La tormenta nos había tomado por sorpresa. Mi padre hizo lo que pudo en el techo de la casa bajo un diluvio, estuvo expuesto a los truenos y rayos constantes que iluminaban a cada segundo la oscura noche para asegurar más la casa.
No teníamos energía eléctrica desde muy temprano en la mañana y eso dio paso a que mi móvil se quedara sin carga. Estaba ansiosa, necesitaba leer y ya me sabía de memoria las revistas y el único libro que poseía.
Acostada en mi cama, mirando el techo y la pintura desgastada, empecé a soñar despierta. Las imágenes cobraron vida en mi cabeza, escuchaba las diferentes voces que contaban sus historias. Cerré los ojos y viajé a lugares increíbles, donde era parte de mundos interesantes y fantásticos.
Un ruido me hizo abrir los ojos de repente. No sé cuánto tiempo estuve dormida, pero supuse que fueron menos de dos horas. Descarté esa idea cuando vislumbré los rayos del sol que se colaban por la ventana.
Estaba desconcertada, y no solo porque me dormí hasta el otro día, sino por el lugar donde me encontraba. Esa no era mi ventana, esas no eran mis cortinas, ese no era mi cuarto. Me puse de pie con la cabeza hecha un lío, hasta que caí en cuenta de que estaba soñando.
Había leído que eso pasaba muy a menudo, soñar tan profundamente que uno pensaba era real, pero no. Sonreí y me dispuse a recorrer el pequeño espacio. Eran cuatro paredes pintadas de un rosado pálido, la tela de las cortinas eran blancas y el piso de madera.
Al lado de la cama había una mesita con una lámpara en forma de una muñeca. Esa no parecía la habitación de una adolescente, era muy aniñada. Aun así, me gustó. Unos murmullos me hicieron girar la cabeza hacia la puerta del cuarto, al mismo tiempo que me golpeó un aroma riquísimo. Café.
Decidí salir, aunque algo me decía que mejor tratara de despertarme. Cada paso que daba era en cámara lenta, o así lo percibía. Qué sueño más extraño.
Traspasé un pasillo, las paredes estaban llenas de cuadros y fotos antiguas. No le di mayor importancia, porque las voces se podían distinguir mejor. Me asomé, sigilosa, y vi a una señora mayor sentada junto a una chica tomando café.
No pude describir con exactitud todo lo que sentí al verlas, pero sí estaba segura de que tuve un déjà vu. Eso ya lo había presenciado en algún lugar. Me parecieron tan familiar que me dio miedo, mi cuerpo empezó a temblar y el corazón se me quería salir del pecho.
La chica tenía el pelo marrón, un corte que le llegaba hasta el cuello y era muy delgada. La angustia que se reflejaba en su rostro me hizo sentir fatal.
Sus ojos se posaron en mí, eso provocó que me quedara de piedra.
—¿Quién es ella? —preguntó con voz suave.
Sus palabras se repitieron por varios segundos en mi mente. No entendía por qué me sentía tan acongojada.
—Oh, Emma, ella es mi nieta Ava —respondió la señora mientras extendía sus manos hacia mí—. Ven, cariño, quiero presentarte a alguien.
La sonrisa amable que me ofreció no fue suficiente para que me moviera de mi lugar. Estaba aterrada, confundida, nada tenía sentido.
—Ella es tímida —se excusó por mí.
Pude haber hecho muchas cosas en ese momento, pero el impacto me ganó y salí corriendo. Me decía una y otra vez que necesitaba despertar, tenía miedo.
No conocía las calles. La brisa se sentía extraña, el aire que respiraba estaba cargado de algo que no supe descifrar. Me detuve a cierta distancia para aclarar mi mente, quería comprender lo que pasaba.
No hubo forma, por más que quise no pude entender dónde me encontraba. Cansada de darle vueltas al asunto, decidí regresar a esa casa y preguntarle a la señora.
Atravesé la puerta principal y me dirigí hacia la cocina, pues escuché que tarareaba una canción. El olor a canela inundó mis fosas nasales y cerré los ojos para poder percibir mejor el aroma. Se sentía bien, como en casa.
—Pásame la sal —pidió sin siquiera verme.
Mi cuerpo se movió en automático, fui a la vitrina y cogí un recipiente. Era lo que me había pedido, ¿cómo lo supe?
