Capítulo 7

¿Acaso ese hombre se había vuelto loco?

Poppy detuvo el Beetle en un semáforo y repasó en su mente la conversación que habían tenido. De solo recordarlo sentía que su sangre se calentaba. Primero la había insultado y luego había intentado burlarse de su trabajo con aquel descabellado plan de la boda. ¿Acaso encontraba alguna satisfacción en meterse con ella?

Poppy no era nadie. Apenas lo conocían, no debía significar nada para él y, aun así, era como si no pudiera evitar sacarla de quicio.

Quizá tenía bien merecido el golpe en la cabeza, aunque, en el fondo, Poppy se sintiera mal por haber actuado de forma impulsiva. Después de todo, jamás había golpeado a alguien con una pelota. Bueno, nunca había agredido a alguien antes; ella no era así. Sin embargo, en ese momento, Poppy sintió que realmente la había lastimado, y se sentía aún más frustrada por darle tanta importancia.

No era la primera vez que la gente se burlaba de ella o hablaba a su espalda. Debido a su pasado, Poppy ya estaba acostumbrada; había aprendido y construido una coraza a su alrededor. Se había prometido no dejar que le afectará lo que dijeran. Sin embargo, él había traspasado su barrera, afligiendo su corazón.

Por más que intentaba estudiar su propio comportamiento y sus emociones desde su perspectiva más fría e imparcial, no conseguía entender por qué él despertaba tanto en ella. Y desde la misma perspectiva intentaba entenderlo a él, pero era igual de confuso. Sería fácil decir que Jackson Foster era simplemente imbécil, egocéntrico, irritante, arrogante y que tenía mala reputación. Pero, a pesar de eso, Poppy sentía que había algo más en aquella evaluación de su primera impresión.

Antes había pensado que su opinión sobre él quizá había sido apresurada. Luego del insulto, había considerado que Jackson era simplemente un idiota y su impresión era la correcta; pero ahora, después de otro muy peculiar y desastroso encuentro, Poppy sentía que volvía a sentirse perdida con respecto a él. Y se sentía aún más perdida porque no comprendía por qué, si era claro que él le desagradaba, no podía evitar el interés que sentía.

¿Quién diablos era Jackson Foster? ¿Era un seductor con mala reputación? ¿Era un deportista engreído que insultaba a otras personas? ¿Era un niñato malcriado escudado por su fama y dinero? ¿O era el hombre incómodo que a veces destilaba destellos de honestidad e inseguridad?

Poppy se mordió el labio inferior, considerando sus pensamientos incesantes. Definitivamente había más en Jackson Foster, más de lo que ella podía entrever en aquellos peculiares encuentros y que quizás debía...

—¡No! —se dijo rotundamente, y arrancó el auto.

A pesar de su tendencia a querer estudiar a las personas, ese no era el mejor momento. Tenía problemas más importantes que intentar comprender a Jackson Foster. El refugio estaba en primer lugar, así que rechazar su propuesta de trabajo era algo de lo que no debía arrepentirse. Había hecho lo correcto y, con eso, esperaba que no volvieran a encontrarse jamás. Ella lo sacaría de su mente, no volvería a comportarse de forma impulsiva y no permitiría que nada volviera a traspasar aquella coraza que mantenía a raya todo lo malo.

Poppy esperaba que ese último encuentro fuera el fin de su fugaz e irritable historia.

Dio un gesto afirmativo con la cabeza y se concentró en su misión actual. Antes había mentido: no tenía un trabajo al cual acudir. Al menos, no en ese momento. Al contrario, pensaba visitar a su abuela; y, para eso, primero debía pasar por aquella pastelería francesa en Soho que era su favorita. Poppy nunca podía acudir a una visita sin su postre favorito. Caso contrario, se ganaría un buen reproche.

Detuvo el Beetle en una calle cercana y bajó, contemplando el escaparate de Maison Bertaux. Era una pastelería con ciento cuarenta años de historia. Estaba compuesta por dos locales y tenía una fachada carismática con toldos de franjas blancas y azules. A través del escaparate se podían ver las tentaciones de dulces, y las personas podían tomar el té en las mesas de madera ubicadas en el exterior.

Poppy ordenó media docena de éclair y media docena de profiteroles rellenos de nata. La pasta choux y la nata eran la combinación favorita de su abuela.

Abandonó la pastelería tarareando una melodía entre dientes y caminó por la acera. Entonces notó el escaparate de una tienda deportiva.

Era el lunático.

—Al menos, no mentía —murmuró para sí misma, escaneando la imagen.

