Capítulo 20
Se lanzó en la cama boca arriba, dejando escapar de sus pulmones todo el aire que tenía en forma de un cansado suspiro. Ya era el medio día y toda su energía se fue a la basura.
Se quedó pensativa unos momentos mientras miraba el techo y su cabeza volvía a rememorar todo lo que sucedió en ese día hasta ahora. Gracias al apoyo de Bakugō, pudo seguir con el desfile y llegar a casa con la satisfacción de haber completado su encargo de llevar la bandera de la institución, no era la del país, pero algo era algo. Después de todo, ella era nueva en el colegio.
De paso también, recordó cuando inevitablemente entró en pánico. Siempre le había sido muy difícil desde entonces confiar en los demás. Cuando el padre de Korki había hecho aquello, se sintió terriblemente traicionada por varios miembros de su familia y su inseguridad para relacionarse con los chicos creció muchísimo más. Muchas veces cuando daba a saber que se sentía mal o incómoda por ese tema, sea porque aquel hombre estaba cerca o alguien la estaba molestando, le hacían dar poca importancia.
Incluso haciéndole pensar que tal vez ella sea quien esté haciendo mucho drama al respecto, después de todo “no te hizo nada”, fue lo que le decían.
Tomó la almohada que se encontraba a un lado de ella y lo atrajo hasta poder abrazarlo. Otra vez sintió que sus ojos la iban a delatar con lágrimas. No podía evitarlo, estaba muy feliz. Sintió tanto alivio cuando Katsuki la entendió y fue amable con ella al hacerla sentir protegida, a salvo.
Soltó un último suspiro y dejó a un lado su almohada, debía cambiarse de una vez pues aún seguía con el uniforme del colegio. Ya estaba escuchando como Bakugō movía las ollas para comenzar a cocinar el almuerzo y seguramente si no hacía nada, se llevaría una que otra queja por parte de él y en parte, quería mantener aún la magia que le había dejado con sus palabras.
No tardó mucho en cambiarse de ropa por lo que inmediatamente fue hacia la cocina para buscar alguna escoba con la que comenzaría a trabajar. Pero antes de hacerlo, fue a paso lento y silencioso. Quería sorprender a Bakugō por detrás. Aunque sea muy estúpido considerando los grandes reflejos que él tenía, aún así quería intentarlo.
Al entrar en la cocina, lo vio de espaldas removiendo algo en la olla con ayuda de una espátula. Se le notaba concentrado así que pensó que tal vez su plan podría salir bien. Caminó con cuidado y lentitud hasta que de repente se detuvo al mismo tiempo que vio como él también lo había hecho. Pensó que ya se dio cuenta de su presencia y que probablemente ya la iba a regañar, pero nada. Solo se mantuvo parado, mirando fijamente la olla que ya había entrado en calor, sacando el vapor del agua hirviendo.
Angélica lo miró extrañada, mas aún así no dijo nada. Y de repente, lo vio alzar su mano para observarlo fijamente.
—¿Bakugō?
Notó el sobresalto por su parte, por lo que dedujo que ni siquiera se percató de su presencia. Otra cosa que le pareció extraña.
—¿¡Qué!? —preguntó molesto al ser tomado por sorpresa.
Por un momento se mantuvo solamente mirándolo, pensativa por la conducta repentina que su compañero comenzaba a mostrar. En cambio Katsuki empezaba a sentirse irritado por la mirada fija y constante de la joven.
—No… Solo quería preguntarte dónde estaba la escoba —respondió un tanto dudosa.
—Ve y búscala, joder. Tengo que cocinar —bufó hastiado.
Angélica por un momento olvidó lo odioso que podía ser Bakugō en ocasiones, en su mayoría de veces. Después de todo, con los últimos acontecimientos se había mostrado algo más agradable con ella pero debía colocarse en la cabeza que no siempre sería así. Quería evitarse frustraciones.