—¿Soy su nieta? —pregunté en un hilo de voz.
Dejó lo que estaba haciendo y se giró. Sus ojos eran de un azul claro, tenía una mirada tierna y comprensiva. Llevaba el pelo blanquecino en una trenza larga de lado.
—¿Estás bien?
—No —respondí de inmediato—. Su nombre.
La señora murmuró que los jóvenes estábamos locos o algo así.
—Soy Delia, tu abuelita —explicó ofendida.
Sus palabras hicieron eco en mi mente y recordé el nombre que la chica me dijo. Por algo sentía que eso ya lo había vivido, pero era imposible. ¿O no?
—¿Seth? —cuestioné en un hilo de voz. Necesitaba estar segura.
—Ese muchacho está de su cuenta, tendré que tener una conversación con él más adelante...
Siguió despotricando cosas, pero no le puse atención debido al trance en el que me encontraba. Corrí hacia la habitación y me dispuse a buscar mi teléfono. No estaba, nada de lo que había en ese cuarto me pertenecía.
La realización de que estaba dentro de una de mis historias favoritas me dejó aturdida. Estaba desorientada, incrédula. No era posible, me negaba a pensar siquiera en eso.
Pero yo la vi, escuché su voz. Era Emma. Mi Emma.
Una sensación extraña se apoderó de mi cuerpo, un hormigueo, temblores. Tenía muchas preguntas sin respuestas. No había lógica ni era algo que debía pasar. Sin embargo, ahí me encontraba.
No estaban mis padres, el trabajo, los vecinos ni las responsabilidades que tenía. Solo era yo en un mundo nuevo.
La cabeza me dolía de pensar tanto, así que decidí dejar buscarle la lógica a algo que no lo tenía. Al fin y al cabo, era un sueño hecho realidad. Sonreí ante ese pensamiento.
Busqué un cuaderno y un lápiz en el armario y empecé a anotar las cosas que recordaba de la historia, asimismo, todo lo que deseaba hacer.
Día 1.
Creo que estoy en el capítulo 3.
Misión: ayudar a Emma y advertirle sobre Brooke.
Conocer a Seth. ♡
No sabía cuánto tiempo iba a permanecer en ese lugar, así que me tenía que dar prisa en llevar a cabo las cosas que me había propuesto.
Lo primero que hice fue recorrer los alrededores. La casa donde vivían Seth y Emma se veía vieja y en mal estado desde fuera. Tuve el impulso de tocar la puerta, pero estaba tan nerviosa que solo me quedé paralizada sin despegar los ojos de la entrada.
Quizás no estaban ahí, porque no escuchaba ningún ruido. Con esto en mente, caminé despacio hacia el patio que se encontraba lleno de malezas y botes rebosados de basura. Parecía una de esas viviendas que salen en las películas de terror. Y no solo esa, el barrio completo daba ese aire de miseria y desolación.
Unas pisadas fuertes me alertaron, los nervios me pusieron a temblar y más cuando deduje de quien se trataba.
Estaba vestido con una pantalón jean sucio al igual que la camiseta blanca. Sus pasos eran firmes, pero tenía la cabeza hacia abajo. Los mechones oscuros que le caían por la frente no me permitieron ver sus ojos como deseaba. Me pareció increíble lo intimidante de su estatura y complexión física.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, porque el miedo me visitó. Debido a esto, di pasos hacia atrás y corrí en dirección contraria. Me escondí detrás de un árbol con la respiración agitada por el esfuerzo. En ese momento caí en cuenta de que no podía seguir huyendo si deseaba meterme en sus vidas.
El problema es que no era nada como me imaginaba, no se sentía bonito ni correcto.
—¿Quién eres? —preguntó una voz grave.
Solté un grito por el espanto al mismo tiempo que me giré para encarar al responsable. Un chico me observaba como si era una pieza rara de algún museo. Me quedé ensimismada ante él, a esa manera en que me hizo sentir el gris de sus ojos.
Me fue inevitable no recorrerlo con la mirada, tuve el impulso de caminar a su alrededor y tocarlo para comprobar que era real. El aura misteriosa que emanaba de su ser me resultó adictiva, incluso antes de conocer más a fondo lo interesante que era.
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