El interludio de la semilla

Vamos, David, ¡que eres muy lento! —exclamó Christian, con energía.

Chicos, no tendríamos que estar aquí, volvamos a casa —refunfuñó Mary.

¡Sí hombre! Después de hacer todo el camino yo no pienso irme hasta que no sepamos qué era esa cúpula —respondió Christian.

Tres chicos y una chica, todos de catorce años, exploraban el bosque de las afueras de la ciudad en plena noche. Se encontraban cerca de una de las numerosas fábricas abandonadas que había por aquella zona. Unos días atrás, David, con su padre, había acampado en el bosque para ver las estrellas. Esa noche, sin embargo, una extraña cúpula apareció de la nada y unos gritos desconocidos despertaron al hijo.

La mañana siguiente, David dio la noticia a sus tres amigos y Christian, el más enérgico y curioso del grupo, enseguida los animó a investigar la zona. Mary, la más lúcida de todos, intentó convencerlos de que visitar solos ese bosque era peligroso. David y Louis no se opusieron. Fue el mismo Christian quien propuso hacerlo de noche, a ver si el fenómeno se repetía. Cada uno dijo a sus padres que se quedaría a dormir en casa de algún compañero, y David los guio hasta el sitio donde había acampado con su padre.

Christian era un chico atlético y lleno de energía, que sin duda sería el más popular de su clase si no fuera por sus gustos extraños y su inclinación hacia el mundo de los OVNIs. David era un chaval discreto y algo graso, de cabello castaño, que compartía con Christian la pasión por las estrellas. Louis era delgado y tímido. No parecía compartir ninguna afición con los miembros del grupo pero, a pesar de eso, se sentía muy a gusto con ellos. Mary, por su lado, era una chica bastante popular en la escuela, pues su cabello largo y castaño y su belleza facial provocaban la envidia de sus compañeras. Había sido amiga de siempre de esos tres chicos y, aunque sus locuras a veces la sacaban de quicio, si se separaba de ellos los echaba de menos.

Después de unos cuantos viajes en autobús y una larga caminata, llegaron a la colina en la que David y su padre habían acampado.

Aquí es donde teníamos el campamento. Y la cúpula y los gritos salieron de allí —informó el chico, señalando un bosque cerca de un escondido edificio a bastantes metros.

¿Y tu padre no se despertó? —preguntó Louis.

Mi padre cuando empieza a dormir no hay quien lo despierte. Le dije lo que había visto, pero no me creyó y dijo que había sido una pesadilla. Pero os juro que no lo fue.

Quizá sí —insistió Mary.

Yo te creo, David —declaró Christian con contundencia.

Entonces, ¿pensáis bajar?

¡Claro que sí! ¿Por dónde tenemos que ir, David?

El camino hacia allí es todo de bajada, no tardaremos mucho.

De acuerdo, entonces. En marcha —ordenó Christian.

Mary suspiró y los siguió con resignación. No podía evitar mostrar cierto miedo, y cada nuevo segundo se arrepentía más de haberlos acompañado.

Como había dicho David, la bajada hacia el bosque de la cúpula fue bastante rápida. La pandilla hizo la mayoría del camino corriendo, y sólo interrumpieron su carrera en una ocasión en la que David tropezó. Aunque todos llevaban sus linternas encendidas, en aquella caminata la luz de la luna llena pareció ser suficiente. Finalmente, pisaron suelo plano.

Teóricamente ya estamos en el bosque. Ahora tocaría ir en línea recta hasta encontrar algo que nos indique que fue allí donde apareció la cúpula.

De acuerdo. Tú nos guías —dijo Christian.

David, desde bien pequeño, había visitado esos bosques para ver las estrellas con su padre. En cada ocasión lo hacían desde un punto diferente, así que el chico ya se conocía la zona a la perfección. Un suave viento hacía que Mary, presa de un miedo que no dejaba de crecer, temblara de frío. Louis también parecía pasarlo algo mal por culpa del viento.

La caminata fue bastante más larga que la carrera anterior. Avanzaban muy lentamente, inspeccionando árbol por árbol el lugar en el que se encontraban.

Chicos, deteneos —ordenó Christian, que iba primero.

¿Qué pasa? —preguntó David.

¿Qué es eso?

Las linternas apuntaron hacia una masa negra que reposaba en el suelo, delante de ellos. Al acercarse, el grupo se percató de que aquello era un cadáver. Se trataba de una pelota bastante demacrada (seguramente a causa de la descomposición), de la que salían cuatro patas acabadas en un pincho. Una de éstas, sin embargo, estaba clavada en su cuerpo. Un charco de sangre seca manchaba la hierba.

