Capítulo 38
Poppy entró en el dúplex y dejó la puerta abierta para que Jack la siguiera.
Inquieta y aún con el corazón conmovido por su declaración, se sentó en el sillón de su sala, expectante, mordiéndose el labio inferior con suavidad.
Jack la amaba.
Iba a conquistarla una y otra vez, sin importar que no fueran almas gemelas.
Le había prometido rescatar perritos y gatitos por ella.
Y quería quedarse a su lado.
Todas sus palabras se repetían en su mente sin poder detenerlas. Por eso, cuando él se sentó a su lado, ella saltó sobre su regazo por instinto y lo atacó con un beso. Le parecía lo más justo.
Jack rio contra su boca, como si le complaciera su ímpetu. Poppy se apartó, solo un poco, para mirarlo. Sintió cómo su pecho se expandía con júbilo y un hormigueo se extendió por todo su cuerpo.
—¿Por qué tanta prisa? —murmuró Jack, y aferró su cintura—. No pienso ir a ningún lado.
Era una promesa. Sus ojos no mentían. Aun así, la excitación que había experimentado al verlo se encendió en un deseo ardiente.
Ella volvió a acercarse, pero, esta vez, le dio tiempo suficiente para retroceder si así lo quería. Jack se mantuvo firme; su mirada oscura e ilusionada. Poppy tomó eso como su permiso y eliminó el espacio entre ellos, rozándole los labios en una caricia ligera como el roce de una pluma. Un nuevo beso sin prisa, pero cargado de sentimientos.
Jack deslizó una mano hacia su cadera mientras enredaba la otra entre sus cabellos. Chispas de lujuria la estremecieron y Poppy se movió hasta quedar sentada a horcajadas sobre su muslo. Sus pechos se rozaron contra los músculos de Jack y ella gimió por lo bajo. Sus labios volvieron a encontrarse y ella profundizó el beso, aceptando la dulce invasión de su lengua mientras se mecía contra él. Jack gimió y la mano en su cadera ascendió para acariciar uno de sus pechos a través de la tela de su vestido.
—Jack... —jadeó.
—Estoy aquí —murmuró, y dejó un rastro de besos ardientes hasta el punto sensible en la base de su cuello. El roce de su barba áspera hizo que la piel de Poppy se volviera hipersensible—. Te tengo, cariño.
Su corazón se agitó.
—Te extrañé —susurró Poppy, honesta y vulnerable, aferrándose a sus hombros.
Jack sonrió.
—También te extrañé —respondió, y el calor de su mirada le produjo un estremecimiento—. Cada noche.
Poppy se sonrojó, pero, aun así, añadió:
—Vamos a la cama.
La mirada de Jack ardió. Tomó a Poppy entre sus brazos y la llevó hasta su habitación. Allí acomodó su cuerpo sobre su regazo mientras volvían a besarse y se desvestían mutuamente. Jack giró su cuerpo para ayudarla a abrir la cremallera de su vestido y esparció besos a lo largo de su columna. Poppy no podía verlo, pero sabía que estaba trazando su tatuaje con sus labios. Sus caricias enviaban chispas de calor hacia todo su cuerpo.
Agitada, intentó darse la vuelta, pero Jack sostuvo su cintura y mantuvo su cuerpo mirando al frente. Sin poder moverse, miró sobre su hombro para observar cómo su boca se arrastraba por su piel en una dulce tortura. Su vientre se apretó con expectación. Cuando llegó arriba, sus miradas se encontraron y percibió el brillo peligroso en sus ojos. Poppy se preguntó qué estaría pensando, pero se distrajo cuando sus manos, que todavía estaban en su cintura, ascendieron por sus costillas, arrastrando su vestido hacia arriba. Ella levantó los brazos y él se deshizo de la prenda, arrojándola al suelo.
Esta vez, cuando Poppy quiso girarse, Jack la abrazó y pegó su espalda contra su torso.
