Extra 1.2
El flash de la cámara los confundió a ambos. Jack se separó de la joven e intentó enfocar a la mujer que estaba frente a ellos.
—¡Al fin! ¡Una pareja predestinada! —soltó con emoción la recién llegada.
En sus manos sostenía una cámara instantánea, de la que extrajo una polaroid que agitó entre sus dedos.
—¡Oh, no! ¡Salió borrosa! —se lamentó, observando la foto—. ¿Puedo tomarles otra?
Jack pestañeó, ligeramente aturdido. No sabía quién era la señora, pero también vestía con ropas psicodélicas y llevaba un pañuelo con símbolos de tarot en la cabeza.
Como ninguno respondió, ella se rascó la cabeza y se acercó un par de pasos.
—Soy Madame Burton, la dueña del bar, y hago las fotos de los eventos —explicó, levantando la cámara.
Ambos asintieron, comprendiendo la situación.
—¡Vamos, posen y miren a la cámara! —los animó con una sonrisa.
Jack miró a la joven y ella regresó su mirada, sin saber qué hacer. De nuevo parecía nerviosa y un poco incómoda. ¿Era por su casi beso?
Él tragó con fuerza. Ella solo miró a la cámara. Ambos posaron con sus cuerpos rígidos y ligeramente separados.
Madame Burton bajó la cámara y les lanzó una mirada decepcionada.
—Se que pueden hacerlo mejor, como antes —declaró con un guiño—. Por qué no la abrazas, ¿eh? —agregó, observando a Jack.
Jack escrutó a la joven y ella respondió con un ligero encogimiento a su pregunta silenciosa. Así que él deslizó su brazo alrededor de sus delicados hombros y atrajo su cuerpo contra el suyo. Ella estaba tensa, pero se relajó poco a poco y acomodó su cabeza contra su pecho.
A Jack le sorprendió la forma perfecta en que ella encajaba entre sus brazos. Eso le arrancó una sonrisa.
—¡Qué hermosa pareja! —exclamó madame Burton, luego de sacar la nueva foto.
Y antes de que pudieran decir algo, desapareció.
—Eso fue extraño —murmuró la joven, y se mordió el labio inferior.
Seguían abrazados y Jack siguió el movimiento muy de cerca. Entonces se dejó llevar por su impulso. Esta vez no lo pensó, solo aferró su mentón y levantó su rostro para sellar sus labios.
Ese primer toque fue indescriptible. Apenas una suave presión produjo una corriente eléctrica que despertó sus emociones y le aceleró el corazón. Quería descubrir un poco más, besarla más a profundidad y no solo un par de roces ligeros, pero se alejó al darse cuenta de que ella se había quedado rígida en sus brazos.
Quizá había malinterpretado la situación y ella nunca le había dado ese tipo de señal. Tal vez había confundido su amabilidad con atracción.
—Lo siento —dijo, sintiéndose como un tonto.
Cuando apartó el brazo y retrocedió, ella pareció reaccionar. Sus ojos se ampliaron y su rostro enrojeció.
—Ehhh... está bien. Solo... me... me sorprendiste. Es que fue mi... mi primer... beso —balbuceó. Se calló y separó los labios en una gran «o»—. ¡Ay, Dios! No... no debí decir... eso. ¿Puedes hacer como que no lo escuchaste? Es que... tú...
El semblante de la joven lucía desesperado, pero Jack sonrió un poco, aliviado. Estaba por decir algo para calmarla cuando ella se movió deprisa y sus labios se aplastaron contra los suyos.
Esta vez fue su turno de sorprenderse.
Su acción fue inesperada, como si se hubiera dado cuenta de que nada de lo que dijera podría distraerlo de su declaración vergonzosa y que besarlo era una táctica más efectiva. Si era así, ella realmente era un prodigio porque, en ese instante, Jack no podía pensar en nada más que en ese beso.
Los primeros roces fueron tímidos. La tensión en su cuerpo delataba su inexperiencia, así que Jack no se impuso. Continuó besándola de forma delicada, aprendió su boca a través de dulces roces y suaves respiraciones. Ella se relajó.
Poco a poco, fue ejerciendo más presión. Acarició su mentón mientras sus bocas se acoplaban al mismo ritmo y sus besos se volvían más lentos. Cuando ella emitió un débil suspiro de satisfacción, él profundizó el beso.
Mordió su labio inferior, lo trazó con la punta de la lengua y se introdujo en el interior de su boca, incitándola a responder. Y ella lo hizo. Su corazón se desbocó cuando la joven rozó su lengua en una caricia inocente que le robó el sentido. Su cuerpo reaccionó. Deslizó sus dedos dentro de su cabello salvaje y la besó con ímpetu. Rápido y profundo, alterando sus respiraciones y acelerando el ritmo de sus corazones.
Jack había besado a chicas antes, pero ninguna se había sentido tan delicada, ni tan dulce, ni tan adictiva como ella.
Quería besarla para siempre.
Pero su celular sonó y aquella mágica conexión entre ellos volvió a romperse.
