Capítulo III
Xander
<<Quizá es porque me sentí como en casa contigo mucho antes de que me dejaras entrar>>.
Ron Israel
Que mierda con las alarmas.
No hay peor manera de empezar el día, que con el rutinario y molesto sonido de una alarma.
Odiaba aquella parte de mí que se despertaba ante el más mínimo sonido, y desde luego, la alarma de mi querida anfitriona, no pasó desapercibida.
¿A quién se le ocurre poner un cacareo de gallo como despertador? Parece que algunas personas gozan la tortura.
En cuanto me removí en el incómodo sofá, escuché crujir todos mis huesos, había dormido de lo peor.
Casi todo los muebles de la casa estaban diseñados para enanos y el pequeño sofá no era la excepción, las piernas me sobresalían colgando del apoya brazos.
Me tape la cara con un almohadón, cubriéndome de la claridad que se colaba por las ventanas.
Debería comprarse cortinas más oscuras esta chica.
Oí una puerta abrirse y acto seguido otra, la del baño supuse, porque unos minutos más tarde escuché la ducha corriendo agua. Aster estaba tomando un baño.
Borremos esa imagen mental por favor, no ayuda.
Me levanté, para luego estirarme, mirando a mi alrededor. Todo estaba tal cual lo habíamos dejado la noche anterior.
Tenía muchas ganas de ir al baño, pero de seguro Aster me haría tragar el jabón de ser posible, así que desistí de la idea y me dirigí a la cocina, en busca de agua.
Mientras abría el refrigerador, cuidando que no se cayera ningún papelito de color de los muchos que había, se me cruzó una fugaz idea. Podría prepararle un desayuno en forma de agradecimiento... después de todo, no podía ser tan difícil ¿No?. Ya había preparado un té anteriormente.
Un té. Un simple té.
Revisé el refrigerador frente a mí. No habían demasiadas cosas, pero por lo menos tenía queso.
Busqué por todos lados una cafetera. ¿Como podía ser que no tuviera una?
Rendido, rebusqué en la lacena y lo primero que vi, fueron tres cajas de sacos de café.
Chica de gustos simples.
Calenté el agua, y luego puse a tostar unas rodajas de pan para acompañar con queso.
Abrí una de las puertas buscando las tazas, solo encontré cuatro. Lo que me hizo fruncir el ceño, fue el distintivo motivo del set, eran... los super héroes de Marvel; Spiderman, Hulk, Iron Man y el Capitán América.
Una vez estuvo lista el agua, la serví en las tazas con los saquitos de café, la de Spiderman y la de Hulk.
Bien. Ahora debía esperar a que estuvieran listas las tostadas.
Caminé un poco distraído por el lugar, mirando a mi alrededor y pensando lo que se me vendría en cuanto pusiera un pie en mi piso.
Mierda, de seguro Zack estaría echando fuego por todos los orificios posibles.
Me detuve frente al pasillo, observando curiosamente la puerta del final, que se encontraba entreabierta.
Era la habitación de Aster.
Por alguna razón, me causaba curiosidad pero... no. Era su privacidad. Además, todas las habitaciones suelen ser iguales... una cama... un ropero...
Bueno. ¿A quién quería engañar?. No solía replantearme las cosas demasiado, así que... una miradita y ya.
De todas formas, si no se enteraba no le haría mal a nadie.
De puntitas de pie y cautelosamente empujé la puerta —la cual rechinó tan fuerte que casi me delata—, descubriendo una pequeña habitación bastante desordenada. Tenía papeles tirados por todo el piso, un piano eléctrico sobre la cama, ropa sin doblar por los rincones y un abrumador aroma a vainilla.
Me adentré un poco más en el cuarto. No estaba la luz encendida, pero por el resplandor de la ventana se iluminaba toda la habitación.
Era impresionante la cantidad de cosas que había, teniendo en cuenta el reducido espacio y como se las había rebuscado para llenar las estanterías de libros y otras chucherías.
A diferencia de mi habitación, que con esta, eran como el agua y el aceite. A penas había llenado el armario, los otros muebles estaban por pura y absoluta decoración.
Tampoco es que me importara demasiado, de hecho, me daba exactamente igual. Lo único que apreciaba era mi inmensa y cómoda cama.
En una esquina, noté que había una guitarra Gibson Les Paul blanca, estaba impecable. No me resistí ante la tentación y la tomé.