Ninguno de los chicos se atrevió a decir nada. Eran jóvenes de catorce años, con todavía mucho mundo por ver, pero, aun así, podían intuir que esa bestia no era un animal cualquiera. Algo dentro de ellos les decía que eso era una aberración nacida de algún proceso antinatural.

Chicos, vayámonos, por favor —suplicó Mary, presa del pánico.

Ninguno le hizo caso. Los tres chicos, perplejos, siguieron avanzando y descubrieron que cadáveres como ese se repartían por la zona de forma heterogénea. Todos, eso sí, compartían una característica: la pata clavada en sí mismos.

Es como si se hubieran suicidado clavándose las patas —acertó Louis, pensando en voz alta.

Pero, ¿por qué? ¿Y la cúpula tiene algo que ver con estas cosas? —se preguntó Christian.

Finalmente, llegaron a un claro repleto de esos cadáveres aberrantes. Mary empezó a sentir náuseas al ver tal masacre. Al pisar el centro, vieron un círculo de arañas muertas rodeando una mancha negra en el suelo, hecha de un material duro. Algo les decía que ese había sido el punto central de la cúpula.

Chicos, mirad allí. Parece que en ese lado hay más arañas que en el resto de la explanada —informó Louis, apuntando con la linterna hacia la derecha del grupo.

Vamos, quizá encontramos de dónde salen estas cosas —propuso Christian.

El grupo avanzó en la dirección que señaló Louis. Pronto se encontraron una subida muy empinada, precedida por una araña que parecía partida por la mitad. Guardando las linternas en las mochilas y con todo el impulso que encontraron, subieron todos los metros que pudieron de aquella rampa natural y, al detenerse, tuvieron que seguir agarrándose a los arbustos y raíces que sobresalían de ese terreno hostil. Tardaron bastante en llegar, en especial Mary. David sorprendió a todo el grupo demostrando una maña increíble.

Una vez arriba, descansaron unos minutos. Después, siguieron avanzando, encontrándose cada vez más cadáveres de esas bestias. De vez en cuando, aparecían unos pequeños muros de piedra, cuyo origen no supieron explicar. En algunos momentos, incluso veían arañas estampadas contra estas piedras.

Por fin, salieron del bosque. En ese punto, la presencia de cadáveres se había reducido. A unos metros de ellos, sin embargo, una enorme nave emergió de la oscuridad. Era el edificio escondido que se veía en la lejanía desde la colina del campamento de David. Se acercaron y se percataron de la extraña materia negra que decoraba sus paredes. El grupo se colocó delante del alto pórtico de la estructura.

Ya basta, por favor. Volvamos a casa —suplicó una vez más Mary, temblando.

Es una nave abandonada, Mary. No pasará nada. Además, ya ves que todas estas cosas están muertas.

Mary calló, impotente. Volver sola a casa le daba tanto miedo como entrar en ese edificio de apariencia infernal.

David fue el encargado de abrir la puerta, agarrando ambos pomos y empujando hacia dentro. Quien hizo el primer paso hacia el interior, sin embargo, fue Christian. Avanzaron unos metros, examinando la oscuridad de ese sitio con las linternas. A pesar de su luz, la visibilidad era imposible: era como si las paredes de ese lugar fueran tan negras como la oscuridad que contenían. Louis, el más observador de todo el grupo, apuntó al fondo de la nave, dando unos pasos hacia adelante.

Chicos, allí hay un interruptor —dijo.

¿Crees que habrá luz? —preguntó David.

No perdemos nada por intentarlo —respondió Christian.

El grupo avanzó en línea recta y con paso firme, sin mirar atrás. Louis, después de contar hasta tres con sus compañeros, subió aquella palanca que debía permitirles ver el sitio en el que se encontraban.

Unos focos situados en el techo de la nave iluminaron las tres grandes salas que la conformaban. El grupo se quedó perplejo al ver unas estructuras negras que parecían haber reventado, llenándose de una sangre granate que borboteaba lentamente. La estancia también estaba llena de cadáveres como los del claro, a diferencia de unos pocos que parecían haber sufrido otro tipo de heridas. El grupo recorrió la habitación durante unos segundos, observando todos los detalles.

Hey, chicos, ¿quién ha cerrado la puerta? —preguntó David.

Todo el grupo se giró en dirección a la salida. Efectivamente, la puerta estaba cerrada.

Mary, tú ibas la última, ¿la has cerrado? —interrogó Christian.

No, yo la he dejado abierta —respondió Mary, faltándole el aliento.

Debe de haberla cerrado el viento —supuso David.

Louis, el más cercano a la puerta, se acercó y la intentó abrir.

No se abre —dijo, temblando.

Todos tragaron saliva.

Quizá sólo se puede abrir desde fuera. No pasa nada, esto es una antigua fábrica, tiene que tener más salidas. Ya veréis —dijo Christian, intentando tranquilizar.

