¡Força Dharma! (3)
— Joder, Gutts, ¿lo ha oído?
— Diría que sí. Se refiere a esa especie de rugido, ¿no? Sonaba como si hubieran caído un montón de vigas a un cantante gutural en medio de una actuación.
— Caray, Gutts, menudo símil más extraño se acaba de sacar de la manga. ¿Sabe qué? Me parece que la acción ha empezado sin nosotros.
— Estamos a punto de llegar, ahora lo veremos.
Llevábamos cerca de media hora de camino al instituto en el coche. En esa zona, la ciudad dejaba de lado los grandes rascacielos para dar paso a edificios más bajos y bastante más anchos. La abundancia de éstos hacía que fuera realmente difícil ver lo que había en la lejanía. Sin embargo, nos había parecido ver una luz naranja bastante potente, pero la relacionamos más con una discoteca de la zona que con el lugar al que íbamos. Por suerte, sólo teníamos que girar una esquina para llegar, por fin, al instituto reconvertido en campo de batalla.
Y, al girar, nos encontramos un enorme árbol en llamas encima del instituto. El Dos Torres era un edificio bastante aburrido para tratarse de un centro lleno de hormonas caminantes: era rectangular, bastante alargado, con tres pisos. Cada piso tenía una hilera de ventanas que iba de extremo a extremo del edificio, y a su alrededor había un gran patio con lo que parecía un campo de fútbol en el sur y un campo de baloncesto en el norte. Lo rodeaba una valla alta pero delgada, y una puerta de barrotes bloqueaba la entrada. Al parecer, una sola empresa distribuye estas puertas a todas las putas escuelas de la ciudad, porque la de mi hija tiene una idéntica.
Gutts aparcó sin preocuparse demasiado de cómo estuviera colocado el coche. Bajamos y observamos el incendio de la azotea del instituto.
— Pues sí, parece que Queen ha empezado la fiesta sin nosotros —confirmé.
— No perdamos más tiempo.
Avanzamos hasta la puerta de barrotes. Miré a Gutts y vi una especie de permiso en sus ojos llenos de prisa. Así que, con todo el morro, partí en dos la puerta con la pluma, y el viejo se encargó de abrir paso.
— ¿Sabe qué, Gutts? No lo he dicho, pero durante la batalla contra Margareth dentro de mi cabeza sonaba La gent vol viure en pau, de la Dharma.
— Y a mí que me im...
— "La gent vol viure en pau i a quatre desgraciats no els dóna la gana! Són...!" —grité, haciendo una pausa para que el viejo continuara la frase.
— ¿Qué son? —preguntó, después de unos segundos de confuso silencio.
— "Uns fills de puta acabats!", Gutts, le tocaba decirlo a usted.
— Deje de hacer el imbécil, Cross, y vayamos dentro de una vez.
— Sempre fotent la punyeta, oi, Gutts?
— Es usted quién hace la puñeta.
— Le decía esto porque he encontrado la canción perfecta para esta batalla.
— Pues dese prisa en decirla y vamos de una puta vez.
— ¡Lector! Deja de leer un momento, ve al Youtube, y busca La presó de Lleida de la Dharma... Qué coño. Esto es Wattpad. La puedo poner yo aquí mismo sin ningún problema. ¡Pues hala, que empiece la diversión!
https://youtu.be/a1ASp3xrq2Q
Empecé a correr con las primeras notas de la canción sonando en mi cabeza. Gutts enseguida me siguió y en pocos segundos me adelantó. Mientras corríamos, vimos el cadáver de un tipo de animal. No nos paramos a observarlo bien debido a la premura con la que íbamos, pero Gutts y yo supusimos que se trataba de un león y que lo había matado Queen. No nos extrañamos al verlo: al fin y al cabo el loco de las gafas tenía los poderes de la pluma de Queen.
