Capítulo 37
Poppy regresó al dúplex sintiéndose perdida y con el corazón titubeante. Se lanzó sobre su cama y contempló el techo, sosteniendo la pulsera entre sus dedos.
Su cabeza era una espiral de pensamientos dispersos y le dolía intentar recordar un pasado que había perdido.
¿Qué importaba si Gideon no le había dado la pulsera? Eso no quería decir que él no fuera su alma gemela. Pero ¿cómo había obtenido esa joya? Lucía muy cara para haber sido un regalo. Y si ese era el caso, ¿quién se la había obsequiado? Su familia y amigos más cercanos no habían sido, de eso podía estar segura. ¿Y si la había encontrado por casualidad? O peor, ¿y si la había robado estando borracha?
Poppy negó con firmeza.
De alguna forma, sentía un apego especial por la joya, y nunca le había parecido un sentimiento incorrecto. Si la hubiera robado, lo sabría, ¿o no?
Se mordió el labio inferior, angustiado, mientras los pensamientos se repetían en su mente, avivando la ansiedad que sentía en el pecho.
¿Y Gideon no era su alma gemela? ¡Claro que lo era! Ella lo recordaba en la multitud. Habían hablado en un balcón y... ¿él le había dado la pulsera? No, él no le había dado la pulsera. Pero ¿sí habían hablado en el balcón? ¿De que habían hablado? ¿Había estado él en la multitud? ¿Era él su alma gemela? ¿Y si había cometido un error?
Poppy se sentó en la cama. Apenas respiraba.
¿Y si se había equivocado? ¿Y si nada de lo que recordaba había sucedido? ¿Y si sus recuerdos no eran más que un engaño? ¿A quién le pertenecía la pulsera? ¿Por qué se sentía tan especial al tenerla? ¿Era de su alma gemela? ¿Había encontrado a su alma gemela esa noche? Por supuesto. ¿Y cómo lo había perdido? ¿Qué había sucedido? ¿Y si no se había enamorado esa noche? ¿Y si todo lo que recordaba era una invención para afrontar la maldición?
—¡Esto es absurdo! —se quejó, apretándose los costados de la cabeza.
Tenía que dejar de pensar en todo eso y concentrarse en su viaje de vacaciones. Su vuelo saldría en un par de horas y debía estar en el aeropuerto antes del atardecer. No tenía tiempo para distraerse.
Se levantó de la cama y llevó las maletas hasta la entrada. Una de las valijas golpeó la mesa donde estaban las fotografías familiares y Poppy se agachó a recogerlas. Una de las fotos era la polaroid de su fiesta de graduación.
Poppy examinó la foto fijamente como si su versión más joven pudiera revelarle qué era lo que había sucedido esa noche. Giró la foto en sus dedos y vio la fecha y el nombre de la discoteca grabados detrás.
The Fated Lovers.
Sus dedos rozaron las letras y Poppy tuvo una corazonada.
Guardó la foto en su bolso, se puso su abrigo y abandonó el dúplex.
Había dejado el Beetle en el garaje de su tía, así que tomó un taxi hasta Camden y recorrió las calles a pie hasta detenerse frente a la fachada de un restobar llamado The Romantics, donde antes solía estar la discoteca.
Poppy entró y miró alrededor. El lugar había cambiado por completo. El edificio seguía teniendo tres pisos y cuatro pequeños balcones exteriores, pero el estilo vintage y los adornos esotéricos habían sido reemplazados por un estilo más moderno y minimalista, acordes a un bar sofisticado.
No estaba muy segura de lo que estaba haciendo allí. Quizá buscaba una pista para recordar o... un milagro. No lo sabía.
Una camarera la recibió y Poppy le pidió que la ubicara en una mesa del segundo piso, donde recordaba haber pasado más tiempo aquella noche. Lo sabía porque allí solía estar la tarima con el karaoke y ella nunca había podido resistirse a cantar sus éxitos favoritos de los setenta.
Poppy ordenó una cerveza y la bebió a pequeños sorbos mientras barría el lugar con la mirada. No recordaba todos los detalles de la discoteca de antaño, pero sabía dónde habían estado el karaoke, la barra y la pista de baile. Sin embargo, los mismos escasos recuerdos volvían a ella.
Había creído que volver activaría una parte de su cerebro que le permitiría recordar, que le daría las respuestas a sus preguntas, pero se había equivocado. No había nada.