Jack contuvo una maldición mientras separaba sus bocas. Luego buscó su celular y observó la pantalla. Era un mensaje de su madre. Estaba preocupada. Le pedía que regresara a casa.
Él suspiró.
—Tengo que irme —anunció, encontrando sus ojos—. Lo siento.
—Está bien —repuso ella, pero no fue capaz de ocultar bien su decepción.
Jack compartía el sentimiento. No quería irse; no cuando ella lo miraba de aquella forma anhelante, con los ojos brillantes y los labios hinchados. Al contrario, quería volver a besarla. Pero se contuvo. Si se quedaba, probablemente ninguno de los dos se detendría.
—¿Crees que podría volver a verte?
No se sentía capaz de dejarla ir sin una promesa de volver a encontrarse.
—¿Quieres volver a verme? —Ella amplió sus ojos con sorpresa y un rastro de emoción.
—Sí —respondió Jack con firmeza.
Su rostro resplandeció con aquella amplia sonrisa, alegre y juguetona.
—¿Mañana? ¿Al mediodía? —Jack preguntó, impaciente—. ¿Aquí mismo?
La joven asintió y, en lo que pareció un impulso, estiró el brazo y le acarició la mejilla. La mirada de Jack siguió el movimiento de sus dedos y su tacto fue muy tierno. Su semblante lucía casi maravillado. Sus ojos parecían decir: «¡Eres tú, eres real!» Aunque tampoco parecía querer dejarlo ir.
Jack cerró los párpados y se apretó contra su palma, disfrutando de su calidez.
Entonces tuvo otra idea.
—Ten esto —dijo, aferrando su mano para darle una de las joyas de su tatarabuela.
Ella negó, atónita, al reconocer los diamantes.
—No puedo aceptarla, ¡se ve muy costosa!
—Está bien, es solo una garantía —aseguró Jack, cerrando el broche alrededor de su muñeca. Le quedaba perfecta—. Podrás regresármela mañana.
—De acuerdo —prometió.
Sus labios volvieron a juntarse en una sucesión de cortos y rápidos besos. Luego Jack se despidió, descendió por las escaleras y salió a la calle. Cuando levantó la mirada hacia el balcón, ella seguía allí. Le regaló otra hermosa sonrisa y se despidió con la mano, en un gesto tímido. Jack correspondió a su sonrisa y emprendió el camino a casa.
De alguna forma, sabía que su vida había cambiado tras ese inexplicable, pero maravilloso encuentro. Sabía que dejaba más que esa joya con ella, probablemente su corazón. Y sabía que la ilusión de verla al día siguiente le provocaba esperanza y felicidad, dos emociones que llevaba meses sin sentir.
Sin embargo, también había cosas que no sabía. Como que ella no acudiría al día siguiente. O que su corazón se rompería sin remedio. O que perdería sus recuerdos, cayendo entre sombras y desesperación, y no tendría posibilidad de volver a encontrarla.
Jack se levantó, desorientado y aturdido. Se sentó en la cama vacía y tragó saliva con fuerza, intentando calmar su respiración. Había un sentimiento de desasosiego, de desesperanza en su pecho que no había sentido en mucho tiempo.
Sentía como si estuviera encerrado en un pequeño y sofocante cuarto oscuro.
¿Estaba solo como en el pasado? ¿Estaba perdido? ¿Era difícil respirar?
Inquieto y desesperado, abandonó la cama.
Afuera estaba lloviendo. Las gotas salpicaban con fuerza las paredes del penthouse, acelerando su corazón.
Caminó por el pasillo en penumbras y atravesó el espacio abierto de la estancia hacia el otro extremo del departamento. Estaba desorientado y sin aliento cuando divisó la tenue luz que se filtraba desde la última habitación que daba hacia el pasillo. Jack se acercó con cautela y miró a través de la apertura.
Entonces vio a Poppy.
Ella estaba de espaldas en el centro de la pequeña alcoba, descalza, con el cabello suelto e indomable y la falda del camisón se agitaba contra sus tobillos.
Al reconocerla, Jack consiguió respirar de nuevo.
Poppy estaba allí. No la había perdido. Nunca más estaría solo.
Se acercó un poco más y se percató de que, en realidad, ella estaba bailando y cantando, intentando entretener al bebé de rizos castaños y grandes ojos azules sentado en una cuna.
La emoción se le atascó en la garganta cuando escuchó a su hijo balbucear y reír con alegría.
Rowan.
Desde que había cumplido seis meses, él disfrutaba especialmente jugar con Poppy, como si reconociera que era su madre. Ahora era capaz de expresar más emociones a través de su balbuceo, se sentaba sin apoyo, era extremadamente curioso con las cosas a su alrededor y respondía a su nombre.
Jack entró en la alcoba infantil y Bobby, que estaba acostado junto a la cuna, levantó la cabeza, alerta. Pero se relajó al reconocerlo y ladró en señal de bienvenida. Eso avisó a Poppy. Ella se dio la vuelta y sus miradas se encontraron.
—Lo siento. ¿Te desperté? —dijo con voz suave—. Quise asegurarme de que Rowan estuviera bien. Sé que ahora duerme períodos más largos, pero temía que la tormenta lo asustara. Pero, ¿puedes creer que lo encontré despierto, en silencio, intentando alcanzar uno de sus peluches sobre la cu...?