Entramos en el instituto. Alguien había destrozado el gran cristal de la puerta, que permanecía cerrada. Supusimos que había sido Queen. También a él atribuimos las marcas de garras y las huellas que se dirigían a las escaleras hacia el primer piso. Las seguimos, subiendo.
Al llegar al primer piso, lo analizamos. Se trataba de un largo pasillo, que atravesaba el edificio de extremo a extremo. Desde nuestra perspectiva, a la derecha del pasillo se encontraba la hilera de ventanas. A la izquierda, había varias estancias con las puertas cerradas, idénticas por fuera unas de las otras, y que se trataban de las aulas.
Y, justo a unos pocos metros de nosotros, al principio del pasillo, se encontraba Queen. En un principio nos asustamos por la apariencia que había adoptado, pero pronto entendimos al que se había referido el día anterior cuando había mencionado sus "mejores condiciones".
Nos acercamos a él con las armas preparadas: yo la pistola y la pluma y Gutts las dos metralletas. Nos colocamos a su espalda.
— Llegáis tarde, insectos alienados —nos dijo, sin apartar la mirada del pasillo.
— Son las 23:56h. Teóricamente, todavía no tendríamos ni que haber empezado el ataque. ¿Y ahora nos dices que llegamos tarde? —le increpé.
— ¿Alienados? Por lo que veo has empezado a leer a Marx —interrumpió Gutts.
— No sé si "leer" es el verbo adecuado, porque no he entendido una maldita mierda —respondió Queen.
— ¿Queréis dejar vuestras gilipolleces estalinistas para alguna otra ocasión, ¿por favor?
— ¿De qué coño va, Cross? Y no he sido nunca estalinista —dijo Gutts, cabreado.
— ¿Qué coño quiere decir "estalinista"? —preguntó Queen.
— Partidario de Stalin y de su visión del comunismo —respondió el viejo.
— Me he quedado igual.
— Stalin fue un dictador que se hacía llamar comunista y que mató a mucha gente. Ya te lo detallaré en otra ocasión —continuó el inspector.
— Ah, entonces me cae bien. ¿A usted no? —concluyo Queen.
— Yo soy fiel a Lenin y a Marx. Vuelve a insinuar que soy estalinista y te comerás otro puñetazo del Toro.
— ¡Hola! ¡Buenas noches! Estamos en medio de la guarida enemiga, así que estaría bien dejar los debates políticos para los programas nocturnos de televisión —advertí, harto.
Gutts suspiró e intentó dar un paso hacia adelante. Pero Queen lo detuvo.
— ¿Qué ha pasado antes de que viniéramos? —pregunté.
— El hijo de puta ha prendido fuego al árbol y ha intentado enfrentarse a mí con dos espaditas de mierda. Le he destrozado un ojo y le he roto más de la mitad de las costillas. Debería tener los pulmones y el corazón destrozados y agujereados por culpa de los fragmentos de costillas, pero aun así ha conseguido huir dentro del edificio mientras me distraía con el león.
— Entonces, debería estar moribundo —supuso Gutts.
— Sí, pero aun así ha huido de mí en poquísimo tiempo. Seguro que se ha hecho algo en el cuerpo con la pluma para aguantar.
— ¿Y entonces qué, nos quedamos aquí toda la noche? —pregunté.
— Avancemos, yo me encargo de la retaguardia, Cross de los dos flancos y Queen de la vanguardia —explicó el viejo.
Pero un ruido mecánico interrumpió la formación. Al levantar la vista, toda una hilera de televisiones habían salido del techo del pasillo, separadas aproximadamente un metro las unas de las otras. Al instante se encendieron, y un ruido blanco inicial dio paso a la cara, en primerísimo primer plano, del capullo al que veníamos a cargarnos. Queen se sorprendió al verlo con los dos ojos intactos y sonriente.
— ¡Bienvenidos al País de las Maravillas, amigos Virgilio, Teseo y Aristóteles! ¡Estamos aquí para conmemorar el Día de la Bestia y destruir la Torre de Babel! ¡No dejéis que el Shoggoth os atrape, disfrutad del aquelarre y recordad que el Gran Hermano os observa!
