¿Interludio femenino?

Si sus fuentes no le habían mentido, Clea por fin había llegado al escondite de la Escritora de cabello blanco. Le habían dado la información de que una chica sospechosa había hecho del puerto su casa. Aquella misma mañana, Clea había faltado al trabajo y se había estado paseando por el lugar. El personal le había comentado que su objetivo pasaba las noches en un almacén que no usaba nadie. En su momento, la chiquilla pidió a los trabajadores si podía quedarse. Fue muy educada, así que lo permitieron. Al fin y al cabo, no molestaba a nadie y daba bastante pena.

Puesto que le habían dicho que durante el día no aparecía por allí, Clea había vuelto a casa hacia la una del mediodía. Pasadas las dos, había recibido la funesta noticia de su marido: aquella tarde pensaba jugarse la vida contra uno de los Escritores más peligrosos.

La tormenta de esa tarde no había ayudado a que su preocupación se fuera. Había estado disimulado y jugando con Eve hasta que ésta se fue a dormir.

Eran las diez de la noche cuando Clea se plantó delante de ese viejo almacén, una nave enorme con unos grandes ventanales y una ancha y pesada puerta corredera. La luna brillaba intensamente, y lo único que podía escucharse era el tintineo del mar.

Sentía una fuerte presión en el pecho: la preocupación por su marido no había disminuido. Aún no había recibido noticias de él. Estaba nerviosa por lo que podía encontrarse y estaba preocupada por su hija, a la que había dejado durmiendo en casa. Esperaba no tardar demasiado y deseaba con todas sus fuerzas que Eve no se despertara y fuera a buscarla a la habitación.

Resopló, recuperando las fuerzas. Cogió el mango de la puerta. Al ver que estaba lleno de polvo suspiró: se le ensuciaría el corto abrigo negro que llevaba. Y aquella pieza no era barata de limpiar en la tintorería.

La puerta pesaba una tonelada, y le costó abrir un espacio lo suficientemente grande como para entrar. Ese trozo de metal, además, hacía un ruido parecido al de un choque de trenes. A aquellas horas de la noche, en las que reinaba el silencio más absoluto, un estruendo como ese era muy incómodo.

Finalmente, entró y volvió a cerrar la puerta. Esta vez el trozo de metal rodó mejor. Clea se giró.

Una chica de cabello blanco se apoyaba en la pared derecha de la nave, debajo de los ventanales. Estaba sentada en el suelo, rodeando sus piernas dobladas con los brazos y reposando la frente sobre sus rodillas. La luz azul que se colaba dentro de ese espacio no incidía directamente en ella, pero tanto su cabello como su blusa blanca brillaban intensamente, con una luz pura que parecía surgir de la propia chica. Cuando Clea la vio, entendió enseguida que ese ser solitario no quería hacer daño a nadie. A pesar de parecer que el ruido de la puerta no la había despertado, la intuición de la mujer le permitió saber que la joven había notado su presencia desde hacía rato.

Se acercó lentamente, evitando lo máximo posible hacer ruido. Cuando la tuvo delante, se inclinó un poco para verla de cerca. La chica levantó la cabeza y ambas se miraron. Clea sonrió: los blancos ojos de aquella niña le parecían preciosos.

Hola, encantada. Me llamo Clea. Siento haberte despertado. ¿Puedo sentarme contigo un rato? —preguntó con dulzura.

La chica mantuvo la mirada clavada en los ojos de Clea unos segundos. Finalmente, asintió. Clea se sentó, sintiendo un escalofrío al tocar ese suelo tan frío y húmedo.

¿No tienes frío? No vas muy abrigada.

Negó con la cabeza. Clea se acercó un poco más a ella, imitando la posición de su compañero. En seguida notó un extraño calor que parecía emanar el cuerpo de la chica. Entonces entendió, sin comprenderlo del todo, por qué la chiquilla no necesitaba más ropa.

¿Cómo te llamas? —preguntó Clea.

La joven se mantuvo en silencio durante unos segundos más. Con una voz tímida y delicada, se presentó por fin.

Anna.

No me preguntes por qué, pero creo que es un nombre que te viene perfecto.

Anna hizo una cara de sorpresa. Aquella reacción, a su vez, también sorprendió a Clea. Era como si nunca le hubieran dicho algo parecido. A partir de ese momento, el rostro de la chica perdió la seriedad.

