Extra 1.1

Jack resopló y dio dos golpes seguidos al saco de boxeo frente a él. Sus movimientos eran rápidos y contundentes. Su respiración estaba entrecortada y el sudor rodaba por su frente y su cuello y resplandecía sobre la piel de sus brazos.

A algunos ejercitarse los ayuda a aclarar sus ideas. Para Jack era diferente: hacer ejercicio le permitía distraerse. Su mente se enfocaba en la actividad y sus pensamientos se transformaban en un torbellino de ideas caóticas.

Pilotear y boxear eran una vía de escape para él, siempre lo habían sido, pero subir a un monoplaza no siempre era una opción. Al menos, no hasta que lo consideraran un piloto oficial. Así que boxear era lo único que le quedaba, la única forma en que había pensado para que sus pensamientos y el resto de los sentimientos sombríos desaparecieran.

Siempre había funcionado, pero no ahora.

En ese momento, en lugar de desvanecerse, su frustración, la vergüenza y el temor no hacían más que incrementar. No estaba funcionando, por más que golpeaba el saco de boxeo, lanzaba golpes repetitivos hasta que sus brazos se cansaran e intentaba concentrarse en su irregular respiración. Nada parecía distraerlo de la discusión que había tenido con su padre aquella tarde. El recuerdo solo traía más despertaba más miedos latentes.

«En el fondo, solo quieres que muera», dijo una voz apática en su cabeza. «Admítelo, quieres dejar de sufrir. Quieres que todo termine».

Jack ahogó un gruñido de frustración y soltó un par de golpes contra un saco duro que no lo salvaría de sí mismo. Luego se detuvo y tragó con fuerza, abrumado por sus pensamientos. El nudo en su garganta amenazaba con asfixiarlo.

Era difícil respirar. Llevaba meses sin poder respirar.

¿Cómo podía respirar con calma, cómo podía seguir viviendo, si su papá se estaba muriendo?

Jack dejó el área de boxeo y se dirigió a los cambiadores. Ignoró al resto de hombres en el club de caballeros mientras se duchaba y se cambiaba de ropa. No estaba de humor para escuchar los susurros lastimeros o los chismes sobre su padre. Al terminar, se enfundó su abrigo largo y abandonó el club, internándose en las calles.

Era una noche ajetreada en Londres. Aunque las noches en la ciudad eran siempre ajetreadas.

El claxon de los automóviles enfilando por las calles, las luces por doquier, las personas caminando y otras entrando y saliendo de los locales, los vendedores ambulantes, los turistas con sus cámaras y sus mapas... Era un ambiente cotidiano, en medio de los sonidos ensordecedores de un entorno que jamás descansaba.

Por unos segundos, la atmósfera estridente del barrio de Camden lo ayudó a distraerse, pero los pensamientos regresaron y el sentimiento de culpa y amargura se agitó en su pecho. Jack se detuvo en una esquina y permaneció inmovil.

Podía haber transcurrido un minuto o una hora. El tiempo era indiferente para él. Desde que se había enterado que su padre estaba enfermo, no estaba seguro de si quería que el tiempo se detuviera o fuera más deprisa. De cualquier forma, era una agonía.

—¡Foster!

Jack reaccionó ante el inesperado llamado. Giró el rostro y se encontró a un grupo de compañeros de Eton. Al frente de todos, estaba Billy O' Connor. Jack lo recordaba porque estaba en su clase y era hijo de un miembro del parlamento.

—¿Qué haces por acá? —preguntó Billy tras un breve intercambio de saludos—. ¿También vas a la fiesta?

—¿Fiesta? —Jack levantó una ceja.

—La última promoción del colegio St Paul's para chicas está dando una fiesta por su graduación —respondió con una sonrisa.

Jack consideró sus palabras, pero no le sorprendía que no estuviera enterado de la fiesta.

No conocía a nadie del prestigioso colegio para niñas. Bueno, sí se había relacionado con ciertas estudiantes en campamentos o eventos entre colegios, pero las chicas que se graduaban allí eran consideradas unos prodigios y tenían plazas aseguradas en Oxford o Cambridge, lo que las hacía las clásicas niñas buenas, arrogantes y presumidas.

—Mi prima me invitó y dijo que podía llevar a quien quisiera. ¿Te unes? —dijo con claro interés—. Estoy seguro de que pasarás un buen rato. Además, contigo de nuestro lado las chicas seguro se mostrarán más interesadas.

Jack estuvo a punto de negarse. No sentía ánimos de ir a una fiesta. Sin embargo, la perspectiva de ir a casa y tener que afrontar a su madre y su hermana mientras ocultaba la vergüenza de la discusión con su padre tampoco era algo que quisiera hacer, así que accedió.

Quizás si bebía un par de tragos y se divertía con alguna chica, las cosas no se verían tan mal.