Lo que había pasado esa noche, su alma gemela, aquella pulsera... todo seguiría siendo un recuerdo muy borroso. Un misterio.
¿Y qué si su alma gemela estaba en algún lugar y ahora nunca podría reconocerlo? ¿Eso le importaba?
Poppy negó. «No. No importa», se dijo.
Ya no había maldición. Ahora era libre y su alma gemela, ya fuera Gideon o algún otro hombre desconocido, era libre también para buscar su propio amor que lo hiciera feliz.
Porque Poppy Sinclair estaba enamorada de Jackson Foster. Incluso si él era muy idiota y no admitía que la quería, él era el hombre que ella había elegido amar.
Cuando revisó su celular, había pasado una hora desde su llegada y el atardecer estaba cada vez más cerca. Tenía que irse o se retrasaría para el vuelo.
Poppy pagó la cuenta y se levantó, pero, antes de irse, se dirigió a una de los balcones. Estaba segura de haber estado allí antes. Lo sabía, aunque apenas lograba recordarlo. Sabía que había estado parada allí y alguien le había hablado, dándole un susto...
—Llevas un buen rato aquí. Estás buscando algo, ¿verdad?
Poppy se sobresaltó cuando escuchó la voz detrás de ella. Al girarse, se topó con una mujer de cabello largo y rizado, ojos cafés y piel trigueña. Vestía de forma casual: unos jeans y una blusa blanca, bajo un delantal con el nombre del lugar.
—Lo siento —replicó Poppy, sintiéndose descubierta—. Puedo irme si...
—Está bien —la interrumpió la mujer con una sonrisa amable—. Me llamó Josephine, pero todos me dicen Jo. Dirijo el lugar.
—Soy Poppy.
—¿Y qué es lo que estás buscando, Poppy?
Ella titubeó, pero la mirada de la mujer era abierta y serena y la animó a ser sincera.
—No estoy segura —contestó, dando otro vistazo a su alrededor—. Creí que venir aquí me ayudaría a recordar algo que olvidé en el pasado.
—¿En el pasado? —repitió Jo, cruzando los brazos—. ¿Hablas de algo que sucedió cuando existía la discoteca?
Poppy asintió.
—La última vez que vine fue para mi graduación. Mi promoción alquiló todo el lugar.
—Claro. Recuerdo los eventos. —Jo sonrió—. A mi madre le gustaban mucho, sobre todo los grandes, con muchas personas. Los encontraba fascinantes. Siempre creyó que, mientras más personas, tendría mayor posibilidad de encontrar corazones predestinados.
—¿Corazones predestinados? —repitió Poppy, curiosa.
—Como escuchas —dijo Jo, y había un rastro de añoranza en su voz—. Mi madre creía en el destino, el tarot y los milagros inexplicables. Le gustaba participar en los eventos leyendo las cartas o buscando parejas predestinadas entre la multitud. Decía que era su trabajo reconocer el amor. Y así lo hizo hasta el final.
—¿Ella...?
Poppy titubeó, sin querer sonar insensible o entrometida con su pregunta.
—Ella falleció hace un par de años y me dejó el lugar —respondió Jo con calma—. Al principio no estaba segura de qué quería hacer, por eso estuvo cerrado por dos años. En ese tiempo, acepté su pérdida, me casé y empecé mi propia familia. Tuve algunas ofertas para vender el edificio, pero me di cuenta de que quería mantenerlo abierto. Mi esposo es chef, así que él y yo invertimos nuestros ahorros en renovarlo. Decidimos convertirlo en un restobar y por eso le cambiamos el nombre. Por ahora, nos ha ido bien.
—Me alegro. Este lugar era uno de los sitios más solicitados cuando estaba en el colegio. El tema de la música por épocas era genial.
—Sí, tuvo tiempos gloriosos —dijo Jo, mirando alrededor—. Nunca podré igualar el estilo que tenía mi madre o imaginar ideas tan creativas como las suyas, pero conservé su mural de recuerdos.
—¿Mural de recuerdos?
—Sí, mantiene todas las fotografías que tomó durante los eventos.
Poppy tuvo un impulso y buscó la polaroid que había guardado dentro de su abrigo.
—¿Igual que esta? —preguntó, enseñándola.
—Sí, exactamente igual. —Los ojos de Jo brillaron—. ¡Qué nostalgia! Ella debió dártela.
Ambas contemplaron la fotografía. Poppy no recordaba cómo había llegado a ella, pero se preguntó si habría más fotos como esa.
