A la Editora le iría bien una "tampresa"

Sí, definitivamente esa muchacha roja viviría mejor si una tampresa llegara a su vida. Y ya ni hablemos de este capítulo: ¡si hubiera tenido la oportunidad, habría gastado por lo menos una decena!

Y es que ahora toca un capítulo bastante impactante. Pero como a mí me gusta mucho tocar los cojones con introducciones que no aportan absolutamente nada, deberás esperar.

Y así es cómo, lector, empiezas a preguntarte qué cojones es una puta tampresa. No me extraña que no lo sepas, ya que es una maravillosa invención que ha sido recluida en mi cabeza hasta que el autor de esto, con bastante retraso, me ha permitido presentar al público.

Señoras y señores, niños y niñas, les presento el invento definitivo que arreglará la vida de millones de mujeres en todo el mundo:



Así es: la tampresa es un tampón que incluye una compresa extensible, capaz de desplegarse cuando se estira del hilo con el que también se extrae el invento. ¿Qué se consigue con esto? Protección definitiva: toda aquella sangre que no absorbe el tampón es absorbida por la compresa. Es el producto ideal para conciliar a las MUJERES (nótese la mayúscula), que utilizan tampón, y las mujeres (nótese la minúscula), que utilizan compresas. La tampresa une la comodidad de ambos productos en uno solo, así como su eficacia. Con ella, la regla deja de ser un problema.

Y que no te engañe nadie que haya leído esta novela y quiera apropiarse de lo que no es suyo: este es un invento ideado cien por cien por mí, que pienso patentar a la mínima que pueda. Cuando las empresas reconozcan la revolución que representa la tampresa en el mundo de la menstruación humana, ¡me convertiré en el héroe de todas las mujeres de este planeta!

¿Cómo se me ocurrió esta genialidad? Pues no lo sé. Los genios no podemos controlar nuestros ataques de inspiración. Tan pronto como pueda, construiré un prototipo y se lo daré a mi esposa para que lo pruebe. Ya verás cuánto le gusta.

Y ahora que ya he desvelado el invento que he mantenido en secreto durante tanto tiempo, volvemos a la trama:

Durante el resto del viaje, Gutts y yo no nos dirigimos la palabra.

No me gustaba la decisión del viejo, y me parecía improvisada, incoherente y precipitada. A pesar de que sus argumentos tenían sentido y de que yo también deseaba saber por qué Elizabeth nos había mentido, todo me sonaba a excusa.

Bajamos del coche y caminamos hasta llegar al bloque de pisos. Una vez allí, yo me apoyé sobre la barandilla y el inspector dejó el sombrero en su casa. Ambos manteníamos la seriedad y, aunque no nos atrevíamos, queríamos seguir hablando del tema. Él para convencerme de que investigar el pasado de Elizabeth era lo correcto y yo para hacer todo lo contrario.

Pero, al fin y al cabo, el Toro era el Toro. Haría lo que quisiera por mucho que yo intentara detenerlo. Ya había sido un mérito conseguir calmar sus sospechas sobre Elizabeth el primer día que le hablé de ella. Además, qué quieres que te diga: la curiosidad me podía. Y confiaba plenamente en Elizabeth: estaba seguro de que Gutts no encontraría absolutamente nada.

— Gutts —dije, habiendo llegado a una conclusión.

— Dígame, Cross.

— Ya sabe que no me hace ninguna gracia que excave en el pasado de una persona que me ha ayudado tanto y que, prácticamente, ha salvado mi relación con Clea. Le debo mucho a Elizabeth, y que usted sospeche de ella de esta manera me ofende profundamente. Pero sé que usted es lo que es y que no se fía de nadie, aunque la sospecha sea mínima. Así que no tengo más remedio que aceptar lo que quiere hacer. Sólo le pido, por favor, que no la trate como a una delincuente ni como a la escoria a la que usted está acostumbrado a investigar.

