Es hora de enviar al talego al cabrón de Queen

Por fin había llegado el capítulo que pondría fin a las fechorías del chico de las arañas. Eran ya las cuatro de la tarde y Gutts había sido puntual al recogerme.

Desde la llamada a Clea, yo había estado materializando sin parar copias de mí mismo utilizando la palabra "asco". El resultado de aquel intenso ejercicio de autosugestión fue un Kyle Cross idéntico al original, con el tono de piel normal y los ojos del mismo color que los míos. Lo único que no conseguí cambiar fue la mano podrida. Por suerte, con un poco más de práctica, conseguí que apareciera con guantes. El proceso fue más fácil de lo esperado: me transportaba al momento de la bofetada y lo observaba en tercera persona. Con un espejo, me imaginaba en la escena tal y como era ahora. La tenía grabada a fuego en la mente, así que no era difícil visualizarla, y el asco aumentaba con cada evocación.

Gutts me hizo una señal desde el coche. Como es tradición en estos últimos capítulos, no llevaba ni el sombrero ni el reloj de bolsillo. Al comprobar que lo tenía todo, subí. El viejo condujo hasta mi oficina, donde recogí el rifle francotirador y unos cuantos paquetes de tabaco. Después seguimos nuestro camino hasta el Distrito Norte.

El inspector aparcó en medio de la acera de la carretera principal. Al bajar, nos dimos cuenta de que la Editora había hecho un muy buen trabajo: las calles estaban completamente vacías. Tampoco pasaban coches.

Paseamos un rato por la zona, reconociendo el escenario. El cielo todavía se había oscurecido más y la lluvia amenazaba con caer en cualquier momento. En cierto modo, luchar en una ciudad vacía y con aquel cielo era bastante romántico.

Vi lo que parecía un buen lugar. Un bloque de pisos en el lado derecho con ventanas que daban a la calle. En lo que creí era el tercer piso, una ventana sucia parecía saludarme.

— Cross, ya son casi y cuarenta y cinco. Deberíamos ir a nuestras posiciones — me dijo Gutts.

— Sí. He encontrado un lugar perfecto para colocarme. Usted avance un poco más y no pierda de vista el frente.

Materialicé el Kyle Cross falso. Rápidamente se colocó al lado de Gutts.

— Joder, Cross, ha conseguido uno clavado usted. Pero ahora que lo miro bien, juraría que tiene más cara de mala leche.

— En esta vida nada es perfecto. De lejos será imperceptible, se lo aseguro.

— Empiezo a sentir cierto optimismo.

Sonreí. Ambos nos despedimos. Gutts siguió avanzando hacia delante y yo fui a la acera derecha de la calle.

Desde allí, un poco más avanzado que el viejo, entré en el bloque elegido.

Subí al tercer piso y, con la pluma, reventé la cerradura de todas las puertas hasta encontrar el piso que buscaba. ¿Qué? ¿Demasiado bestia? Les estaba salvando la vida, así que no podían quejarse. Una cerradura nueva hoy en día es baratísima.

Avancé hasta el comedor. Tal y como lo esperaba: aquello era el piso de un soltero, hombre, además. Mira que las hay, de mujeres sucias, pero ese nivel de desorden y basura sólo lo puede lograr el género masculino Todos los rincones apestaban a sudor, las latas y los papeles se acumulaban, y la ropa colgaba de todas partes. La ventana tenía tanta roña que parecía tintada, y eso era lo que buscaba, así que la ventaja valía la pena.

La abrí unos pocos centímetros, los suficientes para que no molestara cuando yo disparara desde dentro a la vez que no se me viera. Cogí la mesa que había por allí y la puse frente a la ventana para colocar el rifle.

En aquella posición no tenía que hacer fuerza con los brazos y apuntaba directamente a la calle. Como la apertura no me daba suficiente espacio para maniobrar en caso de que Daniel Queen se moviera, la abrí más. Después de regularla unos minutos, conseguí tener la visión perfecta (desde Gutts hasta buena parte de la calle) sin que se me viera demasiado. Si aun así Daniel Queen estaba fuera de mi campo de visión, me movería sigilosamente.

Metí mi ojo dentro de la mira y apunté hacia Gutts. Habíamos quedado en que, cuando Daniel Queen estuviera llegando, me haría una señal. Encendí un cigarro mientras esperaba. La pluma la dejé sobre la mesa, preparada por si en algún momento la necesitaba. Yo esperaba que no, pero tenerla cerca me tranquilizaba.

