Capítulo 9

Poppy estaba convencida de que todo lo que estaba sucediendo era una completa injusticia, así que se concedió el derecho de gritar y refunfuñar todo lo que quiso desde las oficinas del Grupo Morton hasta la estación más cercana de Scotland Yard, cerca del Támesis.

—¡No pueden detenerme por esto! ¡Es un abuso! —exclamó mientras era arrastrada por un pasillo de la estación hacia las celdas—. ¡Solo me defendí! ¡Ese hombre es el verdadero villano!

—¡Cállate de una vez! —replicó el oficial insípido que la había escoltado desde Mayfair. Abrió una celda y la empujó al interior sin delicadeza.

Poppy hizo una mueca, enojada, y se sostuvo de las barras cuando él cerró la puerta.

—¡Usted no entiende! —insistió ella exasperada—. ¡Tienen que encerrarlo a él! ¡Es un mentiroso y manipulador! ¡Incluso tiene un peluquín falso y no necesita usar un bastón! ¡Oiga, señor! ¡Regrese! ¿Está escuchándome?

Pero el oficial ya se había alejado.

Miró alrededor. Nadie parecía escucharla. De hecho, ni siquiera miraban hacia ella, que estaba en la celda más lejana.

Poppy suspiró. Arrastró su cartel, o lo que quedaba de este, y se dio la vuelta. Entonces sus ojos se abrieron desmesuradamente.

—¡Ay, no! ¡No tú de nuevo! —soltó al reconocer a su más reciente enemigo.

Jackson Foster estaba sentado en una banca al final de la celda, con los brazos cruzados sobre el pecho y la espalda apoyada contra los barrotes.

¿Qué tenía el mundo en contra de ella? ¿Acaso no había otras personas que atormentar? ¿Por qué parecía que ahora él era su propio demonio personal?

Poppy pestañeó un par de veces, como si estuviera esperando que él desapareciera, pero no se desvaneció en el aire. Al contrario, su atención pareció intensificarse sobre ella: su mirada se entrecerró y realizó un escaneo lento por su figura.

—¿Cómo es que seguimos encontrándonos?

Poppy pensó que la pregunta había salido de sus labios, pero se dio cuenta de que era él quien había hablado, transparentando sus pensamientos.

—¿Verdad? Yo también lo encuentro sorprendente —respondió ella—. ¿Por qué siempre me encuentro contigo?

Sus ojos se desafiaron en silencio. Ninguno de los dos se movió, pero Poppy sintió que el corazón se agitaba en su pecho. Quizá era por la sorpresa de verlo o por su expresión penetrante e inescrutable, o tal vez su instinto de conservación estaba reaccionando al hecho de que ninguno de sus encuentros previos había sido agradables.

—Una noche salvaje, ¿no? —comentó Jack con interés.

Poppy siguió su mirada y se mordió los labios. De pronto, se sintió muy consciente de su aspecto. Su largo cabello oscuro y ondulado estaba alborotado en una gran maraña salvaje, como si hubieran tirado de él. Su ropa lucía sucia y su suéter tenía una manga rasgada. Y seguro que el moretón que palpitaba en su mejilla izquierda estaba resaltando como un faro contra su piel pálida.

Seguro lucía como alguien que había salido de una pelea callejera.

Aun así, él no comentó nada al respecto.

Poppy también estudió su rostro, y se percató de que ella no era la única con un moretón. En cambio, Jack tenía el costado derecho lastimado y el labio inferior roto.

El recuerdo de aquella noche en la que lo conoció inundó su mente y sonrió un poco. Al menos, en ese momento, no parecía muerto.

Poppy soltó su cartel, caminó hacia la banca y se sentó a su lado. Ninguno de los dos dijo nada por un rato y Poppy se agitó intranquila. De alguna forma el silencio entre ellos se sentía extraño y, en lugar de calmarla, hacía que su corazón golpeara con más fuerza.

Estaba muy segura de que lo mejor habría sido guardar silencio e ignorarse mutuamente, pero Poppy no pudo permanecer callada. Sus pensamientos revoloteaban sin cesar en su mente.

—¿Qué te pasó en el rostro? —preguntó.

Jack la miró de perfil. Primero evaluó sus ojos, luego su mejilla.

—¿Qué te pasó a ti en el rostro? —refutó, un poco tenso—. ¿Quién te golpeó?

Poppy acarició su piel con los dedos. Le dolía si hacía presión, pero podía soportarlo.

—Un imbécil —contestó, recordando lo que había pasado—. Pero lo dejé peor. Le arranqué el cabello —añadió, y una sonrisa jugueteó en sus labios.

