Capítulo 29
Jack sabía a vino y a menta.
Y aquel beso...
No había forma de describirlo.
Poppy no estaba preparada para ese beso.
No empezó lento ni tierno, fue duro y húmedo y tan exigente que ella no tuvo más opción que responder de la misma forma. Sus lenguas se enredaron, luego sus dientes mordieron los labios del otro y sus cabezas se torcieron de un lado a otro, todo en un baile sexy y sin sentido que lo consumía todo. Ambos gimieron. No había nada más que la boca de Jack y lo que la estaba haciendo sentir. Nada. No en todo el universo.
Ese beso convirtió sus huesos en arena y le robó el aliento. Sus piernas temblaron y se aferró a su brazo para sostenerse. Sintió los músculos de Jack contraerse, atraerla más cerca. Su cuerpo zumbó con electricidad y una corriente se deslizó por su columna, incendiando la sangre en sus venas y despertando sus sentidos.
En ese momento, Poppy se sintió viva. Igual que aquella noche en Escocia en que no había podido detener su necesidad de explorarlo, de entregarse. Y preguntó cómo había podido vivir así todo ese tiempo sin sentir esas sensaciones: la expectación, el deseo, el placer...
La forma en que Jack la besaba hacía que se sintiera hermosa.
Cuando Poppy separó sus bocas, una de sus manos estaba agarrando con fuerza el costado del cuello de Jack y la otra presionada contra la pared dura de su pecho. Él volvió a rozar sus labios sensibilizados y permaneció muy cerca mientras sus respiraciones se mezclaban.
—¿Quieres que me quede? —murmuró.
Parecía una pregunta muy sencilla, pero Poppy sintió que era importante. Tenía la certeza de que lo que fuera que respondiera marcaría la continuación o el fin de ese algo inesperado que vibraba entre ellos, de esa conexión innegable que obligaba a sus cuerpos a gravitar cerca del otro sin razón.
Sin embargo, Poppy se dio cuenta de que no tenía que tomar una decisión en ese breve instante porque ella ya lo había hecho. Quizá sabía la respuesta desde que había hablado con su tía o desde que había visto a Bobby trotar en el patio con su nueva botita ortopédica.
Sus miradas se encontraron.
—Quédate.
Las líneas tirantes del rostro de Jack se relajaron.
—Si me lo pides así, tendré que quedarme, cariño.
«Cariño...».
Poppy se estremeció y enterró el rostro contra su pecho, percibiendo la fragancia de su perfume masculino impregnada en el tejido suave de su suéter. Jack jugó con las puntas de su cabello, rozando su espalda, mientras seguían abrazados.
Poppy estaba a punto de preguntarle si quería beber algo más o ver una película, cuando Jack sonrió y levantó su cuerpo sobre su hombro. Un grito quedó suspendido en su garganta mientras él caminaba hacia las escaleras del segundo nivel. Ella se quejó, con el rostro enrojecido, intentando que su falda corta cubriera su ropa interior. Jack apenas se inmutó.
—¿Cuál es tu habitación?
No, definitivamente Jack no quería beber o ver una película.
Poppy se apresuró a señalar una de las puertas. Jack obedeció y, con la misma facilidad con que la levantó, la recostó sobre su cama con cuidado. Luego se acomodó sobre ella, sosteniendo su peso con sus brazos.
Poppy tenía la respiración agitada y su corazón entonaba un ritmo que solo él podía provocar; aún más cuando esos ojos oscuros y cautivadores le recorría el rostro, el cabello y cada parte del cuerpo.
Luego la besó.
Y Poppy creyó que su beso sería salvaje y abandonado como antes. Pero al contrario. Fue suave, dulce, aunque muy sensual, y le robó el sentido común. Las manos de Jack se movieron por los costados de su cuerpo, en un toque ligero que, de alguna manera, también era firme y definitivamente cálido.