—Jo, ¿crees que podría ver el mural?
—Claro, ven conmigo —sentenció, guiando el camino a través del piso—. Lo mantuvimos en el mismo lugar, cerca de la oficina de mamá, aunque ahora es una zona reservada para cenas privadas entre parejas.
Poppy siguió a Jo hasta la zona privada, que ahora era un espacio moderno. A medida que se acercaban, Poppy distinguió el mural que decoraba la pared de fondo y estaba repleto de pequeñas fotografías polaroid.
—Es impresionante —dijo Poppy, escaneando las fotos.
—Lo es —coincidió Jo—. Otra afición de mi mamá era fotografíar a las personas. Tómate el tiempo que necesites —agregó antes de dejarla sola.
Poppy le agradeció y le dio un repaso rápido a las fotografías. Luego entrecerró la mirada e hizo una evaluación más lenta. Vio rostros y más rostros desconocidos. No sabía lo que hacía. No entendía por qué estaba allí, pero, de nuevo, había tenido una corazonada.
«¡Es una pérdida de tiempo!», se recriminó.
Poppy se mordió el labio inferior y soltó un suspiro resignado. Sus dedos se deslizaron sobre una fotografía que se desprendió ante su tacto. Poppy soltó una exclamación nerviosa y se agachó para recoger las fotografías que habían caído al suelo.
Fue allí donde encontró la polaroid.
Poppy hubiera dicho algo si no se hubiera quedado sin palabras, si no estuviera petrificada.
De pronto, fue como si el tiempo se detuviera mientras miraba la foto y se reconocía en ella. Sus latidos se ralentizaron y una bola pesada le golpeó el vientre. «¡Esto no puede estar sucediendo!», se dijo. «¡No tiene sentido!».
Recogió la foto y la contempló en silencio, sintiendo un cúmulo de emociones, desde temor hasta esperanza.
—¿Todo está bien? —preguntó Jo, volviendo a su lado.
—Jo... —murmuró Poppy, recuperando la voz—. Creo que tu madre si podía reconocer almas gemelas.
Poppy se levantó, aferrando la foto contra su pecho con dedos temblorosos.
—¿Puedo llevármela?
Su rostro debió reflejar la desesperación en su voz porque Jo esbozó una media sonrisa.
—Es tuya —respondió con guiño—. A cambio, regresa a cenar con ese hombre. Preparé una mesa en esta zona.
Poppy le dio un abrazo impulsivo, sintiéndose tan feliz como aturdida.
—Gracias. Encontré lo que buscaba. En serio, muchas gracias.
Ambas se despidieron y Poppy se apresuró a buscar un taxi. Tenía que alcanzar a Hana antes de que se marchara al aeropuerto.
Su taxi se detuvo frente a la casa en Richmond-upon-Thame, donde Hana vivía con su familia.
Poppy subió corriendo las escaleras del pórtico y llamó varias veces a la puerta sin cesar. La puerta se abrió, pero no era Hana. Estaba a punto de hablar cuando su cuerpo fue aplastado en un abrazo muy fuerte, que la levantó del piso.
—¡Poppy! —exclamó Haru, sonriendo contra su oreja—. ¿Al fin has venido a decirme que me amas y que no puedes vivir un día más sin mi?
—Jamás diría algo tan cliché —replicó, sonriendo. Después le golpeó el hombro para que la soltara—. Pero me alegro de verte también.
—Me rompes el corazón.
Volvió a colocar su cuerpo en el suelo y le mostró una sonrisa brillante que Poppy estaba segura que conquistaba corazones. Y si su sonrisa no bastaba, su altura y su cuerpo fuerte lleno de músculos seguramente facilitaban la tarea.
Haru Baek había cambiado mucho. Pero, a pesar de todo, Poppy no podía evitar recordarlo como el chico desgarbado y tímido de quince años, en lugar del hombre de veinticinco años que parecía un Dios con aquellas facciones rasgadas, ojos oscuros y cabello desordenado.
«¡Cuánto creció!», pensó Poppy con cariño. Sin embargo, volvió a enfocarse en un asunto más apremiante.
—¿Hana sigue aquí? —preguntó apresurada.
En ese mismo instante, su amiga descendió por las escaleras y se detuvo al escuchar su voz. Yves, detrás de ella, también frenó sus pasos y levantó el rostro.
—¡Poppy, ya es tarde! —soltó Hana, empujando una maleta hacia ellos—. ¿Qué pasa? ¿Dónde está tu equipaje?