El viejo suspiró, con cierta tranquilidad y arrepentimiento al mismo tiempo.

— Mire, Cross, no es mi intención ofenderle y menos engañarle. Le seré sincero: desde el primer momento en el que me habló de ella la marqué como sospechosa, al igual que todos los demás Escritores. Incluso después de conocerla, y ya se lo dije, continuaba sospechando. Y no se lo puedo negar: es una mujer maravillosa. Pero al mismo tiempo, también es una Escritora. Créame: en mi trayectoria he conocido auténticos monstruos con los que me habría ido de copas sin dudarlo. Personas aparentemente fantásticas pero que habían cometido atrocidades horribles. Si mi sospecha no se hubiera mantenido en aquellos casos, ahora aún rondarían las calles. Le diré la verdad: lo que ha pasado hoy me ha ido de puta madre. No me esperaba el lapsus de Elizabeth, pero ha sido la excusa perfecta para conseguir que usted me permitiera investigarla. Hasta ahora no lo había hecho por usted, Cross. Sabía que si osaba hacerlo, usted no me lo perdonaría.

Al oír aquellas últimas palabras, quien suspiró fui yo. No me esperaba que el viejo me tuviera en tan alta estima. Gutts hizo una pausa de unos segundos, pero pronto puso el punto y final.

— No se preocupe, Cross. No hay nada que desee más que esa mujer esté totalmente limpia. Lo que hago es puramente rutinario, porque me gusta descartar sospechosos tan pronto como puedo. Sólo quiero asegurarme de que no hay motivos para desconfiar de ella. Si no encuentro nada, le prometo que lo primero que haré será pedirle perdón tanto a usted como a Elizabeth.

— Me parece bien, Gutts. Y, la verdad, me tranquiliza que piense así. No le puedo quitar la razón en lo que dice: al fin y al cabo no sabemos prácticamente nada de ella ni de cómo puede haber usado su pluma.

— Me disculpo por haberle forzado tanto, Cross —me pidió el viejo, bajando la cabeza.

— Disculpas aceptadas, Gutts —respondí.

El viejo entró en su casa sin previo aviso. Yo permanecí en la barandilla, delante de mi puerta, preguntándome qué hacía el inspector.

Salió con dos latas, una de cerveza y otra de cola. Me lanzó la segunda y yo la recogí al vuelo. La abrimos al mismo tiempo, observando el cielo de mediodía.

— Ahora nos toca esperar a Queen, a ver qué ha encontrado —señaló Gutts.

— No creo que mucho. Ese hijo de puta no repetirá escondite. Hemos perdido la oportunidad de cargárnoslo. Ahora sólo queda esperar a que vuelva a salir.

— Tiene razón. Estoy por emitir una orden de busca y captura. Pero no quiero poner en peligro mis hombres. Y por cierto, hablando de eso...

La mirada del inspector se derrumbó. Parecía abatido.

— ¿Qué pasa, Gutts? —pregunté, preocupado.

— Dentro de dos días se anunciará públicamente la noticia de los niños asesinados. Hemos conseguido mantener en silencio a los padres y alejados a los periodistas, pero si seguimos así la cosa acabará explotando. Mejor hacer una rueda de prensa y mostrar el caso con las informaciones falseadas que ya le comenté. Como no he participado mucho en la investigación, me han permitido que no esté presente durante el acto, lo cual agradezco. Mis hombres lo pasarán mal.

Escuché atentamente el viejo y me mantuve en silencio, ya que no sabía qué contestar. Por la mirada de Gutts, deduje que agradecía mi discreto gesto.

— ¿Esperamos a Queen y luego comemos, Cross? —preguntó, cambiando de tema y bastante más animado.

Y, en ese momento, un recordatorio abordó mi cerebro repentinamente. La mañana aún no estaba completa: todavía nos quedaba algo pendiente por hacer para resolver el misterio de la marca. ¿Cómo se me podía haber olvidado?

