7: Nueva vida
Hey, ven... Sube a mi hombro —me pidió el humano.
—Fiu —le respondí.
Este humano había sido bueno así que yo estaba cómodo estando a su lado. Me llevó a la sala y pude ver a su gente reunida. Al otro loro, que se llamaba "Aurora", casi no le hacían caso por mi culpa, y al parecer creían que era hembra, por el nombre que le habían puesto. Quizá los humanos no sabían diferenciarnos.
—Este es Cherchy —dijo—. Algunos ya lo conocen.
—Aléjame tu loro, que me da miedo —chilló la prima.
Oh sí, la había mordido a la chillona. No me agradaba su voz y expelía algunas feromonas que me hartaban. No me agradaba, así de simple.
Todo lo demás transcurrió bien esa tarde, excepto que a veces los "criters" —críos humanos— venían a querer usarme de juguete. Había aprendido a amenazar con el pico para que no se acercara quien yo no quisiera.
Era pequeño, pero no había sabido que con una buena mordida bastaría para que algún odioso humano me dejara en paz. Me quedé en mi percha mientras me alcanzaban a que probara algún alimento al azar, los recibía con entusiasmo aunque algunos eran en verdad horribles.
Me dieron un líquido extraño, que cuando lo probé, enseguida me hizo sentir mareado. Tan solo su aroma se me había introducido por la nariz y me había hecho estremecer. Se rieron de mí cuando sacudí la cabeza para despejarme. Humanos traidores, ¿qué me habían dado?
—Le gusta el vino —dijo la prima chillona mientras se burlaba de mí.
Di unos cuantos pasos y mi percha giró bajo mis patas.
—Huy —exclamó el humano, mientras me sostenía prácticamente en el aire.
Me pusieron en la mesa y caminé un poco mientras la superficie se iba de un lado para otro. Wow.
—A ver, di: "hola", Cherchy —dijo la madre.
—Cherchy, Cherchy, Cherchy —empezaron a repetir todos en coro.
Empezaron a girar a mí alrededor, no sabía si era yo o ellos los que giraban en verdad pero ya me estaban mareando más. Me causó gracia y un sentimiento de felicidad me embargó de la nada.
Me puse a brincar y ellos reían y aplaudían. Me puse a entonar distintos silbidos también y ellos me imitaban. De pronto me había vuelto su dios o algo así.
—Chechi —dije con mi aguda voz.
Todos estallaron en alegría, celebrando el hecho de que yo había logrado decir esa pequeña palabra. Hice un ruido similar al de sus risas y la algarabía aumentó. Yo era todo un circo ambulante.
—¡Aurora! —gritó mi amigo Aurora.
Los humanos también lo imitaron. Me causaba gracia cada vez que lo trataban como a hembra.
***
Me hallaba durmiendo en mi jaula cuando escuché un extraño ruido en el exterior.
—Fiú —silbé apenas, quizá era el humano.
No hubo respuesta. En segundos, la manta que cubría mi jaula se levantó parcialmente y se asomó un horrible animal, pequeño pero con dos enormes dientes que le sobresalían, era uno de esos famosos roedores. Adaptados para estar en todo sitio. Y sabía que también podía comerme.
Me entró pánico.
—Saludos —me dijo.
—H... Hola...
—Dame algo de tus semillas, anda.
—Eh... Claro, toma algunas...
No supe cómo, pero logró escurrirse entre los barrotes y se metió en mi jaula. Me entró más pánico. Ahora podía lanzarse a comerme también. Tomó varias semillas con sus patas y se las metió en la boca.
—Buf... —balbuceó con la boca llena y volvió a escurrirse fuera de mi jaula.
Alivio.
***
Después de unos días llegó un nuevo amigo a casa, era un pavo, un ave bastante grande. Estaba en el jardín, amarrado a uno de los árboles. A mí me ponían ahí también con mi jaula y yo a veces salía a pasear. La rata también iba a verme cada noche a llevarse unas cuantas semillas. Me di cuenta de que no me haría daño tampoco, al menos no ella.
—¿Y ustedes vuelan mucho? —preguntaba el pavo.
—Sí, surcamos los cielos acompañados por muchos de nosotros —le contaba.
—Guau, debe ser genial. ¿Yo podré encontrar a más como yo y volar también?
El pavo hacía preguntas medio tontas, era enorme pero era menor que yo. Ya me había dado cuenta de que él no iba a poder volar por su peso.
—Quizá —le animé.
—Bien.
Caminó y dio un salto intentando volar. Suspiré. Me preguntaba, ¿para qué lo habían traído?
***
Cada vez que regaban el jardín y hacía sol, nos bañaban a los dos.
—Juan —llamó la madre al humano—, creo que tenemos ratas.
—Seguro, por la comida de Cherchy, Aurora y el pavo.
—Pondré veneno...
Veneno. ¿Qué significaba eso? ¿Era comida especial para ratas? Quizá no querían que se desnutriera.
Para esa noche, la rata ya no volvió. Estuve buen rato despierto, esperándola.
—Es obvio, murió —dijo Aurora desde su jaula.
No podíamos vernos por las mantas que nos cubrían pero seguro podía escucharme despierto.
—¿A qué te refieres?
—¿No sabes? —preguntó—. Si la ama le ha dado veneno, la rata ya debe haber muerto.
¿Eso era el veneno, algo que podía matarte? Me sentí triste, la rata no había hecho nada malo.
—Ese es el destino de muchas de las ratas que llegan aquí. Así que deja de estar triste.
—¿No te da pena? ¿Por qué no les dices a los humanos que no hacen daño? Tú hablas su idioma más que yo.
—No digas tonterías y duerme. Muchas traen enfermedades y una me atacó una vez, así que no me vengas con cosas...
—¡Pero esa no hacía daño!
—Todo animal que se porte mal, encontrará la muerte en este mundo.
—¿Así no sea el mismo que se portó mal? ¿No diferencian?
No me respondió. Subí al nido improvisado de mi jaula y me dormí, triste.
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