No es que se quejara. No tenía de qué quejarse cuando podía sentir la calidez de su piel contra la suya y sus brazos musculosos se envolvían a su alrededor. Y mucho menos podía quejarse cuando Jack empezó a repartir besos por su cuello y sus dedos dibujaron líneas invisibles sobre sus muslos y su vientre.
Poppy atrapó su labio inferior entre los dientes y bajó la mirada para observar cómo él la tocaba. Cuando Jack sostuvo sus pechos, rozando las flores tatuadas con sus pulgares, ella contuvo el aliento. Sus pezones se irguieron, rogando por su atención.
—Hermosa —susurró Jack ante la reacción honesta de su cuerpo.
Jack derramó su respiración caliente sobre su oído y atrapó el lóbulo de su oreja entre sus labios. Su lengua lamió aquel punto sensible mientras excitaba sus pezones, pellizcando la piel fruncida entre sus dedos. Poppy gimió y su respiración se agitó al igual que el ritmo de su corazón, retumbando en sus oídos. Sus dedos apretaron las sábanas y juntó los muslos con fuerza, intentando aliviar el pulso insistente entre sus piernas.
—¿No quieres tocarte? —Su voz grave y profunda.
Poppy unió sus miradas y tragó saliva ante su sonrisa provocadora. Él estaba jugando con ella; no era la primera vez que lo hacía cuando estaban en la cama. Generalmente, Jack prefería los encuentros rápidos y explosivos. No quería decir que no se tomara su tiempo con ella, sino que evitaba torturarla con caricias lentas.
—Si quieres tocarte, hazlo. Yo tengo las manos ocupadas —agregó y, para probar su punto, le apretó los pechos.
Poppy se estremeció y los pinchazos de placer provocaron una corriente eléctrica que avivó la humedad que se acumulaba en el centro de su cuerpo.
Con sus manos todavía incitándola de forma descarada, pero sin tocarla donde más lo necesitaba, Poppy sintió que enloquecería. Su control se fragmentó y liberó su lado impetuoso.
Movió sus manos hacia abajo, hasta encontrar el borde de su ropa interior, y enganchó los dedos en las esquinas, deslizando el encaje por sus piernas. Luego apretó el rostro caliente contra el cuello de Jack y cedió a su deseo. Sus delicados dedos rozaron su humedad y buscaron el sensible brote escondido entre sus pliegues femeninos. Un par de gemidos escaparon de sus labios y Jack intensificó su placer, combinando roces perezosos con besos. Poppy intentó igualar el ritmo de sus dedos con las caricias de Jack, pero era difícil concentrarse, era imposible pensar, cuando su mirada oscura recorría su cuerpo expuesto y podía sentir cuan excitado estaba. Poppy quería, no, necesitaba que él la tocara.
—Jack, por favor... —murmuró, mirándolo con ojos entreabiertos.
De alguna forma, él comprendió el mensaje que estaba enviando.
Mientras Poppy se acariciaba, Jack deslizó una de sus manos, más grande y cálida, sobre el interior de su muslo. El cuerpo de Poppy se tensó, pero separó las piernas para darle mejor acceso. Sus manos se rozaron por un instante y luego Jack la tocó con firmeza, deslizando un dedo en su interior. Poppy dejó caer la cabeza sobre el hombro de Jack y soltó un gemido sonoro.
—Tan húmeda...
Su respiración se atascó cuando él deslizó otro dedo en su interior, su lengua lamió su cuello y su índice y pulgar tiraron suavemente de su pezón.
Oh, Dios, el placer era... indescriptible.
Poppy tembló. Su liberación estaba construyéndose en lo profundo de su cuerpo.
Él sabía lo que quería y, gracias a Dios, se lo dio sin torturarla más. La besó, profundo y duro y sus manos se movieron sobre ella hasta que la respiración de Poppy se cortó y comenzó a jadear. Ella estaba tan cerca... Su espalda se arqueó y sus caderas se movieron, siguiendo su ritmo.
Un par de latidos después, Jack la llevó a un clímax estrepitoso con su nombre entre sus labios. Poppy se preguntó, incluso en el sueño febril del éxtasis, cómo podía hacerla sentir tan deseada pero apreciada al mismo tiempo. Quizás eso era lo que no podía resistir cuando estaba con él. Quería más piel, más caricias, más de todo. Estaba desesperada por darle una fracción del placer abrasador que le recorría las extremidades.
