2: Apestoso mundo
—Es tu culpa, loro inepto —sollozaba un cabeza roja.
—Calla y deja de llorar.
—Ya que se han calmado un poco, me gustaría que me ayudaran a abrir este hueco —les pedí.
Me había puesto a roer la madera que nos rodeaba y había conseguido hacer un pequeño orificio. Pude ver la selva aún, así que si escapábamos, podríamos volver a nuestras casas.
—Claro —respondieron juntos.
—Por cierto, soy Loro Pico.
—Yo Loro Alita.
—Bueno, mis padres me decían Loro Pollo —respondí.
Empezamos a roer el agujero hasta que Loro Pico pudo sacar la cabeza. Loro Alita se emocionó y lo empujó a un costado para salir él primero. Se escurrió por el agujero. Ya había visto que estábamos sobre el río, en alguna especie de tronco flotante con humanos.
—¡Ye! —gritó emocionado el loro.
Para nuestro mal. Los humanos se dieron cuenta y lo atraparon. Loro Pico salió a toda velocidad y escapó bajo mi envidiosa vista. Intenté hacerlo también pero el humano metió de golpe a Loro Alita, chocándolo conmigo, y tapó enseguida el agujero.
Pánico otra vez.
—¡Mamá! ¡Papá! —los llamé otra vez.
—¡Hijo! —Al fin respondió.
—¡Papá, sácame de aquí!
—Lo siento, pequeño, no puedo. Prométeme que no confiarás en los humanos.
—Pero, papá...
—¡Promételo!
Pude notar que su voz había sonado más lejana, seguro estaba encerrado en el otro tronco flotante de humanos.
Ya no volví a escucharlo.
***
Me despertó un ruido. El humano había abierto la caja de madera en donde nos tenían y me atrapó sin que pudiera reaccionar. Ya no estábamos en la selva, era una de sus colonias de humanos.
Horror.
Tomó un objeto afilado para mi mayor horror.
—No... piedad... ¡Piedad! —rogué.
No me entendían. Estiró una de mis alas a la fuerza mientras yo seguía implorando. Mayor fue mi desesperación cuando me di cuenta de que cortaría mis plumas, mis preciadas alas.
—Mis alas, ¡no! —Posicionó el objeto y empezó a cortar mis plumas—. No, por favor, ¡NO!
***
—¡Loros! ¡Vendo loros! —gritaban.
Nos encontrábamos en una especie de mercado, en unas jaulas, como las llamaban, apiñados. Mis alas habían quedado horribles, mochas. «Moriré sin ellas». Ese lugar apestaba. Les oía conversar.
—Baje el precio por ese que parece enfermo.
—No, no, todos están sanos. No hay rebaja.
—Bueno, iré al otro señor, tiene guacamayos.
Como éramos medianos, casi no nos veían, pero había unos más chiquitos que se quejaban a mi lado.
—Como somos chiquitos y verdecitos nos venden al por mayor, no somos muy cotizados —decía.
—Y nos llevarán a quién sabe dónde. Muy lejos.
—Debemos salir de aquí —insistí.
—¿Cómo? Si no podemos volar —dijo Loro Alita, apachurrado a mi costado.
—Muévete, me aplastas.
—Tú me aplastas...
—¡Vendidos! —Eso nos hizo reaccionar.
Tomaron nuestra jaula, haciéndonos caer a algunos contra otros, y nos llevaron. Terminaron subiéndonos a una cosa enorme que esparcía un rugido prolongado y sin fin. Ellos le decían «camión», al parecer ahí se desplazaban.
La gente en la tolva nos miraba, señalaba, metían los dedos entre los barrotes de la jaula. Loro Alita mordió a uno y eso bastó para que nos dejaran en paz los monos pelados posesos.
A altas horas de la madrugada, como al parecer éstos no dormían, nos trasladaron a otro camión y entonces nos dirigíamos a una ciudad costeña. Alejándonos de mi selva.
Miré al cielo estrellado de mi hogar por última vez.
***
—Ya era hora —le decían al humano que nos trasladaba.
Habíamos llegado a la ciudad y ¡oh, sorpresa! Era otro mercado de humanos.
—Fue difícil evadir a la policía.
—Los hubieran puesto a dormir para que no chillaran tanto.