Es difícil fijarse en el aspecto de una persona cuando no paras de discutir con ella. Así que, por primera vez, Poppy tuvo la oportunidad de estudiar su apariencia, y dejó que sus ojos se deslizaran por los rizos cortos de su cabello castaño, sus facciones rectas y bien definidas, su mandíbula cuadrada y cubierta con un ligero atisbo de barba y, al final, por sus ojos con el azul más intenso y puro que ella hubiera visto.

La publicidad era un acercamiento a su rostro y su torso. Y, al parecer, la intención era promocionar los abrigos, pero la atención era atraída a su cara. A Poppy le molestaba, pero tenía que admitir que Jackson Foster era atractivo. Un idiota, pero uno muy atractivo.

Meneó la cabeza, para olvidar todo el asunto, y regresó a su auto.

Desde Soho a la casa de su tía eran menos de diez minutos. La tía Kristen y su abuela vivían en Marylebone, una zona residencial elegante con ambiente pueblerino. Era una zona muy conocida de Londres y siempre estaba llena de turistas que hacían cola para visitar el museo de cera Madame Tussauds y el Museo Sherlock Holmes, ubicado en la casa del detective ficticio en 221b Baker Street.

Aparcó el Beetle frente a una casa con estilo georgiano y bajó. Toda la arquitectura de la zona era similar, pero las residencias se diferenciaban por la fachada de colores vivos. La de su tía tenía ladrillos rojos y ventanas con marcos blancos. Era un poco angosta, pero tenía dos pisos y un jardín grande, al fondo de la propiedad, donde Poppy solía ir a tomar té.

Llamó a la puerta y esperó. Kirsten apareció unos minutos después. Sus labios se estiraron en una sonrisa cariñosa.

—¡Poppy! —dijo, abriendo los brazos—. Decidiste no ignorar mi invitación para tomar el té.

Poppy se acercó y la abrazó.

—Jamás me atrevería —murmuró contra su hombro.

Su tía le acarició el cabello antes de apartarse. Poppy le entregó la caja de postres y la siguió por la casa hacia el jardín. Era un espacio amplio que, por algunos meses, había perdido su encanto luego del divorcio de su tía. Después de todo, Arthur, su exesposo, era el que se encargaba de mantener el jardín con vida. Sin embargo, Kirsten se había acostumbrado y ahora ella lo mantenía. Aquel espacio estaba volviendo a ser hermoso y reluciente: el césped estaba bien cortado y las flores y arbustos crecían con gracia, y también había un olor fresco en el aire, como a rosas y tierra húmeda, que a Poppy le fascinaba.

—¿Y la abuela? —preguntó Poppy mientras preparaban la mesa del té.

—Está arriba, pero debería bajar pronto. Estoy segura de que te vio llegar desde la ventana de su habitación.

Poppy sonrió y sirvió las pastas en un plato circular. Los éclair olían deliciosos y sintió que su boca se hacía agua.

—¿Has visitado a tu madre?

La pregunta fue inesperada y cortó la línea de sus pensamientos, pero a Poppy no le sorprendió. Su tía solía mencionar a su madre durante sus visitas.

—Sí —respondió Poppy con calma—. Como siempre, el primero de cada mes.

Su tía asintió conforme y Poppy esbozó una ligera sonrisa.

A pesar de que la relación entre su madre y su tía nunca había sido la más fraternal, Kirsten siempre se preocupaba de que Poppy hubiera visitado su tumba. Su madre había muerto cuando ella estaba en su segundo año de universidad.

Rowan Sinclair había comprometido su vida a salvar a las personas intentando desarrollar tratamientos para enfermedades incurables. Sus proyectos de investigación habían sido muy populares e importantes en ese ámbito. Ser neurocientífica había sido el propósito de su vida y jamás descansó de su trabajo.

Era un poco irónico e injusto cómo una de esas enfermedades había apagado su vida de forma rápida e inesperada.

Había sido una mujer perspicaz, decidida, curiosa, práctica y muy inteligente. Incluso muchos coincidieron en que era una genio, una heroína. También había sido madre soltera, el único sostén de la familia. Nunca le fue sencillo demostrar su amor verbalmente y tampoco se esforzaba en ser cariñosa, no tenía tiempo para eso. Pero se había asegurado de que Poppy tuviera una buena educación, en el mejor colegio de la ciudad, y luego, en una de las mejores universidades.

Su madre le había enseñado de la vida y la había orientado en su carrera profesional hasta que Poppy tuvo edad suficiente para seguir por sí sola. Cuando murió, Poppy no se había quedado desamparada. Había tenido a su tía y a su abuela junto a ella. Y el apoyo de ambas la habían ayudado a sanar.