Gutts y tuvimos que taparnos los oídos, ya que la voz gritona y aguda de ese hijo de puta sonaba por cerca de treinta altavoces al mismo tiempo y de forma desincronizada. Cuando calló, las televisiones se apagaron.
— Venga, no perdamos más tiempo —recomendó Queen.
La formación inició el movimiento lentamente. Nuestro objetivo era cruzar el pasillo y entrar a cada clase hasta encontrar a ese malnacido. Si no estaba en el segundo piso, subiríamos las escaleras del otro lado del edificio hasta el tercer piso y reiniciaríamos el plan.
Muy despacio, avanzamos hasta la altura de la primera clase. Reventé la cerradora de la puerta de un disparo.
Pero, de repente, una niebla negra nos tapó la vista del otro lado del pasillo. Nos pusimos en alerta.
— ¡Cuidado! —exclamó el Chico que vigilaba la vanguardia.
Algo negro salió disparado de la niebla, impactando contra Queen, que lo paró con las manos gracias a unos reflejos rapidísimos. Era una especie de cabeza de perro con la boca muy abierta y unos dientes enormes, que flotaba en el aire e intentaba cerrarse a pesar de los esfuerzos de Queen para mantenerla abierta.
— ¡Entrad, deprisa! —gritó una vez más el chico.
Le hicimos caso enseguida. De un empujón, Gutts abrió la puerta y entramos en la clase. Queen, ya sufriendo mientras sujetaba aquella bestia, saltó hacia nuestra dirección, soltando el extraño perro. Éste continuó su camino a toda velocidad y lo perdimos de vista.
Ese perro, sin embargo, no fue el único. Tras él aparecieron un montón que decidimos no contar. Teníamos que pensar una manera de seguir avanzando. Al revisar la clase, sin embargo, nos dimos cuenta que teníamos otro problema.
— ¡Tócate los cojones, Maria Antonia! ¿Dónde estamos, en una película de serie B? Esto se nos está yendo de las manos —exclamé, sin poder evitarlo.
Y es que al final de la clase nos esperaba una veintena de zombis. Sí, efectivamente: no te estoy estafando. Zombis. Muertos vivientes. Cadáveres que caminan. Clavados a aquellos de las películas, con toda la carne colgando y un aspecto pútrido. Todos parecían ser hombres de diferentes características. Por suerte, no parecían oler mal.
— Pues si nos los tenemos que cargar tendremos trabajo. Porque tienes que apuntar a la cabeza, quemarlos o utilizar agua bendita. Y hay cerca de veinte. Esto será un aburrimiento —informó el inspector.
— Un momento, que pienso en algún sentimiento que...
Y, antes de que yo pudiera terminar la frase, Gutts y Queen dieron un paso adelante. Sonreían de una forma psicótica, y se miraban con una compenetración demencial. Ambos crujieron los puños y el cuello, como si se prepararan para pegarle una paliza a alguien.
— Veo que hemos tenido la misma idea, Toro —dijo Queen.
— Somos tipos prácticos, por lo visto —respondió el viejo.
Soy incapaz de explicar lo que pasó a continuación sin llevarme una mano a la cabeza y darme cuenta del grado de locura al que hemos llegado todos juntos con esta historia. Pero tengo que hacerlo, ya que no te estarás enterando de una maldita mierda, lector.
La cosa es que ese par de psicópatas se lanzó contra los zombis como si fueran dos perros rabiosos. Aquellos cadáveres caminantes eran de movimientos bastante lentos, aunque no se podían subestimar porque un solo mordisco podía enviarnos al otro barrio. Pero ante el Toro de la Central y de Daniel la Araña Reina, por mucho monstruo de película que seas no hay nada que hacer.
