Capítulo 5
Dos días después de la noticia de Laurie y Adam, el ambiente en el refugio era triste y melancólico. Todos continuaban trabajando con normalidad, pero Poppy podía distinguir las sonrisas tensas, las miradas perdidas y las expresiones afligidas.
Esa mañana, Laurie había reunido a todo el equipo y a un grupo de colaboradores para dar un discurso. De esa forma, había exhortado a las personas a mantener sus ánimos y a no perder la esperanza. No era la primera vez que el refugio pasaba por momentos difíciles y Laurie confiaba en que saldrían adelante como siempre. Así que, no solo por amor a los animales, sino a Laurie también, todos estaban pretendiendo que las cosas estaban bien. Poppy sabía que era lo mejor. Incluso con la tristeza en sus corazones, debían mantener el refugio en funcionamiento y prepararse para salvarlo.
Porque sí, iban a salvar el refugio. Todos estaban convencidos de ello.
Laurie y Adam estaban dispuestos a escuchar cualquier idea que fuera una oportunidad para recaudar fondos. Por su lado, ellos estaban intentando contactar a otras organizaciones benéficas para obtener respaldo. Entre el equipo y los colaboradores habían juntado un listado de actividades y eventos que podrían llevar a cabo y también habían abierto un fondo de recolección a través de internet.
Cualquier ayuda que pudieran recibir sería bien recibida. Después de todo, solo tenían un mes para comprar la propiedad o serían desalojados.
Poppy suspiró.
—¡Buen día, Poppy!
Poppy se recompuso y respondió el saludo con una sonrisa cuando el grupo de colaboradores cruzó frente a ella, que se hallaba limpiando una jaula vacía para gatos. Durante esa semana habían tenido varias adopciones gatunas y aquella sección había quedado libre. Poppy se había ofrecido a adecuarla para que estuviera preparada para recibir a nuevos felinos que se unieran a la familia.
Cuando terminó, revisó que el resto de las jaulas estuvieran limpias y se detuvo en medio del patio para repartir mimos entre los animales que tenían su turno de paseo.
Bobby, como siempre, estaba suelto, patrullando la zona. Su carácter noble y fiel lo hacía un excelente guardián y un compañero fantástico. Además, aceptaba siempre a los gatos y a otros animales domésticos sin problema.
Al verla, Bobby se acercó trotando hacia ella. Su cojera no siempre le permitía correr, pero era entusiasta y no se desanimaba. Poppy jugó con él durante unos minutos antes de seguir su camino hacia el ala médica. Hana estaba de turno y Poppy la encontró revisando a los animales hospitalizados. Entre ellos, estaban Sora y sus tres cachorros, la pequeña familia dálmata. Habían arribado una semana atrás, luego de que un anónimo reportara que un hombre los había abandonado a las afueras de la ciudad. Laurie y el equipo habían acudido de inmediato a rescatarlos. Los cachorros estaban bien, aunque un poco desnutridos, pero Sora tenía heridas de maltrato físico y era una perra asustadiza. También se había puesto agresiva cuando se acercaron a sus cachorros, pero se había calmado al verlos a salvo.
Hana había tratado sus heridas y ahora los mantenía en un control a ella y a sus cachorros para que pudieran recuperarse de su mal estado físico.
—¡Buen día, Sora! —Poppy se arrodilló junto al corral donde se hallaba con sus cachorros de pelaje blanco con manchas negras.
La dálmata levantó la cabeza al verla, alerta. Poppy acercó su mano, despacio, de forma inofensiva. Sora la olfateó y se relajó lo suficiente para dejar que le acariciara detrás de las orejas. Poppy sonrió al reconocer el collar de lana que había tejido para ella.
Unos días atrás, Hana había detectado que a Sora le inquietaban los collares de velcro, piel, cuerina o metal. Su miedo debía estar asociado a un trauma; por eso, para evitar los malos recuerdos, a Poppy se le había ocurrido la idea de usar lana suave.
—¡Qué linda te ves con ese collar! —dijo, y acarició la placa con su nombre grabado.
Su nuevo nombre.
Laurie solía decir siempre: «Nuevo nombre, nueva vida», y había sido idea de su madre, Eve Carter, que los nuevos miembros del refugio adquirieran un nuevo nombre. Era lo mejor, ya que no todos los animales rescatados tenían un nombre o aquellos abandonados no siempre tenían un collar. Así que era más fácil que se acostumbraran a un nuevo nombre que estuviera libre de pesadillas y que simbolizara la esperanza de un nuevo y feliz futuro.
Hana la encontró sentada en el suelo, cepillando el pelaje corto de uno de los cachorros de Sora.
—Creí que no te vería hoy —musitó Hana, inclinándose a su lado, cerca del corral.
