Tres días tocándonos los cojones a dos manos

Ya eran casi las diez de la noche cuando llegué al bloque de pisos. Como bien puedes imaginar, tenía cansadas hasta las pestañas.

El hijo de puta de Gutts me esperaba apoyado en la barandilla, observándome con ojos satisfechos. Definitivamente, el viejo me había enviado a buscar la fábrica a propósito.

Subí la escalerilla casi arrastrándome. Entré en casa para dejar los zapatos y la gabardina. Al salir, llevaba un fino jersey y las zapatillas. Gutts me había dejado una cerveza sobre la baranda. La cogí y, cabreado, la lancé tan lejos como pude.

— ¿Qué coño hace? Estas cervezas no son baratas. ¡Es usted un maleducado! —exclamó el viejo.

— Y usted un cabrón. Me obliga a recorrer un montón de quilómetros para encontrar una puta fábrica y después, intentando hacerse el simpático, me da la bienvenida con una lata de cerveza —dije mientras me encendía un cigarro.

— ¿Y qué pasa? —preguntó, confuso.

— Usted sabe perfectamente que yo no bebo alcohol. Y además sabe que la cerveza no sólo no me gusta, sino que me hace vomitar.

— Creía que usted era un hombre de verdad. Los machos como Dios manda beben cerveza, aunque sea de vez en cuando.

— Menos mal que será padre, que si no, le pegaría un tiro aquí mismo.

Gutts rio. Yo me quedé unos segundos en silencio, pensativo y con la mosca detrás de la oreja.

— ¿Y por qué no bebe alcohol, Cross? ¿Tiene miedo a caer en el alcoholismo?

— Simplemente no me gusta el sabor que da a las bebidas. Ahora bien, un trifásico de whisky sí que me lo hago de vez en cuando.

— Así me gusta, hombre —dijo por fin Gutts, con cierto orgullo.

— La verdad es que caer en el alcoholismo me importa bien poco. Total, ya he caído en el tabaquismo. El problema es que tengo una mujer y una hija que tendrían que aguantarlo. Y ya han visto una versión lo suficientemente mala de mí.

— Ya, entiendo. Por cierto, usted...

— Oiga, Gutts. ¿Por qué se pone ahora a hablar de gilipolleces? —interrumpí, cansado de tanta paja inútil.

— ¿Qué quiere decir? —preguntó el viejo, poniendo la cara de un niño al que acaban de descubrir una mentira.

— ¿Cómo que qué quiero decir? Normalmente soy yo el primero en hablar de tonterías y es usted el primero en preguntarme cómo ha ido la jornada. De repente, la cosa está invertida —le aclaré.

— ¿Qué pasa? ¿No puedo hablar de otras cosas de vez en cuando?

El viejo comenzó a sonrojarse y a agachar la cabeza, avergonzado. Una luz iluminó mi cerebro.

— Ya lo tengo. Está intentando disimular un fracaso absoluto.

— Eso no es verdad —me negó el viejo enseguida, temblando.

— ¿No? Pues va, dígame qué ha encontrado sobre Daniel Queen.

El inspector calló. Me lanzó una mirada de profunda rabia. Se lo veía realmente humillado. Yo, por mi parte, reía interiormente.

— ¡Vaaaaaaya! ¡El Toro de la Central ha fallado en una misión! ¡Eso es un golpe muy duro a su reputación! ¿Qué dirán sus subordinados? —me burlé, saboreando mi dulce venganza.

— Váyase a tomar por culo. Incluso los mejores cometemos errores.

El pobre viejo estaba derrumbado. Él, el flamante Toro de la Centra, el héroe que tenía fichados a todos y cada uno de los criminales de su ciudad, aquél que ha roto más mandíbulas que barras de pan ha comido en toda su vida, el sabueso con el olfato más fino de todo el cuerpo de policía de la región; había sido incapaz de descubrir quién era uno de sus enemigos. Continué riendo un rato más, encantado de ver los trozos deshechos del orgullo de Gutts. Al final, decidí no pasarme de cruel y calmarme.