Ambos se agacharon mientras corrían. Al llegar a los dos primeros muertos vivientes, cada uno cogió a uno por una de las piernas y, del mismo modo que yo tiro las bolsas de basura al contenedor, Gutts y Queen se precipitaron por la ventana que ocupaba toda la pared izquierda del aula, rompiendo el vidrio. Ese fue el comienzo de una escena entre dantesca y kafkiana.
Uno tras otro, los zombis eran defenestrados como si se trataran de sacos de patatas. Daba igual que intentaran contraatacar: el inspector o Queen les pegaban una hostia que les destrozaba la mandíbula, los cogían de un pie y los arrojaban por la ventana. Sentía pena y todo por aquellos pobres desgraciados, que apenas se sostenían con esas pútridas piernas. Volaban y volaban, a veces incluso en grupos de tres, y movían los brazos sin parar como si intentaran planear de alguna manera. Pero, al final, todos aterrizaban con tal impacto que acababan triturados e incapaces de moverse.
Cuando hubieron terminado, aquellos dos asesinos se sacudieron las manos.
— Me he quitado todo el estrés de encima, tú —señaló Gutts.
— Pues yo me he quedado con ganas de más. Con otro puñado podríamos haber hecho una competición de tiro —respondió Queen.
No tuve más remedio que suspirar profundamente. Y se suponía que el loco de esta historia era yo.
Al reagruparnos, empezamos a pensar en cómo continuar avanzando. Gutts intentó pegar un tiro a aquellas bestias que, una tras otra, recorrían el pasillo a toda velocidad y con la boca abierta. No funcionó: las balas atravesaban aquellas mierdas.
— Puedo intentar pararlos como he hecho antes y daros tiempo para avanzar, pero no aguantaré más de dos o tres choques más. Tienen una fuerza descomunal —propuso Queen.
— Pero la tuya es una solución temporal y, además, nos veríamos obligados a dejarte atrás —respondió el inspector.
— Caray, Toro, sí que eres buena persona —replicó el chico, burlándose.
— Yo no soy buena persona con los delincuentes. Lo que pasa es que no quiero perder nuestra principal fuerza ofensiva —justificó el viejo.
Al darse cuenta de que yo no participaba en la conversación, ambos me miraron. Mi cabeza ya hacía un buen rato que iba por otro lado.
Si el pasillo no era una opción, lo que nos quedaba era el exterior o atravesar las paredes. El exterior, a priori, no parecía factible ya que no conocía ningún sentimiento ni excepción que nos permitiera engancharnos a las paredes y entrar en la siguiente aula a través de la ventana. Además, era posible que ese malparido lo tuviera previsto y hubiera preparado trampas. Por lo tanto, el plan "Spiderman" quedaba descartado.
Atravesar las paredes, por otra parte, parecía y era una locura, pero era la única salida posible. Mi pluma era capaz de dañar la pared, pero de manera superficial. Tardaríamos años en hacer un agujero lo suficientemente grande. Queen, por mucho de hierro que fuera, no parecía suficientemente fuerte como para destrozar un muro. El único recurso que me quedaba era utilizar algún sentimiento, pero necesitaba encontrar el adecuado... La frustración y la depresión nos hacen débiles, así que podrían servir.
Pero, entonces...
— ¡Ya lo tengo! —exclamé con alegría, mientras los otros dos me miraban llenos de curiosidad.
Sin explicar nada, me dirigí a un punto central de la pared en la que se encontraba la pizarra y, imaginando la zona que quería que se rompiera, escribí "virilidad".
Enseguida, en la zona que había dibujado en mi cabeza, el muro tembló durante unos segundos. Cuando se detuvo, nada parecía diferente.
— ¿Qué acaba de hacer, Cross? —me preguntó Gutts.
— He reforzado el muro con un poco de virilidad. Ahora es un hombre de verdad — bromeé.
— Fantástico, tú. ¿Podemos dejar de hacer el idiota?
Ignoré al viejo y me giré. Caminé hasta la primera hilera de mesas, de donde saqué una silla y escribí "feminidad". El mueble se comportó de la misma manera que el muro.