Nos trasladaron al interior. Todo era bulla, humanos gritando, corriendo, discutiendo. ¡Misma jungla!
Nos pusieron en el suelo, en un puesto lleno de aves y otros animales. Me dirigí a un loro que estaba en una jaula cercana.
—Disculpe, ¿cómo puedo salir de aquí?
Abrió los ojos de golpe y se erizó.
—¿Salir? Ja, nunca. ¡Nunca saldrás!
Me espanté, el loro seguía gritando hasta que los humanos lo hicieron callar. Nos metieron a otra jaula más grande de golpe y pude ver a otros loros mal trechos en un rincón, asustados. Loro Alita se me unió y nos dirigimos a un pequeño perico verde de una esquina. Tenía un aspecto terrible.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Ya no recuerdo —contestó cabizbajo—. Tendrás suerte si sales de aquí en una pieza. De los que vienen, el ochenta por ciento muere. A mí nadie me sacará porque tengo una pata rota.
—Saldremos de aquí.
—Vienes repitiendo eso desde que nos capturaron —reclamó Alita.
Un fuerte golpe nos tumbó.
—¡Loros! —chilló un pequeño y horripilante humano.
Volvió a golpear la jaula hasta que el dueño lo botó.
—Siempre viene uno que otro loco. En fin, me llamo «El cojo», así me dicen. Tenía un amigo pero se lo dieron al halcón —me asusté—, pronto me tocará a mí...
—¡Eso sí que no! —le dije.
—¿No? —contestó otra ave. Volteé, era el halcón. Estaba en la jaula de al lado—. Ya lo veremos, enano.
—No te creas el muy vivo, tú también eres prisionero y apuesto a que quieres huir...
—No, aquí me dan la comida, así ya no tengo que cazar.
***
Después de unos días, me empezaba a debilitar. Nos daban poca comida, un solo maíz para todos. El cojo casi no comía así que logré sacar un grano de entre los compañeros que peleaban por el maíz y se lo llevé.
—Come tú, yo moriré pronto.
—Me costó sacarlo para ti...
—Toca darle de comer al halcón —anunció el humano—. Veamos al cojo, nadie lo comprará.
Metió la mano y todos los loros huyeron a un rincón sin la mínima intención de luchar. El humano agarró al cojo para sacarlo de la jaula.
—Adiós —susurró.
—¡No!
Me lancé al ataque, plantándome en la mano del hombre y mordiendo con fuerza.
—¡Ay! ¡El loro loco! —chilló.
Vi a los demás loros asustados.
—¿Qué esperan? ¡Ayuden! —les pedí.
—No se me suelta —dijo el humano al otro.
Miré con desesperación al montón de loros apiñados y temblando en el rincón. No iban a hacer nada y yo estaba aquí aferrado.
—Dale a los dos, así el halcón durará más tiempo sin comida.
Cerré los ojos. «Mamá, papá... No duraré mucho en este mundo».
—¡Ataquen! —gritó Alita.
Todos los loros se lanzaron a morder la mano del humano.
—¡Ah! ¡Malditos pajarracos! —exclamó el mono pelado mientras sacaba su mano de golpe.
—Dejó la puerta abierta, ¡huyan! —ordené.
Los loros mal trechos salieron volando al instante. Los humanos se desesperaron. Empujé al cojo para ayudarlo a salir y volteé, el grupo de loros que había venido conmigo seguían ahí.
—¡¿Qué esperas, Alita?! —le exigí mientras le señalaba que saliera.
—Tenemos las alas cortadas —dijo con tristeza.
Mi mundo volvió a venirse abajo, adiós esperanza. Los humanos cerraron la jaula.
—Mandaré a traer más loros —meditaba el humano.
Mis compañeros se acercaron a mí.
—Tranquilo, eres bien colorido, seguro te compran. Nosotros somos verdes de cabeza roja.
Me fui al rincón, sumido en mi tristeza.
—Me llevaré ese —escuché decir a un humano.
Tal fue mi susto al sentir que me agarraban con un trapo y me sacaban de la jaula. Mi vista se dirigió a mis compañeros.
—¿Lo ves? —dijo uno.
Miré a Alita queriendo escaparme del humano.
—No te resistas, estaremos bien.
—Adiós Loro Alita —me despedí.
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