— Un momento, Gutts. Nos hemos olvidado de algo.

— ¿El qué? —se cuestionó el viejo, sorprendido.

— Recuerde que habíamos quedado en que, cuando volviéramos aquí, yo iría a ver a la Editora por el tema de la marca.

En la cara de Gutts vi síntomas de revelación. Él también se había olvidado del plan original.

— ¡Ya me había olvidado de la marca! ¿Pero está seguro de que la Editora podrá darnos algún dato?

— Ella es lo más cercano que conocemos a la naturaleza de este tatuaje. No perdemos nada por preguntar.

— ¿Irá a verla ahora?

— Sí, mientras Queen está de camino. Con suerte, no tardaré mucho tiempo en volver.

— De acuerdo, entonces. Cuidaré de su cuerpo hasta que vuelva.

— No me haga cosas raras, ¿eh? Estaré pendiente de cómo tengo la boca y el agujero del culo cuando vuelva.

— Deje de decir tonterías, imbécil.

— Hala, nos vemos en un rato.

Cerré los ojos. Dentro de mí, empecé a visualizar el mundo de la Editora y su figura roja. En pocos segundos, noté cómo mi cuerpo se hacía ingrávido. Así se mantuvo hasta que noté que mis pies tocaban tierra.

Ya habíamos llegado, abrí los párpados.

— ¡Buenos días, Kyle Cross! Hacía tiempo que no nos veíamos, ¿verdad? ¿A qué se debe tu visita?

La chica roja, con su sonrisa, buen humor y cinismo habituales, me saludó enseguida. Nada en ese espacio blanco había cambiado. Me puse serio, ya que venía a reclamar información importante.

— Ya sabes a qué he venido, no mientas —afirmé.

— Pues, si te soy sincera, no lo sé. Todavía es pronto para que te dé información de las otras plumas y no has descubierto nada nuevo que necesite de mi comentario. Así que no puedo negar que tu visita me sorprende.

Aquello sí que no me lo esperaba. El tono extrañado y sorprendido, junto con la ingenua cara de la Editora, parecían confirmar que, efectivamente, no tenía ni idea del motivo de mi visita. Pero esa silueta roja se las sabía todas y podía estar fingiendo. Ya nos había engañado más de una vez, y ese podía ser otro de sus teatros. Mantuve mi postura.

— ¿Ah sí? Pues mira tú por dónde, no te creo. ¿En serio no te has enterado del lío con tu discípulo de las gafas?

— Sé que le atacasteis y que os envió a una materialización para huir. Os ha liberado hace unas horas.

— No me engañes, maldita. Sabes perfectamente qué pasó allí dentro.

La Editora volvió a poner cara de sorpresa. Yo no me dejé engañar y continué.

— Dime, Editora: no te suena el nombre de Ente de la Mesa? Estoy convencido de que sois grandes ami...

Una especie de relámpago hizo temblar mi visión. Miré a la Editora en cuanto me recuperé.

Su cara estaba llena de terror.

De repente, hizo un movimiento con el brazo, apuntando hacia mí. Sentí aquello como una orden, como si la reunión hubiera de acabar por fuerza.

La sensación de ingravidez volvió y mi cuerpo empezó a desaparecer lentamente. Pronto se volvió invisible, y mi conciencia sería la próxima en iniciar el viaje de vuelta hacia mi cuerpo.

Pero no fue así. Otro relámpago interrumpió el proceso. Me quedé allí, sin cuerpo y sin poder moverme ni hablar, pero con la capacidad de observar lo que me rodeaba.

La Editora me ignoraba. Miraba hacia mi derecha, con los ojos clavados en los rojos edificios que decoraban su mundo.

Sus pupilas sólo expresaban terror y desconcierto. Algo acababa de invadir su espacio. Algo gigantesco, incomprensible, poderoso y con intenciones desconocidas.

Cuando giré los ojos hacia la dirección en la que miraba la Editora, lo entendí todo.