— ¿Sabe qué, Gutts? La virilidad está muy bien. Ser un macho y demostrarlo es muy bonito. Pero cuando llega una mujer de verdad, el macho no tiene más remedio que aceptar que en realidad el sexo débil es él.
El viejo seguía mirándome con cara incrédula. Cogí la silla por las patas y, con toda la fuerza que encontré en mis brazos, lancé el asiento contra el trozo de pared en la que había escrito antes.
Y, como si estuviera hecha de yeso y de arena, la porción de muro se hundió, mostrando un gran agujero que por fin nos permitía pasar. Entre todo el polvo, me pareció ver algo extraño a la estancia de delante
— ¡Cuidado! —gritó Queen.
Enseguida noté una sacudida. Queen, que se había situado a mi lado durante todo el proceso, se lanzó contra mí para apartarme. Gutts también tuvo que dar un paso atrás y engancharse a la pared, junto al agujero que acababa de crear.
El chico me había salvado de una llamarada gigantesca, que venía en línea recta hacia mí. Toda el aula se calentó.
Cuando la llama se detuvo, Queen y yo cruzamos el agujero para colocarnos en el lado contrario al de Gutts y en la misma posición.
Lo que había en el aula delantera era una cabeza de dragón. Y te lo estoy diciendo con toda la seriedad del mundo. Una cabeza de dragón roja, con unos cuernos negros y los ojos verdes, y que además flotaba en el aire, nos acababa de disparar un montón de fuego en línea recta para tostarnos. Una vez pudimos parapetarnos cerca del agujero, a una distancia prudencial del fuego, el dragón lanzó otra llamarada que incendió las mesas y sillas. Teníamos que salir de allí si no queríamos convertirnos en pollo al horno.
La megafonía empezó a sonar, con un estridente chirrido que nos dejó a todos sordos. Aquel hijo de puta quería dirigirnos otras palabras.
— ¡Bien visto, Kyle Cross! Pero la historia no acaba aquí, ¡todavía no he salido de la caverna! Es hora de FARENHEIT, FARENHEIT, FARENHEIT! FARENHEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEIT!
Aquel último grito resonó como si trescientos martillos nos destrozaran la cabeza al mismo tiempo. Además, sirvió de señal en la cabeza de dragón para lanzar una nueva llamarada que casi nos tocó.
De vez en cuando, el dragón se detenía, parecía que para recargar lo que necesitara para disparar el fuego. No era un tiempo suficiente como para atravesar el agujero y contraatacar, pero sí como para disparar. Lástima que, cuando Gutts lo intentó, las balas rebotaron en sus escamas.
Teníamos que actuar rápido. Las llamas del fondo de la clase avanzaban hacia nosotros y la sala de enfrente no tardaría mucho en comenzar a arder. Por suerte, entre el dragón, que estaba más o menos a la mitad del aula, y nosotros, no había ningún obstáculo que pudiera iniciar el incendio.
— ¿Qué coño hacemos ahora? Estamos atrapados —preguntó Gutts.
Mientras veía el fuego, pensaba en cómo salir de aquella situación. Pero pronto me di cuenta de la canción que sonaba en mi cabeza y la comparé con las llamas. No era el mejor momento para hacerlo, pero se tenía que hacer.
— ¡Eh, Gutts!
— ¿Alguna idea, Cross?
— ¡Sí!
— ¿Cuál? ¡Deprisa!
— La presó Lleida ya no es una canción adecuada. En esta situación, tenemos que volver al Youtube y darle al play a Correfoc.
https://youtu.be/ukJdL-fX7a4
— ¡Si no nos separara un agujero y unas llamas, juro que le habría reventado la nariz de una hostia!
— El sol és barrat de sang, som fills de la flama! El sol és barrat de sang, som fills de la flama!
La maravillosa Correfoc de la Dharma comenzó a sonar en mi cabeza. Ahora sí: mi cerebro ya podía funcionar a toda velocidad.