Caminó junto al resto de chicos hasta una propiedad de tres pisos en medio del barrio repleto de visitantes nocturnos. «The Fated Lovers», leyó en un letrero y no tenía idea de si era una discoteca o un bar. Tal vez era una combinación de ambos. Daba igual. Jack había cumplido dieciocho años hacía un par de meses. El resto de sus compañeros también eran mayores de edad, por eso no tuvieron problemas para ingresar.

Dentro de la discoteca, el ambiente estaba prendido y la música disco eclipsaba cualquier otro sonido. Era claro que el tema eran los años setenta. Jack lo sabía porque había bolas de espejo guindando del techo, luces de colores como reflectores, lámparas de lava, telas psicodélicas y cortinas con cuentas, además de una inconfundible pista de baile con recuadros de colores.

Jack aprovechó el bullicio y la multitud para separarse del grupo y mezclarse entre los cuerpos danzantes bajo luces y sombras.

En el segundo piso, el ambiente también era vibrante y dinámico. La música estaba tan alta que se mezclaba con sus pensamientos y las luces de colores fluctuaban por todo el salón, más intensas, coloridas y psicodélicas. Al contrario de una pista de baile, allí se hallaba una plataforma donde tres chicas estaban haciendo karaoke y bailando. Además, había pantallas con luces que anunciaban las canciones o mostraban las letras del karaoke.

Jack decidió quedarse en ese piso y volvió a mezclarse entre las personas. La mayoría eran mujeres jóvenes vestidas con trajes de colores psicodélicos o metálicos, acordes a la época. Varios pares de manos intentaron seducirlo, danzando muy cerca o apretando sus cuerpos contra el suyo para susurrarle al oído.

Por un segundo, Jack se sintió abrumado por los cuerpos, la música, las luces, sus propios pensamientos. Sintió que el aire se le escapaba de los pulmones y se sofocaba. Empujó los cuerpos, intentando serenarse, y se detuvo bajo las luces blancas, frente a la plataforma.

Entonces la vio.

Una sensación extraña lo invadió y una orden silenciosa le hizo levantar la mirada en ese momento exacto en que su mirada se cruzó con una de las chicas que estaba cantando.

Jack se quedó inmovil. Ella, quien había estado bailando y cantando, también se quedó quieta. No hicieron nada más que mirarse. Jack no sabía qué estaba pasando. No sabía cómo explicar lo que sucedía, lo que sentía. Sus emociones negativas, sus miedos, todo pareció desaparecer al mirarla. Pero su corazón se aceleró y podía contar cada latido resonando en cámara lenta en sus oídos, entonando una melodía secreta que parecía repetir «es ella, es ella, es ella».

A su alrededor, todo se volvió borroso, menos esa chica, que permanecía como una imagen nítida y brillante entre la penumbra. Nadie más existía. Nada más importaba.

Su vínculo era tan fuerte que, incluso a metros de distancia, Jack sentía que estaba frente a ella; que, si estiraba el brazo, podría tocarla. Quería tocarla. Necesitaba hacerlo para saber que era real porque el sentimiento que se agitó en su pecho, cerca de su corazón, se sentía muy real.

Sus miradas se sostuvieron por unos segundos, pero se sintieron como horas. Jack quería seguir mirándola, quería sentirse así por siempre, pero alguien se tropezó contra su cuerpo y la conexión se rompió. La canción terminó y perdió de vista a la chica cuando ella bajó de la plataforma.

Jack tragó con fuerza, sintiéndose extraño, a la deriva, como si hubiera perdido algo. Tuvo el impulso de ir detrás de ella, pero se contuvo. Debía esperar. En medio del bullicio y la multitud, perdería tiempo y probablemente no la encontraría. Así que se desplazó hacia una sección cerca de las escaleras y esperó.

Si ella se marchaba, tendría que pasar por allí y entonces...

¿Qué le diría? ¿Estaría bien que le hablara? ¿Y si ella no había sentido la misma atracción? ¿Y si era presumida y arrogante y lo rechazaba?

Jack nunca se había sentido inseguro con respecto a una chica, pero, en ese momento, no había nada que pudiera decirse que lo mantuviera tranquilo.

Todos sus pensamientos se acallaron cuando la reconoció bajo las luces de colores.

Tenía un largo cabello castaño y ondulado, con estilo casi indomable, que flotaba alrededor de un rostro pálido y pequeño. Vestía un enterizo azul metálico que se adhería a su figura como un guante y unas botas blancas que acentuaban sus piernas.

Jack sintió de nuevo el impulso de acercarse. Un vínculo invisible parecía tirar de él hacia ella, pero se detuvo cuando la vio acercarse a un grupo de personas. Entrecerró la mirada, intentando ver con claridad quién estaba a su lado. Cuando las luces fluctuaron, reconoció a...