Sora se acercó y se recostó contra el costado de Hana. A Poppy no le sorprendió: su mejor amiga siempre había sido una encantadora de animales; ellos simplemente la adoraban. Desde muy pequeña, había encontrado su vocación, no solo por su toque casi mágico, sino porque sus padres eran naturalistas. Su padre era zoólogo y su madre, botánica. Y eran las personas más amables y menos desinteresadas que Poppy podría conocer.
—Mis padres llamaron ayer —continuó Hana con calma—. Te enviaron saludos.
Poppy esbozó una sonrisa.
Ella había pasado tantas vacaciones escolares con la familia Baek que se sentía como un miembro más. Quizá por ello se había acostumbrado a la frecuencia con la que los padres de Hana viajaban. Eran miembros de una organización naturalista que se centraba en investigar, explorar y descubrir nuevas especies y comportamientos de la flora, la fauna y el medio ambiente.
—¿Siguen en Seúl?
—Sí —respondió su amiga—. Quizás regresen para el cumpleaños de Haru; quien, por cierto, ahora ha decidido que no quiere tener hijos y que dependerá de mí darle nietos a nuestros padres.
Poppy rio y Hana resopló.
—¿Y te sorprende? —dijo divertida—. Tu hermano siempre ha sido osado.
Poppy asociaba el nivel de rebeldía de Haru con la forma en que sus padres lo habían consentido. Su posición de hijo menor le había dado múltiples privilegios. Los Baek nunca habían obligado a sus hijos a nada; al contrario, los habían educado con libertad y tolerancia. Hana había sido la hija buena que había seguido los pasos de sus padres mientras que Haru, el hijo rebelde, se había dedicado a las artes marciales.
Muy peculiar.
Apenas había terminado el colegio, había iniciado un viaje por el mundo para aprender diferentes tipos como karate, boxeo, taekwondo, kendo, kickboxing, jiu jitsu, entre otras. Meses atrás había regresado a Londres y se había asentado por una temporada porque estaba trabajando como coreógrafo de escenas de acción en películas.
Definitivamente peculiar.
Sin embargo, incluso con su actitud rebelde y temeraria, Haru le agradaba. Para Poppy, que era hija única, él también había sido como su hermano. Y eso había tenido sus ventajas, como aquellas clases de defensa personal que les había impartido a ella y a Hana para que supieran romper la nariz de cualquier abusivo.
—Poppy... —dijo Hana, atrayendo su atención—. ¿Tú estás bien?
Poppy le mantuvo la mirada a su mejor amiga. Sabía a lo que se refería, así que no tuvo que preguntar. Al contrario, asintió con una sonrisa pacífica.
—Me siento preocupada, como todos, pero confío en que encontráremos una forma de superarlo —respondió, infundiendo confianza en su voz.
Hana continuó estudiando su expresión en silencio. Parecía más preocupada por ella que por el refugio, y eso casi la hizo sonreír. Casi. Porque la verdad era que su amiga la conocía más que bien y sabía que, para Poppy, el refugio era más que un trabajo o un pasatiempo: era su estabilidad, su razón de ser, el lugar en el cual se había reencontrado consigo misma y adonde regresaba cuando se sentía perdida.
Sin el refugio, Poppy se sentiría perdida. De nuevo. Y comprendía que Hana no quería que ella se sintiera así.
Poppy rio y empujó su brazo con afecto.
—Habló en serio, no voy a enloquecer. Y, si lo hago, lo consultaré primero contigo. —Le guiñó un ojo, coqueta.
Hana rio y su postura se relajó.
Ambas continuaron charlando de cosas triviales mientras hacían su ronda rutinaria para revisar a los animales que estaban internados en la clínica. Estaban terminando cuando el celular de Poppy sonó en el bolsillo de su mandil.
—Es mi alarma de trabajo —dijo, buscando su celular—. Tengo turno en el gimnasio. ¿Quieres que salude a Yves de tu parte? —agregó con complicidad.
Hana la ignoró, pero sus mejillas se sonrojaron. Intentó pasar desapercibida escondiéndose detrás de su escritorio y ordenando unas carpetas.
—¿Vas a pretender de nuevo que no conoces a Yves? —la molestó.
En el caso de Poppy, había conocido a Yves Burnette en la boda de Jodie y habían simpatizado de inmediato al descubrir que ambos tenían una predilección por la música de las décadas pasadas y les gustaba bailar de forma ridícula. Su amistad se había afianzado al coincidir en varios eventos en común y, sobre todo, porque Yves había accedido a que Poppy realizara ciertos trabajos en su gimnasio.
Como Hana continuó sin responder, Poppy esbozó una sonrisa lenta e insinuadora.
—Si están saliendo, no sé porque no puedo tener más detalles al respecto. ¿Y mis privilegios de mejor amiga?