¿Quién eres? —preguntó.

No te espantes, pero mi marido es el tipo de la pluma azul. Os conocisteis hace poco, en un parque. Me dijo que le diste una paliza y te pintó como si fueras una loca. Pero si digo la verdad, creo que exageró demasiado.

Anna volvió a mostrar sorpresa. Una vez hubo vuelto a la normalidad, miró al frente.

Ese hombre no me gusta, es muy oscuro.

Clea rio. Anna volvió a mirarla.

Sí, tienes razón. Es un tipo muy oscuro y muy extraño. Pero una vez te dejas atrapar por su oscuridad, te aseguro que acabas sintiéndote a gusto en ella —respondió Clea entre risas.

¿Te ha pedido que vengas a buscarme?

No, he decidido yo misma que vendría. Él no sabe nada.

¿Y le dirás dónde estoy?

No, puedes estar tranquila. Él no sabrá nada de nuestro encuentro.

Anna mostró una cara de tranquilidad.

No lo entiendo —dijo.

¿Qué no entiendes?

Que estés con alguien como él.

¿Y qué diferencia hay entre él y yo como para que no lo entiendas?

Tus ojos tienen una luz especial. Lo he notado en seguida. Si hubiera reconocido a cualquier otra persona, la habría atacado al instante.

Vaya, pues gracias.

Espero que después no me traiciones como Margareth. Ella también parecía tener mucha luz, pero acabó igual de oscura que tu marido.

Margareth era la niña pequeña, ¿verdad? ¿Por qué la ayudaste?

Me la encontré llorando en medio de la calle. Le pregunté qué le pasaba y me pidió que la ayudara a enfrentarse a dos hombres. Supuse que querían hacerle daño.

Pues creo que supusiste demasiado. En todo caso, mi marido y su compañero lo único que hacían era defenderse.

Me da igual, eso no quita que sea un hombre que no me gusta nada.

La mirada de Anna se llenó de rabia. Clea no quería seguir generando malas vibraciones, así que decidió calmar la situación.

Pues ahora Margareth ya no tiene la pluma y se recupera en un hospital. Si algún día vas a visitarla, estoy segura de que verás cómo ha vuelto su luz.

Los ojos de la chica se calmaron al ver la sonrisa de Clea.

Ahora todavía lo entiendo menos.

¿Qué esté con el hombre con el que estoy?

Sí. La mirada de tu marido superaba en oscuridad incluso la del chico de las arañas. Sólo hay una persona que sea más oscura que tu esposo.

Clea bajó la mirada y colocó su barbilla sobre las rodillas.

¿Quieres que te sea sincera? Sí, es cierto. Es un hombre peligroso. Está lleno de secretos y en su cabeza ocurren cosas difíciles de explicar. No te llegas a imaginar el daño que me ha hecho. Pero, aun así, te aseguro que él es el primero en admitirlo y en querer cambiar. Estamos separados porque me pegó en una ocasión. Pero no se lo dije yo: decidió marcharse él mismo. No quiere volver conmigo hasta que arregle el problema que le impulsó a hacerme aquello. Déjame decirte, sin embargo, que si no se hubiera ido él yo le habría obligado. No soy una mojigata: soy muy consciente de lo que ha hecho y no pienso dejarle volver hasta que esté convencida de que algo ha cambiado en él.

Anna la escuchaba con atención. Clea continuó.

Un día, si puedes, acércate a él. Cuando todo esto haya pasado, te lo presentaré y te darás cuenta de que tiene algo extraño que hace que no quieras separarte de él. Es una estrella luminosa tapada por capas de fango. Cuando lo conocí, me propuse limpiar ese barro. Y, de hecho, después de hacerlo por primera vez, me dijo que yo era la mujer de su vida y me suplicó que lo ayudara. Necesita arreglar un problema que tiene en su interior desde hace mucho tiempo. Lucha para conseguirlo, pero no puede solo. Lo que me hizo no se puede perdonar, pero durante estos años me ha demostrado tanto y me ha dado una hija tan fantástica que no puedo echarlo de casa y dejarlo. Si lo abandono, estoy segura de que durará cuatro días. Y yo también.

