Capítulo 3
Poppy se acercó un poco más e inclinó la cabeza hacia un lado mientras consideraba la escena ante sus ojos. Poco a poco, empezó a notar nuevos detalles. Como que había vidrio quebrado en el suelo, bebidas derramadas sobre la mesa y los muebles y el aspecto maltrecho de su cliente.
Algo había pasado en ese lugar. Poppy no podía estar segura, pero se iba a arriesgar a pensar que había sido una pelea. Una clásica pelea entre borrachos. Lo que la llevaba a una incógnita aún mayor: «¿está muerto?».
Acortó la distancia, vacilante, esquivó los vidrios y se inclinó a su lado. Al colocar un dedo bajo su nariz, sintió su respiración cálida y suave.
«Muerto, no. Excelente».
Al contrario, parecía estar dormido. Aunque también podría estar inconsciente luego de lo que parecía que había sido una paliza. Y no una muy justa, puesto que no había nadie más herido a su alrededor.
El hombre estaba acostado sobre su pecho, con un lado de su rostro pegado al sillón y una pierna guindando del mismo. Aun bajo la luz escasa, percibió que su mejilla estaba hinchada y había una herida sobre su ceja y en su labio inferior.
Suspiró. Ahora entendía por qué no había respondido su celular.
Sin perder el tiempo, lo llamó con delicadeza para no asustarlo. Sin embargo, él no reaccionó. Ella se mordió el interior de la mejilla y luego hincó un dedo en su hombro con fuerza. El hombre se agitó y se acomodó sobre el sillón, girando el rostro lejos de la luz y de ella.
—¿Eres Jackson Foster? —preguntó.
Él la ignoró, así que Poppy volvió a clavar un dedo contra su chaqueta de cuero.
—¡Despierta! —soltó enérgica, hincándolo una y otra vez hasta que él irguió el rostro con un quejido.
—¿Qué haces? —Entrecerró los ojos, como si le costara verla—. ¿Quién eres?
Su voz sonaba algo extraña, profunda y rasposa al arrastrar las palabras.
—¿Eres Jackson Foster? —repitió con firmeza.
Un brillo juguetón se encendió en sus ojos y la sonrisa risueña en sus labios se extendió.
—Para ti, sí.
«Aún está borracho», pensó Poppy y suspiró.
—Soy tu conductora asignada —se presentó—. Y es hora de ir a casa. Vamos, déjame ayudarte.
—No quiero ir a casa —se quejó.
Sin embargo, no opuso resistencia cuando Poppy se levantó y lo ayudó a incorporarse. Él murmuró entre dientes que todo daba vueltas. Así que, por unos segundos, permanecieron de pie mientras él se acostumbraba a la sensación de estar despierto y recuperaba el control de su cuerpo.
Poppy no pudo evitar notar que Jackson Foster era muy alto, incluso para ella que se consideraba alta con 1,73 centímetros de altura.
—¿Puedes caminar?
Él asintió, pero no fue cierto del todo. Si bien era capaz de dar pasos, no podía hacerlo en línea recta, así que Poppy rodeó su cintura con su brazo para que se apoyara en ella y no se cayera al suelo.
Ella no solía ser tan cercana a sus clientes y, en especial, con los hombres en general, pero si quería mantener a este con el cuello intacto al bajar las escaleras, eran medidas necesarias.
No obstante, él estuvo a punto de tropezar varias veces. Pero sonreía. Más de una vez intentó desviarse a la barra, pero Poppy lo frenó. El mesero que la ayudó sonrió al verla y le dijo que pondría el consumo de esa noche y el desastre de la sala privada a la cuenta de su cliente. Poppy atinó a asentir, sin saber qué decir.
Contra todo pronóstico, salieron vivos del bar. Aunque a Poppy se le empezaba a entumecer el brazo por la fuerza que usaba para sostenerlo.
—¿Dónde está tu auto? —preguntó, pero él la ignoró y siguió mirando el cielo.
Poppy repitió la pregunta con más firmeza.
—¿Cuál auto? —repitió divertido.
—El auto en que viniste. El que se supone que debo conducir por ti —explicó exasperada—. ¿Dónde lo dejaste aparcado?
Él sonrió.
—No hay auto.
—¡¿No tienes auto?! —exclamó Poppy, alarmada.
¡Steve no había mencionado eso! ¿Ahora qué iba a hacer con él? Si estaba mintiendo y tomándole el pelo, no había nada que pudiera hacer. Aunque no parecía estar mintiendo, puesto que no dejaba de murmurar sobre una mujer loca, un parabrisas roto y un taller.
