La penitencia de Elizabeth
Me levanté casi por obligación. Una incomodidad mayúscula vino a darme los buenos días de una forma inesperada.
La manta de la cama se había convertido en una membrana de hierro. No se movía, no podía apartarla. El cojín sufría la misma transformación, y tampoco notaba que el colchón se moviera.
Miré el reloj. Casi las diez. Con esfuerzo, salí de la cama extrayendo los pies de aquella sábana rígida, como una serpiente que muda la piel.
Al liberarme, detecté que la cama entera se había endurecido como una piedra. Nada se movía al tacto, ni siquiera podía levantar la almohada.
Pensé que tal vez aún no había despertado del todo y estaba alucinando. Así que, todavía un poco confundido, me dirigí al baño a mear.
El líquido amarillo se quedó sobre el agua, como si ésta se hubiera solidificado. Le di a la cadena. Nada, el botón estaba durísimo.
Al intentar coger el desatascador, mi mano resbaló del mango. Después lo intenté con más objetos. Nada. Todo se encontraba clavado en la superficie donde permanecía. Incluso el objeto más irrisorio era una piedra inamovible.
No entendía nada. No entendía una mierda. Ni siquiera podía abrir la puerta y salir a comprobar qué ocurría: el mecanismo del pomo no se movía.
Me detuve en el comedor de casa, pensativo. ¿Estaba imaginando tonterías, o había caído en una trampa? ¿Era cosa del loco de las gafas?
Y de repente, rojo.
Un rojo intenso llenó la estancia. No sólo eso: ya no estaba en mi casa.
Me encontraba en una habitación sin muebles. Un pequeño pasillo parecía dar a una puerta de salida. Una ventana abierta permitía ver el exterior. Más rojo.
Me dirigí al único punto de conexión con el exterior. Estaba alto de un edificio. El suelo se movía, como si fuera líquido. Y el cielo era blanco. A lo largo de la calle, los edificios carmesí me obstaculizaban la vista.
Aquello era el mundo de la Editora. Pero habíamos cambiado de escenario. Ahora estábamos en la ciudad que siempre había visto desde el horizonte. Y, curiosamente... Se me hacía familiar.
Después de observar la estancia, la encontré. Sentada en el suelo, encogida, con las manos rodeando las rodillas. El color de su cuerpo se perdía entre el granate de las paredes. Una especie de melancolía la rodeaba. Parecía deprimida y meditativa, con la cabeza hundida en esa posición. No me atrevía a decir nada. No lo había pedido: había sido la Editora quien, voluntariamente, me había llevado allí. Algo tenía que decir. Quizás sabía qué pasaba en mi casa.
Levantó la vista. Su mirada confirmó mis sospechas. Anímicamente parecía más débil que nunca. Algo me decía que la experiencia con la Entidad de la Mesa la había dejado tocada.
— Kyle Cross... ¿Crees que soy arrogante? —me preguntó, con una voz apagada.
No me esperaba esa pregunta. Arrogancia, ¿eh? Sí, definitivamente las palabras del monstruo blanco le habían afectado. Decidí responder con sinceridad.
— Hombre... Un ser que crea seis plumas monstruosas y las regala a seis humanos sólo para ver "qué hacen con ellas" ... Pues es propio de alguien que se cree por encima del bien y del mal y que nos ve como simples ratas de laboratorio. Así que diría que sí.
En cierto modo, era una forma de vengarme. Estaba débil, así que podía aprovechar y atacar aquella moral altiva que siempre mostraba. Ella se quedó en silencio unos segundos, pensativa.
— En realidad... Lo que te dije el primer día que nos vimos es mentira. Un invento para auto convencerme de mi superioridad. Pero esta no es la razón por la que creé las plumas. Sólo una excusa para salir del paso...
Coño. ¿Qué estaba pasando? Primero mi casa se congelaba y luego la Editora iniciaba un proceso de autocrítica. Y aquella revelación me desmontaba al completo. Ella era la antagonista, mi enemiga. ¿Ahora me estabas diciendo que ni siquiera tenía un objetivo?
— ¿Por qué las creaste, entonces? —pregunté, impactado.
— No lo sé —respondió ella, con el mismo hilo de voz.
Ahora sí que me había dejado sin palabras. No sabía cómo reaccionar.
Ella se levantó y avanzó hacia la ventana. Sin mirarme, dirigiendo los ojos a la nada, volvió a hablar.
— En fin. Será mejor que dejemos estos temas. Te he traído aquí por otra razón.
Su tono de voz ganó seguridad. Decidí dejar de lado la confusión en pro de intentar descubrir las razones de nuestra reunión. Callé para dejarla continuar.
— Has notado que en casa pasa algo raro, ¿verdad?
— Sí. ¿Has sido tú? —repregunté.