Clea bajó la mirada hasta hundir la cabeza entre sus brazos. Se había dado cuenta de que nunca había tenido la oportunidad de hablar de lo que sentía con nadie, e intentaba esconder la emoción. Anna, al verla, sonrió.

Si me lo dices tú, de acuerdo. Intentaré observarlo y fijarme en él de otra forma.

Clea volvió a levantar la cabeza y ambas se miraron a los ojos, sonriendo.

Si te lo encuentras, no temas. Pese a lo que hizo, nos tiene un respeto a las mujeres que roza la devoción. Nunca se atreverá a hacerte daño. Y si lo hace, te doy permiso para apalearlo como quieras (siempre que no me lo mates ni le cortes alguna extremidad del cuerpo, claro).

Anna, con esas últimas palabras, rio tímidamente. Las buenas vibraciones habían vuelto, y Clea creía sinceramente que ese cambio en la opinión de Anna había sido una victoria. Acababa de convertir una enemiga en una aliada. Después de unos segundos observando la luz de la luna, que se proyectaba desde el exterior hasta el centro de la nave, Clea interrumpió una vez más el silencioso ruido de las olas.

Bueno, ya he hablado de mí. Ahora te toca a ti. ¿Por qué has hecho de este almacén tu dormitorio?

El puerto es el único lugar de la ciudad donde nada tapa la luz. Durante el día puedo ver el sol y de noche puedo ver la luna, sin que ningún edificio o árbol me lo impida. Los hombres y mujeres del puerto, además, son amables y cuidan de mí tanto como pueden. En la ciudad, en cambio, sólo veo malas caras.

¿Y por qué te gusta tanto la luz?

Porque me crie en una casa muy oscura. Sólo veía la luz del sol a través de una ventana y de noche la oscuridad lo tapaba todo.

¿Y por qué vivías en una casa tan oscura?

Porque en mi casa nadie...

¿DÓNDE ESTÁ MI TRIÁNGULO FAVORITO?

Ese grito rompió el mágico ambiente que las dos chicas habían creado. En un segundo, la cara de Clea se llenó de la más absoluta sorpresa. La de Anna, en cambio, se hundió en el terror.

¡ESPERO QUE NO TE HAYAS MUDADO, ARKHÉ DE MI CORAZÓN. ¡TRAIGO NOVEDADES!

Ambas empezaron a temblar. La voz venía de fuera de la nave, y parecía entrar a través de todas las paredes.

¿Recuerdas que te he dicho que sólo hay una persona más oscura que tu marido? Es la que ahora mismo está gritando. Id con mucho cuidado con él: tanto tú como tu marido —murmuró Anna, en voz baja y con un visible miedo en los ojos.

Clea tragó saliva.

La puerta de la nave se abrió completamente en menos de un segundo. La rapidez levantó todo el polvo acumulado y no permitió ni que el pedazo de metal emitiera ruido alguno. Clea se estremeció: era imposible que algo tan enorme se abriera de esa forma.

Un hombre con los cabellos hasta la altura de la cintura entró. Los llevaba despeinados, y eso, sumado a la oscuridad, le confería un aspecto demoníaco. A medida que se fue acercando a las chicas con las manos en los bolsillos, su figura se fue tornando más nítida.

Se colocó delante de Anna, ignorando completamente a Clea. La luz de la luna iluminó las grandes gafas redondeas que llevaba. El fulgor lunar también dejó al descubierto los vaqueros y la camisa verde de estampados de ranas que vestía. Sus zapatos eran negros.

La chica de cabellos blancos separó las piernas y se preparó para saltar en cualquier momento.

¿Sabes qué, princesa de hielo? ¡Hoy se han enfrentado Queen y Cross en el Distrito Norte! Ha sido una batalla campal, y aunque en un primer momento parecía que el detective lo tenía todo perdido, ¡ha conseguido cargarse a Queen de una forma triunfal! Tampoco hay que quitarle mérito a su compañero, Gutts, que ha aguantado bastante bien mientras el detective estaba KO. Eso sí, Queen ha hecho una actuación penosa: ha menospreciado a Cross y no ha soltado la artillería pesada. Ha perdido por arrogante. Bueno, a mí ya me ha ido bien, sólo me quedan tres plumas.

La emoción con la que ese individuo narraba sorprendió a Clea. Anna, en cambio, se mantenía alerta. Parecía como si ignorara lo que le decía.

