5. Secretos
La sorpresa fue tan grande que no me di cuenta qué le respondí, cómo subimos las escaleras ni en qué momento entramos a la habitación de Sai. Solo sabía que estaba en medio de un cuarto oscuro en comparación al salón de la casa.
Había una cama pequeña, grandes cortinas grises cubrían las ventanas y sobresalía un estante enorme lleno de libros de todos los tamaños. Fue maravilloso, tanto así que caminé como si estuviese hechizada y toqué los bordes de la madera con temor a dañarla. Estaba emocionada por la cantidad de libros que él poseía.
—¿Te gusta? —preguntó de repente, eso provocó que saltara por el susto—. Lo siento.
—Es que amo los libros, me encanta leer.
Una risita fue su respuesta, y noté el brillo de sus ojos.
—También me gusta leer, amo la literatura.
Esas palabras fueron suficientes para enamorarme. No lo bien que se veía con esa camisa apretada, lo sedoso que lucía su pelo negro y azul, sus ojos claros o la manera que me hacía sentir cuando lo tenía cerca. No, lo que me dejó clavada por Sai Miller fue su gusto por la lectura.
Aparté la mirada de él, avergonzada, sentía un leve calor en las mejillas. Nunca había experimentado la sensación rara de las famosas mariposas en el estómago, pero estaba segura de que eso era lo que me pasaba.
—Mi sueño es tener un librero como este —susurré para mí misma, pero su carraspeo me dio a entender que él me escuchó.
—Estoy seguro de que podrás lograrlo...
—Algún día —terminé por él mientras pasaba los dedos por la portada de un libro.
—Puedes llevarte algunos —dijo con voz amable—, prestados —aclaró.
Sonreí al mismo tiempo que recorría con la mirada el resto del cuarto. Me llamó la atención una frase que tenía en la cabecera de la cama:
«Tú eres importante».
Esas palabras me dejaron pensando por unos segundos, hasta que vislumbré una montaña de cartas encima de la única mesita de noche y al lado una lámpara en forma de mapamundi.
—¿Y esas? —pregunté más entusiasmada de lo que quería demostrar.
Cada parte de ese cuarto era algo asombroso y nuevo para mí.
—Son las cartas que nunca logro entregar, ¿quieres verlas? —Asentí, eufórica.
Nos sentamos en el piso de madera, uno frente al otro, y Sai tomó todas las cartas y las puso en medio nuestro.
—¿Qué pasa si alguien aún espera estas correspondencias? Es triste imaginar que nunca les llegarán.
—Por eso me quedo con ellas varias semanas e intento encontrarles dueño en cada recorrido —explica mientras me pasa una—. Solo me traigo las que no recuperarán y que me parecieron bonitas.
—¿Las lees?
—A veces... Mira esta, es romántica y triste.
Escuché atenta las historias que me contó detrás de cada una de las cartas. Algunas románticas, otras de desamor y despedidas. No sé si él se las inventaba, pero cada relato los sentía en el alma y me conmovieron a tal punto de derramar lágrimas.
Pensé en mis padres, en la vida que no sabía si iba a recuperar. Asimismo, una inmensa tristeza me invadió cuando recordé que estaba de paso y lo peor era que no tenía idea de en qué momento sucedería o si iba a tener la oportunidad de despedirme de él.
Idéntico a la muerte.
La magia entre los dos se acabó porque recordé a Emma y a Seth, el porqué estaba ahí y de quien se trataba su padrastro.
—¿Estás bien?
—Lino es tu...
—¿Lo conoces? —me interrumpió, ceñudo.
La manera en que habló me hizo levantarme del piso y pasearme de un lado a otro por la habitación. Sai recogió las cartas con manos temblorosas.
—Ese hombre es peligroso, él va a dañar a Seth, él...
—Ava, ¿de dónde lo conoces?
Me paralicé y nuestras miradas se encontraron. Había algo en él que me gritaba un mensaje oculto, pero no sabía descifrarlo. Pude notar la angustia surcar su rostro y cómo esperaba impaciente por una respuesta.