Jack estaba yendo despacio y Poppy lo imitó, moviendo sus manos sobre su suéter, trazando cada curva firme, memorizando la sensación de él, amando cada centímetro. Al mismo tiempo, Jack fue por los botones de su vestido, descendiendo por la hilera del escote. Cuando llegó a su ombligo, abrió la prenda, revelando sus pechos y la piel pálida con tinta rosada.
—Estas flores me han perseguido en mis sueños desde esa noche —admitió con una sonrisa secreta que le provocó a Poppy una dulce punzada en el vientre.
Jack asentó los labios sobre su vientre y besó cada pequeña flor, pétalo y hoja que decoraba su piel. Luego ascendió y su lengua trazó la curva suave de uno de sus pechos hasta la punta endurecida. Su boca se sentía tan sublime que su espalda se arqueó y sus manos tiraron su suéter hacia arriba. Él recibió el mensaje que Poppy ni siquiera sabía que estaba enviando. Jack se separó, puso sus manos detrás de sus omóplatos, se arrancó el suéter y tiró la prenda a un lado. De inmediato, Poppy aferró sus hombros con manos inquietas, haciéndolo descender sobre ella para disfrutar la sensación de piel contra piel.
Sus labios se encontraron y, esta vez, el beso fue duro y profundo. Sus manos se movieron y actuaron por sí solas, acariciando los lugares que pudieran encontrar; tocaron todo lo que pudieron alcanzar y absorbieron todo lo que pudieron obtener. Las piernas de Poppy se enredaron alrededor de las caderas de Jack y jadeó contra su boca cuando sus cuerpos se rozaron en las zonas correctas, donde ella era más sensible.
—Tengo otra hipótesis que quiero probar ahora —susurró Jack contra sus labios.
Poppy esperó que continuara, aunque tuvo problemas para concentrarse cuando él volvió a besarla. Más besos lentos y dulces. Más caricias perezosas y provocadoras. Poppy se estremeció y se movió inquieta debajo de él.
—¿Qué hipótesis? —curioseó ella.
El rostro de Jack flotó sobre el suyo.
—Puedo hacerte terminar solo con mi boca —dijo con voz profunda más áspera que de costumbre y sus ojos intensos de una manera que era demasiado sexy para las palabras.
Poppy tragó saliva cuando la lujuria chispeó en su vientre.
—Y para que tengas claro el procedimiento, quiere decir que pondré mi boca entre tus piernas y te besaré una y otra vez hasta que tengas un dulce orgasmo contra mi lengua mientras gimes mi nombre. ¿Entendiste, cariño?
—Jack... —La respiración de Poppy se atascó, pero asintió levemente.
Él esbozó una tentadora sonrisa antes de moverse hacia abajo; ni rápido, ni lento. Su boca sobre su piel, sus manos sobre ella. Sus labios llegaron a su vientre, donde la besó mientras levantaba la falda de su vestido en busca de su ropa interior. Poppy levantó las rodillas para ayudarlo y él liberó la prenda por sus tobillos.
Se mordió los labios cuando Jack colocó las manos en el interior de sus rodillas, ejerciendo una leve presión allí mientras instaba suavemente:
—Ábrete para mí.
El corazón de Poppy se disparó. Debía estar prohibido que él luciera así, que la mirara así o que dijera algo así sin avergonzarse.
Superpoderes de seductor.
Poppy meneó la cabeza y se concentró. Inquieta y nerviosa, pero también excitada, hizo lo que él pidió.
Jack pasó sus manos desde sus tobillos hasta las rodillas y después presionó un beso en la parte interna de su muslo derecho. Sus dedos bajaron poco a poco y los besos siguieron el mismo camino. Poppy se tensó por la anticipación mientras luchaba contra los deseos conflictivos de que él se detuviera y se diera prisa. Cuando su aliento pasó sobre su centro, ella gimió y sus caderas se agitaron a modo de invitación.