Todos se pegaron a Christian, aterrorizados. Le siguieron hasta la sala derecha de la nave, que parecía idéntica a la central. Al entrar, vio una pequeña puerta en la pared ante él, en el lado izquierdo. Christian dio unos pasos más, adelantándose el grupo.

¿Veis? Ya os decía yo que había otra salida.

Cuando el resto del grupo se disponía a seguirlo, Christian ya había desaparecido. De él sólo quedaban dos piernas y un brazo, que enseguida cayeron al suelo. Un grito perturbador acompañó a la escena, junto con un conjunto de sonidos que los del grupo nunca creyó que oiría.

Se quedaron paralizados. Todos se orinaron encima, y Mary soltó todo el terror acumulado con un grito ahogado en lágrimas. Louis encendió la linterna y examinó su alrededor, desesperado. David seguía petrificado, y observaba los restos de su amigo intentando aguantar las ganas de vomitar.

¡¿Qué ha pasado?! —gritó Louis.

He visto una cosa negra... ¡Y después Christian ya no estaba! —exclamó Mary, llorando.

David por fin despertó.

¡Corred, hostia puta!

Y David y Mary así lo hicieron. Empezaron una carrera hacia la habitación izquierda de la nave. Un fuerte golpe, sin embargo, los detuvo.

Era Louis. Dos de los enormes focos que iluminaban la estancia habían caído sobre él, aplastándole las piernas. El chico soltó un grito de dolor, y empezó a suplicar ayuda a sus compañeros.

Y en ese momento la bestia cayó del techo, aplastando todavía más las piernas de Louis y agudizando sus gritos.

Era parecida a los cadáveres que habían visto. Esta vez, sin embargo, de la redonda central que formaba el cuerpo surgía un tronco parecido al humano con dos brazos idénticos a los de una mantis. Ese tronco era coronado por una cabeza con una mandíbula de insecto y dos grandes ojos redondos que se movían como los de un camaleón. De la parte de atrás de la redonda salía una larga cola parecida a la de un escorpión.

David y Mary se volvieron a paralizar. La bestia soltó un agudo grito, y a continuación agarró a Louis por los brazos y lo sacó de los focos derruidos, destrozándole las piernas. Los únicos sonidos que podía emitir el joven eran gritos desesperados.

Lo peor era que Louis y sus compañeros se miraban de frente. Ninguno de los dos que lo observaban olvidaría jamás esa cara de terror absoluto. Louis extendió el brazo, pidiendo auxilio una última vez.

El brazo bajó en el mismo momento en el que la cabeza de Louis desaparecía, engullida por las mandíbulas de ese monstruo. El animal soltó el cuerpo, en una especie de acto de rechazo. Sus ojos se dirigieron hacia David.

El joven entendió enseguida que era la nueva presa. La desesperación tomó el control de su cuerpo, y deshizo la carrera dirigiéndose a la puerta por la que habían entrado. Dominado por la ansiedad, la golpeaba sin parar, imaginando que esa acción inútil lo salvaría. La bestia lo miraba. Mary pudo ver una fría inteligencia en ese monstruo antinatural. Por fin, la aberración se movió y se dirigió hacia David. Arrinconado, el pobre chico volvió a orinarse encima.

Mary no quiso volver a quedarse a observar la escena. Corrió hacia la habitación izquierda de la nave, buscando una salida. Mientras corría, se tapaba las orejas para no oír los infernales sonidos y gritos que salían del cuerpo de David. Desesperada, confusa, aterrorizada y agotada, se apoyó sobre la pared del fondo del edificio. Maldijo sin parar a todos sus amigos, que la habían llevado a ese monstruoso final. Se golpeó sin parar, insultándose a sí misma por no haber reunido el valor suficiente para irse a casa sola.

Finalmente, la bestia llegó a la sala. Ella, de espaldas a la pared, la observaba, llorando de terror. Cuando lo tuvo lo suficientemente cerca, se dio cuenta de que ese monstruo también estaba aterrorizado. Temblaba y chirriaba, como si tuviera miedo de la propia muchacha. Clavó los brazos en la pared de detrás de Mary y empezó a mover la cola. De la punta de ésta surgió un bulto rosado que palpitaba, impaciente. Mary seguía con los ojos cómo se le acercaba ese tentáculo diabólico, incapaz de entender qué podría hacerle. ¿Por qué seguía viva esa cosa? ¿Por qué no había muerto, como las otras? ¿Qué maléfico motivo había hecho que ese demonio salido del infierno no se suicidase? ¿De dónde había salido ese error de la naturaleza? Estas fueron las últimas preguntas que pasaron por la mente de la chica. Cerró los ojos, esperando una muerte terrible.

Lo que pasó a continuación no se puede describir con palabras.

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