Era preciosa... tenía algunas en casa, pero no se comparaba con esta. Rasgué con cuidado las cuerd...
—¡¿Qué haces?! —soltó mirándome increpante, con una ceja enarcada. Tenía el pelo húmedo, y estaba cubierta por una toalla blanca—. Y... ¿Qué es ese olor? —agregó arrugando la nariz.
Mierda. Las tostadas.
Dejé la guitarra en su lugar y pasé a su lado a la velocidad de la luz en dirección a la cocina.
Cuando llegue, la tostadora despedía humo a mas no poder y todo el lugar estaba cubierto por este.
Saqué las tostadas y me apuré a abrir las ventanas mientras ventilaba con mi mano de un lado a otro. El olor era insoportable.
—¡Te dejo un minuto solo y te metes a mi habitación! ¡Y para colmo me incendias el piso! —espetó, furiosa.
—¡No me grites! —me defendí, dedicándole una mirada fugaz. Aunque instintivamente me volteé a mirarla por segunda vez.
¿Ya había mencionado que solo llevaba puesta una toalla? Porque recién caía en cuenta, desgraciadamente, en el momento menos indicado.
Ella me miró con los ojos muy abiertos, poniendo los brazos en jarras.
—¡¿Que no te grite?! ¡Mira la humareda que hay, no respiro!
Traté de concentrarme en cualquier otro punto, sin bajar la mirada.
Sé fuerte soldado, tú puedes.
—¿Podrías vestirte primero? Ya lo hablaremos —le dije, tratando de desviar el tema.
Me miró enojada y se dio la vuelta para luego encerrarse en su habitación.
Mientras tanto, me ocupé de deshacerme de los panes quemados, aunque no encontré el cesto por ningún lado y decidí tirarlos por la ventana.
Esperaba que ningún vecino estuviera pasando.
Unos minutos más tarde, estaban listas unas deliciosas —y nuevas— tostadas con queso untado.
Escuché su puerta abrirse y al consiguiente sus pasos apresurados dirigirse a la cocina.
Diosito protégeme.
—Quiero que te vayas en este preciso ins... —se detuvo en cuanto vio el desayuno sobre la mesa— ¿Qué es eso? —agregó, mirando fijo la comida.
—Un sacrificio azteca —bromeé, aunque no le hizo gracia y me fulminó con la mirada—. El desayuno.
—¿Y por qué tomaste mis cosas sin consultarme? —recriminó, seria.
Parece que el buen humor no es su fuerte.
—Era en modo de agradecimiento, pero ya me iba —solté con tono enfadado. Su mal humor era contagioso.
Me puse de pie, dirigiéndome a juntar mi ropa de anoche, haciendo ademán de marcharme.
Aster me miraba sin expresión, observando todo mi show de manipulación, pero estaba seguro que comenzaba a sentir culpa.
—Bien. Gracias por el desayuno. Hasta nunca —respondió tranquila, agarrando la taza para darle un sorbo.
—¿No te sientes apenada? —pregunté, extrañado por su conducta indiferente.
Aster se apoyó en la mesada, sin despegar los ojos de mí y manteniendo su expresión seria. Se mantuvo así durante algunos largos segundos, hasta que finalmente alzó una de sus comisuras y enseguida soltó una sonora carcajada.
La miraba aún sin entender su comportamiento. Hace dos minutos hubiera jurado que me cortaría en pedacitos y cocinaría en un guisado.
Sin embargo, no podía apartar la imagen de Aster riéndose.
Aunque no parecía el tipo de chica que iba regalando sonrisas por la vida, al contrario, parecía estar seria la mayor parte del tiempo. O eso había visto las últimas horas que habíamos pasado juntos.
—¿Creíste que ibas a manipularme? —comentó, mirándome con una sonrisa ladina— Tendrías que haber visto tu cara...
—Me asustan tus cambios de humor, Aster.
—A mí me asusta mi piso lleno de humo.
—Bueno... son cosas que pueden pasar...
—No lo es si sabes usar la tostadora —contraatacó, después de darle un mordisco a la tostada.
Aster hizo un gesto con la cabeza indicando que me acercara a desayunar. Lo agradecí, estaba muy hambriento.
Me senté frente a ella y agarré la taza de Hulk.
—¿Por qué despiertas tan temprano? —le pregunté, tratando de romper el hielo.
—Tengo trabajo pendiente, debo terminar antes de las diez —explicó, concentrada en su tercera tostada.
