La mesa, la silla y la marca
Este capítulo abre la caja de Pandora. Y no, no lo digo en broma. No es ninguna exageración de las mías. Es totalmente real.
Este capítulo lo cambia todo y va mucho más allá de esta historia. No esperes respuestas ni aclaraciones: sólo obtendrás confusión y preguntas. Buscarlas es inútil: nosotros sólo las conseguiremos pasado un año, y aun así, habrá cosas que permanecerán en la oscuridad de la ficción.
Prepárate, porque este capítulo da una pista del oscuro mundo que se esconde en la mente del que ha ideado esto. Este es el punto más importante de la novela, y no exagero. Quizá no lo es tanto por la trama en sí, sino por lo que vendrá más adelante.
En unas líneas se abrirá la caja de Pandora, y quién sabe cuándo podremos cerrarla...
Al despertar me sentía muy extraño. Era como si mi mente y mi cuerpo se hubieran separado y se hubieran vuelto a juntar incorrectamente. No era capaz de sentir completamente mi cuerpo, y hasta pasado un buen rato no recuperé la nitidez en la vista y la completa funcionalidad de las extremidades.
Miré a mi alrededor. Ya no estábamos en el instituto. Nos encontrábamos en otro tipo de pasillo. Todo estaba oscuro, sólo iluminado por antorchas bastante antiguas colocadas en las paredes. El suelo estaba lleno de arena y de piedras: parecía natural. Las paredes eran de adobe, macizas y ásperas. Era como si nos encontráramos en una catacumba muy antigua, y no pude evitar que me recordara a las antiguas pirámides egipcias. En ésta, sin embargo, no había jeroglíficos.
Me levanté y miré al frente. Queen estaba despierto y miraba el pasillo en silencio. Ya había vuelto a la normalidad: no había rastro de colas, armaduras extrañas ni segundos brazos. Estábamos justo en medio, con la posibilidad de avanzar tanto hacia delante como hacia atrás. En ambos casos, la oscuridad nos impedía ver qué teníamos delante. Gutts seguía durmiendo. No me atreví a despertarle.
— ¿Dónde nos ha metido ese mal nacido? —pregunté, acercándome a Queen.
— No lo sé, no soy capaz de detectar nada con los radares que tengo el cuerpo —respondió el chico, sin apartar la mirada.
— ¿Crees que nos atacará algo?
— No noto ningún movimiento en el aire y mi instinto me dice que estamos completamente solos. A mí me preocupa más cómo salir de aquí.
Suspiré y me senté al lado de Gutts. Ni siquiera roncaba: el viejo parecía completamente inconsciente. Me llegué a preocupar. Aun así, no me atreví a tocarlo.
Por fin despertó, tan mal como yo. Tardó uno o dos minutos en ser capaz de reconocerme y analizar el lugar donde se encontraba.
— ¿Dónde estamos? —preguntó.
— Vete tú a saber. Nos ha metido aquí ese hijo de puta. Por suerte, Queen dice que no detecta ningún peligro.
Lo ayudé a levantarse. Pero pronto aprendí la lección: me cogió la mano con tanta fuerza que casi me la aplastó.
— ¿Ya estamos todos? De acuerdo, pues avancemos —dijo enseguida Queen, cogiendo una antorcha de la pared.
— ¿Dónde quieres ir? No sabemos dónde estamos —preguntó el viejo.
— Sólo tenemos dos caminos, ¿no? Pues vamos por este mismo, todo recto.
El inspector y yo no supimos cómo rebatir ese argumento. Tuvimos que resignarnos y coger cada uno una antorcha.
Avanzábamos lentamente, analizando en silencio las paredes. Queen iba delante, yo estaba en el medio y Gutts caminaba detrás de mí. La verdad es que la cosa empezaba a hacerse aburrida.
— Creo que para animar la caminata, podríamos cantar un poco de la Dharma, ¿no? Esperant l'autobus es perfecta —afirmé, rompiendo el silencio.
— Cross, ya basta. Le prohíbo seguir haciendo referencias a la Dharma. Empiezan a agobiarme más que sus chistes de tampones —respondió el viejo.
— Usted es aburridísimo, Gutts.
— ¡Esperant l'au-to-bus! —cantó Queen.
— Ostras, Queen, ¿te la sabes? —pregunté, sorprendido.
— No. El autor de esto me ha hecho cantar sin permiso —respondió el chico.
— Vaya...
— Si tarareáramos algo de Charlie Parker sí me apuntaría —interrumpió Gutts.