Todavía sensible y con el cuerpo temblando, Poppy giró hacia él y sostuvo su rostro para besarlo. Su lengua se deslizó dentro y Jack gruñó contra su boca. Poppy respondió con un ligero gemido y empujó su cuerpo hacia atrás, sobre la cama, para acomodarse sobre su torso. Entonces pudo sentir la evidencia de su deseo contra su vientre.
Poppy dejó ir sus labios para descender con sus besos por su cuello y después por los músculos duros de su pecho. Delineó con su lengua las líneas marcadas de sus abdominales, decorados con el árbol de flor de cerezo, mientras sus dedos buscaban de forma apresurada el botón de sus jeans. Jack la ayudó a librarse de la prenda y sus músculos se tensaron cuando sus dedos se envolvieron a su alrededor. Su sexo estaba duro, inflamado y caliente.
Su mano lo acarició despacio, ejerciendo la presión justa, desde la base hasta la punta ligeramente húmeda. Poppy se mordió el labio con fuerza mientras Jack soltaba suaves sonidos de placer. Cada caricia parecía probar un crescendo en su respiración y la visión de él con sus ojos oscuros y sus caderas respondiendo a su toque de forma ardiente, provocó que la garganta de Poppy se secara.
Sin apartar sus ojos de los suyos, ella asentó su boca sobre su ombligo y empezó a descender para llevar su placer a otro nivel. Sin embargo, Jack le sostuvo el mentón y le levantó el rostro, como si hubiera adivinado su intención.
—Aunque la idea de tener esos labios preciosos alrededor de mí es más que tentadora —dijo con voz más grave—, si tus besos siguen bajando, no lo resistiré. Y prefiero que eso suceda cuando esté dentro de ti. Ven aquí.
Sus dedos se cerraron alrededor de un puñado de su cabello y atrajo su rostro hacia el suyo para besarla con tanto ímpetu que, cuando se apartó, Poppy respiraba con dificultad. Jack sonrió y lamió su labio inferior, enviando una corriente de lujuria hacia el fuego líquido entre sus piernas. Luego aferró su cintura y guio su cuerpo sobre sus caderas.
De su garganta salió un gemido de alivio y éxtasis cuando se deslizó dentro de ella. Las paredes de su sexo se contrajeron a su alrededor. Ambos se quedaron inmóviles durante media respiración mientras Poppy se acostumbraba a él, a la forma perfecta en que la colmaba por completo. Cuando se sintió lista, empezó a moverse. No se contuvo, buscó un ritmo que la satisficiera. Levantó y bajó el cuerpo, danzando sobre él por instinto. Jack le apretó los muslos y también respondió a sus movimientos. El clímax volvió a construirse en su vientre y sus caderas retrocedieron para encontrarse con sus embestidas. La espalda de Poppy se arqueó, aumentando su ritmo casi desesperado.
—Jack... —gimió con sus pechos subiendo y bajando con cada rápida respiración.
Jack recorrió su figura con su mirada apasionada antes de levantarse. Su boca tomó la suya en un beso profundo y húmedo, que continuó por su cuello hasta sus pechos sensibles. Poppy marcó un camino con sus uñas sobre su espalda mientras su boca succionaba uno de sus pezones y después lo excitaba con la punta de su lengua.
Dios, el éxtasis...
Jack besó, lamió y acarició su piel hasta que, una vez más, Poppy estuvo al borde del orgasmo. Él guio sus movimientos erráticos hasta que golpeó aquel lugar que la hacía ver las estrellas, y el mundo explotó. Su cuerpo se sacudió mientras se dejaba arrastrar por el dulce placer del orgasmo. Él murmuró su nombre contra sus labios mientras seguía empujando, más fuerte y profundo.