Se calló cuando Jack caminó hacia ella y apretó su cuerpo en un abrazo fuerte.
—¿Estás bien? —Su voz revelaba un rastro de preocupación.
Él asintió. Aquel característico aroma a lavanda terminó de calmarlo, como siempre.
—Ya recuerdo lo qué pasó esa noche.
—¿De qué estás hablando? —preguntó confundida.
—La noche de tu fiesta de graduación —declaró, sosteniendo su rostro—. Nuestro primer encuentro.
Los ojos de Poppy se ampliaron con perplejidad y emoción.
—Cuéntame —pidió.
Poppy se sentó en la mecedora con Rowan entre sus brazos mientras Jack narraba el recuerdo que había tenido en su sueño. A pesar de estar despierto, lo recordaba con claridad, así que no había sido solo un sueño o su imaginación. Realmente había recobrado ese recuerdo.
En los últimos años, había recordado otros fragmentos de aquellos días perdidos. El dolor de la pérdida, las últimas horas de su padre, ese momento en que había recibido las joyas y aquella disculpa que había creído que no había pronunciado. Sin embargo, su primer encuentro con Poppy seguía siendo un misterio.
Hasta hoy.
—Así que eso sucedió —dijo cuando él terminó de hablar.
Ella esbozó una ligera sonrisa y acarició la cabeza de su hijo, que se había quedado dormido con sus murmullos.
—Ojalá también pudiera recordar.
Ante el rastro de nostalgia en su voz, Jack se sintió intranquilo. No le gustaba que ella estuviera triste.
—Quizá esto te ayude a recordar —sugirió.
Ella asintió y se quedaron en silencio por unos segundos. Sin embargo, él todavía tenía cosas por decir. Ese recuerdo se había metido bajo su piel, haciéndole meditar sobre todo lo que podría haber perdido. La fragilidad y el poder de sus decisiones.
—Poppy...
Ella pareció intuir su desasosiego porque lo interrumpió, acariciándole la mejilla.
—Espera. Hablaremos en nuestra habitación. Son las dos de la madrugada. Acostaré a Rowan.
Jack asintió y se despidió de su hijo con un tierno beso en la frente. Después volvió a su habitación y esperó a Poppy en la penumbra, recostado sobre su cama y sumido en sus pensamientos.
Ella regresó al cabo de unos minutos. Bobby no estaba a su lado, pero no le sorprendió. Desde que Rowan había nacido, se había convertido en su guardián y dormía junto a él.
Poppy se metió en la cama y Jack la abrazó cuando se acomodó contra su costado. Una de sus manos se abrió como un abanico sobre su pecho y delineó la piel desnuda de su tatuaje. La calidez de su cuerpo y la familiaridad de su tacto tranquilizaron su corazón.
—Cuéntame el recuerdo de nuevo —pidió—. No omitas ningún detalle.
Jack lo repitió, esta vez con más calma y compartiendo hasta sus pensamientos más privados. Poppy hizo un par de preguntas, agregó sus propias conclusiones y, al final, unieron aquellos hilos sueltos que daban sentido a lo que había sucedido.
Hubo una nueva pausa y el silencio descendió sobre ellos mientras cada uno lidiaba con sus pensamientos. El recuerdo de su despedida se repetía una y otra vez en su cabeza.
—¿Qué sucede? —preguntó Poppy, aferrando su mentón para unir sus miradas.
Jack estudió su rostro en silencio.
—No sé qué habría sido de mí si no te hubiera encontrado de nuevo —confesó, tragando con fuerza—. Me atormenta siquiera imaginarlo.
El semblante de Poppy se mostró contrariado por unos segundos, pero finalmente se relajó y sonrió.
—Entonces no lo hagas —sentenció de forma alentadora—. Lo importante es que estoy aquí y no iré a ningún lado.
Ella se sentó a horcajadas sobre su regazo. Jack sabía que estaba intentando distraerlo. Y funcionó. Sobre todo cuando se inclinó sobre su pecho y su aliento rozó sus labios.
—Si te hace sentir mejor, creo que aún tengo ese traje disco. Si te portas bien, podría bailarte un par de canciones.
Jack sonrió y decidió seguirle el juego. Sus manos subieron por sus muslos y atraparon su cintura.
—Y ten por seguro que esta vez te abriré el escote.
Poppy soltó una exclamación de fingida sorpresa.
—¡Qué descarado!
Ambos rieron y Poppy lo miró con ojos brillantes antes de unir sus bocas. Jack gimió contra sus labios y tomó el control, entregándole un beso húmedo y profundo que robó sus alientos.
Luego cambió de posición y dejó a Poppy bajo su cuerpo, envuelta entre sus brazos. Ella sonrió y su pecho se expandió con emoción.
Era la misma sonrisa, los mismos ojos azules, el mismo aroma, los mismos sentimientos.
La misma chica.
Su esposa.
La madre de su hijo.
La mujer que amaba.
Su alma gemela.
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