Unos segundos después, empezó a reírse en voz alta; no pudo evitarlo. Sabía que era un tema muy serio, aquel hombre podía haberla lastimado de formas inimaginables, pero recordar el rostro desencajado de Dan Morton y el peluquín en forma de rata muerta en sus manos le provocó una risa incontrolable. A su lado, Jack la miró como si estuviera loca.

—¿Es tu pasatiempo arrancarle el cabello a la gente y lanzarle pelotas de béisbol?

Poppy continuó riéndose, pero poco a poco se fue calmando hasta dejar escapar una respiración profunda que le permitiera hablar.

—Tú merecías el golpe en la cabeza —afirmó sin mala intención—. ¿Quieres que empecemos otra pelea?

Jack recostó la cabeza contra la pared.

—Te vi antes —dijo de repente cuando Poppy pensó que su conversación había terminado—. En la multitud, fuera de las oficinas del Grupo Morton. ¿Qué hacías allí?

Poppy meditó su respuesta en silencio. Su interés parecía genuino, pero el refugio no era asunto de Jackson Foster. Sin embargo, tampoco era algo que quería esconder.

—El Grupo Morton quiere desalojar el refugio en el que trabajo y no tenemos dinero suficiente para comprar la propiedad —contestó, y suspiró—. Estábamos haciendo una huelga pacífica para atraer la atención de la prensa y conseguir más apoyo.

Jack arrugó la frente, mostrándose escéptico.

—Eso no suena como una buena idea...

Poppy le lanzó una mirada irónica.

—¿Quieres hablar de buenas ideas? —insinuó con sarcasmo, recordando cómo había intentado contratarla para ir a una boda luego de hablar mal sobre ella.

Él puso los ojos en blanco.

—Eres tú quien está intentando empezar una discusión —se quejó.

Poppy hizo una mueca, pero dejó ir el tema.

—De cualquier forma, el asistente del dueño nos aseguró que si nos íbamos enseguida, su jefe accedería a hablar con uno de nosotros. Así que me reuní con él para hacerlo entrar en razón, pero solo quería burlarse de nosotros y propasarse conmigo. Lo golpeé y me acusó de agredirlo, así que terminé aquí.

La expresión de Jack se tornó rígida. Sus ojos se endurecieron y un músculo se agitó en su mandíbula apretada.

—¿Te reuniste con Dan Morton? —preguntó.

Poppy soltó una exclamación sorprendida.

—¿Lo conoces?

Él asintió y Poppy pensó en la peculiar coincidencia. De repente, su cuerpo se tensó, y se preguntó si estaba bien que estuvieran hablando de eso.

—No voy a disculparme por dejarlo calvo —advirtió Poppy sin remordimientos.

Jack estudió su expresión, sin inmutarse.

—No se puede decir que lo conozco bien, pero por desgracia he coincidido con él en algunas ocasiones.

Poppy volvió a respirar. No se había percatado de que había estado conteniendo el aliento hasta ese momento. De alguna forma había esperado que Jack no estuviera involucrado con ese hombre vil y manipulador, y saber que era así hacía que se sintiera menos a la defensiva.

—¿Cómo lo conoces?

—Fue a través de unos conocidos en un club de caballeros que suelo frecuentar, y me desagradó de inmediato. Es un hombre mucho mayor, pero le gusta acosar a mujeres jóvenes en las fiestas y busca encajar en los círculos sociales más elitistas. También tiene como vicio apostar y, cuando pierde, tiende a ser violento con el personal.

—Entonces es un hombre despreciable en todo momento —replicó Poppy, sintiendo una sensación desagradable en el estómago.

Ahora sabía que su impresión sobre Dan Morton había sido acertada. Él le causaba escalofríos, así que creía en Jack y en su descripción, que encajaba con el hombre que la había golpeado. Sin embargo, lo que más detestaba era pensar que andaba acosando y violentando a otras mujeres. Eso la hacía enojar tanto que deseaba poder regresar el tiempo y golpearlo con más fuerza.

—No lo he visto últimamente, pero he escuchado rumores recientes de que sus deudas por apuestas están superando la pequeña herencia que su padre le dejó.

Eso captó la atención de Poppy.

—Pensé que su padre le había dejado todo y solo él podría encargarse...

Jack negó con la cabeza.

—Claro que no. También está Minka, su media hermana. Es la hija menor.

Algo en su forma de decir el nombre de la mujer también llamó su atención, pero Poppy no lo interrumpió.