Casi instantáneamente, los músculos de Jack se pusieron rígidos y sus rápidas embestidas perdieron el control mientras él también alcanzaba su liberación. Poppy lo sintió, lo escuchó y abrazó sus hombros con fuerza. Cuando sus respiraciones se calmaron, Jack le mordió el labio inferior, dándole un leve tirón antes de que lo soltara y su lengua trazara su forma.
Poppy suspiró y lo mantuvo envuelto entre sus brazos y piernas; piel caliente contra piel caliente.
Jack se recostó en la cama y la llevó consigo. Sus cuerpos conectados, sus dedos entrelazados, su aliento rozando su piel. Poppy tuvo un momento de claridad y en su corazón lo supo. No quería a nadie más que a Jackson Foster. No quería sentirse así con nadie más. Solo a él. Siempre él.
Acarició los rizos de su frente y Jack giró el rostro hacia ella. Sus miradas se encontraron y compartieron una sonrisa secreta y de complicidad.
—Este ha sido el mejor sexo de reconciliación, lento y caliente, que he tenido en mi vida. Y considerando que nunca he querido reconciliarme con otra mujer, tú eres mi primera vez.
Una sonrisa nació en los labios de Poppy y se acurrucó contra su pecho, saciada y contenta. Jack pasó sus manos por su espalda y suspiró contra su cabello.
Así se mantuvieron varios minutos en silencio.
—¿Por qué esperaste hasta hoy para buscarme? —preguntó Poppy.
Jack detuvo su mano sobre su cintura y la miró.
—No lo sé —dijo con sinceridad y un rastro de timidez—. Supongo que estaba avergonzado y pensé que seguías molesta. Quise acudir a la jornada de adopción, pero no quería arruinarlo. Entonces mi madre y Quinn dijeron que dejara de ser un idiota. Avery también lo habría dicho, pero está ocupada con su bebé.
Poppy amplió sus ojos.
—¿Ya nació? —preguntó emocionada.
—Sí, hace cinco días. Una niña, Portia —explicó—. Fui a visitarlas. Acababa de volver de Oxford cuando fui a buscarte.
Jack buscó sus jeans y sacó su celular de uno de los bolsillos. Luego le mostró una foto de una pequeña bebé con grandes ojos azules y rostro redondo.
—Es hermosa y tan... pequeña.
—Sí, tiene a todos suspirando por ella. Mi madre y Bram están emocionados.
Poppy le sostuvo su barbilla e hizo que la mirara.
—¿Y cómo te sientes con esto? —preguntó, un poco preocupada de que todos esos cambios lo estuvieran afectando de alguna forma. Ella aún recordaba sus conversaciones en Melrose. No quería que se sintiera excluido por aquel sentimiento de culpa del pasado.
—Papá siempre quiso que fuéramos más —respondió con una débil sonrisa.
Poppy escudriñó su rostro. Sus ojos eran honestos, y ella se relajó. Después correspondió a su sonrisa acariciando su pecho.
—Hablando de papá, quiero darte algo...
Apenas terminó la frase antes de enfundarse sus jeans y salir de la habitación. Poppy se acercó al borde de la cama y se puso la camisa de Jack. Curiosa, esperó hasta que él regresó con su abrigo, que había dejado en el vestíbulo, y lo miró rebuscando en los bolsillos internos. Entonces Jack encontró una funda de terciopelo azul, de la cual sacó un largo collar de diamantes en forma de flor.
Poppy se quedó sin aliento.
—Esta es una de las joyas que mi padre me dio antes de morir, el collar que mi tatarabuelo hizo para mi tatarabuela, ¿lo recuerdas? —preguntó con una sonrisa, arrodillándose frente a ella—. Te dije que lo había perdido, pero finalmente lo encontré.
»Esto es lo que estaba buscando cuando Saunders me acusó de reunirme con otras mujeres. Pensé que se lo había dado a alguna chica mientras estaba borracho. —Él meneó la cabeza—. Bueno, sí fue así. No pude evitar ser idiota. Sin embargo, Piper se había dado cuenta y lo recuperó. Me lo devolvió la noche que terminamos. Dijo que ahora sí estaba segura de que no haría algo estúpido como dárselo a otra conquista por error.