Dejó de lado a su compañero, decidiendo seguir buscando por su cuenta la escoba. Deseaba terminar ya con el trabajo ya que a pesar de que odiaba las cosas sucias, al mismo tiempo era muy floja y le pesaba limpiar. Era como una tortura masoquista que ella tenía a si misma. ¿Cómo ser floja y al mismo tiempo odiar lo sucio? Trabajar para que todo esté en orden era un infierno. Aunque pensaba que al final todo valdría la pena.
Justo cuando al fin lo encontró, escuchó una voz que había entrado en la casa hasta dirigirse a la cocina. Rápidamente ella olvidó su deber y fue a donde se oía, topándose con su primo quién, confundido, notaba cierto recelo por parte de Katsuki. Que había dejado de atender su comida para mirarlo de cierta forma despectiva. Más de la habitual.
Incluso ella lo notó y por suerte llegó rápido para intentar disipar el ambiente tan tenso.
—Korki, ¿por qué estás aquí? —preguntó intentando desviar la atención.
—Eh… Sí. Mamá me pidió ir a comprar algunas cosas para los víveres de esta semana, así que también será bueno que vengas para que compres los tuyos —dijo mirando de vez en cuando a Katsuki que aún seguía con su mala vibra—. Aquí tengo el dinero para eso… ¿Qué mierdas le pasa al rubio de queso? Me mira feo y no me gusta.
—¿¡Ah!? —gruñó—, ¿¡Qué carajos dices de mí, bastardo!?
Korki no pudo ocultar el susto y sorpresa cuando recibió esa respuesta por parte suya. Angélica se había olvidado mencionarle sobre eso.
—Él ya comienza a comprender mejor el guaraní —avisó suspirando—. Calma, Katsuki. Él solo preguntó si tú también vendrías teniendo en cuenta este clima tan feo.
—Pudiste avisarme antes, ¿no? —reclamó en un susurro el menor.
—Tck, por supuesto que iré. Imbécil.
—¡Oye! —se quejó llamando la atención de Bakugō—… Ponte protector solar… Hace mucho calor afuera.
Ya en el supermercado cada uno de ellos obtuvieron una pequeña lista con todas las cosas necesarias, que al final serían repartidas para sus víveres. El encargado de llevar el carrito fue Korki, así que cada vez que conseguían lo de su lista y sus manos ya no podían sostener las cosas, debían ir hasta él y dejar los productos para seguir con las compras.
—Aquí hay algo más —avisó cargando varios víveres en el carrito—. Me falta poco, ya vuelvo.
—Angélica.
Justo cuando iba a reanudar su marcha, Korki la llamó, deteniéndola en su andar y logrando que vaya girando lentamente hacia a él para escucharlo. Ya de por si, no sonaba muy bien puesto que la había llamado por su nombre y no por algún apodo insultante como siempre lo solía hacer. Eso significaba peligro o que el tema era sobre algo serio.
—¿Qué? —preguntó intentando sonar segura.
—¿Qué le pasa?
—¿A quién? —divagó fingiendo inocencia.
—Sabes a quién me refiero —respondió notándose en su voz el fastidio—. Está extraño, pareciera que quiere matarme con la mirada o algo.
—Ay, sabes como es —habló quitándole importancia—. Eres un paranoico.
—¿Estás segura de que no le dijiste nada?.. En el desfile te ví rara.
Aquello pudo lograr un pequeño lugar donde se descolocó y se quedó en silencio por unos cortos pero incriminatorios segundos. Korki frunció levemente el ceño.
—¿Le dijiste algo?
—No.
Luego de su respuesta, quiso huir. Le dio la espalda a su primo y avanzó rápidamente para seguir con lo suyo pero él no la dejó.
—¿Qué te pasa? Dime si de verdad no le dijiste nada.
—Ya te dije que no —aseguró, molesta por la insistencia del menor—. Ya, déjame en paz.
Un ruido seco se escucho hacia por detrás de ellos y ambos giraron para ver que Bakugō colocó con fuerza en el carrito la carne que había conseguido de su lista. Su penetrante mirada se dirigió como cuchillas al chico.