Y, por fin, lo capté. No había caído antes porque lo había usado muy poco. Pero ahora por fin había descubierto cómo avanzar.
— ¡Gutts! ¡Ya lo tengo!
— Me cagaré en la madre que lo parió, más vale que ahora sí, Cross.
— Foc, foc, correfoc. Crema, crema, fot-li foc!
El dragón hizo la pausa. Di un paso adelante y me coloqué en el centro del agujero. Con la pluma, hice una curva en el aire tan larga como yo y con toda la rapidez que mi brazo derecho me permitió.
La azul curva salió disparada en línea recta. El dragón volvió a abrir la boca, disparando una nueva llamarada. Yo, seguro de lo que pasaría, no me aparté.
Como las aguas de Moisés, las llamas se separaron al tocar la tinta de la pluma, desviándose y apagándose a los pocos segundos. La curva continuó a toda velocidad y cortó en dos la cabeza de dragón.
— Por fin haces algo útil, detective. No sabía que las plumas podrían hacer algo así —dijo Queen, adelantándose a mí.
Gutts también me adelantó. Antes de continuar, sin embargo, les tenía que avisar.
— Hey, ya sé cómo deshacernos de la mierda del pasillo —exclamé.
— Con lo mismo que has utilizado ahora, ¿verdad? —respondió Queen.
— ¿Y ahora despiertas? ¿No nos lo podrías haber dicho antes? —replicó Gutts.
— Ay, hijos míos, no había caído hasta ahora. Yo no soy uno de esos héroes fantásticos que se saben de memoria todos sus los ataques y el nombre de las técnicas que tiene a su disposición. Sólo he usado esto un par de veces y no me acordaba.
— De acuerdo, lo que tú quieras. Pero tendremos que atacar desde la puerta de esta aula, porque la otra está incendiada —respondió Gutts.
Asentí y los seguí. Pero cuando estábamos a la altura de la cabeza de dragón...
— ¡Al suelo, deprisa! —gritó Queen.
Hicimos caso y miramos por la ventana. Una especie de águila gigante con cuatro patas se acercaba volando a toda velocidad desde el patio. Destrozó las ventanas y parte de la pared para entrar dentro del aula.
Arrastró todas las mesas y suerte tuvimos que no nos cayó ninguna encima. Era una bestia de plumas marrones, con un enorme pico y los ojos rojos. Al vernos, soltó un grito agudo y ensordecedor.
— Éramos pocos y parió la abuela, hostia puta. ¡Empiezo a estar hasta los huevos! —exclamé.
Gutts y yo nos levantamos y comenzamos a correr en círculos para que aquella bestia no nos pillara, esquivándola y a veces topando de cara con el mobiliario. Sus reflejos eran más lentos de lo que pensábamos. Y, aunque sus ataques eran rápidos y precisos, no tenían mucha potencia. El águila intentaba atraparnos con el pico, ya que allí dentro tenía el movimiento muy limitado no podía levantarse lo suficiente como para atacarnos con las garras.
Nos acercamos a Queen, que observaba la bestia con detenimiento. Parecía pensar en algo. Nos detuvimos a modo de señal para el chico, para que nos explicara en qué pensaba. La bestia se giró hacia nosotros y, sorprendentemente, no nos atacó. Al vernos a los tres juntos, debía de estar pensando cómo matarnos a los tres a la vez.
— Cross, Toro, escuchadme. Esta bestia la ha creado con los poderes de mi pluma. No es más que un águila con dos extremidades de más y de mayor tamaño. Por lo demás, es como cualquier otro ser vivo.
Ya teníamos confirmación. Si era una simple águila, no había necesidad de complicarnos la vida. Gutts alzó las metralletas y yo las dos pistolas. Era la hora de una buena lluvia de balas.
