Capítulo 27

Poppy llevaba días sin dormir bien y esa noche no fue la excepción.

El refugio estaba a salvo y Laurie se estaba recuperando con normalidad, pero su corazón se sentía intranquilo. Gideon seguía llamando.

Poppy había sido muy ingenua al creer que él no volvería a intervenir en su vida.

Había recibido su primera llamada hacía tres días. Poppy había estado preparándose para dormir mientras los mensajes del buzón de voz de su celular se reproducían automáticamente. Su corazón casi se había detenido al reconocer su voz. No había imaginado que, luego de todo ese tiempo sin verse, aún conservara su número.

Ahora borraba su buzón de voz sin escuchar los mensajes, pero eso no lo había detenido. Llamaba cada noche. Podía apostar que el mensaje era el mismo: «Quiero verte. Tenemos que hablar».

Poppy meneó la cabeza sobre la almohada, meditando las preguntas que no dejaban de atormentarla. ¿Por qué había vuelto ahora? ¿De qué quería hablar con ella? ¿Y si sus primas tenían razón sobre la maldición: y si un alma gemela estuviera destinada a regresar? ¿Y si el destino concediera segundas oportunidades? ¿Eso era lo que ella quería? ¿Otra oportunidad?

Poppy se agitó en la cama. Acomodó el cuerpo de lado y contempló la luna a través del balcón en su habitación.

En medio del silencio, el rostro de Gideon se dibujó en su mente y Poppy pensó en el pasado.

Encontrar a su alma gemela había sido un poco extraño. Al contrario de lo que las otras mujeres Sinclair habían vivido y de lo que dictaba la maldición, el corazón de Poppy no se había detenido la primera vez que conoció a Gideon durante un campamento escolar. Al contrario, había ocurrido años después, durante su fiesta de graduación del colegio.

Poppy había bebido mucho y, aun ahora, había partes de esa noche que no podía recordar. Sin embargo, se acordaba de Gideon, en medio del club, escuchándola cantar. Al voltear a verlo, sabía que era él. Su corazón se había detenido. No comprendía cómo no se había dado cuenta antes. Quizá, en el campamento, había sido solo una niña y su temor a ser rechazada había frenado su corazón.

Pero esa noche había sido diferente.

Luego de ese primer encuentro, todo se ponía borroso, pero recordaba algunos atisbos de una conversación en un balcón y el sentimiento de no querer perderlo, aun con su escasa lucidez. Sin embargo, a la mañana siguiente, Poppy se había despertado en el departamento de Gideon, con una pulsera que él le había obsequiado y una sonrisa en los labios.

Desde ese encuentro, habían estado juntos y Poppy había sido tan feliz... Ella había estado enamorada de él desde el campamento. Había sido su mejor amigo, incluso desde la distancia, y había resultado ser su alma gemela.

Y luego él había roto su corazón de forma más cruel.

¿Realmente quería una nueva oportunidad?

Por supuesto. Una nueva oportunidad de aporrear su cabeza, pero, esta vez, con un bate.

Poppy se sentó antes de que los recuerdos se volvieran dolorosos. Pero una sensación amarga se instaló en su pecho. Salió de la cama y abrió la puerta de su armario. En suelo, entre varias cajas y revistas viejas, encontró un pequeño cofre. Se sentó en el piso y lo abrió.

Aquel brazalete de diamantes seguía allí. Lo único que conservaba de Gideon.

Poppy había intentado tirarlo varias veces a lo largo de los años, destruirlo. Pero, a pesar de todo el resentimiento y enojo, cuando miraba ese brazalete sentía que era correcto tenerlo. Era un recuerdo de que él siempre sería su alma gemela, y eso era lo que más la aterraba.

Si no podía deshacerse de ese brazalete, ¿eso quería decir que, en el fondo, sin querer admitirlo, todavía sentía algo por Gideon? Y si eso era cierto, ¿dónde quedaban sus sentimientos por Jack? ¿Cómo podía entender a su corazón? ¿Cómo sabría cómo tomar la decisión correcta?