Poppy se mordió el labio. No resistiría mucho más su peso. Tenía que llevarlo a algún lugar hasta pensar en una solución. Contempló la parada de buses, pero negó con la cabeza. La calle estaba solitaria. Lo último que faltaba era que les robaran. O le robaran a él. Ella no tenía nada valioso encima.
—Vamos a mi auto —dijo, sin alternativa.
Para aumentar su mala suerte, seguía lloviznando, así que Poppy tuvo sumo cuidado mientras cruzaba la calle. No pudo evitar que se mojaran, pero al menos él seguía en una sola pieza.
Poppy empujó el asiento del piloto hacia adelante y ayudó a Jackson a acomodarse en el asiento trasero. Sin embargo, no fue una tarea sencilla, y no pudo evitar soltar una ligera risa cuando él cayó desparramado sobre el asiento. El tamaño de este no era adecuado para alguien de su porte y contextura. Su cuerpo estaba torcido y sus piernas estaban flexionadas sobre el asiento porque no entraban.
Ella se inclinó sobre él y acomodó su bolso deportivo bajo su cabeza para arreglar la posición de su cuello. Sin querer, rozó su mejilla lastimada con sus dedos y él soltó un quejido bajo. Poppy susurró una disculpa. Jackson cerró los ojos y su respiración se tornó más lenta.
—¡No, no te duermas! —apremió Poppy, dándole unos toquecitos en el pecho—. Dime dónde vives.
Su cliente abrió los ojos un poco y la miró. Poppy repitió la pregunta con premura, pero él pareció desmayarse, y no hubo nada que ella pudiera hacer para que reaccionara.
Poppy suspiró y estudió su rostro mojado y herido. Sintió una oleada de compasión por él, como si se tratara de un cachorro perdido y lastimado. Quizá por eso decidió atender sus heridas. No había nada más que llegara directo a su corazón que un animalito herido.
Buscó el botiquín debajo del asiento del copiloto; siempre lo llevaba en el auto, porque nunca sabía en qué momento podría necesitarlo. Acomodó la pequeña caja en su regazo y buscó gasas y un tónico desinfectante. Luego se asomó entre los asientos hasta alcanzar la herida en la frente de Jackson. Él apenas se inmutó. Su respiración se volvió aún más lenta y se acomodó en una posición más confortable.
Ella lo dejó y continuó con su tarea. En calma, limpió la herida de su frente y su labio. Después colocó una pomada para el dolor en sus heridas y sobre el moretón de su mejilla con especial cuidado. Y, al final, colocó una curita con un diseño de unicornio con arcoíris y estrellas sobre su frente, secó su rostro y alejó los rizos cortos de su cabello mojado que se habían pegado a su piel. Él sonrió ligeramente y ella se preguntó qué estaría soñando.
Con cuidado de no despertarlo, ajustó su asiento, se sacó la chaqueta mojada y encendió la calefacción. Sin la dirección de su domicilio y sin un destino claro a dónde ir, Poppy condujo hacia su casa, en Willesden Green, y estacionó fuera, en su espacio de siempre. No tenía intención de dejarlo abandonado en su auto o de invitarlo a entrar, pero estar cerca de un lugar conocido era mejor que nada.
Ahora solo tenía que esperar que él despertara y, entonces, terminaría su trabajo.
Bostezó y, unos segundos después, se quedó dormida.
Poppy se despertó con un golpe sordo, y supo que algo estaba mal.
Por unos segundos, abrió los ojos y no pudo recordar por qué había estado durmiendo en su auto. Sin embargo, todo cobró sentido cuando escuchó a su acompañante maldecir desde el asiento trasero.
Al parecer el golpe que la despertó fue el impacto de la cabeza de su pasajero contra el techo de su auto.
—¡Oh, Dios! —soltó con voz suave, girando hacia él—. ¿Estás bien?
Él se tensó al escucharla. Dejó caer la mano con la que había estado sobándose la cabeza y la miró. Poppy se encontró con un par de intensos ojos azules que primero lucieron confundidos y luego la fulminaron.
—¿Y tú quién carajos eres? —inquirió de forma hostil.
Poppy emitió una exclamación sorprendida. Sin embargo, se recuperó pronto y entrecerró la mirada.
—¿No recuerdas nada?
Su enfadado pasajero frunció el ceño. Parecía incómodo y dolorido porque su cuerpo estaba comprimido en aquel pequeño espacio. Poppy había usado su bolso acolchonado con el disfraz de payaso que usaba para las fiestas como almohada, pero no parecía haber sido de ayuda. El costado de su rostro, donde había puesto la curita, lucía hinchado y debía dolerle; quizás por eso su respiración parecía acelerada. Poppy se sintió un poco culpable y se mordió los labios mientras inspeccionaba su expresión que permanecía en blanco.