Cuando empezamos, el pájaro no tuvo más remedio que retroceder. Le agujereamos las alas y los ojos y pronto se quedó sin pico. La sala se llenó de sangre en cuestión de segundos. En unos pocos minutos, el monstruo había caído.
Sin decirnos nada más, avanzamos hacia la puerta del aula y la abrimos. Aquellos perros etéreos seguían saliendo uno tras otro. El tiempo de salida entre cada uno, sin embargo, era mucho más reducido que el ritmo al que el dragón lanzaba llamaradas. No me veía lo suficientemente rápido como para conseguirlo.
— Cross, dame la pluma. Detendré a una de las bestias con mis segundos brazos y con los principales dibujaré la línea —propuso Queen.
Le miré con cierta desconfianza. Sus ojos, sin embargo, me infundían valor y sensatez. Queen era mucho más rápido que yo y ese par de brazos extra podían ser muy útiles. Y a pesar de eso, ¿y si escapaba con mi pluma? Unos pocos días atrás todavía era enemigo. Observé a Gutts. Su mirada me decía que hiciera lo que creyera correcto.
— Toma, ten cuidado. Recuerda que debe ser una línea curva —concluí, dándole la pluma a Queen.
El chico se preparó para dar un salto. Cuando pasó el perro, se lanzó contra el pasillo y abrió los brazos que salían de su espalda. La siguiente bestia salió disparada y se detuvo en seco cuando Queen la agarró. Pronto, sin embargo, las extremidades del chico comenzaron a temblar. No tendría mucho tiempo.
Con la mano derecha, repitió mi mismo movimiento. La tinta partió en dos al perro, haciéndolo desaparecer al momento y permitiendo descansar a los brazos de Queen. La línea azul continuó a toda velocidad, y todas las bestias que vinieron después fueron desapareciendo a medida que la curva las cortaba. Cuando llegó a la niebla negra, esta última desapareció como si fuera humo.
— ¡Vía libre! —exclamó Queen, devolviéndome la pluma.
No perdimos más tiempo y reiniciamos la formación que habíamos planeado en un principio. Por fin veíamos el final del pasillo. A medida que avanzábamos fuimos abriendo las clases, pero todas estaban vacías. Al final, no tuvimos más remedio que subir al piso de arriba por las escaleras del final.
— La madre que me parió, esto parece un videojuego. Ahora pasamos a la segunda pantalla —me quejé.
Corriendo, subimos las escaleras y nos encontramos un pasillo idéntico al anterior excepto porque éste iba dirección contraria. Enseguida nos dimos cuenta de que, en medio del camino, nos esperaba el hijo de puta al que perseguíamos.
Corrimos hasta él y Queen enseguida saltó. Pero una pared invisible lo hizo rebotar.
— ¡Buenos días, fieles compañeros! ¡Enhorabuena, habéis vencido a vuestros fantasmas y habéis llegado a la salida de la caverna! ¡Observad el Bien y la Belleza! —exclamó aquel malparido, sonriéndonos.
Estaba intacto, sin rastro de las heridas que nos había comentado Queen. Ninguno de los tres podía disimular su furia.
— Enfréntate a nosotros, hijo de puta! ¡Deja de esconderte! —exigió Queen.
— ¡Lo haré si resuelves el acertijo de la esfinge!
Cabreado y sin ganas de hacer más el gilipollas, cogí la pluma y me acerqué al muro invisible. Estaba dispuesto a partirlo por la mitad.
— Lo siento, amigo Virgilio, demasiado tarde —dijo él, prediciendo mis intenciones.
Y entonces nos percatamos de que la pared de nuestra derecha estaba toda escrita. La tinta, dorada, empezó a ganar brillo. Estaba a punto de materializarse algo gordo. La alerta de peligro se activó con tanta intensidad que ni siquiera leímos lo que decía ese graffiti deslumbrante.
Cuando intentamos reaccionar, un estallido de luz nos cegó y una extraña sensación de movimiento me recorrió el cuerpo. Era como si estuviera volando hacia algún lugar desconocido.
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