Con su corazón titubeante, Poppy cerró el pequeño cofre y volvió a guardarlo en el fondo del clóset. Regresó a la cama y buscó su celular. Sin pensarlo, marcó un número y esperó.

—¡Pero si es la única mujer que creí que jamás me llamaría, mucho menos, a la mitad de la noche! —dijo Jack con voz arrogante y un poco divertida.

Su rostro apareció en la pantalla. Atractivo, con ojos brillantes y mejillas ligeramente sonrojadas. Poppy se preguntó qué había estado haciendo y dónde estaba porque no parecía haber estado dormido o en su cama.

—¿Qué haces? —preguntó solo por curiosidad.

—Estoy en una fiesta.

Poppy sintió una punzada amarga en el vientre.

—¿En serio? —titubeó, sintiéndose incómoda.

Jack rio.

—Claro que no. Piper dijo que mi reputación está mejorando, así que nada de fiestas o eventos públicos hasta nuevo aviso. Estoy en mi casa, en mi gimnasio personal.

Y para constatar los hechos, giró su celular para que ella pudiera ver, en efecto, el gimnasio. No había nada más. Ninguna mujer.

Poppy sintió que volvía a respirar.

—¿Tampoco podías dormir?

Jack negó con la cabeza.

—Me desperté inquieto, sin razón. No pude volver a dormir, así que decidí ejercitarme. Me gusta venir cuando estoy molesto o tengo muchas cosas en la mente.

Jack se secó el sudor del rostro con una toalla y bebió agua. Un par de gotas resbalaron por su cuello, llamando su atención hacia sus músculos duros y su piel dorada. Poppy volvió a tragar con fuerza, pero, esta vez, la punzada en su vientre no era de amargura.

—Poppy, ¿estás bien?

Ella reaccionó y agradeció que su cuarto estuviera en penumbras, así él no podría ver cuánto la afectaba.

—Estoy bien. Solo no podía dormir.

La mirada de Jack se oscureció.

—Si estuvieras aquí, se me ocurren una o dos cosas que podría hacer para ayudarte a dormir.

Su sonrojo empeoró.

—¿Estás en la cama? —continuó con voz seductora—. ¿Qué tienes puesto?

—No te llamé para eso —se quejó, intuyendo su intención.

Jack rio.

—¿Estás segura? Podríamos tener una conversación muy sexy. Podría combinar un par de palabras sucias con un poco de ciencia.

Poppy sonrió, divertida, pero guardó silencio.

—Si no quieres tener sexo telefónico, tendré que deslumbrarte con mis dotes comunicativas —declaró Jack, acostándose en lo que parecía ser una barra para pesas—. Hace un rato estaba pensando en que conozco a muchas mujeres, pero a ninguna Poppy.

—¿Debo sentirme afortunada? —preguntó con sarcasmo.

Él asintió.

—Eres la primera y única Poppy en mi vida.

Su corazón se aceleró. No solo eran su voz y sus palabras, sino la forma en que la miraba, como si Poppy fuera una luz centelleante y él, una libélula perdida que no podía evitar acercarse.

Jack cambió de tema y siguieron hablando de cosas triviales, anécdotas y gustos personales. Ella dio vueltas por la casa, se hizo un té y regresó a la cama. Él continuó ejercitándose, después buscó algo de comer y le hizo un recorrido virtual por su penthouse.

Poppy se quedó boquiabierta. No solo era muy lujoso, sino espacioso y abierto. Tenía techos altos, ventanales altos y amplios con una maravillosa vista de la ciudad, pisos de porcelanato, paredes blancas... Todo el lugar poseía un estilo minimalista pero moderno, con muebles y accesorios novedosos y peculiares.