Poppy conocía de la relación que su mejor amiga y Yves habían empezado hacía poco más de seis meses, luego de que ella los presentara al encontrarse de casualidad en un restaurante. Habían tenido un par de citas, se habían conocido y habían descubierto que tenían mucho en común. A Poppy le parecían una pareja ideal, aunque llevaban una relación casi secreta.
Sus miradas se encontraron.
—Aún tienes tus privilegios y podría darte los detalles que quisieras, pero... ¿realmente quieres detalles íntimos de la relación sentimental sobre alguien para quien trabajas?
Poppy lo meditó. ¿Quería imaginar a Yves en el papel de amante junto a Hana?
—¡Puaj! ¡No! —respondió, arrugando la nariz.
Hana le lanzó una pluma.
—No digas «¡puaj!» cuando hables de mi novio.
Ambas rieron.
—¿Todavía no se lo has dicho a tus padres? —se aventuró a preguntar Poppy.
Su amiga negó con la cabeza.
—Lo haré pronto —replicó tímida.
Poppy se mordió el labio inferior. Esta vez, fue ella quien estudió a Hana; también la conocía muy bien para saber que su voz y sus ojos ocultaban una dosis de preocupación.
—¿Qué es lo que te preocupa que salga mal? —cuestionó, porque así era Poppy: siempre hacía las preguntas más directas.
Hana bajó la mirada y retorció las puntas de unos papeles.
—No lo sé. Sabes que Yves es un fisioterapeuta reconocido y siempre está ocupado, mientras que yo tengo dos trabajos e intento terminar mi posgrado. —Hana se encogió de hombros, con una sonrisa vacilante—. A veces siento que algo saldrá mal. No siempre tenemos mucho tiempo para vernos. Sin dejar a un lado que la mala relación con su madre ha evitado que tenga una relación larga con alguien.
—Sabes que, si te obsesionas con cada cosa, nada saldrá bien —dijo Poppy—. Al contrario. ¿Por qué no piensas en cómo te sientes cuando estás con él? ¿Eres feliz? ¿Él es feliz?
Hana asintió con un brillo secreto en la mirada. Poppy sintió que su corazón se conmovía por la felicidad de su amiga.
—¡Entonces todo saldrá bien! —decretó con emoción—. Ahora me voy o llegaré tarde.
Poppy se despidió de Hana, se desprendió de su mandil, recogió su bolso del área de casilleros e intercambió saludos con otros colaboradores mientras enfilaba hacia el pasillo principal. Cuando cruzó por la tienda de mascotas, vio que Celeste y Lily, las encargadas, estaban apretujadas frente a la pantalla del pequeño televisor detrás del mostrador y murmuraban entre ellas. Poppy sintió curiosidad y se acercó por detrás.
Estaban viendo Spectacular, uno de los programas de variedades y farándula más famosos de Inglaterra. Poppy había visto uno que otro episodio. Realmente los chismes sobre celebridades no era algo que le interesara. Pero lo que sí le interesó por un fugaz segundo fue el hombre del que hablaban.
—Oh... —murmuró al reconocer la foto—. Es el borracho del bar.
Ambas chicas dieron un respingo y la miraron con sorpresa y curiosidad.
—¡Poppy! ¿Dijiste algo? —preguntó Lily.
Poppy se apresuró a negar. Era más sencillo pretender ignorancia que tener que explicar el ridículo encuentro de esa mañana.
—Nada —dijo, y señaló la pantalla—¿Quién es?
Sus ojos y sus bocas se agrandaron con asombro.
—¡Es Jackson Foster! —dijeron al unísono.
Poppy pestañeó despacio, aún sin saber quién era él y por qué debía conocerlo.
Antes de que pudiera cuestionarlas, las chicas empezaron a actuar como fanáticas.
—Su rostro es hermoso, ¿verdad? —musitó Lily con ojos brillantes.
—¡Y su cuerpo...! —añadió Celeste antes de disolverse en suspiros—. Es muy ardiente.
—Dicen que tiene tatuado todo el pecho. —Fue la acotación de Lily, como si fuera un secreto sagrado.
Poppy frunció el ceño. Nada de eso le interesaba, pero no tenía el corazón de decírselo. Lily y Celeste le agradaban; no quería ofenderlas mostrando desinterés por su crush.
—¿Por qué está en el programa de chismes?
—¡Oh, eso...! —Celeste hizo una mueca—. Es por un escándalo. Al parecer se involucró con una mujer casada.
—Sí, la esposa de un socio de su escudería —complementó su amiga—. El hombre descubrió todo y armó un alboroto. Está en todos los medios.
Celeste continuó:
—Y ahora está suspendido de su trabajo, lo cual es un poco triste. Jack tiene una reputación de chico malo, pero espero que esto no arruine su carrera.