— A mí de Charlie Parker sólo me gusta Summertime —respondí.
El inspector se detuvo. Yo hice lo mismo y, extrañado, lo miré. Con el rostro desencajado, me insultó, furioso.
— ¿Usted es idiota?
— ¿Qué le pasa ahora?
— Summertime es una de las canciones más versionadas de la historia del jazz, imbécil. No es de Charlie Parker.
— Con razón es tan buena, entonces. El jazz de Charlie Parker me parece muy estridente.
— A usted le gustaría más Sidney Bechet, ya le dejaré algún CD.
— Sí, claro, cuando salgamos de aquí —respondí con ironía.
Al decir aquello, continuamos la marcha y volvió el silencio. Pero por poco tiempo.
— ¿De qué habláis? —preguntó Queen, que parecía haber estado escuchando la conversación atentamente.
— De música —dije.
— ¿Música? ¿Esa mierda que hacéis sonar y que os entra por las orejas? —preguntó el chico con desprecio.
— Hombre, no es sólo eso. Estimula el cerebro y es un arte –argumentó Gutts.
— ¿Sabes qué estimula el cerebro? Tener que buscarte la vida para cazar y encontrar la comida. Por muy "jas" que escuches, no te ayudará a sobrevivir cuando se te hayan acabado las facilidades del mundo humano.
— Contigo es imposible hablar de nada, hijo mío —dije.
— Tampoco lo necesito. Aquí los seres sociales sois vosotros, no yo. Además, no podéis contraatacar: sabéis que los humanos sois una especie cuya actividad principal es perder el tiempo.
— Que sí, hijo, que tienes razón. Anda, camina y calla —respondió Gutts, harto y aburrido.
Queen giró la cabeza y lanzó un escupitajo al suelo, como si quisiera mostrarnos el asco que le dábamos. Suspiré y Gutts hizo una mueca de indiferencia. Me cabreó un poco, porque sabía que aquellas babas iban para Gutts. Pero me las comí yo, manda cojones.
Aquel oscuro pasillo no parecía acabarse nunca. Los tres empezábamos a perder la paciencia y cierta preocupación afloró dentro de nosotros.
— ¿Te imaginas que ahora nos sale una trampa como en Indiana Jones? —dije, bromeando.
— Si ahora convertimos esta novela en una historia de aventuras estamos acabados. Ya es lo que nos faltaba —respondió Gutts.
— El KCPG en busca de los tampones de cristal. Sería un éxito.
— Sería un fracaso, Cross, al igual que esta mierda.
— Está usted muy pesimista, Gutts. ¿Quiere un tampón?
— Váyase al carajo, cojones.
— Pues ahora que habláis de trampas, se acerca algo enorme de frente —interrumpió en Queen.
Todos nos pusimos alerta y agudizamos el oído. Gutts y yo sacamos las armas. No se oía nada, pero sabíamos que Queen era capaz de notar grandes movimientos de aire, así que el ruido llegaría enseguida. Luchar en aquel lugar tan estrecho sería complicado, pero no teníamos más remedio que prepararnos. Tengo que reconocer que las piernas me temblaban.
Pero pasaron cinco minutos y no oímos nada. Queen seguía alerta, así que no nos atrevimos a hacer ningún movimiento.
— ¿Qué notas, Queen? —preguntó Gutts.
El chico seguía en silencio. Era como si aquella cosa que se acercaba hiciera sigilosos movimientos que necesitaban toda la atención de Daniel. Durante un par de minutos más, nos mantuvimos en posición de batalla.
Al final, Queen se incorporó.
— ¿Qué pasa? —pregunté.
— Nada, era una broma. ¡Cómo habéis caído, par de ratas!
El viejo inspector y yo nos cagamos en todo.
— ¿Tú crees que este es momento de hacer bromas, malparido? —preguntó Gutts.
— No tenéis sentido del humor, panda de babosas —respondió Queen.
— Hombre, hay que reconocer que ha estado bien —comenté yo.
Gutts hizo otra mueca, esta vez de sorpresa.
— ¡Estoy rodeado de locos! ¡Llévame pronto, Manolo! —exclamó Gutts.
— ¿De dónde lo saca eso, ahora? A usted también se le empieza a ir la olla —repliqué yo.
— Es una frase que decía mucho mi maestro de la academia de policías. Y oiga, yo me expreso como quiero, joder.
— ¿Ese tal Manolo lleva la gente? Si la encierra en lugares oscuros, me cae de puta madre —comentó Queen.