El corazón de Poppy retumbó con fuerza en sus oídos.
—Quiero que lo tengas, Poppy —finalizó Jack, ofreciéndoselo.
Poppy no se movió. Tenía la garganta seca y no podía dejar de mirar la joya.
—¿No te gusta? ¿No lo quieres porque se lo di por error a alguien más? —Jack se preocupó—. Sé que no es el conjunto completo. No pude encontrar la pulsera y Piper asegura que solo conocía del collar. Aun así, nada me haría más feliz que lo usaras.
Poppy negó y una lágrima cayó por su mejilla. Ni siquiera se había dado cuenta de que sus ojos se habían humedecido.
—¿Qué sucede, Poppy? —murmuró con el semblante tenso.
Ella no respondió. Al contrario, abrió el cajón de su mesita de noche y sacó un estuche que le entregó a Jack. Poppy lo observó con el corazón en la garganta mientras él dejaba el collar sobre la cama y abría el estuche. Entonces sus ojos se agrandaron con reconocimiento.
—¿Cómo? —dijo confundido—. ¿Cómo la conseguiste?
—¿Es la pieza faltante? —preguntó Poppy con un hilo de voz.
—Sí.
«Sí».
«¡Oh, Dios!».
Poppy se llevó una mano a los labios, tan abrumada como aliviada. Las lágrimas cayeron por sus mejillas. Y la pequeña llama de esperanza que había nacido esa tarde en su pecho refulgió con más fuerza.
—¿De dónde la sacaste? —Jack parecía tan abrumado como ella.
Poppy se secó el rostro, se levantó de la cama y se marchó en busca de su abrigo. Cuando regresó, sacó la polaroid de un bolsillo y se la entregó con manos temblorosas.
Jack soltó una maldición. Una reacción tan válida como la suya, que se había quedado petrificada y sin palabras al observar el retrato de ellos: un par de adolescentes que estaban abrazados y le sonreían a la cámara.
Él soltó otra maldición y otra y otra mientras se paseaba de un lado al otro de su pequeña habitación.
—Lo siento. No puedo recordarte —dijo con voz miserable y desesperada—. Arruiné todo de nuevo, ¿verdad? ¿Es mi culpa?
Poppy se apresuró a negar y se plantó frente a él para tranquilizarlo. Una de sus manos le acarició el rostro y la otra se posó sobre su pecho. Su corazón estaba acelerado, igual que el suyo.
—Está bien, está bien —aseguró aturdida—. Yo tampoco recuerdo esa noche. Te lo conté, ¿te acuerdas?
Jack asintió y cuando notó que ella no estaba enojada o lo culpaba, se relajó un ápice. Aunque sus ojos seguían llenos de preguntas y una mezcla de emociones. Poppy lo comprendía; se sentía igual o peor.
Aquellos descubrimientos cambiaban todo lo que ella había creído del pasado, del amor.
—¿Cómo es posible? —preguntó Jack.
Poppy permaneció en silencio mientras se concentraba en hacer una conexión lógica de todos los hechos.
—Esta foto es de mi fiesta de graduación y fue hace nueve años... —musitó—. ¿Cuándo murió tu papá?
Jack hizo una breve pausa.
—También fue hace nueve años.
—Entonces debimos conocernos durante esa semana que olvidaste por el accidente —especuló Poppy, y se mordió el labio—. Yo tampoco tengo recuerdos claros de esa noche, pero debiste asistir de alguna forma a la fiesta. Varias de mis compañeras tenían novios o amigos en Eton. Quizá fue así como llegaste.
—Eso tiene sentido, pero... mi padre me dio esas joyas. ¿Por qué te daría la pulsera?
—Tal vez tú también lo sentiste —respondió Poppy, y tragó con fuerza.
—¿Qué cosa?
Su corazón se agitó cuando sus miradas se encontraron.
—Que éramos almas gemelas.
Si hasta ese momento Jack había actuado confundido, ahora lucía estupefacto. No dijo nada por varios segundos, pero finalmente sus ojos se ampliaron y brillaron con comprensión.