Recuperada de la sorpresa, Clea digirió la narración y no pudo evitar hablar.

Entonces, ¿Kyle está bien?

El hombre de las gafas dirigió su mirada hacia ella. Esos ojos amarillos, encendidos y brillantes, intimidaron a Clea.

¿Y tú quién eres?

Esa pregunta la hizo reaccionar. Cayó en que ese tipo era el Escritor tan loco que se hacía llamar Cicerón. Viendo ese momento como una oportunidad de conocer a fondo al enemigo más impredecible, se quitó el miedo del cuerpo y se levantó.

Me llamo Clea, esposa del detective que va tras de ti, para servirte.

Cicerón mostró una exagerada sorpresa. Después de unos segundos, empezó a reír.

Yo me llamo Pitágoras, encantado. ¡Quién me iba a decir que conocería a la mujer de Kyle Cross!

Responde: ¿Kyle está bien?

Por supuesto que está bien: tu marido no es un contrincante fácil. He de decir que no es muy buen estratega, pero tiene una cualidad que lo hace muy peligroso: es imprevisible. Una vez han acabado con él, tu marido y Gutts se han llevado a Queen al bloque en el que viven.

Pitágoras lanzó una nueva mirada a ambas mientras Clea procesaba la información.

Bueno, por lo que veo interrumpo una reunión bastante bonita. Siento que un elemento tan sucio como yo haya roto vuestro ambiente de feminidad. Ya nos veremos en otra ocasión, chicas. Encantado de conocerla, señora Cross.

Se giró y comenzó a caminar hacia la puerta.

¿Y te vas así como así? —exclamó Clea sintiendo que estaba perdiendo la ocasión de saber más de su enemigo.

Reconozco que desflorar y ensuciar la joya de Cross estaría muy bien, pero ahora mismo no es mi prioridad. Le necesito, así que me conviene que tenga la autoestima alta. Además, ahora ya conozco tu cara sé que eres el punto débil del detective. No te preocupes, nos volveremos a ver. ¡Ah! Espera, ya sé.

Sacó un papel del bolsillo y una pluma dorada. Clea la reconoció y se preparó para un posible ataque. Aquellas últimas palabras de Pitágoras, además, la habían alterado. Cuando hubo acabado de escribir en el papel, el Escritor se lo dio a Clea.

Aquí tienes mi teléfono. Llámame si necesitas algo de mí. Ah, y perdona de una vez a tu marido: se pasa el día llorando por ti.

Se giró y, silbando, volvió hacia la salida. Tras pasar la puerta, dejó de oírsele.

Clea estuvo un buen rato mirando el número escrito en el papel. Se sentía confusa, incapaz de digerir y racionalizar la situación. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo.

Al final, a medida que tratas con él, te acabas acostumbrando. Pero te vuelvo a avisar de que vayas con mucho cuidado —dijo Anna.

¿Lo conoces desde hace mucho?

Desde el tercer o cuarto día después de recibir la pluma. Siempre me ha tratado de forma amable, pero desde el primer instante me di cuenta de esconde algo muy oscuro. Tarde o temprano vendrá a por mí, lo tengo claro: busca las plumas de todos.

Clea tragó saliva una vez más. Empezó a sentirse intranquila y, sin saber por qué, empezó a sufrir por Eve.

Mejor que nos separemos. Vete a saber dónde ha ido o si tiene algo vigilándonos. Además, te veo muy nerviosa —dijo Anna.

Su interlocutora la miró, preocupada.

No creo que sea seguro reunirnos aquí de ahora en adelante —siguió la chica de cabellos blancos.

La esposa del detective se libró de algo de tensión y sonrió.

Mi casa está en las afueras del Distrito Sur, en la Calle de los nogales. Es la número cuatro, pasa cuando quieras y tomaremos un café. Tenemos que acabar la reunión de hoy —respondió Clea.

Ambos se dedicaron unos segundos a mirarse la una a la otra mientras sonreían. Finalmente, se despidieron y Clea se marchó. Un poco más tarde, Anna también salió del almacén y se alejó del puerto.

Al volver, se encontró a Eve dormida como un tronco, en la misma posición en la que se había quedado cuando su madre se había ido de casa. Clea soltó un suspiro de tranquilidad y toda la tensión abandonó su cuerpo.

Aunque lo intentó, esa noche no durmió mucho.

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