—Ambos son diferentes y se llevan mal. Por lo que escuché, las cosas empeoraron tras la muerte de su padre. Dan no recibió todo lo que esperaba, y por ello se rumorea que está involucrado en negocios ilegales para conseguir dinero. —Se encogió de hombros—. La verdad es que no me sorprende. De cualquiera forma, suele librarse de líos así con facilidad. Tiene amigos que son abogados y que protegen a su propio círculo corrupto.

—¡Eso es despreciable! —exclamó Poppy, irritada.

—Si te sirve de consuelo, el resto de la familia no es como él. Minka es joven pero más inteligente y perspicaz; y, cuando conocí a su padre, me pareció un hombre gentil y con carácter reflexivo. Todos decían que era honorable y que realizaba un arduo trabajo social donando dinero para proyectos humanitarios y prestando propiedades a fundaciones. Sé que su muerte fue una noticia lamentable.

—Lo fue —coincidió Poppy, recordando la tristeza de Laurie al escucharla hablar de Damien Morton—. Él donó la propiedad del refugio y ahora su hijo niega todo, siendo irrespetuoso con sus decisiones.

Afligida, Poppy bajó el rostro y se vio los dedos. No lo había notado, pero tenía un rasguño en el dorso de una de sus manos, seguro que como consecuencia de su ataque.

—No debiste reunirte a solas con él —dijo Jack en voz baja. Su voz apenas escondía su reproche—. Eso fue idiota de tu parte.

Poppy lo miró de soslayo.

—¿Quieres que hablemos de personas idiotas? —replicó, sintiendo una punzada de disgusto que apagó su tristeza.

Jack puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza contra la celda.

—Eres insoportable —murmuró entre dientes, dejando caer sus párpados.

—Tú también eres insoportable —lo acusó Poppy con una mueca—. Además, yo sé defenderme; he aprendido múltiples artes marciales. Si sigues queriendo pelear conmigo, voy a darte una patada voladora —agregó muy seria.

Los labios de Jack oscilaron como si intentara no sonreír. Poppy se relajó y escrutó su expresión ligeramente adusta. Sus ojos se deslizaron por el puente de su nariz, su mandíbula cuadrada y sus labios.

No es que ella estuviera admirando su rostro, solo estudiaba sus heridas.

—Es tu turno. —Poppy apuntó su mejilla—. ¿Qué te pasó en el rostro?

Jack abrió los ojos y sus miradas se cruzaron. Él permaneció en silencio y Poppy creyó que no respondería, pero al final emitió una suave exhalación y dijo:

—Salí de un club de caballeros que suelo frecuentar e intentaron robarme mientras caminaba a casa. Por suerte, los ladrones no tenían armas de fuego, así que me defendí.

Poppy lo miró atónita y su corazón empezó a latir con fuerza.

—Luego llegó un oficial de Scotland Yard, dijo que me excedí, tuvimos una discusión sobre la seguridad ciudadana y terminé aquí —concluyó Jack, casi indiferente.

Ante su actitud, Poppy frunció el ceño y un sentimiento incómodo se instaló en su pecho. Una mezcla de enojo, preocupación y miedo que no supo cómo interpretar.

Antes de que pudiera frenar sus emociones, ya estaba siendo impulsiva de nuevo y exigiendo respuestas.

—¿Acaso enloqueciste? —espetó con dureza—. ¡Pudiste haber muerto!

—¡Claro que no! —se quejó él. Y, de pronto, parecía enojado—. Sé boxeo, así que lo tenía todo controlado.

—Bueno, quizá no habrías muerto, pero podrían haberte lastimado de gravedad —apuntó Poppy, y su corazón siguió palpitando con fuerza.

Jack soltó una risa irónica.

—¿Y me lo dice la lunática que aceptó una reunión privada con Dan Morton de buena gana?

Poppy exhaló ofendida. Fue un golpe bajo.

—Ahora eres tú quien está buscando pelea. —Se sentó recta y lo apuntó con un dedo.

Jack imitó su postura y sus hombros se cuadraron.

—Tú llevas buscando pelea desde que me encontraste aquí —contradijo con sequedad—. Yo solo estaba intentando contar mi historia, pero nada de lo que hago te parece aceptable.

—¡Lo dices como si solo te juzgara!

—¡Y lo haces! —reprochó Jack—. ¡En cada encuentro lo haces!

—¡Pues tú solo me atacas!

—¡Tú también me atacas!

—¡Solo dije la verdad! —insistió Poppy—. ¡Admite que tengo razón!