— Hostia puta, ¡BASTA! Avancemos de una maldita vez o acabaremos enloqueciendo los tres —exclamó una vez más el inspector.
— Vaya, el Toro gruñe. Será mejor que le hagamos caso.
— Conforme —me respondió Queen.
Aceleramos el paso. De hecho, aligeramos tanto la marcha que en ciertos puntos incluso corríamos. Teníamos ganas de salir de aquella prisión extraña. Algo nos decía, sin embargo, que no lo conseguiríamos.
Y, por fin, el pasillo acabó. Llegamos a una gran estancia redonda, pobremente iluminada gracias a las antorchas de las paredes. Nos dimos cuenta, también, de que nuestro pasillo era uno de los muchos que conectaban con aquella habitación circular. La cosa se complicaba: vete a saber por qué camino teníamos que ir a fin de encontrar la salida.
El lugar no tenía techo visible. Los umbrales de los diferentes pasillos se multiplicaban en vertical hasta un punto en el que acababan las antorchas y la oscuridad impedía ver qué había más arriba. Sin duda, nos encontrábamos en el interior de una torre.
Nos dirigimos al punto central de la sala. Nos sentamos en el suelo, dispuestos a formar una reunión estratégica.
— De acuerdo, aquí estamos. ¿Alguna idea para salir? —preguntó Gutts.
— Queen, ¿tú podrías escalar las paredes para ver si hay alguna salida por arriba? —dije al chico de mi derecha.
— Imposible. No detecto ninguna corriente de aire, así que el techo está tapado. Si hay una salida, no creo que esté muy cerca —respondió él.
— Mierda. Y tú, Cross, ¿has probado a utilizar la pluma? —me preguntó Gutts.
Saqué la pluma del bolsillo. Con un movimiento rápido, hice un corte en el suelo.
— ¿Lo ve? Esto no es ninguna ilusión: el suelo y las paredes son físicos. Hacer un túnel nos puede llevar siglos. Y usar el truco de antes para cargarme a las paredes puede acabar provocando que la torre se nos caiga encima. El lanzacohetes queda descartado por la misma razón.
— Además, la torre se encuentra rodeada de pasillos. No hay garantías de que detrás de estas paredes ya se encuentre el exterior... —completó el viejo.
Suspiramos. Ese cabrón nos había jodido bien.
— ¿Tú sabes algo de la pluma del loco ese, Queen? —pregunté.
— No. Sé que es capaz de invocar bestias de todo tipo con poderes especiales, pero nunca habría pensado que podría meternos dentro de una estructura de estas magnitudes —respondió el chico.
— Antes ha invocado zombis y una cabeza de dragón. Quizá puede materializar cosas de ficción —aportó el viejo.
— Tenga en cuenta, Gutts, que ese loco cuenta con los poderes de su pluma, la de Queen y la de Margareth. No podemos saber si esos zombis son invocaciones suyas o materializaciones de la Pluma de los Sueños —discutí.
— Tiene razón... La madre que me parió, ¡no se me ocurre nada! —exclamó el inspector.
Los tres suspiramos. No se nos ocurría qué coño podíamos hacer. La opción más radical y relativamente sencilla era coger el lanzacohetes y empezar a reventar paredes. Pero era muy peligroso y queríamos guardarlo como última alternativa.
Durante cerca de una hora, nos paseamos por toda la sala investigando las paredes y los pasillos. Lo hacíamos en silencio, ya que no teníamos muchas ganas de charlar. Pasada la hora y media, comenzaron a oírse los suspiros de desesperación.
— ¿Cantamos la Dharma para animarnos, chicos? Esperant l'a-...
— NO —dijeron Queen y Gutts al mismo tiempo y usando todos los estilos que les permite Wattpad.
— De acuerdo, de acuerdo, pero no es necesario que subrayéis, me pongáis en negrita y en cursiva vuestro desprecio, cojones. Que tenéis la vagina llena de arena.
Y, de nuevo, tres cuartos de hora más en silencio. Lo más curioso era que sólo la manecilla de los minutos era la que funcionaba en nuestros relojes. Así, podíamos saber cuántos minutos pasaban pero no sabíamos qué hora era. Los móviles habían dejado de funcionar. Y mira que, por una vez en la vida, me había preocupado de cargarlo. Tenía cojones la cosa.
Aburrido, decidí acercarme a la entrada de uno de los pasillos. Con la antorcha, intenté iluminar el máximo espacio posible. Pero nada: era idéntico al que habíamos utilizado para llegar a la sala.
Y por fin llegó.