— Entonces, ¿no ha encontrado nada? —pregunté.

— No. El tío no existe. Hay sólo uno o dos Daniel Queen en toda la ciudad, pero ni uno de ellos es él. No figura ni entre los nacidos ni entre los muertos. He buscado en todos los centros escolares de la ciudad y no aparece en ningún sitio. Tampoco sale en el censo electoral y no hay ni un documento de identidad registrado a su nombre aparte de los dos que ya existen. Sólo quedan tres posibilidades: o usa un nombre falso, o vive al margen de la sociedad o no es de la ciudad —me informó, con cierta indignación.

— Pues tendremos que buscar en poblaciones cercanas.

— ¿Y si no lo encontramos en toda la región? Yo tampoco puedo conseguirlo todo. Y mi intuición me dice que no siga buscando, ya que no encontraremos nada.

— ¿Es fiable su intuición?

— Le aseguro que sí. Casi toda la comisaria la ha necesitado en algún momento y ha funcionado maravillosamente bien.

— ¿Es más fiable que la femenina? —pregunté, sospechando.

— No tanto, pero se acerca.

— Bien, pues confiaré en usted. Si me hubiera respondido afirmativamente, no le habría creído.

— De todas formas, en tres días nos lo encontraremos y lo derrotaremos. Ya le pediremos explicaciones personalmente.

— Esa es la actitud, Gutts. Muy bien —dije al ver que se animaba.

— ¿Ha encontrado la fábrica? —me preguntó, cambiando de tema.

— Sí, sólo basta con verla para saber que es su escondite. Lo que me ha preocupado es algo que he visto y que me ha confirmado Gilgamesh.

— ¿Gilgamesh? ¿Y ése quién es? —dijo el viejo, extrañado.

— Ay, es verdad, que se había cambiado el nombre. Me refería a Cicerón. Ahora se hace llamar Gilgamesh —respondí, cayendo en el despiste que acababa de cometer.

— ¿Pasamos de un orador romano a un héroe sumerio? Joder, tú, vaya personaje. ¿Se lo ha encontrado? ¿No le ha hecho nada, verdad?

— No, sólo hemos hablado. La cuestión es que los alrededores de la fábrica están plagados de unas arañas gigantes de cuatro patas. Sospecho que el interior todavía está más lleno.

Gutts mostró sorpresa. Enseguida volvió a la normalidad.

— ¿Y esas arañas qué son? —preguntó.

— Seres vivos, según me ha dicho el ex Cicerón. Me cuesta creerlo, pero todo me lleva a pensar que la pluma de Daniel Queen es capaz de crear vida.

— Por lo tanto, para enfrentarnos a él, nos las tendremos que ver con las arañas —dedujo el viejo, pensativo.

— Exactamente. Y una cosa más: una de las arañas mató al antiguo dueño de mi pluma. La punta de las patas es igual a la estaca negra que tenía clavada la víctima.

— Entiendo, eso explica aquellas células extrañas que el forense no supo identificar.

Gutts se quedó pensando unos segundos. Yo dejé que procesara la información. Mientras tanto, yo iba dando caladas al cigarro y hacía que mi cerebro diera vueltas.

Pronto acabé pensando en estupideces.

— Por cierto, le quiero preguntar una cosilla sobre la que llevo un tiempo reflexionando —interrumpí, incapaz de seguir manteniendo mis pensamientos en secreto.

— ¿Cuál? —preguntó él, deteniendo el tránsito de sus ideas.

— Dígame, Gutts: si usted y yo tuviéramos banda sonora, ¿cuál sería? Yo creo que hard rock del bueno o un poco de Dharma.

— ¿De verdad piensa en estas tonterías? El autor de esto ya hace lo que le da la gana en Multimedia, así que no tiene sentido que se pregunte estas cosas.

— Responda, va —insistí.

— Pues yo creo que un buen jazz o bebop —dijo el viejo con convicción.