—¡Preferiría arrancarme la lengua!

Ambos se fulminaron con la mirada, con sus rostros cerca y sus cuerpos tensos. Solo les faltaba empezar a gruñir como perros.

Y así los encontró el oficial que se acercó a la celda.

—¡Foster, ya puedes salir! —informó.

Jack no se movió, como si creyera que desviar la mirada primero lo haría el perdedor de esa discusión. Poppy bufó y apartó el rostro.

—Creo que es hora de que te vayas —dijo, fingiendo indiferencia.

Por un momento, Poppy creyó que Jack diría algo, pero no lo hizo. Al final, se levantó y salió de la celda, cabreado, sin despedirse. «Clásico de él», pensó.

Lo miró hasta que desapareció de su vista y se encogió de hombros. Por un segundo, durante su conversación, Poppy casi había creído que su relación estaba mejorando, pero era claro que no.

Tal vez... así como estaban destinados a encontrarse, estaban destinados a odiarse.

Poppy recogió las piernas en el asiento y se abrazó a sí misma. Su cuerpo se relajó un poco, aunque empezaba a hacer frío y aún no había pensado cómo saldría de allí.

En medio del silencio, sus pensamientos se agitaron en círculos, divididos entre los recuerdos de la tarde y el bienestar del refugio.

Se cuestionó qué iban a hacer para salvar el refugio. ¿Y si no lo conseguían? ¿Qué sucedería con sus queridos animales?

Poppy sintió un nudo apretado en la garganta.

El refugio era su vida. Ser parte de la comunidad y proteger a los animales la había hecho reencontrarse a sí misma, había sido su salvación. Si le quitaban eso, si lo perdía por no ser tan fuerte, ¿qué sería de ella y de los animalitos indefensos?

Se mordió los labios e intentó mantener la calma. No podía dejarse vencer, no todavía. Había superado una maldición de corazones rotos y perdido a su alma gemela. Había atravesado experiencias aún peores en su carrera profesional; esto era solo otro obstáculo en el camino. Aún quedaban cosas que podría intentar para luchar por los animales. Y debía ser valiente, como los demás; no podía dejar que el miedo y la inseguridad la sobrecogiera.

Así que lo primero que tenía que hacer era encontrar la forma de salir de prisión.

Poppy consideró sus opciones.

Tenía algo de dinero guardado, pero había pensado utilizarlo en las actividades para salvar el refugio. Tampoco quería molestar a su tía o a su abuela, ya que ambas la habían ayudado lo suficiente. Quizá podría llamar a alguna de sus primas, pero entonces toda la familia lo sabría; y cuando la familia Sinclair se preocupaba, las cosas podrían complicarse, como cuando vivió su corazón roto y las mujeres hicieron que participara en una sesión de sanación basada en un ritual antiguo de Escocía.

Ese día no había sido el mejor.

Poppy negó con la cabeza.

Así que, tal vez, su opción más acertada era Hana. En la mañana, podría llamarla y prestarle dinero. Era su mejor amiga, y seguro le reprocharía que no la hubiera llamado de inmediato, pero no quería preocuparla y sacarla de la cama en la madrugada por...

—¡Sinclair!

Poppy alzó el rostro ante el llamado de otro de los oficiales y estudió con curiosidad mientras él abría la puerta de la celda.

—Estás fuera. Pagaron tu fianza —dijo sin explicaciones.

«¿La fianza?», pensó. «¡Pero yo no llamé a nadie!».

El hombre tenía una expresión de pocos amigos, así que Poppy buscó su cartel maltrecho y se apresuró a cruzar frente a él. Ella preguntó quién había cancelado la deuda, pero no obtuvo respuesta; tan solo la hicieron firmar un papel y la despacharon.

Poppy estaba confundida y un poco desorientada. Salió de la estación con pasos trémulos, sin entender qué había sucedido o si todo era una equivocación.

Se detuvo fuera de la estación y se abrazó a sí misma cuando una corriente de viento helado la atravesó. Los adoquines de la calle estaban húmedos, como si hubiera caído una llovizna reciente. Los alrededores estaban casi desiertos, a excepción de un grupo de adolescentes que estaba jugando con un balón de béisbol en plena calle.

De pronto, Poppy se sintió observaba. Giró el rostro y vio a Jackson Foster cerca de la entrada de la estación. Abrió la boca para llamarlo, pero...

—¡Cuidado!

Poppy no estaba segura de dónde vino la advertencia o el balón. De lo único que estaba segura era de que había recibido un golpe certero y luego se desplomó. 

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