Gideon Saunders.

Sus labios se fruncieron en una mueca.

Gideon enredó una mano alrededor de su cintura y acercó el cuerpo de la joven al suyo. Jack experimentó una sensación desagradable en el vientre, que intentó ignorar sin éxito.

—Las chicas buenas se quedan con los chicos buenos —susurró con ironía para sí mismo.

Esbozó una sonrisa amarga, les dio la espalda y se dirigió a uno de los balcones.

Bien podría fumar antes de irse.

El espacio estaba vacío. A Jack no le sorprendía. Con el frío de la noche, la gente debía preferir seguir adentro, en medio del ambiente cálido y encendido. Se sentó en una alargada banca acolchada y buscó un cigarrillo en su abrigo, pero maldijo cuando encontró la cajetilla vacía.

Ese día mejoraba a cada segundo.

Suspiró y levantó la mirada al cielo. Era una noche estrellada y había luna llena. Por un segundo se preguntó si su padre estaría viendo el cielo desde su habitación en el hospital. No pudo evitar pensar si se sentía bien o si estaba sufriendo dolor. Después de todo, el cáncer no era una enfermedad piadosa.

«¡Si estás decidido a morir, solo hazlo ya! ¡Estoy harto de esto!».

Su corazón se estremeció.

Jack introdujo la mano en un bolsillo y sacó una funda de terciopelo oscuro. No la abrió. Sabía qué contenía, y había sido la razón de la pelea con su padre. Recibir esas joyas había sido como un balde de agua fría. Una señal de que se acercaba el final y no había nada que él pudiera hacer al respecto.

Guardó las joyas y sus manos se apretaron en puños llenos de frustración e impotencia. Estaba a punto de levantarse cuando el vaivén de un traje metálico robó su atención.

Jack levantó el rostro y vio a la joven del karaoke apoyarse contra el barandal. Su cuerpo estaba inclinado hacia adelante y parecía buscar algo en la calle. La observó en silencio, sentado en la banca y oculto por la penumbra que esquivaba las luces de colores.

Ella continuó buscando, murmuró algo entre dientes que no logró comprender, y él continuó mirándola. Parecía desilusionada y él se sentía intrigado.

—¿Estás buscando a tu novio?

Su voz grave y profunda se escuchó con claridad. La joven dio un respingo, sorprendida, y giró hacia él mientras se llevaba una mano al pecho.

Ambos volvieron a observarse en silencio, pero esta vez Jack aprovechó su cercanía para hacer una inspección más profunda.

La joven era alta y poseía el tipo de cuerpo de una bailarina de ballet: delgado, con curvas ligeras, pero con piernas muy muy largas. El enterizo que usaba era psicodélico pero recatado y favorecía su figura, moldeando sus curvas. Sin embargo, lo que distrajo sus pensamientos fue el escote de la prenda que caía entre sus pechos y descendía hasta su ombligo, mostrando una apertura apenas unida con cordones.

Cuando se imaginó abriendo ese escote con los dedos, Jack levantó la mirada hacia su rostro ruborizado.

—No... no tengo... novio —titubeó ella con voz suave.

Entonces eso descartaba a Saunders. Mentiría si dijera que no se sintió de buen humor con su respuesta.

—¿Entonces a quién estabas buscando?

Ella se apresuró a negar y a Jack le pareció que sus mejillas se sonrojaban un poco más.

—Ah... No, no buscaba a nadie —replicó.

Jack no presionó. Parecía algo nerviosa y no quería alejarla.

Sus miradas volvieron a fusionarse en otra inspección silenciosa y escrutadora.

—¿Ya nos hemos visto antes? —preguntó Jack sin poder evitarlo.

De alguna forma, mirarla se sentía natural, cómodo, y hablar con ella era muy familiar, y, por algún motivo, desbocaba los latidos de su corazón como ninguna otra chica lo había hecho.

—No lo creo —negó la joven—. No nos conocemos.

Él asintió, dándole la razón.

—Soy Jackson.

—Poppy —se presentó.

Un nombre dulce para una chica dulce.

Ella se acercó con pasos trémulos y señaló el espacio libre a su lado.

—¿Puedo sentarme?

Jack asintió y la joven esbozó una sonrisa de labios juntos mientras ocupaba el espacio. Ella arrastró consigo una fragancia sutil y tranquilizadora. Jack cerró los ojos e intentó identificar aquel aroma. Su padre tenía un jardín. Le había enseñado a identificar flores.

Lavanda.

—¿Estás disfrutando la fiesta? —curioseó ella, haciéndolo reaccionar.

Jack la observó y asintió.

La fiesta había dejado de ser una mala decisión cuando la había encontrado.

—Te vi en el karaoke.