Entonces Jack estaba allí y...
«¡Dios!»
«¡Ay, Dios!»
«¡Dios, Dios, Dios!»
Eso era... era...
Él era... era...
Indescriptible.
Sus labios se cerraron alrededor de ella y la espalda de Poppy se arqueó tanto que abandonó la cama y un gemido largo y entrecortado salió de su garganta. Apretó sus ojos cerrados y las sensaciones se multiplicaron. Podía sentirlo en cada caricia. Estaba provocándola, jugando con ella de la manera más ardiente y sensual.
Jack dejó de besarla el tiempo suficiente para murmurar:
—Muévete conmigo, Poppy.
Su cerebro no podía procesar mucho, pero su cuerpo obviamente escuchó sus palabras porque sus dedos apretaron las sábanas, sus pies se hundieron en la cama y sus caderas se movieron contra su boca, desesperada por prolongar el placer.
—Jack... —gimió, y se quedó sin aliento.
Su cuerpo latía, palpitaba. Iba a explotar. Dejó de respirar.
Y entonces sucedió.
El calor se precipitó a través de ella, quemándola y reduciéndola a cenizas, impulsado por los hábiles labios y la lengua de Jack. Su nombre era una plegaria en medio de murmullos entrecortados.
Su clímax fue intenso, duro y ardiente, y sucedió tal como él lo había pronosticado.
Poppy aún estaba sintiendo los vestigios del orgasmo cuando sintió los labios de Jack en su frente. Él rozó su cuerpo contra el suyo y se dejó caer a su lado, sobre su antebrazo. Poppy lo miró mientras su respiración se calmaba.
—¿Todo bien? —susurró él con los labios junto a su cuello.
—Oh, sí... —respondió Poppy, y pudo sentir su sonrisa.
—Entonces tenemos otra hipótesis confirmada. ¿Cuántas hipótesis tengo a mi favor? ¿Dos?
Ella lo miró frunciendo el ceño.
—Nadie ganó la primera. Fue un empate.
—Ummm... sí, lo recuerdo —musitó, acariciando su cabello—. Fue un maravilloso empate. Fuiste muy desinhibida para estar con alguien a quien detestabas.
Poppy hizo un mohín y Jack rio antes de tomar su boca en un beso imposiblemente lento y profundo. Ambos se robaron el aliento y él presionó su frente contra la suya. Su aliento le rozó los labios y Poppy cerró los ojos, disfrutando de la intimidad de ese íntimo momento.
—Poppy... —La voz de Jack era casi solemne—. ¿Quieres ser mi novia?
Los ojos de Poppy se movieron hacia los suyos; y con el corazón conmovido, sintió la respuesta venir desde lo más profundo de su alma. Necesitaba decirla y que él la escuchara.
—Sí.
Poppy se despertó porque un ligero rayo de sol estaba golpeándole la cara.
Estaba acostada con su mejilla pegada a la cama y la sábana le cubría la mitad de la espalda. Poppy giró el cuerpo, aún soñolienta, y buscó a Jack, pero su espacio estaba vacío.
Se hubiera preocupado si no hubiera sentido aquellos sutiles besos en su espalda y en su mejilla cerca del amanecer. Así que él debía estar en el dúplex.
Poppy intentó volver a dormir, pero de repente sentía la necesidad de encontrarlo, de saber que seguía cerca.
Accediendo al deseo de su corazón, Poppy salió de la cama y entró en el baño a asearse. Había rastros de su noche con Jack por todos lados: su cabello enmarañado, sus labios hinchados, la sensibilidad en sus pechos y en su feminidad, las pequeñas marcas en su vientre y en su cuello... Incluso su leve atisbo de barba había provocado una ligera fricción entre sus muslos.
Y no es que Poppy se quejara.
Se había levantado así en ocasiones eventuales, pero era la primera en mucho tiempo que realmente le importaba. Saber que había sido por Jack le causaba una sensación peculiar pero placentera. Le producía felicidad, emoción y mucha expectación.