Poppy se mordió el labio y se acercó para unir sus manos.
—Lo siento —empezó con tono afligido—. Pero no podré ir a Seúl contigo. No ahora.
Los ojos de Hana se ampliaron con sorpresa.
—¿Por qué? ¿Qué sucedió?
Poppy tomó aire.
—Aún no estoy segura, pero te lo explicaré y...
—¡Poppy!
Poppy se dio la vuelta y su corazón se aceleró cuando vio a Jack cruzar la calle.
Ella habría pensando que se encontraba en un sueño inesperado, si todo a su alrededor no se sintiera real, como la mano de Hana entre las suyas o el viento que le agitaba el cabello.
—¿Qué haces aquí?
—No te... vayas... a Corea —pidió él con la respiración agitada.
Jack se detuvo a recuperar el aliento, como si hubiera corrido hacia allí, mientras Poppy lo miraba aún más consternado.
—Pero...
—Sé que probablemente me odias en este momento —la interrumpió con una mirada desesperada—, pero no puedes irte así. ¡Ni siquiera te despediste!
Poppy enmudeció al percibir que él lucía realmente afectado. Su cabello estaba despeinado, su rostro mostraba líneas de preocupación y su barba estaba descuidada.
—¿Ese es Jackson Foster? —murmuró Haru, desde la puerta.
—Has silencio —se quejó Hana.
Poppy bajó los escalones del pórtico y se unió a él en la acera, bajo la mirada curiosa de sus amigos y de todos los transeúntes.
—No creí que te importara —dijo Poppy, intentando calmar los latidos de su corazón.
—¿Cómo no va importarme que te vayas a Corea para siempre? —replicó aún más perturbado.
Poppy frunció el ceño, presintiendo que toda esa conversión, esa situación, era un completo error.
—¿De qué estás hablando? ¿Quién te dijo eso?
—Fui a buscarte al refugio, pero no estabas. Luego fui al dúplex y tampoco te encontré. Entonces visité a tu tía y tu abuela me dijo que ibas a mudarte a Seúl para apoyar a un refugio y que tenías planeado comenzar una nueva vida y... y... No vas a mudarte a Seúl, ¿verdad? —titubeó, como si acabara de darse cuenta de que había sido engañado.
—No voy a mudarme, solo son vacaciones. Por dos semanas.
—¿Entonces estoy haciendo el ridículo?
Ella asintió.
—Mi abuela te engañó por completo.
—Lo merecía.
Jack esbozó una ligera sonrisa, poco divertida, y se pasó una mano por los rizos castaños, alborotando más su cabello.
—Aún puedes decir lo que tenías planeado —lo animó, estudiando su aspecto.
—Ya lo hice. —Sus ojos se encontraron—. No quiero que te vayas.
Poppy tragó con fuerza, sintiendo un temblor en el vientre.
—¿Por qué? —exigió con seriedad—. Ni siquiera soy algo para ti.
—Poppy... —empezó, y había un rastro de arrepentimiento en su voz.
—Terminaste conmigo y no nos hemos visto en semanas. ¿Por qué ahora te importa?
El semblante de Jack decayó. Poppy esperó, contó los segundos para obtener una respuesta que le dijera que Jack estaba siendo sincero con ella y no se trataba de un juego. Porque ya le había creído la primera vez que había insistido en conquistarla y, a pesar de eso, estaban allí, al borde de un precipicio.
«Dime por qué te importo», pensó. «Reafirma mi decisión de no tomar ese avión. Si me amas, no me dejes ir».
Sin embargo, el silencio pesó más que una roca y, cuando él apartó la mirada, Poppy apretó los labios, tragándose la desilusión.
—Voy a irme y luego empezaré una nueva vida que no te incluirá porque así lo decidiste.
Poppy le dio la espalda y subió un escalón.
—Te amo.
Sus pasos se detuvieron, pero su corazón se aceleró, vivo y feliz. Jack sostuvo su brazo y giró su cuerpo.
—Te amo, Poppy —dijo, y establecieron contacto visual—. Por eso no quiero que te vayas. Me atormenta la idea de no tenerte a mi lado.
Poppy frunció el ceño.
—¿Entonces por qué quisiste que nos separáramos?
—Porque soy idiota y digo cosas idiotas —exclamó sin dudar—. Tú ya sabes eso. Sabes que siempre tengo que sabotearme cuando todo va bien y soy feliz. Además, dijiste que estabas aterrada y muy enojada. Pensé que ibas a dejarme.