Poppy se preguntó si Jack llevaba todas sus conquistas allí, pero no quiso atormentarse haciendo la pregunta. Al contrario, le preguntó más sobre su trabajo. Él ya conocía sobre sus trabajos ocasionales y el refugio, así que ella también quería aprender un poco más de la F1. Si bien era un deporte que nunca le había interesado, desde que lo conocía se había cuestionado varios temas al respecto.

Jack respondió sus preguntas, lo que los llevó a una larga conversación sobre pilotos, monoplazas, escuderías, campeonatos y trofeos. Incluso le enseñó unos videos de sus competencias y entretenimientos.

Al escucharlo, Poppy comprendió tres cosas: primero, Jack amaba ese deporte. Segundo, tenía talento y era bueno en su trabajo. Y tercero, lucía arrebatadoramente sexy con el uniforme de piloto.

Su último pensamiento la hizo sonreír y continuó escuchando.

Cuando el reloj reflejó las 3 a. m., Poppy bostezó y sus ojos empezaron a cerrarse.

—Creo que te dejaré ir... por esta vez —dijo Jack, provocándole mariposas en el estómago—. Pero recuerda que estoy disponible para sexo telefónico o para comprobar hipótesis con práctica en cualquier momento.

Poppy lo ignoró y se despidió, pero había una sonrisa secreta en sus labios y el peso en sus hombros se sentía más ligero.

Ahora solo debía tomar una decisión y esperaba que fuera la correcta.

Unos días después, Poppy se detuvo en el pórtico de la casa de su tía en Marylebone. Necesitaba hablar con alguien o enloquecería.

Y platicar con Hana no era una posibilidad.

Cuando Poppy le había mencionado a su mejor amiga la inesperada aparición de Gideon, el rostro de Hana se había puesto tan rojo que Poppy había pensado que le saldría vapor de los oídos. Debió haberlo imaginado: a Hana nunca le había agradado Gideon Saunders y siempre lo había catalogado como una marioneta regida por las reglas de su abuelo, un hombre inescrupuloso. Así que su única declaración al respecto de todo ese asunto había sido que no gastaría ni una sola palabra hablando de ese —y Poppy citaba sus palabras— «ser pusilánime» y que, sea lo que fuera que pasara, ella era team Jack.

Su opinión radical había hecho reír a Poppy, pero no cambiaba el hecho de que su mejor amiga estaba fuera del juego para hablar de su problema.

Eso dejaba a su tía Kirsten, quien siempre había sido la primera opción de Poppy, no solo porque sabía de la maldición, sino porque había vivido una situación similar. Quizá por eso se había resistido a buscarla antes. No quería incomodar a su tía o obligarla a recordar momentos tristes.

Aun así, Poppy necesitaba hablar de su corazón con alguien. Tal vez así podría entenderlo un poco más.

—Poppy, cariño, entra —dijo Kirsten, dejando la puerta abierta.

Poppy siguió a su tía a la cocina y dejó la caja de postres de Maison Bertaux que había llevado para su abuela sobre la mesa.

—Tu abuela está en un taller del geriátrico —respondió cuando ella le preguntó por la otra mujer—. Volverá en la noche. ¿Querías hablar con ella?

Poppy negó.

Ante su silencio, su tía se acercó y le acarició el rostro, levantando su barbilla para estudiar sus ojos.

—¿Qué sucede, Poppy?

Su voz era suave y su expresión se mantenía en calma, pero también poseía unas líneas tirantes que no podía ocultar del todo. A veces, al ver a su tía, no podía evitar pensar en su madre, aunque hubieran sido distintas.

—Es ese hombre, ¿verdad? —se adelantó con una mirada suspicaz—. El tal Jackson Foster.

Poppy agrandó los ojos.

—¿Cómo lo sabes?

—Una corazonada. —Kirsten sonrió—. No lo conozco en persona, pero tus emociones eran intensas cuando hablabas de él.

Poppy asintió. Ambas se sentaron en la pequeña mesa de la cocina.