Pero eso no quería decir que la pérdida de su madre no le hubiera afectado. Si bien su relación no había sido la más unida, y muchas veces se había caracterizado por ser fría y distante, seguían siendo madre e hija. De alguna forma, Rowan había sido una roca sólida en su vida. Con su mente muy crítica y analítica siempre la había aconsejado para controlar aquellas actitudes impulsivas que no siempre podía controlar. Y sin ella a su lado, Poppy había tomado malas decisiones que le había costado mucho y habían roto su corazón.

—¡Poppy! —dijo su abuela, apareciendo en el jardín.

El hilo de sus pensamientos se perdió y su rostro se iluminó al ver a su abuela. Se acercó, sosteniendo su brazo, y la acompañó hasta la mesa. Desde hacía un par de años su abuela utilizaba un bastón para mantener la estabilidad. Una de sus rodillas había sufrido una cirugía, así que el bastón era de ayuda para llevar una vida más o menos activa. De cualquier forma, Kirsten, sus tíos y el resto de la familia siempre estaban pendiente de que estuviera bien y no se excediera.

—¿Cómo estás, abuela? —Poppy se inclinó junto a su silla.

—No me quejo, cariño. Aunque tu tía escondió el brandy —añadió con desaprobación.

Poppy sonrió y su abuela acarició el contorno de su rostro con sus finos y huesudos dedos. Era una caricia familiar y ella sintió una punzada de nostalgia en el pecho.

—Hay rastros de preocupación en tu rostro —musitó con suavidad, y frotó con sus pulgares las esquinas y la base de sus ojos.

A Poppy no le sorprendió que su abuela estudiara su rostro. Siempre lo hacía, y nunca fallaba con su veredicto. Aunque, en ese momento, Poppy habría preferido que no percibiera su aflicción. Deseó haber podido ocultarlo mejor, pretender que todo estaba bien para no preocuparla, pero la verdad era que no había dejado de preocuparse por el refugio ni por un minuto, ni siquiera con Jackson Foster siendo una molesta distracción.

—¿Qué ocurre? —inquirió la anciana—. Y no te atrevas a decir «nada». Estoy muy vieja para eso.

Poppy sonrió, aunque su sonrisa estaba empañada de tristeza.

—¿De qué hablan? —preguntó su tía, llegando con una tetera de porcelana en las manos.

—Poppy está triste y preocupada, y no puede engañarme.

Su tía frunció el ceño y la miró.

—Poppy, cariño, ¿estás triste? —preguntó, dejando la tetera y acercándose a acariciar su cabello—. Dinos qué está mal.

Su mirada y su resistencia cayeron al escuchar la preocupación en sus voces.

—Es el refugio —murmuró.

Apretó sus manos para que no temblaran. Solo pensar en lo que estaba a punto de decir le provocaba tristeza y nervios.

—Laurie y Adam recibieron la propiedad de un empresario de bienes raíces que era un viejo amigo de la madre de Laurie. Él les cedió la propiedad y les permitió hacer las adecuaciones necesarias para el refugio porque también era amante de los animales. Sin embargo, el hombre murió hace un par de meses y ahora su hijo mayor alega que la propiedad nunca fue cedida y que quiere venderla. Laurie tiene un acuerdo firmado, pero él asegura que es un documento falsificado y exige un pago. Sin embargo, Laurie y Adam no tienen dinero suficiente para comprarla.

—Pero tienen un acuerdo firmado —refutó su tía.

Poppy asintió, se levantó y caminó de un lado a otro.

—En efecto, pero uno de los abogados de la empresa tampoco asegura la veracidad del documento. Estamos seguros de que está ayudando al hijo a desacreditar el acuerdo, pero no hay nada que podamos hacer para probarlo. Adam cree que, si vamos a juicio, gastaremos muchos recursos y, al final, perderemos. Tipos como él tienen comprada a muchas personas importantes.

—¡Pero qué hombre sin escrúpulos! —exclamó Kirsten, apretando los puños—. Laurie y Adam han invertido mucho en el refugio. Las refacciones, el mantenimiento... Todo se perdería.

Poppy asintió y, a pesar de su pena y su preocupación, sabía que no podía dejar que todo eso la venciera, que aún no era el final.

—Por eso no vamos a rendirnos —sentenció con firmeza—. Tenemos un mes para conseguir el dinero y salvar el refugio.

—¿Qué tienen pensado hacer? —preguntó su tía.