Quien sí estaba tranquilo era Gutts, más de lo que pensaba. Tenía la mirada clavada en la frente y no se le movía ni el bigote. El Kyle falso, por su parte, iba observando los edificios.

Empezaron los truenos. Ya eran casi las cinco y media y seguíamos esperando. ¿Cuándo cojones pensaba llegar ese idiota?

Ya iba a despegar mi ojo de la mira cuando empecé a notar un ligero terremoto. Miré a Gutts con más atención que nunca.

El viejo se rascó la barriga. Allí estaba la señal.

Levanté la vista para ver con más perspectiva a la vez que giraba el rifle.

Después de unos minutos en los que el temblor se intensificó, Daniel Queen apareció ante mis ojos, caminando en dirección hacia Gutts.

Se detuvo a unos metros de él. Justo en un punto en el que lo tenía perfecto para pegarle un tiro. Por lo que pude entender y ver, todas sus arañas lo seguían por detrás, casi en fila india. Llevaba una chaqueta de color negro, con una capucha recubierta de pelo blanco por dentro. Llevaba también una camiseta negra y un pantalón del mismo color. Iba descalzo, dejando al aire aquellas garras que tenía por pies.

Enfoqué la mira hacia él. Estaba listo para disparar.

— No sé cómo os las habéis arreglado, pero ni por aquí ni por la carretera hay un alma. ¡Lástima! Quería que mis pequeñas comieran algo —exclamó Daniel Queen.

— ¿No habíamos quedado en que ésta era una batalla entre nosotros? Fíjate si tenemos un patio amplio para jugar —dijo Gutts, sonriendo.

— Puedo notar una especie de energía que rodea toda la zona, diría que en forma de cúpula. Supongo que es cosa de la Editora. Bueno, te haré caso y procuraré que la batalla quede entre nosotros, sin que mis pequeñas salgan del perímetro marcado.

Mi índice empezó a apretar con fuerza el gatillo. El primer disparo iría a la pierna. Como vi que el inspector y Queen volvían a hablar, aflojé un poco el dedo.

— ¿Qué, inspector, esta vez estamos preparados?

— Por supuesto que lo estamos. No durarás ni diez minutos, te lo aseguro.

— Vaya. Pues me da mucha pena tener que decirte esto, pero me temo que tendré que invertir esa afirmación.

Una de sus bestias avanzó hacia el lado izquierdo de Queen (era, justamente, donde yo me encontraba). Por suerte, la araña no me tapaba y podía seguir apuntando al chico. Noté que la criatura hacía cosas extrañas. Sin embargo, mi atención estaba concentrada en Daniel. Volví a preparar el dedo índice. Esta vez estaba listo para disparar sin esperar a que el viejo y Queen acabaran de hablar.

— ¿Qué quieres decir? - preguntó Gutts.

— ¡Pues que quien durará menos de diez minutos será el cobarde que me apunta desde un edificio!

Y me miró. ¡Ese hijo de puta me acababa de localizar!

Pegué un salto. Aquellas palabras fueron como un golpe en la cara. Intenté recuperarme y disparar, pero...

Todo se volvió negro. Un negro que vino del lugar donde se encontraba Daniel Queen. Tras la sacudida más intensa y más fuerte que he experimentado nunca, sentí una cantidad inconmensurable de impactos terribles en todo el cuerpo. Una lapidación cruenta y monstruosa me desgarró la piel. El suelo bajo mis pies se hundió. En un segundo estaba flotando en medio de un infierno de cemento. Perdí la visión de un ojo, y mis piernas dejaron de responder. Oí claramente cómo cada uno de los huesos de uno de mis brazos se rompía. La respiración se cortó, y una burbuja de sangre ascendió por mi esófago hasta salir por la boca.

La caída, que casi no noté debido a la espiral de tortura en que estaba inmerso, duró poco. Todo un peso gigantesco terminó por destruir lo que quedaba de mis extremidades. A esas alturas, el dolor ya me impedía pensar. Lo último que noté fue la sensación de que mi cuerpo se rompía en pedacitos, y unas ganas terribles de morir.

Después de aquello, mi conciencia se apagó.

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