—Oh... —Esta vez, él estuvo seguro de que su rostro se ruborizó y sintió el impulso de acariciar la piel de sus mejillas—. Me gusta ABBA. No pude evitarlo. ¿Y a quién no le gustaría ABBA? ¡Es una banda icónica de los setenta! ¿Y sabías que eran originarios de Suecia? ¿O que se hicieron famosos por el Festival de la Canción de Eurovisión en 1974?

Ella continuó hablando de la banda, dándole datos, nombres, fechas precisas e hitos importantes de la década de los setenta. Su forma de hablar era intelectual y segura; pero, al contrario de lo que había pensado, esta chica de St. Paul 's no era presumida y arrogante. Al contrario, era nerd de una forma inocente, algo torpe y... sexy.

Así que Jack escuchó todo lo que tenía que decir, y se olvidó de sus problemas y se dejó envolver por ella.

—Te estoy aburriendo, ¿verdad? —dijo, tras una pausa para recuperar el aliento—. No soy la mejor compañía cuando no paro de hablar.

Jack negó.

—Es agradable escucharte. Me ayudas a olvidarme de todo —respondió sin medir sus palabras.

Y ella era muy inteligente como para no darse cuenta de que algo estaba ocurriendo.

—¿Sucedió algo malo? —preguntó en un murmullo.

Jack sintió que sus ojos estaban escaneando su rostro. Había un rastro genuino de preocupación en su mirada y eso lo hizo bajar aún más la guardia.

—Digamos que le dije cosas horribles a alguien que no lo merecía —contestó con honestidad.

—¿Y no podrías disculparte?

—Podría —dijo. Luego frunció el ceño, sintiéndose contrariado—. ¿No has sentido que es más fácil herir a tu familia, pero casi imposible pedirles perdón?

Ella asintió, inclinándose un poco más cerca de él.

—Mi mamá dice que es porque las personas tienden a dar por sentado el amor y la aceptación de sus familias y así justifican nunca pedir disculpas.

—Se escucha como una mujer sabia —replicó porque sus palabras tenían sentido.

—Es especial —coincidió la joven.

Hubo una breve pausa y Jack bajó la mirada. Contempló sus dedos y tragó saliva. Ella no dijo nada, pero, de alguna forma, su cercanía, la calidez que desprendía su cuerpo, que estaba tan cerca, lo confortaba. Su aroma a lavanda lo tranquilizaba y le recordaba días buenos y felices.

—Me atormenta lo que dije —confesó.

—Eso está bien —aseguró ella, trazando formas inquietas sobre la tela metálica de su muslo—. Quiere decir que estás arrepentido. Es bueno, porque así sabes qué hiciste mal y la próxima vez lo pensarás dos veces antes de hacerlo.

Jack sintió una presión en el pecho.

—No estoy seguro de si habrá una próxima vez.

Ella interpretó sus palabras de forma correcta porque su rostro se volvió casi solemne.

—Entonces yo dejaría de agitar el infierno en mi cabeza e iría a disculparme lo más pronto posible. No debemos desperdiciar las oportunidades que nos da la vida.

Jack quiso acortar el espacio entre ellos y apoyar su frente contra su hombro, encontrar alivio y paz en ella, pero se contuvo. Soltó una lenta exhalación, aligerando el peso invisible de sus hombros.

Sus emociones negativas, el caos de sus pensamientos, seguían allí; pero ella, solo con su presencia, había esparcido luz sobre sus sombras. Nunca se había sentido así con nadie.

—Gracias por hablar conmigo.

Sus miradas se encontraron y ella sonrió. Pero esta vez no fue una sonrisa de labios juntos, sino una amplia y sincera, como si realmente le hiciera feliz haberlo ayudado.

Jack no pudo dejar de mirarla. Ella era aún más hermosa de cerca.

Su rostro era ovalado y pálido; sus facciones, rectas y delicadas. Sus ojos azules eran grandes y expresivos; su nariz, pequeña y su boca, prominente, con labios gruesos y rojos. Tenía una sonrisa linda con dientes blancos, incluso aunque había una ligera separación entre sus dientes frontales, que eran un poco más alargados que el resto. Su sonrisa ocupaba la mayor parte de su pequeña cara.

Se miraron a los ojos y el silencio entre ellos se volvió expectante. Su corazón se desbocó y la atracción inevitable que había sentido antes lo hizo acercar su rostro un poco más. Contempló sus labios, que estaban ligeramente abiertos, y regresó a sus ojos, que estaban brillantes y no se mostraban aprehensivos.

Cuando se inclinó más cerca y ella no se apartó, Jack sintió que una sensación de júbilo se expandía en su pecho y tuvo la certeza de que ella quería ese beso tanto como él.

Entonces buscó sus labios, pero el flash de una cámara rompió la conexión. 

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