Ambas esbozaron expresiones decaídas y Poppy no supo qué decir. Había sido una casualidad enterarse de ese chisme; y, por un momento, se preguntó si esa podría ser la razón para haberlo encontrado noqueado en un bar. Sin embargo, aunque tenía muchas preguntas y sentía curiosidad, decidió que no valía la pena interesarse en ese tipo idiota y grosero que había arruinado su noche de trabajo.
«El karma lo encontró pronto», pensó mientras esbozaba una sonrisa de suficiencia.
Poppy se despidió de las chicas, se subió al Beetle y condujo hasta el gimnasio. Yves había inaugurado un centro de terapia y rehabilitación hacía seis años, incluso antes de que Poppy lo conociera. Un año después, había abierto un gimnasio al adquirir la propiedad contigua. Ahora ReShape era uno de los mejores gimnasios en Londres. Había una lista de espera para obtener una membresía y tanto celebridades como deportistas reconocidos entrenaban o hacían terapia allí.
Además, Yves y su padre eran de los mejores fisioterapeutas del mundo. No solo preparaban campeones, sino que los ayudaban a recuperarse de lesiones complicadas, como había sido el caso de Wes años atrás. Por lo que Poppy sabía, Wes y el resto de los pilotos de su escudería entrenaban con Yves. Además, su padre también se había especializado en psicología y psiquiatría; por lo que juntos se encargaban del estado mental y físico de sus atletas.
Poppy estacionó en un espacio libre y caminó hacia la entrada, estudiando la fachada del edificio. El complejo estaba ubicado en el centro de Mayfair, en un edificio renovado que combina un estilo clásico y moderno. Tenía tres pisos, con secciones bien distribuidas para cada especialidad que se impartía. Cada espacio era amplio y estaba bien iluminado y equipado con mobiliario nuevo y aparatos de última tecnología.
En ReShape, el orden, la seguridad, la calidad y la comodidad eran los pilares más importantes del servicio. Yves trabajaba con un equipo especializado en diferentes actividades deportivas y siempre se esforzaba por que todos los clientes tuvieran un trato especializado, garantizando una experiencia excepcional.
Poppy atravesó la entrada y vio a una mujer morena y alta, con el cabello lacio y oscuro recogido en una coleta alta. Vestía su clásico atuendo deportivo que usaba como uniforme.
—¡Hola, Poppy! —saludó Carol con una sonrisa—. Gracias por cubrirme en mis vacaciones.
Poppy correspondió su sonrisa.
—No te preocupes, no fue nada —dijo, y continuó su camino.
Y era cierto, Poppy se había turnado con la otra recepcionista por casi dos semanas sin ningún problema. Además, no era la primera vez que cubría su vacante, y ya estaba acostumbrada a sus trabajos diversos en el gimnasio. Si algún cliente necesitaba ayuda, ella estaba ahí. Si algún miembro del equipo necesitaba apoyo para sus clases, ella acudía a dárselo. Y, por último, si a la gente del aseo, que trabajaban al amanecer y al atardecer, les faltaba una mano, ella colaboraba, aunque Yves insistiera en que no era necesario.
Poppy entró en el cambiador de empleados, se dirigió al área reservada para el equipo de limpieza y sonrió cuando vio que el líder del aseo había dejado un enterizo limpio para ella. Como siempre.
Ella se recogió el cabello en dos trenzas y se enfundó el enterizo turquesa y unas gafas protectoras antes de salir a buscar algún desorden.
Estaba haciendo un recorrido por el último piso, cuando divisó a Yves en la zona de boxeo. A su lado había un hombre alto, castaño y con una contextura de deportista, golpeando uno de los sacos de práctica. Ambos estaban en medio de una conversación que parecía seria, así que no quiso interrumpirlos.
Desvió su camino hacia los cambiadores de mujeres y pasó un rato organizando las batas y toallas del área del sauna. También ayudó a una de las entrenadoras a preparar el equipo e implementos para su clase de spinning y dobló unos folletos sobre información nutricional.
De pronto se le ocurrió imprimir un par de pósters o panfletos de la campaña de recaudación para salvar el refugio. Seguro Yves le dejaría pegar uno o dos en la recepción si se lo pedía.
Siguió considerando la idea mientras caminaba por el pasillo de los cambiadores de hombres, con una pila de toallas contra su pecho. Entonces, tropezó con otra persona.
Lo primero que Poppy vio fue sus ojos. Grandes, azules, rodeados de largas pestañas castañas.
Era una mirada que conocía. Era un rostro familiar. Era...
—¡Oh! —dijo el hombre cuando se recuperó de su propia sorpresa—. Eres la loca del disfraz de payaso.
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