—¿De qué se trata? —indagué, dándole un sorbo al café.
Me miró, dudando entre continuar con la charla o ignorarme por completo.
—Son dos canciones. Me faltan algunos detalles pero... no sé si me parecen lo suficientemente buenas.
—Enséñamelas, te ayudo —le dije, aunque no sé qué tan útil fuera.
Lo había dicho casi sin pensar, cosa no solo tomó por sorpresa a Aster, sino que también a mí.
Uno de mis principales problemas, era la falta de inspiración. Hacía bastante tiempo que no sacaba un nuevo single y las personas a mi alrededor comenzaban a presionar y presionar. Mi carrera dependía de la gente y la falta de nuevas canciones provocaba un descenso en la cantidad de seguidores, lo cual ponía muy nervioso a Zack.
Dentro de esta industria las cosas funcionan así. O eres el número uno en lo que haces, o no existes. No hay lugar para dos.
Muchas veces, la competencia es muy pesada e injusta. Es como si un montón de aves carroñeras pelearan por un trozo de carne —la fama y el dinero—, y si no sabes manejarlo, te destruye. Y así, terminan haciendo de algo que disfrutas tanto, una molestia.
En lo que respectaba a mi... me daba igual. Desde que tenía memoria, había observado la vida de mis padres ligada a la fama, hasta que ellos decidieron retirarse de la industria musical. Y conocía los efectos colaterales, las horas fuera de casa, los eventos importantes en mi vida en los que no estuvieron, crecer con un extraño a quien ves más que a tus propios padres...
Por eso, no anhelaba la fama.
Aster volvió unos minutos más tarde con su laptop, una libreta y un lapicero. Al parecer todo estaba personalizado por ella.
—Bueno, es una balada con una mezcla de pop —comentó, con la mirada puesta en la pantalla.
Podía ver el reflejo del portátil en sus ojos. Parecían de cristal, debido a su color tan particular, como un cielo nublado.
—¿Vamos con la base? —preguntó, clavando su mirada en mí.
¿Era idea mía o su temperamento se había suavizado bastante?.
Mejor estar precavido.
Asentí y ella dio play a la pista.
La melodía era poco común, pero pegadiza. Notaba el repiqueteo inconsciente de sus dedos sobre la mesa, al compás de la canción. Estaba muy inmerso escuchando, aunque cada tanto, podía notar algunas miradas de Aster de reojo.
Cuando finalizó, ella me miraba expectante.
—¿Y bien? —inquirió, mordiéndose una uña. Estuve tentado a apartarle la mano y acabar con su nerviosismo . Sin embargo, me contuve.
—Es poco común... siento que eso será un punto a tu favor. Hoy en día todas las canciones tienen la misma base de cuatro acordes, nada nuevo... —Aster me miraba con atención—. Y esto es... bueno, muy bueno de hecho. Me ha gustado mucho.
Aster esbozó una media sonrisa, aunque de inmediato se esfumó.
—Si... no lo sé...—dijo, dubitativa—, también puede ser un punto en contra, tal vez quieran algo básico pero seguro.
—Mmm, puede. Pero en caso de que no la quieran, no dejes de intentarlo —al escuchar la última frase me miró, quedándonos en silencio durante algunos segundos—. Bueno... ¿y la letra?
Hizo una pausa, como si dudara entre enseñármela o no. Aunque finalmente, abrió otro archivo.
El inicio era como lo que había escuchado interiormente. Después de la introducción, una voz femenina comenzó a recitar las primeras líneas.
Era su voz, la voz de Aster. Aunque era bastante diferente a su tono de voz normal.
El que usaba para hablar comúnmente, era mucho más vacío, un poco más marcado; a diferencia de la canción, que era más suave, dulce y expresivo.
La miré de reojo, pareció notarlo y desvió la vista hacia otro lado. Percibía cierta incomodidad en ella.
La letra era... de amor, sí. Bastante cliché.
Era raro pensar que la Aster que conocía, antipática, indiferente y malhumorada, sería la autora de una canción romántica...
La canción finalizó, dejándonos nuevamente en silencio. Estuve a punto de preguntarle si esa era su voz, pero supuse que sería bastante absurdo.
—Wow... un poco deprimente ¿no?
—No tiene nada que ver conmigo —dijo en defensa, aunque no se lo había preguntado—, solo se me ocurrió.
—Tiene un letra profunda... una pizca de felicidad no le vendría mal.