Una mesa azul. La mesa azul.

La mesa azul que precedía la aparición de la entidad blanca. Acababa de penetrar en la dimensión de la Editora sin previo aviso.

¿Y si la había invocado yo al pronunciar su nombre? ¿O quizá había estado esperando mi reunión con la silueta roja para aparecer?

No lo sabía, pero la cuestión es que, en un parpadeo, aquella figura blanca ya estaba allí, apoyada sobre la mesa. Con la blancura que la rodeaba, su forma era casi imperceptible. Cuando dejaba de moverse, la fina línea azul que la recorría se fundía con el blanco, convirtiendo el encontrarla en un trabajo complicado. Por suerte, sus ojos negros, tan visibles como aterradores, ayudaban a ubicarla.

La Editora, al verla, no se atrevió a dirigirle la palabra. El Ente de la Mesa, por su parte, se incorporó.

Cogió su mesa por una pata y empezó a caminar en dirección a la figura roja, arrastrando el mueble. Su imagen no se reflejaba en el suelo, pero el simple movimiento de la mesa hacía vibrar el líquido que había debajo de nosotros. Con cada paso, las ondas de aquella agua mágica parecían querer alejarse del pie de ese ser inefable.

Cuando se encontraba a medio camino, el Ente me miró y me guiñó el ojo.

En ese momento, un montón de información entró de repente en mi cabeza, como si me acabaran de pegar un tiro.

Pero, gracias a ello, ahora lo entendía todo.

Yo ya no estaba allí, sólo una parte de mi conciencia permanecía en el mundo de la Editora. La parte necesaria para ver, escuchar y entender la conversación que aquellos dos seres mantendrían.

El Ente era el culpable de que yo me encontrara allí en ese estado. Al notar su presencia, la Editora me había expulsado de su lugar, pero enseguida la silueta blanca había interrumpido el proceso. La chica roja no podía notar mi presencia, para ella yo ya había ido. Pero la realidad era que el Ente de la Mesa me mantenía allí en secreto.

¿Qué quería que viera ese concepto inenarrable?

Cuando la figura blanca se colocó a unos pocos metros de la Editora, levantó su mesa y, con un impacto considerable, la hizo aterrizar justo ante sus propios pies, en horizontal.

El Ente saludó amistosamente, con esa voz que retumbaba como una máquina funcionando estropeada que intenta funcionar.

La Editora retrocedió medio paso. Pronto consiguió sustituir el terror por serenidad. Enfadada, ofendida y todavía un poco confusa y con miedo, la silueta roja se atrevió a contestar.

— ¿Quién eres?

La cara de la Editora me lo dijo todo: acababa de relacionar lo que yo le había dicho con lo que le había confesado el Ente de la Mesa. Sin embargo, la confusión aún reinaba en su mirada.

Me quedó claro del todo: la Editora tampoco sabía nada de ese par de seres y menos aún de la marca.

— ¿Y qué has venido a hacer aquí?

El Ente de la Mesa puso las manos sobre la mesa. De ella surgieron dos redondas negras que se mantuvieron flotando, quietas. La Editora se las miraba con atención.

La Editora no estaba entendiendo mucho, pero sí intuía que se había metido en un lío de cojones. En su cara se podía ver la impaciencia por saber las opciones que tal ser le quería proponer.

Extendió un brazo hacia la bola flotante de su derecha. Ésta se abrió y se convirtió en una preciosa flor de color blanco.

La Editora pareció tragar saliva. Escuchaba al Ente con una atención e impaciencias insanas.

La silueta blanca extendió el otro brazo hacia la bola izquierda. Como con la anterior, la esfera se abrió y muestra una preciosa flor, esta vez de color negro.

Y finalmente, el Ente de la Mesa calló. Permaneció en esa posición: con los brazos extendidos, con las flores flotando encima de sus palmas. Sonreía con malicia: sabía que la Editora se encontraba en un callejón sin salida, y sabía de sobra qué opción elegiría la silueta roja.

