazón me latía salvaje.

El cielo parecía que estaba cubierto por un manto anaranjado. Era una tarde fría, pero no me dio tiempo ni pensé en ponerme algo que me resguardara de la baja temperatura. Todo eso quedó en un segundo plano cuando lo vi.

Sai se encontraba del otro lado de la calle, en la acera de la casa de Seth. Sostenía su bicicleta con una mano y llevaba una mochila en la espalda. Su rostro estaba inexpresivo al momento en que nuestras miradas se cruzaron. 

El alivio llenó mi sistema al verlo bien, por lo menos a simple vista, y porque había decidido buscarme.

—Vamos —ordenó cuando estuve cerca y echó a andar calle abajo.

Las piernas se me movieron solas. Lo seguí a pasos rápidos hacia quien sabe dónde. A esa hora no había muchos transeúntes, así que pudimos avanzar sin ningún contratiempo.

Doblamos varias esquinas y atravesamos un parque enorme hasta que llegamos a un lugar solitario que estaba rodeado de grandes árboles. Había bancas esparcidas y zafacones en puntos estratégicos.

Sai recargó su bicicleta contra un tronco y se sentó en una de las bancas. El ambiente se sentía muy frío y tenso, y quizás esa era la razón por la que me temblaban las manos. Decidida a cortar la distancia, una que se sentía asfixiante, me acomodé a su lado.

Nuestras piernas se rozaron y nuestros pies quedaron en la misma línea. Nos fijamos en ese hecho al mismo tiempo, y así fuimos subiendo la mirada hasta que nuestros ojos se encontraron. Las hebras negras y azules de Sai se movían levemente a causa de la brisa. Sus labios lucían un poco resecos. Me fijé en la rojez de su nariz y cada detalle de su rostro.

—No debiste ir a mi casa ni a ese lugar —habló entre enojado y triste.

—Solo quería asegurarme de que estabas bien...

—No sé quién te crees que eres, Ava, pero debes parar esto.

Sus palabras estaban cargadas de ira, aunque percibí desesperación en su voz. Agaché la mirada ante la intensidad de la suya, no pude sostenerla por más tiempo.

—Seth está bien —aseguró, esta vez más amable—. Es normal lo que viste, algunas veces perdemos y otras ganamos.

—No deberías pasar por esto...

—Es lo que hay —me interrumpe—. Solo quiero que me prometas que no volverás a ese maldito sitio.

Me espanté debido a la manera en la que habló. Pese a eso, asentí. Y lo hice solo para que él se quedase tranquilo, porque en el fondo sabía que me iba a presentar más adelante.

—Vi a tu madre —cambié de tema, esto provocó que sus ojos se nublaran—. Ella piensa que vives encerrado en tu cuarto escribiendo.

Sai resopló un tanto fastidiado, aunque supuse que solo era una manera de cubrir su verdadero sentir.

—Ella no está bien de la cabeza, nada de lo que afirma es la realidad. Ya no.

—¿Escribías? —pregunté con interés, ignorando todo lo otro.

—Cuando era un niño, sí —afirmó con tristeza—. Ella leía algunos cuentos que creaba y solía hacerlo con mi hermana también.

—¿Qué le pasó? —Me atreví a preguntar.

Me arrepentí al segundo por la mueca de dolor que se formó en su rostro. No obstante, me respondió:

—Tuvo un accidente que la dejó paralítica por mucho tiempo y su memoria se vio afectada. Puede caminar ahora, pero con dificultad y debe medicarse.

El pecho se me encogió ante lo afligido que estaba. Quise acercarme para abrazarlo, mas no lo hice por temor.

—Por eso no me voy de la casa, no puedo dejarla sola con ese hombre ni a mi hermana tampoco.

—Lo lamento mucho —dije con sinceridad, pero él desvió la mirada.

—Es mejor que nos vayamos.

Se levantó e hice lo mismo. La oscuridad nos arropó de a poco y sentí que cada parte de mi cuerpo se entumecía por el frío. Sai notó esto, porque se retiró la camisa que llevaba y me la colocó sobre los hombros.

Olía a él, ese aroma que emanaba de su pelo junto con una colonia de cítricos. Los nervios me visitaron cuando sentí el toque de sus manos en mis mejillas. Estábamos muy cerca, tanto que nuestros alientos se fusionaron.

Cerré los ojos cuando sentí sus labios sobre los míos. Nunca había besado a nadie, y mis expectativas estaban muy altas por culpa de los libros de romance que leía. Pero ninguna historia, por más rosa que fuese, me había preparado para lo que estaba experimentado.

Sus labios eran adictivos, suaves, dulces. Ya no sentía frío, solo un calor que se extendía por todo el cuerpo y que me hacía estremecer. Quería que ese momento no se terminara, deseaba detener el tiempo para quedarme en la seguridad de sus brazos y disfrutar para siempre del sabor de su boca.

Tuvimos que separarnos, pero no abrí los ojos porque tenía miedo a lo que me podría encontrar.

—¿Sabes lo peligroso que es esto, Ava? Tú algún día vas a desaparecer de mi vida. Serás como un recuerdo lejano, un sueño que nunca se hizo realidad.

Sus palabras estaban tan cargadas de sentimientos que conmovió todo mi ser.

—Sai...

—Volvamos —me interrumpió.

La burbuja explotó de repente y me dejó con una sensación de vacío y tristeza. Mientras salíamos de ese lugar, las palabras de Sai se reproducían en mi mente y hacían más grande la herida porque reafirmaban que esto algún día iba a terminar.

Y no sabía cuándo, pero quizás estaba más cerca de lo que imaginábamos.

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