—¿Cuál es el problema?

—Él dijo que yo le gustaba y él me gusta —confesó.

Hubo una breve pausa.

—Lo siento, pero no veo el problema.

Poppy se mordió los labios.

—Tengo mucho miedo —admitió—. En este punto, temo volver a ser lastimada, pero tengo aún más miedo de romper un corazón y no poder evitar las consecuencias.

Kristen entrecerró la mirada y consideró sus palabras, también mordiéndose los labios. No le sorprendía. Era un gesto que Poppy había copiado de ella al creer.

—¿Porque piensas que lo lastimarás?

Ella tragó con fuerza.

—Gideon volvió.

Kirsten abrió los ojos desmesuradamente.

—¿Gideon Saunders? ¿Tu ex prometido?

Al escuchar esa palabra, Poppy se estremeció. No había pensado en eso hacía mucho tiempo.

—Me encontré con él en la calle hace algunos días. Dijo que se había divorciado de su esposa y había vuelto a Londres por trabajo. Quería que nos reunamos.

El rostro de su tía se desencajó por completo y soltó un conjunto de improperios de todo corazón y sin vergüenza.

—¡Cómo se atreve! —espetó indignada—. ¡Después de todo lo que causó...! No te has reunido con él, ¿verdad?

Si Poppy lo hubiera hecho, habría mentido. Caso contrario, su tía le habría dado un porrazo en la cabeza con el florero en el centro de la mesa, aunque fuera una reliquia familiar.

—No lo he visto, pero eso no cambia quién es.

—Poppy...

Sus palabras se escaparon con desesperación de su interior, dejándola expuesta e indefensa:

—No temo por mi corazón, sino por el suyo. No quiero lastimarlo. No quiero aceptar sus sentimientos y no poder amarlo como se debe. Tengo miedo de estar equivocada y que, en algún lugar de este corazón roto, siga sintiendo algo por Gideon. Temo seguir aferrándome a él porque es mi alma gemela y romper el corazón de Jack.

Los labios de Poppy temblaron.

No quería ser impulsiva esta vez.

No quería ser injusta con Jack. Esto no era como las veces pasadas en las que ella había sido la causante y receptora de su impulsividad. Esta vez, sus decisiones tendrían repercusiones. Podía lastimar a alguien. Podía romper un corazón frágil y tímido que recién empezaba a sentir curiosidad hacia el amor, y la culpa sería solo de ella. Su herida causaría un efecto reflejo en los demás, tal como había dicho Bram.

Kirsten le apretó la mano y Poppy le sostuvo la mirada, intentando encontrar una respuesta en ella.

—Sé que tú lo entiendes mejor que nadie. Arthur y tú se separaron porque todavía querías a tu alma gemela.

Su tía se sorprendió y Poppy se sintió culpable de haber sido tan directa.

—No te disculpes —dijo Kirsten—. No hace falta.

Poppy la observó con ojos de cachorro regañado.

Kirsten suspiró.

—Bueno, creo que es momento de que lo sepas: no me divorcié de Arthur solo por eso.

Poppy inclinó la cabeza, confundida.

—Tal vez fue una de las razones, pero no la principal. Nosotros no pudimos tener hijos y eso fue algo que desgastó nuestra relación. Sin embargo, tuve años muy felices con Arthur. Lo amaba. La verdad, aún lo amo. Di lo mejor de mí durante todo el tiempo que estuvimos juntos. Y si nuestra relación se desgastó fue por nosotros mismos, no por un fantasma del pasado.

—Entonces ¿por qué les dijiste a todos que había sido por eso?

—Porque me sentía avergonzada —respondió con tristeza—. Era la segunda relación estable que arruinaba. Y, esta vez, no solo era un noviazgo, era mi matrimonio. Era más fácil culpar a alguien del pasado, que admitir que la culpable era yo. Era menos doloroso.

