Capítulo 23

Poppy llegó al restaurante después de las seis de la tarde. El turno empezaba a las siete, pero siempre le gustaba llegar con tiempo suficiente por cualquier eventualidad. Dejó el Beetle aparcado en la calle y rodeó la propiedad para ingresar por la puerta del servicio. No era la primera vez que tomaba turnos de un par de horas allí, así que sabía moverse con facilidad por el lugar. Saludó a los otros empleados en su camino a los cambiadores y echó un vistazo rápido al salón principal para clientes.

Zuma era un restaurante japonés ubicado en Knightsbridge, el exclusivo barrio residencial y comercial al oeste del centro de Londres. Ofrecía una versión moderna del tradicional estilo japonés izakaya y contaba también con un bar, un salón para cenas informales y espacios privados para celebraciones. Era uno de los restaurantes preferidos para las celebridades y la clase alta de Londres. Sin embargo, estaba abierto a todo el público, desde familias pequeñas o grandes hasta cenas en solitario. Todo se manejaba a través un sistema de reservas para llevar un control de las mesas ocupadas.

Poppy se alejó del salón, rodeó las cocinas y entró en el cambiador de mujeres.

—¡Hola, Poppy!

Poppy reconoció la voz alegre de Ada mientras se ponía el uniforme. Giró su rostro y estudió a la subgerente de restaurante.

Ada York llevaba trabajando en Zuma desde hacía tres años. Había ingresado como mesera, pero la calidad de su trabajo había provocado que fuera ascendida a la coordinación del restaurante en muy corto tiempo. Poppy sabía que lo merecía, hacía un trabajo estupendo y se había ganado el afecto de todos. Ella sentía mucho cariño por Ada, no solo porque la había apoyado para poder cubrir horas esporádicas a la semana, sino porque era la mejor amiga de Jodie.

—Gracias por cubrir a Lily hoy.

—No te preocupes —respondió—. Estaba libre esta noche.

Ambas compartieron una sonrisa.

—¿Cómo están Mark y Gemma? —preguntó Poppy, recordando a su familia.

—Ambos están bien. Gemma está en casa de una amiga. Mark está en la universidad. Es semana de exámenes, así que suele llegar tarde a casa.

Mark, el esposo de Ada, era músico. Había empezado como DJ para una compañía de entretenimiento, pero ahora trabajaba como profesor de Educación Musical en la Real Academia de Música, que era parte de la Universidad de Londres. Era el conservatorio más antiguo del Reino Unido y una de las academias musicales más prestigiosas en todo el mundo.

La oferta laboral había sido tan buena que la familia se había mudado de Bournemouth a Londres debido a la contratación de Mark.

—A veces, puede resultar agotador, pero, a pesar de todo, ama su trabajo —continuó Ada con una sonrisa amorosa—. Nunca lo he visto tan feliz como ahora. Bueno, a excepción de cuando se casó conmigo y tuvimos a Gemma. —Su voz traslucía todo el amor que sentía por su esposo y su hija.

Poppy sonrió y terminó de vestirse. Luego trató de trenzar su cabello rebelde y envidió un poco a Ada: sabía dominar su afro de apretados rizos negros y siempre vestía de forma impecable. Era una mujer muy guapa, con el rostro fino y agraciado y su piel de un suave color chocolate que resaltaba sus ojos oscuros.

—Hoy tenemos ocupadas todas las secciones de la zona privada —comentó Ada, revisando la agenda de reservaciones—. Al parecer es la noche del romance. La mayoría son parejas.

Poppy hizo una débil mueca. No era fanática de atender las mesas de parejas. Prefería las mesas familiares; eran un poco caóticas, pero carecían de las empalagosas muestras públicas de cariño entre parejas. De cualquier forma, no pensaba quejarse.

Cerca de las ocho de la noche, Ada reunió a todas las meseras de ese turno y asignó las secciones habilitadas. Para su buena suerte, a Poppy le tocó un área en el salón principal, junto a la zona privada. Satisfecha, salió del vestidor e hizo un recorrido por su zona.

Poppy había sido mesera en muchos restaurantes. Aunque nunca había sido un trabajo fijo, había aprendido y tenía experiencia. No se ponía nerviosa, ya sabía qué hacer. La mecánica de trabajo era similar en todas partes. Lo importante era conocer el restaurante y el menú.

Zuma era un buen lugar para trabajar. El ambiente era tranquilo y relajado, resultado de una cálida iluminación, paredes en tonos pasteles y música tradicional japonesa. El menú era una combinación de pequeños bocados, sushi, sashimi y tofu, además de una amplia selección de cócteles y cuarenta tipos de sake y licores japoneses.

Esa noche, Poppy estaría atendiendo una sección de mesas del comedor principal, que estaba caracterizado por su variedad de opciones de asientos alrededor de la cocina abierta. Sin embargo, antes también había atendido a clientes en los mostradores de Sushi & Robata junto a la cocina abierta o la mesa Tosho, separada del comedor principal en una área semiprivada, cerca del bar y el salón para cenas informales.