— No. Ha sido Elizabeth. Ha parado el tiempo con su pluma. Excepto para ti.
La confusión había vuelto. ¿Que el Eizabeth había detenido el tiempo? ¿Menos para mí? ¿Por qué?
La Editora continuó.
— Lo ha hecho esperando que yo te ayudara a salir de casa. Necesita auxilio, y, vistas las circunstancias, ha decidido que eres tú quien mejor puede arreglar la situación. Pero entraré en más detalles después. Tenemos poco tiempo antes de que el tiempo vuelva a fluir. Y no te preocupes, cuando acabemos la reunión yo misma te transportaré a casa de Elizabeth.
— ¿Y de qué tenemos que hablar, entonces?
— De la Pluma del Tiempo. Aún tienes muchas dudas de cómo funciona, ¿verdad? Elizabeth os las tenía que resolver hoy, pero ha habido un imprevisto. Así que yo lo haré por ella.
Conociendo a la figura que tenía delante, ese era un gesto bastante generoso. Y que quisiera ayudarme también me sorprendía.
— Hay muchos agujeros en la historia de Elizabeth, y no entiendo qué hace exactamente su pluma. En eso tienes toda la razón —afirmé, esperando que la Editora continuara la explicación.
— La Pluma del Tiempo es la segunda pluma falsa. Ya lo hablamos cuando mencionamos la pluma de Queen, ¿lo recuerdas? Es una pluma que, efectivamente, hace lo que se supone que tiene que hacer. Pero el método que utiliza es bastante diferente de lo que se esperaría.
— ¿Y cuál es ese método?
— La Pluma del Tiempo no está gestionada por mí. Yo soy incapaz de controlar un poder de tal magnitud. En el momento de crearla, establecí las bases y del mecanismo que las hace funcionar se encargó otro... Ya sabes quién, ¿verdad?
No jodas. Él otra vez. Nada bueno podía salir de allí.
— Sí, y eso no me gusta nada.
Ella hizo una tímida y efímera sonrisa.
— Escúchame, Cross. Por lo que me dijo él, el tiempo de este mundo no es un fenómeno existente. No es una línea recta en la que puedas retroceder o avanzar. Viajar al futuro es imposible de cualquier manera, y al pasado también excepto para él. El tiempo no es más que el inmenso conjunto de interacciones entre la materia que se producen en cada milésima de segundo, en todas partes. Para viajar al futuro, deberían predecirse las futuras interacciones y aplicarlas, lo devendría en un futuro construido a medida de las predicciones, no en uno real. Por eso es imposible. Las interacciones ya producidas, sin embargo, se pueden revertir. Si todas las relaciones de la materia en todo el Universo se revierten a un estadio anterior, entonces es posible volver al pasado. ¿Entiendes ahora la complejidad de gestionar una pluma que controle este poder?
Lo entendía, y su funcionamiento cada vez me generaba más curiosidad. La Editora continuó.
— Cuando la Pluma del Tiempo lo detiene, lo que hace es pausar todas las interacciones que se producen en ese instante, excepto para los seres o cosas que se especifiquen y durante el tiempo que se diga. Si no se da un tiempo determinado, por defecto dura unos veinte minutos. Esto no es difícil de hacer. Ahora bien: la materia y todas sus propiedades están congeladas. Por ello, Cross, no has podido apartar la manta para salir de la cama. La física y el movimiento están desactivados.
— Misterio resuelto... Pero Elizabeth pudo volver al pasado.
La Editora me miró sin cambiar su gesto apesadumbrado.
— Sí y no. Ya te he dicho que la Pluma del Tiempo es falsa. Quién la utiliza no puede volver al pasado ni al futuro. En su lugar, usa un mecanismo que también tiene que ver con los efectos secundarios.
— ¿Y cuál es ese mecanismo?
— No lo conozco en profundidad, puesto que ya te he dicho que no lo gestiono yo. Pero, una vez especificada la fecha, la pluma introduce al Escritor en una burbuja. Una especie de mundo separado donde se producen interacciones nuevas. No es un universo completo, es parcial: sólo muestra las partes que los participantes en el pasado del Escritor y este mismo pueden percibir. Esta burbuja temporal reproduce la fecha especificada, reviviendo a los muertos (o quizá sólo una ilusión de ellos, no lo sé) y encerrándolos en ese mismo mundo. Y desde ese punto, la historia continúa a partir de los cambios que se produzcan. Pero dentro de la burbuja el tiempo pasa mucho más rápido. Unos cuantos días en nuestra realidad se convierten en años en el mundo paralelo. El Escritor, sin embargo, percibe el tiempo igual que el real, y cuando vuelva a la realidad, habrán pasado sólo unos meses pero él ya será un anciano, con una vida entera vivida.
— ¿Y qué pasa, mientras tanto, a la realidad? —le interrumpí, cargado de intriga.