—Estaba enojada porque hiciste algo muy estúpido que pudo arruinar tu carrera —sentenció gruñona—. Y sí, estaba aterrada. Lo estoy, pero prefería estar aterrada contigo que sin ti.
El semblante de Jack se iluminó un poco.
—¿En serio?
Poppy dio un asentamiento y de inmediato añadió:
—Pero me dejaste, me rompiste el corazón y eso me dolió mucho —lo acusó—. Yo había aprendido a vivir con un corazón roto, era experta en eso. Entonces llegaste, me hiciste caer por ti, reparaste mi corazón y luego lo rompiste. No soportará mucho más —se expuso, y se sintió vulnerable.
Entonces Jack la abrazó, acunando su cuerpo con dulzura, como si ella fuera algo muy preciado para él.
—Lo siento, Poppy.
Ella permaneció inmóvil.
—No sé si eso sea suficiente.
Jack apartó el rostro de su cuello y le atrapó las mejillas con las manos.
—Te lo compensaré —prometió—. Pero no me dejes.
Sus hermosos ojos azules estaban claros y desbordaban tantos sentimientos que Poppy supo que él estaba mostrándose tan vulnerable como ella.
—Sé que no soy el hombre perfecto que esperabas. Más bien soy el chico malo, mujeriego e idiota que nunca se queda con la chica. Pero quiero quedarme contigo. ¡QUIERO QUEDARME CON POPPY SINCLAIR! —repitió, levantando la voz— No sabes cuánto quiero eso, y no me importa si no soy el elegido para tenerte para siempre. No me importa si nuestro tiempo es limitado. Tomaré todo el tiempo que quieras darme. Y cuando ese tiempo se acabe y quieras marcharte o dejes de amarme, voy a aferrarme a ti con fuerza y te conquistaré una y otra y otra vez. Me entrometeré en tu vida, así como lo hice cuando nos conocimos, y, cuando nos demos cuenta, miraremos atrás y veremos que hemos pasado toda nuestra vida juntos, incluso desafiando al destino.
»No te prometo que dejaré de ser un idiota, pero haré mi esfuerzo para ser el hombre decente que mereces y comprobaré todas las hipótesis que quieras. No te prometo que no me quejaré de tu auto y de tu música vieja, pero dejaré que me lleves siempre y escucharé todos los CD de los setenta que quieras cantar. No te prometo que nuestra relación será perfecta, pero voy a amarte como jamás nadie lo hizo y lo hará. Y si rompo tu corazón, me encargaré de repararlo siempre, incluso con piezas del mío. Además, rescataré a todos los perritos y gatitos que desees hasta el final de mis días con tal de hacerte feliz.
»Quiero todo de ti, Poppy. Tus días buenos y días malos. Tu mal humor y tu alegría. Tu fortaleza y tu miedo. Quiero tus risas y tus besos. Quiero tu corazón roto. Quiero todo lo que quieras darme. Y a cambio, tendrás todo de mi. —Sonrió, acariciándole las mejillas—. ¿Qué dices, Sinclair? ¿Puedo quedarme contigo?
Poppy ya estaba al borde de las lágrimas, así que cuando Jack le mostró esa sonrisa que había robado su corazón, su coraza se rompió y sus mejillas se mojaron. Pero no fueron lágrimas de tristeza. Al contrario, eran de alivio y esperanza, porque él había roto su corazón, pero había regresado a repararlo.
Jack le limpió las mejillas con los pulgares y le besó la frente. Luego iría por sus labios, Poppy lo sabía, así que lo detuvo y se apartó. Si la besaba en ese momento, ella estaría perdida y, antes de eso, también necesitaba pedir disculpas.
—Hana... —Poppy se acercó a su amiga, quien la miraba con ojos brillantes.
—Está bien —garantizó con una media sonrisa—. Tienes permiso para quedarte. Es lo que yo haría.
Poppy sonrió y la abrazó.
—¿Qué es lo que querías decirme antes? —murmuró Hana en su oído.
Su corazón se aceleró.
—Te lo contaré después. Ten un buen viaje.
Poppy se despidió y volvió junto a Jack, deteniéndose un escalón más arriba que él.
—He decidido quedarme, pero solo porque Bobby me extrañaría —sentenció enfática.
Jack sonrió y sus manos la atrajeron para besarla.
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