—Leí sobre él —dije despacio—, es el responsable de unas peleas clandestinas muy peligrosas.
—¿Lo leíste o te enteraste por otra vía? —cuestionó casi con burla.
—Puedes creerlo o no, pero debes saber que ese hombre es...
—Un maldito miserable, estoy al tanto.
Habló con rencor y odio, sus manos se encerraron en puños y su mirada se tornó oscura.
—Sai...
—¿Te digo un secreto? —Asentí, porque no podía proferir ninguna palabra. Él se me acercó tanto que percibía el calor que emanaba de su cuerpo. —He estado en ese lugar, e incluso peleado por insistencia de él. Lo odio.
Sus palabras estaban cargadas de resentimiento y me lo confirmó la brusquedad con que se estaba desabotonando la camisa. Temblé por los nervios al segundo que cayó al piso junto con la camiseta, y empeoró cuando vi su piel lechosa marcada con cicatrices horribles.
Un jadeo se escapó de mis labios cuando entendí qué le pasaba. Sai tomó una de mis manos y la llevó a su pecho, un poco más abajo de donde yacía su cadena con dije de ancla. Tenía marcas rojizas de heridas frescas y algunas que estaban curadas. Le pasé los dedos con temor, pues no quería hacerle daño, pero él se mantuvo paciente.
—¿Por qué permites esto? —pregunté en un hilo de voz.
—Digamos que soy un cobarde.
—¿Ves que sí tenía razón? Eres el típico chico con problemas...
—¡Deja de decir eso! —gritó al mismo tiempo que se separó de mí—. Esto es real, Ava, no es un maldito cuento.
Me dio la espalda, pude apreciar que ahí también estaba lastimado y eso movió muchas cosas en mi interior. Quise ayudarlo, pero estaba segura de que había algo más que no me contaba. Entonces, el deseo de descubrir cada detalle de su vida se volvió una necesidad. Anhelaba que él me dejara saber todos sus secretos.
—Confía en mí, podemos buscar la manera para que esto acabe.
—¿Te crees una heroína? —cuestionó burlesco y me dio vergüenza.
—Debe haber alguna salida...
—La única sería irme de casa, pero eso no se va a poder.
Se dio la vuelta y nuestras miradas se encontraron. Sai tenía los ojos brillosos, la angustia y tristeza que se reflejaban en ellos me provocó un vuelco en el estómago.
—Te mentí —prosiguió—, estoy al tanto de todo lo que le pasa a Seth y lo he visto pelear muchas veces.
—¿Por qué...?
—Es mejor que te alejes de mí, Ava —respondió, molesto—. No sabes dónde te estás metiendo.
Mi mente se quedó en blanco y experimenté un sentimiento nuevo, ese que tanto había leído. No existía nada que me hiciera apartarme de él, aun si eso sonaba mal en mi cabeza y era algo que muchas veces cuestioné en los personajes. Yo estaba dispuesta a quedarme a su lado para tratar de ayudarlo, así como tenía pensado hacerlo con Emma y Seth.
—Puedes confiar en mí, aunque creo que ya lo haces —alegué, muy segura.
—¿De qué hablas?
—No me hubieses traído aquí si no fuera así ni me hubieses enseñado tus heridas.
Mis palabras lo dejaron aturdido y asombrado, tanto así que se apresuró en ponerse la camiseta que había tirado en el piso.
—Es algo loco, pero siento que te conozco desde hace mucho tiempo —confesó y acto seguido dio pasos hacia mí.
—Yo también me siento igual que tú, no puedo creer que solo sean algunos días...
Las palabras quedaron en el aire, porque él llevó una de sus manos a mi mejilla. El contacto de su piel contra la mía provocó que me temblaran las piernas, y tuve que desviar la mirada.
—No sé qué pasará esta noche, pero quiero que sepas que me alegra el haberte conocido.
Quise preguntarle qué iba a suceder, mas tuve miedo de la respuesta. En el fondo sabía de lo que hablaba y por eso había decidido, en silencio, acompañarlo.
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