— Nada. Las personas afectadas por el cambio desaparecen y los conocidos se olvidan de ellas. Mientras avanza el tiempo en la burbuja, en el mundo real se van produciendo las modificaciones necesarias para acomodar al Escritor al presente. Algunas de las acciones producidas en la burbuja tendrán su efecto en el mundo real. El momento de volver lo decide la propia pluma, pero normalmente se produce cuando hay menos agujeros por tapar. Devolver a la realidad a una persona que había muerto en el presente y ha sido salvada en la burbuja es más difícil y arriesgado que simplemente esperar a que muera.
Ahora entendía la edad de Elizabeth. Todo lo que había vivido había pasado dentro de ese mundo paralelo. En unos meses había llegado a los sesenta años. Y como su marido y sus familiares ya estaban muertos y no había que devolverlos, la pluma decidió hacerla salir de la burbuja en ese momento. También encajaba la casa: si dentro de la burbuja Xavier la había construido, al volver al presente Elizabeth debería vivir en ella. Pero, ¿por qué las escrituras y el registro seguían diciendo que aquello era un descampado? ¿Por qué Xavier no se había colegiado?
— Pero aún quedan muchos agujeros. —le señalé, al darme cuenta de las cuestiones que quedaban pendientes.
— Exacto. Y aquí entra el efecto secundario de la pluma.
Tragué saliva. Ahora venía lo peor. No la detuve.
— La Pluma del Tiempo provoca cambios en el mundo real, sí. Pero no todos los que deberían reflejarse. Lo hace expresamente. Y es que el efecto secundario no es envejecer: eso es producto del mecanismo de la pluma. Además, el Escritor habrá percibido esos años igual que los reales. Ahora bien: la Pluma del Tiempo es irreal. Te encierra en una burbuja separada del mundo. Tus acciones afectan a éste hasta cierto punto. Pero no deja de ser una mentira. Una ilusión. Tus méritos, tu legado, desaparecen al volver. Y los de tus seres queridos. La propia pluma provoca cambios en el organismo que impiden la descendencia. Todo con el objetivo de que sea imposible dejar una huella tangible en el mundo...
Hizo una pausa.
— En definitiva: el efecto secundario de la Pluma del Tiempo es darte cuenta que todo lo que has vivido ha sido una ilusión. De que has dejado de existir mientras tú vivías una vida que no ha sido tal. No sólo eso: has arrastrado a tus conocidos al mismo destino. Al volver, nadie recordará nada ni les recordará a ellos. Toda tu trayectoria vital habrá desaparecido. Sólo te quedará vivir en soledad.
Ahora todo encajaba. Y cuanto más lo hacía, más rabia sentía.
La penitencia. La penitencia de Elizabeth. El trozo de historia que faltaba. Lo que era incapaz de explicarnos ayer.
Su impotencia, su castigo. La razón por la que había decidido esperar la muerte y vivir en la nada.
No quedaba rastro de su vida. Sus amigos no existían. Sus padres habían muerto y nadie los recordaba. Las vidas que salvó como enfermera eran ficticias. La casa que su marido había construido para ella... No era nada.
Su marido, Xavier... Elizabeth debía morir sabiendo que había destruido los sueños de su marido por un mal de amores de una adolescente. Él quería ser un arquitecto de éxito. Y lo fue, pero dentro de un sueño. En la realidad, la mujer que más le había hecho caer a él y a sus futuras obras en el olvido. Sus edificios jamás se levantaron un palmo del suelo. Había matado a Xavier.
Y ella se había resignado. Ya no podía cambiar nada. Sólo le quedaba esperar a la muerte mientras vivía en el pasado.
Un nudo en el estómago me llenó de odio. Odio hacia aquella figura con la que hablaba.
— Eres un monstruo —dije.
La Editora bajó la cabeza, como si aceptara mi desprecio. Me volvió a mirar.
— Ya me insultarás en otro momento. Todavía hay tiempo. Te devolveré en casa y haré que el tiempo fluya en tu ropa. Sácate el pijama, vístete y, cuando estés preparado, te llevo a casa de Elizabeth —dijo ella.
— Aún no me has dicho la razón por la que tengo que ir a casa de Elizabeth.
— Tienes que detener a tu compañero. En realidad deberías decidir tú, pero conociéndote, no creo que quieras que ese viejo se convierta en Escritor. Y después de saber cómo funciona la Pluma del Tiempo, dudo que quieras que la use.
¿Que Gutts qué? ¿Escritor? ¿Utilizar la Pluma del Tiempo?
Cuando me disponía a hacer la pregunta, ya estaba de nuevo en la habitación.
Los nervios encendieron mi cuerpo.
No sabía qué pasaba con Gutts, pero algo me decía que había que darse prisa.
Joder, maldito viejo, ¿quécoño habías hecho?
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