—Pero... lo que él dijo al pedirte el divorcio, sobre que tu corazón no le pertenecía, sino a otro hombre..., ¿no era cierto?

—No, mentí. Arthur nunca diría algo así para hacerme sentir culpable. ¡Era como un pan dulce! —Kirsten sonrió—. Jamás me hubiera lastimado acusándome de esa forma.

Poppy la observó boquiabierta.

—Oh...

La sonrisa de su tía se estiró ante su perplejidad.

—Poppy, nuestra maldición, aquel legado de desamor, ya acabó. Incluso si no pudiste evitarla, eso ya quedó atrás. Ahora estamos viviendo nuevas oportunidades. Mira este momento como un puente para volver a empezar. Incluso si antes podíamos encontrar a nuestras almas gemelas, mi consejo sería que olvides todo sobre eso y ames con libertad.

»Quizás nunca olvidarás a Gideon o no podrás perdonarlo, pero está bien, porque él fue una parte feliz y dolorosa de tu vida. Sin embargo, no puedes tener miedo de amar de nuevo solo por eso. Nuestra vida está marcada por las personas que amamos. Si no te das otra oportunidad, ¿no sentirías que no has vivido plenamente? ¿No estarías yendo en contra de tu espíritu apasionado? ¿No sería injusto para él que también te quiere?

Una lágrima se deslizó silenciosa por su mejilla y su tía la atrapó con sus nudillos.

—Si te gusta ese hombre y sus sentimientos son sinceros, date una oportunidad. Si no resulta y deben separarse, será por un conflicto entre ustedes, no por la sombra del pasado. ¿Lo entiendes, Poppy?

Poppy asintió, secándose los ojos con el dorso de sus dedos.

—Y llévate el florero familiar —añadió con una mueca ácida—. Por alguna visita indeseada.

Poppy sonrió, comprendiendo que se refería a Gideon.

—Ahora cuéntame un poco más del tal Jack Foster... Tu abuela quiso buscarlo en Google cuando te fuiste a Escocia. Aunque le aseguré que era por trabajo, estaba convencida de que te habías fugado con él.

Poppy negó con la cabeza y un ligero rubor tiñó su rostro.

Kirsten preparó té mientras Poppy compartía los hechos recientes. Su tía se mantuvo impasible, pero, de vez en cuando, sonreía. Era una buena señal.

—¿Por qué no lo invitas a cenar para agradecerle?

—¿Una cena? —Poppy no estaba muy convencida.

—No hay nada mejor como una cena casera para demostrarle a alguien que te importa. Arthur amaba esas cenas simples —explicó con un rastro de nostalgia.

Poppy asintió y continuó pensando en esa idea hasta luego de despedirse de su tía.

Iba conduciendo el Beetle a casa cuando se detuvo en un semáforo. En una esquina, había una publicidad de Jack en el escaparate de una tienda.

Se atrapó el labio inferior entre los dientes.

Un segundo después, estaba llamándolo.

—Es la segunda vez que me llamas por iniciativa propia —empezó Jack—. ¿Has decidido sucumbir a mis poderes seductores?

Su corazón se aceleró y tragó saliva.

—Ni en tus sueños —dijo, recuperando la compostura—. Pero... estaba pensando... que si no tienes nada mejor que hacer, yo... podría hacerte una cena.

Jack enmudeció, empeorando sus nervios.

—Es para agradecerte toda tu ayuda —agregó rápidamente—. No será algo muy sofisticado. De hecho, no soy tan buena cocinera, pero mi abuela solía decir que el esfuerzo es lo que cuenta.

Él continuó en silencio.

—Está bien si estás ocupado. Lo entiendo. No te avisé con anticipación, y es obvio que ya debes tener otros planes para...

—Hoy en la noche es perfecto.

La tensión en el pecho de Poppy se aflojó.

—¿Estás seguro?

—¿Tu casa o la mía? —dijo como respuesta.

Y su corazón enloqueció. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top