—Queremos organizar rifas, bingos, un festival de comida y dulces, eventos al aire libre... —explicó Poppy—. También tenemos descuentos en cursos, talleres y accesorios en la tienda. Y vamos a empezar campañas para promover las donaciones. El gobierno no va a ayudarnos, pero los voluntarios están dispuestos a apoyarnos, así como otros refugios y organizaciones benéficas. No sabemos si será suficiente, pero lo intentaremos hasta el final.

—¿Y dónde puedo hacer mi donación? —soltó la anciana, deteniendo la conversación.

Poppy la miró.

—Abuela, no...

—¿Vas a decirme qué hacer con mi dinero? —le recriminó con una media sonrisa—. Ya estoy vieja. Si me muero mañana, no me llevaré nada.

Poppy sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Se acercó y abrazó a la mujer con fuerza.

—Quisiera que no tuvieras que hacer esto... —susurró conmovida.

—Pero lo hago con mucho amor —dijo, y le besó la frente—. Sabía que no te rendirías.

Kirsten también se acercó. Las tres mantuvieron ese abrazo que reconfortó a Poppy más que cualquier cosa y le dio tranquilidad a su alma. Quizá su madre ya no estaba a su lado, pero Poppy nunca podría decir que le faltó amor y apoyo familiar.

—¿Qué empresa de bienes raíces es propietaria de la propiedad? —preguntó Kirsten, varios minutos después, mientras tomaban el té.

—Grupo Inmobiliario Morton.

Su tía se quedó en silencio. Bajó su taza de porcelana y sus ojos se volvieron suspicaces.

—¿Qué haces? —curioseó la joven.

—Estoy pensando si he escuchado algún escándalo sobre ellos. Soy arquitecta, pero tengo muchos amigos abogados. Podría consultarles y utilizar la información para chantajearlos.

—No podemos hacer eso —repuso Poppy, alarmada.

—¿Por qué no? —replicó Kirsten con franqueza—. Ese hombre ambicioso y sin corazón quiere dejar a los pobres animalitos en la calle.

—En mis tiempos, las personas hacían protestas para luchar por los derechos. ¿Subían los impuestos? Hacían una protesta. ¿Había discriminación de género? Hacían una protesta. ¿Había crímenes injustos? Hacían una protesta —comentó su abuela mientras comía un profiterol con nata—. Así atraían la atención y el apoyo de los medios y la prensa.

—¿Me estás diciendo que realice una protesta contra el Grupo Inmobiliario Morton? —inquirió Poppy, perpleja.

—Mamá, no la incites —musitó su tía, y tomó un sorbo de té.

—¿Y por qué no? —refutó la anciana con un encogimiento de hombros—. Tú querías chantajearlos con un escándalo; yo propongo una protesta pacífica para atraer a los medios. ¿Quién es la mala influencia en esta casa?

Poppy intercambió una mirada incrédula entre ellas y luego empezó a reírse. Fue un momento divertido y liberador. Y muy pronto las tres estaban riéndose.

Disfrutaron del té en un ambiente más relajado. Poppy dejó sus preocupaciones por un rato y se permitió encontrar equilibrio en su familia. No solía hacerlo muy seguido, pero sabía que era necesario para no dejar afuera a las personas que quería.

Una hora después, mientras ayudaba a su tía a regar las flores, volvió a pensar en la idea que había dicho su abuela. Sí, era un poco arriesgado; pero, mientras más pensaba en eso, le parecía más conveniente para ellos.

Poppy se excusó y se dirigió al baño, desde donde llamó a Hana y le contó su plan.

—Sabía que enloquecerías —se quejó su mejor amiga—. Pero al menos lo estás consultando conmigo.

Poppy sonrió.

—Admite que es una buena idea.

—Es una terrible idea —refutó Hana.

—Pero si llamamos la atención de los medios, más gente nos verá y nos apoyará. Nadie querrá que cierren un refugio de animales.

Hana se quedó en silencio por unos segundos y Poppy creyó que había ganado, pero entonces la joven veterinaria dijo:

—¿Y qué hay de Savone?

Poppy sintió que su ánimo se apagaba como el fuego de un fósforo, rápido y sin misericordia. Ella tragó con fuerza.

—¿Qué con ellos? —espetó Poppy de mala gana—. Ya no hay nada más que puedan hacerme. Y yo ya no tengo nada que ver con ellos. ¡No me importa si me ven en la televisión!

—Poppy...

—Haré lo necesario para salvar el refugio —garantizó enérgica—, así que alístate. Nos vemos esta noche en mi casa. Armaremos unos carteles, llamaremos a unos cuantos voluntarios y mañana iremos a protestar frente a las oficinas del Grupo Inmobiliario Morton. Se arrepentirán de haberse metido con nosotros.

Poppy se sentía segura. Una nueva sonrisa nació en su rostro.

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