—¿Yo? ¿Yo podría ser tu alma gemela? —exclamó, aferrando sus hombros—. ¿Estás segura?
Quizá él no podía percibirlo, pero había tanta esperanza en su voz, en sus ojos, que eso terminó de desarmarla. Quizá no lograba recordarlo, pero la forma en que su corazón parecía hablar debía significar algo. Algo importante.
—Sé que me enamoré esa noche de un chico que vi en medio de la multitud. Además, siempre sentí un apego especial por esta joya, aun cuando Gideon rompió mi corazón. Pero... si eso es cierto, quiere decir que cometí un grave error.
Gideon nunca estuvo en el público escuchándola cantar.
Nunca fue él con quien conversó en aquel balcón.
Nunca fue él quien le entregó esa pulsera.
Nunca fue él su...
¡Oh, Dios! ¡Se había equivocado de hombre! ¡Lo había arruinado todo! Era su culpa; si no hubiera bebido tanto, habría recordado a Jack.
El hombre que había encontrado irritante, que se había colado en su vida y había aprendido a querer, Jack... Él era su alma gemela.
Ahora entendía por qué no se había enamorado de Gideon al conocerlo en el campamento escolar.
—Lo lamento —dijo Poppy, y los labios le temblaron—. Si alguien tiene la culpa, soy yo.
Jack negó y descendió sus manos por sus brazos, intentando transmitirle sosiego.
—No fue tu culpa, fue por la maldición. Tú lo dijiste.
—¿La maldición?
—Si nos enamoramos a primera vista esa noche, la maldición debió comenzar. Y entonces nos separamos, como estaba predestinado.
Si eso era lo que había pasado, ¿su historia de amor había durado un par de horas? ¿O tan solo minutos?
Aun así, la desazón en su vientre no desapareció. No podía sofocar el arrepentimiento.
—Te dejé ir y te confundí con alguien más —titubeó.
Jack le sostuvo la mandíbula, ahuecándola, y le acarició con el pulgar el pómulo en una reconfortante caricia. Sus ojos nunca dejaron los de Poppy y no lo ocultó, no luchó contra los sentimientos que su rostro y su mirada revelaban.
—Pero lo importante es que volvimos a encontrarnos. Tú volviste a mí y yo a ti, y sabemos que es lo correcto.
»Siempre sentí que, de alguna forma, me entendías mejor que cualquier otra persona —dijo, y le mostró aquella sonrisa que era solo para ella—. Ahora que la maldición se rompió y sí eres mi alma gemela, ¿eso quiere decir que podré quedarme a tu lado y discutiremos para siempre?
A Poppy se le escapó una lágrima. Su pecho apenas era capaz de contener todas las emociones que sentía porque ya no se encontraba en medio de una encrucijada: no tendría que elegir entre el hombre que se había metido bajo su piel y aquel que estaba destinado a amarla por siempre, porque ese hombre era el mismo, era Jack.
Ella saltó a sus brazos para abrazarlo con fuerza y juntó sus corazones.
—Te amo —dijo contra sus labios.
—Yo también te amo —respondió Jack mientras la levantaba del piso y la hizo girar en sus brazos—. ¡Y soy tu alma gemela! —agregó en un grito lleno de júbilo—. ¡Solo me costó un golpe en la cabeza!
—Te lo merecías —replicó Poppy sin vergüenza.
—Testaruda.
—Arrogante.
Poppy rio y encontró sus labios a medio camino para sellarlos con un beso que estaba lleno de promesas, esperanza y la expectativa de una vida que ni siquiera podía imaginar.
Quizá algún día él recobraría la memoria. O quizás los recuerdos volverían a ella. Tal vez, de forma inesperada, aquel primer momento volvería a pertenecerles. Entonces comprenderían cómo su camino de almas predestinadas se había separado. Pero, por ahora, Poppy se conformaba con tenerlo de vuelta, con estar en sus brazos y con la hermosa melodía de sus corazones latiendo juntos. Ya no eran dos corazones rotos, sino uno completo y rebosante de amor.
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