Poppy sonrió a su reflejo, se ató el cabello y buscó nueva ropa interior y una camiseta. Luego bajó a buscarlo.
No estaba segura de dónde había esperado encontrarlo, pero definitivamente no había pensado que sería en su cocina, escuchando su CD de éxitos de los setenta y vistiendo solo su bóxer.
Su corazón se aceleró y su mirada recorrió su cuerpo sin vergüenza.
«Sexy, guapo, lindo».
«Mío».
Poppy se acercó, manteniendo una pequeña sonrisa en sus labios.
—Huele bien —comentó. Y era cierto. Lo que sea que estuviera cocinando, olía delicioso.
Jack levantó el rostro. Su mirada también se deslizó por su cuerpo y se detuvo en sus piernas largas y desnudas.
—¿Necesitas ayuda?
Él negó, agitando el contenido en un sartén.
—No sabía que cocinabas. Bueno, Alina mencionó que te había enseñado, pero pensé que no lo hacías.
—Tuve que poner en práctica las enseñanzas de mi mamá cuando me mudé solo —explicó—. No soy un experto, pero me defiendo para no morir de hambre. Tampoco suelo cocinar para otros, pero tú desbloqueaste ese beneficio anoche.
Su sonrisa se agrandó y la satisfacción se agitó en su pecho. Él también sonrió.
De pronto, sintió el impulso de acercarse y abrazarlo, pero se contuvo.
Jack había sido muy honesto al decir que era la primera vez que se enamoraba de alguien y, considerando que había salido con varias mujeres, Poppy no quería presionarlo o agotarlo de alguna forma. Todavía no sabía cuánto era suficiente para él.
Quizá era ridículo sentirse insegura, sobre todo porque él siempre estaba tocándola o abrazándola. Sin embargo, no podía evitarlo. Había pasado mucho tiempo desde que Poppy también había estado en esa posición. El pasado eran recuerdos borrosos y lejanos, pero este momento era brillante.
Poppy lo miró desde la esquina del mesón, sin querer invadir su espacio. Sin embargo, Jack pareció leer su mente porque se acercó a ella. Uno de sus brazos rodeó su cintura y el otro sus hombros, apretando su cuerpo contra el suyo.
—Hola.
—Hola —respondió Poppy, disfrutando la tibieza y la firmeza de su cuerpo.
Jack deslizó los dedos entre sus cabellos y se inclinó para rozar sus labios en un beso suave y lento.
—Hueles aún mejor que anoche —murmuró Jack, escondiendo su cara en el hueco de su cuello. Su voz sonaba satisfecha, como si reconociera su perfume masculino mezclado con su ligera fragancia a lavanda.
Poppy acarició su pecho y Jack volvió a buscar su boca en una sucesión de besos rápidos, antes de dejarla ir.
Poco después se sentaron a desayunar. Jack había hecho huevos fritos, pan tostado, tocino, salchichas, tomates asados y un omelet de vegetales y queso cremoso.
El estómago de Poppy se quejó, vacío.
Ambos comieron entre música, silencios cómodos y una plática de temas triviales que solo fueron interrumpidos cuando Poppy recibió una llamada de trabajo. Una pareja estaba buscando a alguien que animara la fiesta infantil de su hijo. Poppy definió un par de detalles y luego volvió con Jack.
—Nunca entenderé por qué a los niños les gustan los payasos —soltó Jack con una mueca cuando ella le contó sobre la llamada.
—Más bien es un estereotipo que siguen los padres. A los niños muchas veces les da igual, así como pueden ser felices o asustarse, pero me he dado cuenta de que los padres siempre creen que necesitan un payaso. Caso contrario, no sería una fiesta infantil exitosa.
Jack negó con firmeza.
—Odio a los payasos —masculló.