—¿Qué carajos pasa? Deja de perder el tiempo y mueve el culo para hacer las compras. Me quiero largar de aquí.
Korki dejó de perseguir a la joven y entre pequeñas quejas volvió a buscar algunas de las pocas cosas que les faltaba para irse. Angélica suspiró de alivio para sus adentros y deseó más que nunca volver a su casa para poder relajarse de una vez. Para su suerte, Katsuki ya no la dejó sola entre las compras hasta que volvieran a casa.
—Ya tienen lo suyo, la próxima semana volveré para traerles más. Gracias por ayudarme —agradeció Korki tomando entre sus manos las bolsas que eran suyas.
—Bien, te estaremos esperando —dijo la morena algo distraída ordenando sus víveres—. Katsuki, ve a abrirle el portón y vuelve a cerrarlo cuando salga, terminaré de arreglar esto.
Milagrosamente, el rubio no se quejó por el pedido de su compañera y con las manos en sus bolsillos, guio al menor hasta la puerta principal y de ahí salir hasta el portón. Fueron a paso lento hasta allí y no se dijeron palabra alguna entre ambos, no hasta que tuvo que abrirle.
—Tú lo sabes, ¿verdad? —preguntó Korki, rompiendo el silencio.
—¿¡Ah!? —preguntó Katsuki, malhumorado.
—Su comportamiento en el desfile… No fue por nada. Lo sabes, ¿no?
Fue como el click que empeoró el humor del héroe. Sintió como todo aquel autocontrol que había practicado por años y el que estaba manteniendo en esos momentos se fue por la borda. Sin contenerse, empujó al moreno contra los barrotes del portón y lo tomó de la tela del cuello hasta hacerlo mirar fijamente a sus ojos rojizos.
—Eres una puta escoria.
—Tú no lo entiendes…
—¿Qué no lo entiendo? —preguntó en un gruñido antes de empujarlo una vez más—. Es tu prima, imbécil.
—Y él… Es mi padre —dijo con firmeza, sin dejar de mirarlo a los ojos—. Sé… Sé que probablemente ella había tenido razón al decir que mi padre entró a su habitación aquella noche, después de todo, yo también creí ver algo extraño cuando él la había manoseado por primera vez… Pero… —intentó articular palabras, pero la presión que Katsuki ejercía en él, complicaba su situación—. Es mi padre… Yo no… No quiero que vaya a la cárcel, lo quiero mucho y a ella también pero… No quiero.
—¿Sabes el jodido daño que le causaron a ella por ser un puto egoísta, no? —gruñó conteniendo sus ganas de golpearlo hasta dejarle inconsciente.
—Eso… Ya fue hace tiempo y además… No hay nada que yo pueda hacer para repararlo.
Su mandíbula se tensó al oír esas palabras. No se esperaba, de cierta manera, eso por su parte. Pero desde el momento en que mencionó que sus propios padres retiraron la denuncia y que la exponen a ese tipo de cosas, como las del desfile… Ya le habían dejado una pésima imagen de la familia que le había tocado.
Lo soltó bruscamente y en su rostro no pudo quitar la expresión de asco que le dejó el menor.
—Largo de aquí. Si te atreves a joderla una vez más, juro que te haré añicos, basura.
Korki no dijo más y en completo silencio abrió por su propia cuenta el portón para retirarse a la casa.
Sabía de que no podía hacer lo que quería en esos momentos, por más que deseaba matarlos por hacerle tanta mierda a la morena, al final, sabía que solo le traería problemas y a sabiendas de la situación en la que estaba, debía actuar con la cabeza fría. Mas tampoco estaba dispuesto a permitir que volviera a suceder algo así. Por lo que en su estancia en esa casa, se dijo a si mismo no volver a dejar que alguien vuelva a hacerla sentir de esa manera y que nadie se atreviera a tocarla nunca más.
—¡Katsuki, ven vamos a comer este dulce que traje! —gritó desde la cocina—. ¡Olvidalo, es solo para mí! Es delicioso...
No iba a permitir que volviera a llorar de esa manera.
Jamás.
/c ba a dormir.
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