10. Momentos
—Debo irme —informó, ido.
No me dio tiempo de hablar, porque se giró y caminó hacia la salida del patio. Desvié la mirada a la casa que compartían Emma y Seth, pensativa, sopesando la idea de ir a tocar la puerta para hablar con ella.
Lo que Sai dijo había cambiado las perspectivas que tenía. Debía rehacer las anotaciones, pues las cosas no estaban sucediendo como yo suponía. Me di cuenta de que necesitaba dejar atrás todo lo que había leído y enfocarme en descubrir qué era lo que en realidad pasaba.
Con eso claro, entré a la casa y me encaminé directo a mi cuarto. Busqué los cuadernos y dibujé una raya que servía como separador.
«¿Qué es real y qué no?», escribí.
Me quedé unos segundos dándole vueltas a esa pregunta antes de que escribiera lo que pasó hoy. Los recuerdos de mi familia se difuminaban y los percibía lejanos. Muy lejanos e irreales.
Así pasé las horas, tumbada en la cama trazando líneas sin sentido. Ya la tarde había caído, así que me levanté a comer algo y a ayudar en los quehaceres a Delia.
Como llevaba por algún poder divino, salí de la casa justo a tiempo para captar un auto de lujo que se detenía frente a la vivienda de los vecinos. Un hombre rubio, trajeado, con la piel muy clara, salió y le abrió el copiloto a una tímida Emma.
No logré escuchar qué estaban diciendo porque me quedé absorta ante lo atractivo que era. Había algo en él, más allá de esa apariencia de hombre adinerado, que deslumbraba.
Mitch Brooke era mucho más hermoso de lo que había imaginado. Su porte varonil y elegancia opacaba todo a su alrededor.
Aparté la mirada, molesta conmigo misma por haber pensado como lo hice. No se me podía olvidar la clase de ser que era. Uno muy desagradable y repugnante.
Me fijé en Emma, ella estaba nerviosa y miraba para todos lados. Tuve el impulso de caminar hacia ellos para desenmascarar a ese patán, pero algo más fuerte que yo impedía que moviera un músculo. Estaba nerviosa, las manos me temblaban y sentía que me faltaba el aire.
Fue cuando él se marchó que pude respirar con normalidad. No dejé pasar un segundo más y me encaminé hacia la otra acera. Toqué la puerta con brusquedad hasta que ella abrió. Su cara denotaba sorpresa.
—Hola, Ava, ¿necesitas algo?
La voz de Emma era dulce, apacible. Su aura reflejaba calma y bondad.
—¿Puedo pasar? —pregunté casi como una súplica.
Lo sopesó por unos segundos, después asintió y se hizo a un lado para que entrara.
—Disculpa el desorden, Seth estaba en casa.
Diligente, se movió hacia el sofá y recogió las prendas que habían esparcidas.
—Puedo ayudarte.
—No es necesario —dijo deprisa—. ¿Se te ofrece algo?
No sé si fue cosa mía, pero sentí que no me quería ahí. Le hice un ademán con la cabeza de forma afirmativa.
—Ese hombre que te trajo, ¿quién es?
La manera en que me miró me dio a entender que no se esperaba esa pregunta.
—¿El señor Brooke? Ah, es un... amigo. Bueno, me ayudó a conseguir empleo.
Habló con tanta duda que me costó creerle. Emma lucía perdida, desorientada, como si hubiese rebuscado las palabras en su mente. Yo, en cambio, sentía que podía colapsar ante la realización de que ya ella estaba en las redes de ese patán y no se había dado cuenta.
Para aligerar el ambiente, traté de cambiar la conversación a una mucho más amena. Le pregunté cosas sencillas como qué hacía en su tiempo libre y ella me contestó que bailaba con un grupo de voluntarios.
A mi mente llegó Giuseppe, y sonreí porque le tenía muchísimo cariño a ese personaje. Emma hablaba de él con tanto aprecio y admiración que podía quedarme a escucharla por horas. Así lo hice mientras ella limpiaba la casa y se repitió en los días siguientes.
Se nos hizo costumbre pasar el rato en las tardes, cuando tenía tiempo y Seth no se encontraba en casa, y conversábamos como dos amigas. Poco a poco, me fui ganando su confianza a tal punto que ella ya no se cohibía como al principio y hasta mencionó que le hacía bien mi compañía.
Con Sai pasó algo similar. Todo empezó una noche en que nos encontramos en un supermercado. Él había mencionado que buscaba un postre para su madre, a quien le encantaba el dulce y sus problemas de salud le impedían que lo consumiera como ella deseaba.
Lo ayudé a elegir uno apto y hasta me acompañó a la casa. Después de eso, iba a verme cada vez que podía. Nos sentábamos en la acera a conversar de cualquier cosa.
Descubrí que Sai tenía una mente increíble, llena de historias y personajes peculiares.
—Me gustaría leer algunos de tus libros —dije en medio de un suspiro.
—Eso nunca pasará —respondió tajante.
Estábamos sentados, uno junto al otro, en la acera de la esquina de donde vivía. Esa tarde no había podido ver a Emma porque ella no se encontraba en su casa.
—¿Por qué?
—No son lo suficientemente buenos, Ava.
Abrí la boca en sorpresa ante lo que afirmó. Era imposible que me haya dicho eso.
—Pues a mí me parecen interesantes.
—No es lo mismo escucharme hablar a leerlo. —Se levantó de repente y sacudió sus pantalones de tela con las manos—. Te voy a acompañar a tu casa.
—Aún es temprano —dije, señalando el cielo anaranjado.
Sai suspiró antes de hacerme señas con una mano para que lo siguiera. Dimos un paseo por el barrio, más allá de las casas y parque que habíamos visitado. Mientras caminábamos, me contó lo duro que era ver a su madre en una cama.
—Ella vive en el pasado —dijo en un susurro que pude escuchar gracias a lo cerca que estábamos—. Habla de lo mismo siempre, pregunta las mismas cosas.
—Pobrecita.
Esa palabra salió de mi boca de imprevisto, pero lo que en realidad quería preguntar era cómo había llegado a ese estado.
—Ani es muy niña también, no es bueno para ella cuidarla como lo hace.
—¿No tiene a alguien que la ayude?
—Una enfermera va a verla, pero solo por unas horas. Nosotros hemos aprendido a sobrellevarla.
Nos detuvimos justo a tiempo para ver pasar una caravana llena de personas con disfraces de todo tipo. La música era tan alta que sentía el suelo vibrar.
El vehículo hizo su parada, eso provocó que una pequeña multitud se amontonara en los alrededores. La gente bailaba al son del ritmo pegajoso con una energía cautivante.
Sai me agarró una mano y me instó a seguir, mas no lo logró porque me sentía atraída por todos los colores brillantes y los movimientos de los danzarines.
—¿No has visto algo como esto? —preguntó en voz demasiado alta y con cierta burla.
—Nunca —respondí de la misma manera.
Su rostro cambió, pude notar cómo su mirada pasó de retadora a una dulce. Suspiró profundo, después me guio por entre las personas hacia donde estaban los disfrazados.
Los tambores hicieron que el cuerpo se me moviera solo. Alguien me alejó de Sai y me incitó a bailar. Lo hice, entre risas y brincos, al ritmo de todos los instrumentos que tocaban. Me sentía libre, feliz.
Esa alegría se dimensionó cuando vi que Sai también bailaba, se dejaba llevar de la buena vibra. Hicimos contacto visual, sonreímos al unísono y seguimos dando volteretas como dos nenes.
Fue uno de los mejores momentos que compartimos.
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