—¡Olvídalo! ¡Déjame bajar! —masculló él con voz sofocada. Sin embargo, Poppy no se movió—. ¡Quiero bajarme ahora! —repitió.
Poppy negó.
—No puedes irte.
Si quería recibir su paga, debía completar su trabajo; y, para eso, él tenía que decirle a dónde vivía para que Poppy pudiera dejarlo sano... Bueno, quizá, no sano, pero sí a salvo en su casa.
—¿Qué dijiste?
El pobre tipo se tensó aún más y escrutó su rostro con intensidad, como si estuviera intentando leer sus pensamientos. Poppy sostuvo su mirada en silencio, preguntándose qué estaría pasando por su mente.
—Madison te envió a hacer esto, ¿verdad? —dijo inesperadamente con desconfianza—. O su esposo. No le bastó con hacer un escándalo en medio de la práctica de esa mañana e intentar arruinar mi carrera. Ahora quiere matarme, ¿verdad?
Esta vez, fue el turno de Poppy de mostrarse perpleja.
—Yo no sé... —empezó a explicar, pero se interrumpió cuando él empezó a hablar sin parar.
—¡No puedo creer que Madison hiciera algo así! Pero ya intentó chantajearme una vez. Quizás todo esto es un nuevo complot para atraparme...
—No sé quién es Madison —dijo Poppy, pero él la ignoró.
—Entonces puedes estar aquí por su esposo —espetó defensivo—. Aunque realmente no entiendo su molestia. Gracias a mí, ahora sabe que su esposa es infiel y arribista. Además, está desquiciada.
Madison, su esposo, el escándalo... Poppy no entendía nada. ¿Acaso seguía borracho? ¿O drogado?
—Yo no conozco a ninguno...
—¡No mientas! —replicó, y miró hacia los lados, como si se sintiera atrapado—. Y déjame bajar o empezaré a gritar.
Poppy abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Te has vuelto loco?
Él la ignoró y empezó a buscar una puerta. Sin embargo, su Beetle solo tenía puertas en la parte delantera, así que su búsqueda era inútil. Poppy siguió sus movimientos e intervino cuando intuyó que estaba a punto de lanzarse sobre el asiento del copiloto.
—¡Cálmate! —exclamó con premura—. ¡Te dejaré bajar!
Poppy salió del Beetle y echó el asiento hacia adelante para que pudiera salir. Él no lo pensó dos veces y huyó. Sin embargo, parecía tan abatido y agitado que ella siguió sus pasos mientras él caminaba cada vez más deprisa.
—¿Adónde vas? —inquirió Poppy detrás de él—. Todavía necesito llevarte a...
—¡Aléjate de mí! —replicó indignado—. Sé que Madison te envió. ¡No le bastó con destruir mi auto! Ahora tú... tú...
—Ya te dije que no conozco a ninguna Madison, pero Ste...
—¡Tu querías secuestrarme! —la acusó gritando a pleno pulmón—. ¡Ibas a obligarme a vestirme de payaso para que nadie me reconociera! Pero no. ¡No! Voy a llamar a la policía, te acusaré y te arrestarán. A ti y a tu horrendo disfraz.
«¡Santo giro inesperado! ¿Esto está pasando?"»
Poppy inclinó la cabeza hacia un lado, sin entender la situación. Pero reaccionó cuando él empezó a tantear sus bolsillos en busca de su celular. No podía permitir que llamara a la policía; estaría en un gran lío y por una situación que él estaba exagerando.
—¡Solo estaba haciendo mi trabajo! —se defendió.
—¿Eso es una confesión?
—¡Claro que no! —replicó, y ahora también sonaba irritada—. ¿Por qué iba a secuestrarte?
Su expresión ansiosa se tornó incierta.
—¿No es obvio?
—¿Qué es obvio? —musitó Poppy.
—Ibas a secuestrarme por quien soy —respondió él con certeza.
—¿Y quién eres?
Su cliente frunció el ceño.
—¿No sabes quién soy? —dijo con incredulidad.
—¿Por qué tendría que saberlo?
—¿Estás tratando de engañarme? —Él negó y retrocedió varios pasos—. Porque no está funcionando.
—¡No! —espetó frustrada—. Trato de averiguar quién eres.
—¡Esa es mi pregunta! —La acusó con la mirada—. ¡Yo quiero saber quién carajos eres y por qué ibas a secuestrarme!
—¡Otra vez! —refunfuñó—. ¡Que no iba a secuestrarte!