Poppy lo escrutó: su semblante estaba tenso. Ella siguió comiendo, pero una duda se alzó en su mente. Algo que ya había pensado antes, pero nunca se había atrevido a preguntar.
—¿Por qué tienes miedo a los espacios pequeños y a los payasos?
Jack la miró. Poppy se preocupó por su mutismo.
—No quise ser entrometida. Está bien si no quieres hablar de eso.
—No es eso —negó Jack, relajando la postura—. Es solo que mi madre o Avery sabrían mejor la razón. Según ellas, era pequeño cuando sufrí traumas. En el caso de los payasos, mi madre dijo que fue en una fiesta infantil del hijo de un político que era amigo de mi padre. Había un hombre disfrazado de payaso que intentó llevarme, creyendo que era el hijo del político.
—¡¿Quería secuestrarte?! —exclamó Poppy, perpleja.
—Sí, pero no sucedió nada malo. Uno de los guardaespaldas se dio cuenta y lo detuvo. Según mi madre, se armó todo un lío, pero todo salió bien y terminaron encarcelando al tipo.
Poppy se llevó una mano al pecho. Su corazón estaba acelerado y asustado.
—En el caso de los espacios pequeños y cerrados... —Jack continuó con calma—. Avery dice que sucedió cuando visitamos la casa de campo de una tía y estábamos jugando a las escondidas. Me concentré mucho en el juego, tomé mal un camino y terminé cayendo en un agujero que habían cavado para una construcción. Estuve varias horas solo hasta que me encontraron. Según mamá, volví a provocar otro buen lío.
Poppy frunció el ceño.
—Ambas situaciones son terribles —espetó inquieta.
—Lo sé. Mamá decía que era un niño que atraía a los problemas. Pero, para su tranquilidad, no volví a causar otro revuelo. De hecho, luego de ambas situaciones, no desarrollé ninguna fobia.
—¿A qué te refieres?
—Por años pude seguir viendo o acercándome a los payasos y no me molestaba estar en espacios cerrados o estrechos —él suspiró, rascando su barbilla—. Sin embargo, luego del accidente, después de la muerte de mi padre, el doctor dijo que el miedo y la culpa por mi amnesia activaron estos traumas del pasado y me generaron ataques de pánico. En ese momento, me sometí a un tratamiento y, con los años, los ataques de pánico se convirtieron en crisis de ansiedad que podía controlar.
—Jack... —su nombre se escapó de sus labios en un titubeo.
Ella se acercó y se sentó en su regazo para abrazarlo con fuerza.
—Está bien —aseguró él, acariciándole la espalda.
Poppy negó. Su corazón se sentía pesado y triste, culpable y avergonzado al recordar su primer encuentro. Aunque no era su culpa, saber que lo había herido sin darse cuenta le producía un dolor muy fuerte en el pecho.
—Está bien —repitió Jack—. Ahora el padre de Yves es mi psiquiatra y siempre dice que los traumas podrían desaparecer por completo si recuerdo lo que he olvidado. Así que no pierdo la esperanza. Además, no son traumas tan malos. Bueno, uno es muy ridículo, considerando que ni los niños temen a los payasos, y el otro es bastante normal y he mejorado. Antes no podía usar un ascensor y ahora lo hago. Y, al parecer, también tolero estar en un pequeño Beetle con la ventana baja. Aunque eso no quiere decir que no odie tu carro vintage.
Sus palabras le arrancaron una sonrisa a Poppy. Ella le sostuvo el rostro con las manos y le acarició las mejillas con los pulgares, sin inmutarse por el leve atisbo de su barba.
—¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor?
Los labios de Jack se estiraron en una sonrisa perezosa, sus ojos se tornaron cálidos y sus manos, que descansaban en su cintura, se escabulleron por debajo del dobladillo de su camiseta. Poppy se estremeció.
—Hay algo —dijo contra su boca—. Pero requerirá cierta experimentación práctica.
Ella rio.
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