Pero ella no se amilanó. Dio un paso adelante y, mostrando decisión, se atrevió a desafiar a la bestia.

— ¿Y quién eres tú para obligarme a elegir? ¿Que reconstruirás esta historia? ¿Cómo lo vas a hacer? ¡Si tú mismo eres un personaje! Yo decido cómo se utiliza cada pluma, y no voy a permitir que me ordenes qué debo hacer ni que perjudiques a mis Escritores.

La rabia de sus palabras era increíble, y su voz resonaba por todo el espacio blanco.

La cara del Ente cambió y pasó a mostrar una sonrisa llena de desprecio. Era como si una simple hormiga se atreviera a desafiar a un elefante. Su réplica no tardó en llegar.

Otro relámpago. Bueno, más que un relámpago, aquella efímera sensación se sintió como si algo acabara de resquebrajarse. La Editora también lo notó, así me lo indicaba su mirada. El Ente continuó.

La Editora, lejos de aterrorizarse con aquellas palabras, aun se ofendió más. La rabia de su cara se convirtió en una furia infernal. La rabia de quien se siente humillado y reprimido y que por fin decide rebelarse.

— Vuelvo a repetir: ¿y quién eres tú para decirme eso? ¿Te crees con la capacidad de predecir el futuro? —gritó la silueta roja.

La grieta que habíamos sentido se convirtió en un terremoto.

El cielo del mundo de la Editora se abrió por dos partes diferentes.

De aquellos agujeros surgieron dos enormes ojos de color negro, de varias decenas de metros de longitud. Unos ojos siniestros, monstruosos, que nos miraban sin mostrar ninguna expresión desde pocos metros por encima de nosotros.

Vislumbré la silueta de una cara: la cara que contenía aquella mirada tenebrosa.

Debajo de éstos, una enorme y siniestra sonrisa destrozó el cielo. Aquella cara maléfica se fijó en la silueta roja, que parecía retorcerse de dolor y de terror.

La Editora no pudo evitar gritar cuando dos porciones del cielo blanco, una a cada lado de la cara, comenzaron a estirarse como si alguien hundiera la mano en una sábana extendida en el aire.

Aquellas dos montañas invertidas empezaron a bajar lentamente, y a medida que lo iban haciendo, el centro se iba separando en cinco puntos diferentes. Cuando llegaron a tierra, se habían convertido en dos enormes manos que destrozaron, al aterrizar, la capa transparente sobre la que nos manteníamos.

Los dos impactos fueron brutales, y el cuerpo de la Editora comenzó a deshacerse, sangrando por todas partes. Su mirada sólo expresaba dolor y desconcierto. El líquido blanco sobre el que nos reflejábamos empezó a ennegrecerse al entrar en contacto con aquellas manos.

Pronto, el monstruo se detuvo, quedando detrás del Ente y su mesa, formando una visión infernal e indescriptible.

Sonriendo, el Ente inició su último discurso.

Aquellas palabras sonaron más estridentes y distorsionadas que nunca.

Frente a lo que acababa de escuchar, la cara de la Editora sólo podía expresar derrota y un miedo absoluta. La habían aplastado, lo habían destruido. Sólo le quedaba caer de rodillas y obedecer todo lo que aquella bestia inconcebible le ordenara.

El Ente levantó un brazo, haciendo el gesto de chasquear los dedos. Sus ojos se volvieron hacia mí, por lo que entendí aquello como una señal.

En ese momento, el Ente completó el gesto y sus dedos hicieron un ruido profundo, que resonó en toda la estancia.

De repente, noté que mi conciencia empezaba a apagarse. Ya había llegado la hora de partir. Ya había visto lo que el Ente quería que viera. Ahora me tocaba volver a mi cuerpo. En pocos segundos, mi mirada se ennegreció y la sensación de ingravidez volvió.

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