Jackson Foster intentó dejarla atrás de nuevo, pero Poppy continuó corriendo detrás de él. Estaban atrayendo la atención de los transeúntes, pero no podía permitir que la denunciara por aquel ridículo malentendido. Además, quería ayudarlo. Tal vez él no lo notaba pero su respiración estaba agitada y su semblante lucía descompuesto. Incluso parecía estar sudando.
—Espera un momento... —pidió, inspeccionando su rostro—. ¿Estás bien?
—No te acerques. Voy a llamar a la policía y...
Poppy se interpuso en su camino, le cubrió la boca con la mano y lo desafió con la mirada.
—No voy a hacerte daño —aseguró con calma—. Soy tu conductora asignada. Steve me dio tus datos, y te esperé ayer en el Abyss. Como no respondías tu celular, decidí entrar y buscarte. Entonces te encontré desmayado en una de las salas privadas. Te saqué de allí, pero no tenías auto y no me dijiste tu dirección. Así que te llevé al mío para esperar que despertaras, me dijeras cómo llevarte a tu casa y terminar el trabajo. Cosa que habría hecho si no hubieras empezado a gritar como un desquiciado. ¿Te das cuenta de que no miento?
Unos segundos pasaron, en los cuales Poppy atinó a mirarlo acusadoramente. Él empujó su mano y agrandó la distancia entre ellos.
—¿Realmente piensas que creeré todo eso? —inquirió con reticencia.
—¡Es la verdad!
—Entonces, si no sabías mi dirección, ¿por qué no llamaste a Steve para preguntarle?
Poppy abrió los labios y luego los cerró.
—Ah... —titubeó, y se sintió idiota al darse cuenta de que él tenía razón—. Eso... No se me ocurrió.
Él esbozó una sonrisa torcida.
—¿Y sabes por qué no se te ocurrió? —la desafió—. ¡Porque todo es mentira, y esto es un complot entre Madison, su esposo y tú para secuestrarme!
Poppy puso los ojos en blanco y maldijo entre dientes.
—En primer lugar, ya te dije que no conozco a ninguna Madison, y mucho menos a su esposo —se defendió, colocándose las manos en la cintura—. Y en segundo lugar, ¿para qué querría secuestrar a un don nadie?
Jackson Foster casi la miró boquiabierto. Casi.
—En primer lugar, no soy un don nadie —sentenció, imitando su postura—. Y en segundo lugar, tú dímelo. Tú eres la loca del disfraz de payaso y del auto diminuto.
—¿Acaso sigues borracho? ¡Porque esto es ridículo! —replicó hastiada. Se tocó la cabeza y dejó salir una exhalación profunda.
Él estaba a punto de huir de nuevo, pero Poppy volvió a interponerse en su camino. Esta vez, buscó su celular y lo plantó frente a su cara.
—Mira, este es el mensaje de Steve con tus datos. Llámalo, si quieres; él te dirá la verdad. O revisa mis llamadas en tu celular.
Parecía reacio, pero al final obedeció. Buscó su celular y examinó el historial de llamadas. Poppy no tuvo reparos en acercarse a él y espiar la pantalla.
—¿Lo ves? Número desconocido. ¡Esa soy yo! —dijo entre emocionada y acusadora—. ¿Qué tienes que decir a eso?
Él permaneció en silencio por un largo momento; su mirada era intensa y calculadora. De nuevo, Poppy se preguntó qué estaría pensando porque, de forma inesperada, su expresión cambió y pareció recuperar la compostura. Soltó una lenta respiración, su rostro se relajó, se irguió en toda su estatura y sus labios se extendieron en una sonrisa apretada.
¿Había entendido que todo era un malentendido?
Poppy esperó hasta que él decidió romper el silencio.
—Eres la peor conductora designada que he conocido —concluyó.
Poppy lo miró atónita, con los labios ligeramente separados ante su desfachatez. Él cruzó a su lado y caminó hacia una esquina para orientarse. Luego detuvo un taxi al mismo tiempo que Poppy se recuperaba y trotaba hacia él con el ceño fruncido.
—¡Espera! —dijo, sosteniendo la puerta del taxi antes de que él pudiera cerrarla—. ¡¿No vas a disculparte?!
—¿Por hacerme dormir en tu carro viejo? —replicó grosero—. Tienes suerte de que no te demande.
Poppy, aun con una expresión incrédula, se quedó de pie en esa esquina, observando cómo el taxi se alejaba y cuestionando todo sobre ese encuentro, incluso si había sido real o una pesadilla. Sin embargo, cuando se pellizcó el brazo y todavía estaba parada en ese lugar, estuvo segura de una cosa: Jackson Foster era un completo y absoluto idiota.
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