—¿Tu escribes? —preguntó, desviando un poco la conversación.
—Un poco. Algunas canciones son mías y otras son compradas.
Por no decir, que hacía meses y meses que ninguna canción era mía.
—¿Y sobre qué escribes?
—¿En serio quieres saberlo? —le pregunté, con una sonrisa ladina.
Ella asintió con indiferencia.
—No escribo específicamente sobre amor... ya sabes, la moda es el sexo, fiestas, alcohol y drogas —puso una mueca mientras me escuchaba—. Así que, le doy a la gente lo que quiere.
—¿Y cómo se supone que vas ayudarme? —dijo, con mala cara.
—Oye, eso no significa que no sea un romanticón —me encogí de hombros.
Hizo una pausa para suspirar.
—Esto no va a salir bien—mencionó para sí misma.
Puso los ojos en blanco y acto seguido me pasó la libreta, señalando un espacio en blanco.
Repetí en voz alta las últimas líneas.
If you decide to leave, I'm not going to blame you.
Even if I ask you to leave, I don't want to hurt you.
this doesn't mean i don't love you, it's that you're still on time.
Estuvimos un buen rato tratando de encontrar una frase que completara la última estrofa, pero nada convencía a Aster.
Ya comenzaba a irritarme, no había palabra que le viniera bien, y cuando estuve a punto de perder la última gota de paciencia, cambiamos de canción.
La otra se titulaba Last first times. Hablaba de un amor fugaz, esos que se tienen solo una vez en la vida en un gran nivel.
Ya entendía por qué se dedicaba a esto. Se le daba bastante bien.
Al parecer, la mayoría de sus canciones eran de los mismos temas, aunque yo no era tan fanático de las canciones de amor.
Para empezar, nunca había escrito una. Es decir, ¿Por qué querrías oír una canción que te entristeciera aún más?
No podía comprender esa lógica, pero igual y estaba un poco equivocado, había mucha gente que consumía ese tipo de música.
Después de casi una hora, la dejamos perfecta. Aster gracias a Dios quedó medio conforme —un gran avance— , aunque no tenía mucha fé en sí misma.
—Son las nueve —comentó ella, mirando el reloj de la sala—. Creo que... voy a alistarme.
—E-eh sí, sí. Yo... ya debería irme —hice una pausa—. ¿Tienes un papel?
Aster me miró confundida.
—Solo dámelo.
Ella tomó la libreta de las canciones y arrancó una hoja, para luego entregármela junto con un lapicero.
Escribí en él y luego arranqué un trozo, dejando el resto sobre la mesada.
—Necesito un último favor —dije, y Aster puso los ojos en blanco—. ¿Me prestas tu teléfono? Necesito llamar a mi amigo.
—¿El mismo que no fue muy útil ayer?
—Exacto. Ese.
Lamentablemente. No tenía nadie más de confianza, solo al maldito Shawn.
Bueeeeno... no tan maldito.
Éramos amigos desde muy pequeños, y le tenía mucho aprecio. Pero también era cierto que a menudo me sacaba de mis casillas, por pesado e irresponsable. Y eso que yo ya era bastante irresponsable... pero Shawn pasaba los límites.
Aster extendió su móvil. Lo tomé y luego marqué a Shawn.
Primer tono... segundo tono... tercer tono...
Aster comenzaba a mirarme con mala cara.
—Seguro que está dormido este hijo de...
—¿Quién molesta tan temprano? —masculló Shawn, adormilado, al otro lado de la línea.
—Necesito que pases por mí —escuché que comenzaba a quejarse—. Me la debes. Aquí te espero.
—¿Quién habla?... No escucho nada... —se hacía el tonto.
—Te pasaré la ubicación —solté poniendo los ojos en blanco.
—Bien, estaré ahí en un rato —respondió molesto, y luego colgó.
Le envié la ubicación a Shawn y aproveché para enviarme un mensaje a mi móvil, y por supuesto, luego borré la evidencia.
Le devolví su teléfono a Aster, que estaba inmersa en su laptop, sin prestarme atención.
—Bueno... creo que... me voy.
—Bien...
Se había apoyado en el otro lado de la mesada, mirándome con cautela mientras remordía una de sus uñas.
—Gracias por todo Aster —me despedí para luego marcharme.
Por alguna razón me quede esperando detrás de la puerta, después de cerrarla. Miré el papelito en mi mano, hasta que finalmente lo guardé y seguí mi camino.
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