— Ya me lo esperaba. Usted toca el saxo, ¿verdad, Gutts?

Sí, el viejo, en su tiempo libre, era músico aficionado. Y bastante bueno, debo decir. Pero nunca se lo había dicho a nadie: era su secreto más íntimo. Yo me había enterado de ello por razones poco agradables.

— Sí, es una afición. ¿Cómo lo sabe? —me corroboró.

Me tomé la pregunta como un insulto. ¿Se creía que yo era idiota?

— Cojones, pues porque lo oigo cada noche. A ver si escoge una hora diferente que, por muy bien que toque, hay noches que se hacen insoportables por culpa de su puto saxo —le recriminé.

— No insulte al saxofón, Cross, o la tendremos —me amenazó Gutts, con todo el morro.

— Pues creo que la combinación de hard rock y jazz nos quedaría bastante bien —respondí, cortando el tema de la afición.

— Cross, una pregunta —el tono de Gutts cambió y se volvió más serio.

— ¿Qué pasa?

— ¿Usted de verdad cree que estas conversaciones importan al lector? Después, usted mismo se quejará de que la cosa se alarga.

— No es mi culpa. Es el autor de esto quien me hace llenar páginas.

— Sí, claro. Siempre acaba echando las culpas al autor de esto.

— Por cierto, ya que hablamos de él como "el autor de esto", ¿por qué no lo hacemos con mayúsculas? Es decir: el Autor de Esto —desvié el tema para evitar ponerme en evidencia.

— Pues porque ese hijo de puta no se lo merece —la respuesta de Gutts fue inmediata y convencida.

— En eso estamos de acuerdo —la mía también.

— ¿Podríamos dejar de hablar de gilipolleces y hablar de lo que haremos en estos tres días? —me pidió el viejo, cansado.

— Bueno, la cosa está en que ya hemos encontrado la fábrica. Si no tenemos que seguir buscando información, no tenemos mucho más que hacer. Podríamos buscar información de los otros Escritores o atacar a Daniel Queen por sorpresa. Esto último no me gusta mucho, es jugar sucio.

— A mí tampoco, es de ser poco hombre. Y buscar más información me da mucha pereza.

— ¿Y qué haremos estos tres días? No podemos llenar páginas porque sí. El lector se aburrirá —pregunté, sin ideas.

— ¿Sabe qué? Metemos una elipsis de tres días y a tomar por saco. Llevamos unos capítulos muy tranquilos y pacíficos. Ya toca un poco de acción —decidió Gutts, contundente.

— ¿No era usted el que se preocupaba por el lector? No creo que guste mucho esta elipsis. Es un recurso fácil —me quejé.

— A estas alturas sólo habrán aguantado los que de verdad toleran mamarrachadas como éstas. Usted ya se ha preocupado de echar a todos los lectores normales y cuerdos. Los que queden seguro que nos lo perdonan —argumentó.

— Pero tendremos que hacer algo estos tres días, ¿no? Para el lector pasaran en un cambio de página. Pero para nosotros habrán pasado de verdad.

— ¡Pues nos pasamos tres días tocándonos los cojones a dos manos! ¿Qué quiere que le diga? ¡Descansar ya nos hará bien!

Callé unos segundos. Me sorprendía ver aquella faceta de Gutts. Sin duda, el fracaso en su misión lo había dejado tocado y quería arreglarlo tan pronto como pudiera. Necesitaba recuperar su orgullo con una batalla épica y heroica.

— Pues oiga, tiene razón. Llevamos ciento cincuenta y cinco páginas sin parar. Nos merecemos tocarnos un poco las pelotas —concluí, convencido.

— ¿Verdad que sí? ¡Pues venga, declaro iniciada la elipsis! En el siguiente capítulo ya estaremos en el día en que nos tocará pelear contra Daniel Queen.

Au revoir, lector. ¡Nos vemos en tres días! Aunque, conociendo el ritmo al que publica ese vago de mierda, es mejor decir que nos veremos en una semana.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top