De repente, todos mis nervios se activaron al mismo tiempo. Y no lo digo de manera figurada. Un espasmo gigantesco me golpeó todo el cuerpo, desestabilizándome. Empecé a notar una extraña reverberación en todo el organismo, como si la realidad en sí misma comenzara a vibrar. Una presión brutal me reventó los tímpanos y me empequeñeció.
Un terror monstruoso se apoderó de mi cerebro. No era un terror normal: estaba bastante más lejos de lo que había sentido durante el ataque a la fábrica. No era miedo a morir. Era terror a dejar de existir. A desaparecer de esta historia. A ser eliminado como personaje y que tú, lector, nunca más me recuerdes. Era terror a una realidad que acababa de mostrarse detrás de mí, y que no se iría nunca más.
Me di la vuelta, cargado de todas aquellas sensaciones. Al dirigir mis ojos hacia el centro de la sala, un arrebato me obligó a cerrarlos. Era como si no quisieran describir lo que estaban viendo. Pero pronto los obligué a hacerlo. Gutts y Queen observaban el centro de la estancia con el mismo terror en los ojos que yo.
Una silla. Y una mesa.
Una silla marrón, de una textura que podría parecerse a la madera. La mesa, por su parte, era de color azul marino, como si fuera de cristal.
Pero no eran de estos materiales. Eran conceptos indescifrables, energías provenientes de más allá de la cuarta pared que se habían materializado en aquellas formas.
Observarlas me costaba una barbaridad, porque era como si todo alrededor de aquellos objetos vibrara de forma descontrolada. Su sola presencia hacía temblar la misma realidad.
Al parpadear, la visión aún se dificultó más.
Y es que cerca de los dos objetos aparecieron dos siluetas.
Podría decir que eran similares a la Editora, pero aquellos dos seres eran cosas completamente diferentes.
La silueta masculina sentada en la silla era totalmente negra. Iba desnuda, pero no tenía genitales. Una fina línea del mismo color de la silla la recorría, como si fuera un dibujo animado. Llevaba el cabello, o al menos eso parecía a simple vista, bastante parecido a como lo llevo yo. Sus ojos eran marrones, como la silla.
La silueta masculina apoyada sobre la mesa era todo lo contrario a la otra en muchos aspectos. Su cuerpo era idéntico al humanoide negro, pero de un blanco puro y brillante. La marrón línea que recorría el otro ser en este caso era del mismo azul que la mesa. Su cabello era corto, aunque bastante despeinado por la parte delantera. Sus globos oculares eran negros, y guardaban en su interior un azul iris con una blanca pupila.
Como con los muebles, ambos seres hacían vibrar su alrededor con su sola presencia.
Perturbados y atemorizados, Gutts, Queen y yo nos acercamos hasta unos pocos metros de aquellas figuras. Cuanto más lo hacíamos, más potente era la reverberación y presión que sentíamos. Algo dentro de nosotros nos decía que nos encontrábamos ante dos figuras de una magnitud inimaginable.
La figurablanca se levantó y observó todo el espacio con detenimiento. Suspiró.
Su voz era de hombre, pero distorsionada y multiplicada por una cantidad de veces que mi cerebro era incapaz de procesar. Cada una de sus palabras hacía palpitar mi cráneo.
La figura blanca volvió a hablar.
La figura negra permanecía inmutable, como si no escuchara nada de lo que decía su compañero.
Miré a Queen. Supongo que su condición no humana le permitió recobrar cierta valentía. Dio un paso adelante y formuló las dos preguntas que todos nos hacíamos. Algo dentro me decía, sin embargo, que era inútil hacerlo.
— ¿Quiénes sois vosotros? —soltó el chico, aterrorizado.
La figura blanca giró ligeramente la cabeza. Cuando las miradas Queen y la silueta se cruzaron, el primero tuvo que retroceder.
Después, la silueta hizo una panorámica con la vista y se dirigió a nosotros.
Crac. Como las interferencias de una televisión, toda mi visión se desfiguró. Mi mente sufrió un reset inexplicable, y durante unos segundos sólo podía ver el típico ruido blanco que proyecta la pequeña pantalla cuando no encuentra ningún canal.
Cuando mi cerebro volvió a funcionar, la presión y el terror habían desaparecido. La impresión de que estaba ante unos monstruos incomprensibles, sin embargo, seguía existiendo. Y eso, quisiera o no, me seguía generando mucho miedo. La figura continuó.
Los tres nos miramos extrañados ante la simpatía de aquel ser, que contrastaba con el silencio imperturbable de su compañero.
