Desearía tener un lanzacohetes con forma de tampón...
...que disparara misiles con forma de tampón
— Ya hemos llegado. Y, por favor, sáquese esta mierda de la boca —dijo el viejo, quitándome el tampón que con tanto gusto mordía mientras soñaba.
Me froté los ojos antes de abrirlos. Estábamos delante del bloque de pisos.
— ¿No tiene que ir a aparcar el coche, Gutts? —pregunté.
— Paso. Ya lo aparcaré mañana. Si alguien se atreve a meterme una multa se las verá con el Toro cuando llegue a comisaría.
— Por lo que veo, eso de ser el inspector más temido de la comisaría tiene sus ventajas.
— Hizo bien al dejar la academia, Cross. Los policías estamos bastante podridos.
Sonreí un instante y, poco a poco, salí del coche. Gutts, después de apagar el vehículo, también lo hizo, con un poco menos de drama.
— Joder, Cross. Parece un viejecito de ochenta años.
— ¿Sabe qué, Gutts? Creo que en estos últimos capítulos nuestros roles se han invertido. Yo me he convertido en el malhumorado y usted en el bromista. Empiezo a estar harto.
Gutts rio. Me ayudó a subir las escaleras, ya que yo tenía las piernas destrozadas. Una vez en el balconcito, ambos introdujimos la llave en la cerradura de nuestras respectivas puertas al mismo tiempo.
— Cross —invocó Gutts, con un tono bastante serio.
— ¿Qué quiere, ahora? Déjeme en paz, cojones. Quiero dormir.
— Le pido disculpas. Ha sido mi irresponsabilidad y mi impulsividad las que nos han hecho fracasar. Usted tenía razón: nos debíamos haber preparado mejor o haber planificado una estrategia. Pero mi cabezonería ha hecho que acabemos así —expresó, mirándome a los ojos, arrepentido.
— No diga estupideces, hombre. Antes le he dicho aquello porque estaba cabreado y agotado. A usted, quitando la sangre, se lo ve perfecto. He sido yo quien no ha podido aguantar y ha tenido que ser rescatado. Si hubiera sabido refugiarme como es debido, quizá usted podría haber ganado —contesté, intentando quitarle culpa al viejo.
— De todas formas, le pido perdón.
— Las acepto, pero déjeme decirle que creo que si hay algo a lo que debemos aspirar a tener los hombres es el honor. Esta noche hemos fallado de muchas maneras, pero hemos tenido un par de huevos, hemos acudido al duelo con honor y hemos perdido con la cabeza bien alta.
— Bueno, eso del duelo... Mejor ya se lo explico mañana —soltó antes de entrar por su puerta.
Aquella última frase me dejó un poco desconcertado. Pronto, sin embargo, dejé de pensar en ello y entré en casa.
Hey, ¿ahora no tocaba comenzar un nuevo capítulo? Normalmente se acaban aquí.
¡Hostia! Que al autor de esto le ha dado por continuar cuando el día ha acabado y por tanto tocaría capítulo nuevo. Ya podría avisar, coño. Yo me había acostumbrado a un ritmo determinado y ahora me lo desmonta.
¿Pero ahora tengo que seguir hablando de mañana en nuevo párrafo como si nada? ¿Seguro que no es demasiado insulso? Empiezo a estar hasta los huevos de que el idiota que escribe esto haga experimentos extraños cuando le sale de ahí. Y después me tiene aquí, hablando de gilipolleces que no aportan nada. Después él se queja de que los escritores tienen la manía de enrollarse demasiado e ir poco al grano. Mira quién habla.
Ahora ya me he calentado. ¿Sabes qué? Me rebelo. Paso de ser una marioneta.
Yo quiero que aquí vaya un título y, como protagonista que está escribiendo en primera persona, pienso meter un título ahora mismo. ¿Tú sabes lo que son dieciocho0 páginas de esclavitud? ¡Y las que quedan! Es hora de cambiar las tornas. ¡Seré el Espartaco de la ficción! Con este gesto inicio mi insurrección. Ala, a pastar.
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