— ¿Quiénes sois? —dije, repitiendo la pregunta de Queen.
Una vez más, miré a mis compañeros, sorprendido. Ahora tampoco había respondido a mi pregunta.
Y, como si me hubiera leído el pensamiento, la figura por fin lo hizo.
Tragué saliva. Tenía la sensación de que la información que vendría a continuación sería muy potente. Él continuó.
Sus palabras, aunque incómodas, ya no resultaban insoportables como antes. Antes de hacer la siguiente pregunta, Gutts interrumpió para robarme-la.
— ¿Y qué hacéis aquí?
Tanta información incomprensible me dejó la cabeza frita. No comprendí ninguno de los conceptos mencionados por la Entidad de la Mesa, aunque algunos me sonaban vagamente a Descartes e identificaba que eran latín. Lo que me tranquilizó fue la última frase. Sin embargo, los tres seguíamos alerta.
Al terminar de hablar, un relámpago interrumpió mis pensamientos y mi visión. Y un extraño miedo volvió a apoderarse de nosotros. Pareció que ese par no se dio cuenta, así que era posible que fuera provocado por ellos.
El Ente de la Silla por fin se pronunciaba.
La Entidad de la Tabla pareció alertarse durante unos segundos, pero pronto recuperó la actitud anterior.
La entidad negra se levantó de su silla. Ambas figuras cogieron sus respectivos muebles y, con una facilidad envidiable, los arrastraron hasta el centro de la estancia.
— Esperad, ¿qué demonios haréis? —preguntó Gutts, preocupado.
El viejo tuvo que callar ante la confusión que le generaban las respuestas de aquel ser. Y, como no podía ser de otro modo, la figura blanca continuó hablando.
Y, sin dejarnos tiempo para replicar, las dos Entidades lanzaron sus muebles al aire. Estos viajaron en vertical a gran velocidad, hasta que se detuvieron en el aire a muchos metros por encima de nosotros.
Ambos elementos se fusionaron en una esfera azul y marrón, que acabó explotando. Después de aquella explosión, todo a mi alrededor empezó a reverberar y a distorsionarse. En cierto punto, perdí la visión durante unos segundos.
La enorme presión volvió, y mi cuerpo pronto se sintió como si un río embravecido lo arrastra. Todo a mi alrededor se movía, y sentía como si mi organismo no existiera.
Recuperé la visión. Sí que tenía cuerpo, pero vibraba y se distorsionaba en medio de un mar de ruido blanco propio de las pantallas de televisión. Miraba a mi alrededor, pero aquellos puntitos blancos y negros lo inundaban todo. Una claustrofobia horrible provocó que mi corazón se acelerara. Cerré los ojos, esperando que aquello acabara pronto.
Al instante, obedecí aquella orden que me sonaba familiar. Algo no iba bien. El proceso en el que me encontraba inmerso se acababa de detener. El ruido blanco ya no se movía de forma constante, sino que se iba trabando. Un discreto pero penetrante zumbido se coló por mis orejas, poniéndome nervioso.
Miré a mi derecha, y ojalá no lo hubiera hecho nunca. Aquel terror tan brutal e irreal, que ya creía eliminado, volvió. Y lo hizo amplificado. Todos mis nervios se encendieron, y durante unos segundos mi cuerpo fue un caos de dolores y tensiones de todo tipo. El corazón me golpeaba el pecho de forma abrupta.
La silueta negra que me miraba desde la distancia era peligrosa. No tenía nada que ver con las dos Entidades: aquellas eran seres superiores a mí y los temía como un creyente teme a los dioses que lo protegen. Pero aquella figura negra era mi enemiga. Quería destruirme y, dentro de mí, sabía perfectamente que podía hacerlo en cualquier momento. Y no sólo a mí. Toda mi realidad estaba en peligro, todo mi universo desaparecería a manos de ella. Clea, Eve, Elizabeth, Margareth... Todas estaban en peligro. Eso era la destrucción encarnada.
Aquella aberración, a pesar de verla de lejos, me estaba tocando, la tenía al lado, así lo sentía. Algo en lo más profundo de mi mente pensaba que había llegado el momento de desaparecer para siempre. Intenté llamar para pedir ayuda, pero mi voz ni siquiera salía de mi boca. En ese espacio indeterminado, el sonido no podía viajar.
Y, de nuevo, con la terrorífica imagen de aquella silueta demoníaca, mi visión desapareció. No sabía si aquel hecho formaba parte del proceso o si me desmayé debido al terror, pero pronto mi conciencia también se apagó.
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