Poppy cruzó por debajo del bar y se detuvo por unos segundos a contemplar las ramas de flores de cerezo que se elevaban en el techo. El bar solía llenarse de comensales cuando los cerezos florecían. En ese momento, ya habían florecido, quizás dos semanas atrás. Poppy se habría sentido un poco decepcionada de perdérselo si no tuviera grabado en su memoria el recuerdo de su última noche en Escocia.

Esbozó una débil sonrisa y se reunió con el resto de las meseras en la zona de descanso cerca de la entrada. Usualmente realizaban rondas por la zona asignada y siempre estaban atentas a sus mesas, pero para evitar algún accidente o aglomeración permanecían en aquella zona, a la espera. Algunas chicas conversaban entre sí, en murmullos bajos, pero Poppy se mantuvo apartada y miró a través del escaparate de vidrio.

Había luna llena.

Las almas gemelas suelen cruzarse en las noches de luna llena.

El pensamiento fue inesperado. Aquello era lo que su abuela solía decirle cuando Poppy era una niña con la ilusión de encontrar a su verdadero amor. Por muchos años, había esperado las noches así, deseando y buscando que ese hombre destinado a ella apareciera en su camino. Aún con el dolor que percibía de las demás mujeres de su familia, Poppy nunca había perdido la esperanza.

Y lo había logrado. Sin embargo, no podía recordar si aquella noche la luna había estado llena en el cielo.

—¡Te digo que es él! —escuchó un susurro apresurado.

—Es muy guapo y sexy.

Ante los murmullos de las otras meseras, Poppy reaccionó y alzó la mirada, al mismo tiempo que Jackson Foster entraba en el restaurante.

Poppy pensó que el tiempo se detenía. Sus ojos se posaron sobre él y su mirada recorrió muy despacio su figura. Quizás era porque no lo había visto hacía dos semanas, pero a Poppy le pareció que su belleza lucía arrebatadora en aquel traje negro y con los rizos castaños cayendo sobre la piel dorada de su frente.

Como si hubiera sentido su mirada, Jack se detuvo y giró el rostro hacia la zona de descanso. Desde lejos, sus miradas se entrelazaron y Poppy se quedó sin respiración. Fue como si le hubieran dado un golpe muy fuerte en el pecho o como si todo el aire de la habitación se hubiera extinguido.

De pronto, todo dejó de existir.

Excepto ellos.

La expresión de Jack dejó de ser pretenciosa y suavizó su rostro, después de la sorpresa y la curiosidad. Poppy no sabía cuál debía ser su semblante, pero seguro lucía atontada.

En un gesto inesperado, Jack levantó su mano y la saludó, provocando que el resto de las meseras se inquietaran, sin saber a quién se dirigía. Poppy sintió sus mejillas calientes y huyó a los vestidores con el corazón en la mano.

«¡Estúpida, estúpida!», se repitió una y otra vez. ¿Por qué había huido así? ¡Qué vergüenza!

Poppy apoyó la espalda contra la puerta y se llevó una mano al pecho. Su corazón estaba acelerado. ¿Había enloquecido por ver a Jack?

Se mordió los labios.

Era por él o tenía una enfermedad cardíaca.

Poppy cerró los ojos y se calmó. Tenía que regresar. Tenía mesas que atender y no podía evitar a Jack por siempre.

Nerviosa, volvió a la zona de descanso e inspeccionó el comedor principal. Las otras chicas estaban dando vueltas. Poppy hizo lo mismo, pero no pudo evitar buscar a Jack. Necesitaba ubicarlo para sentirse más tranquila. Al menos, eso fue lo que se dijo. Sin embargo, al encontrarlo, otra vez sintió que recibía un golpe en el pecho. Pero esta vez no fue por su atractivo, sino porque no estaba solo.

Jackson Foster estaba con otra mujer.

Poppy giró el rostro un poco hacia la derecha y entrecerró la mirada mientras intentaba espiar a través del biombo de bambú que dividía la zona privada del comedor principal.

No podía ver nada.

Intentó ladeando la cabeza hacia un lado y luego hacia el otro, poniéndose de puntillas y estirando su cuello hacia adelante, pero el resultado fue el mismo: seguía sin poder espiar a Jack. Estaba muy lejos y acercarse más no era opción.

«No hay razón para que me importe», se repitió. Y era cierto, aunque no podía evitar sentirse un poco desengañado. ¿Le había confesado que le gustaba hacía dos semanas, pero ya estaba con otra mujer?

Poppy resopló. «¡Qué descaro!».

Se sentía como una idiota por haber confiado en sus palabras. No solo con respecto a sus sentimientos, sino sobre su declaración de que la esperaría sin presionarla.

Vaya forma de esperarla, saliendo con otras mujeres.

Poppy bufó, cruzándose de brazos.

Y no es que a ella le molestara que estuviera viendo a alguien más. No, en absoluto. Después de todo, habían decidido quedar como amigos. Si Jack quería empezar a salir con alguien más o cenar en privado con una pelirroja de ojos verdes y aspecto despampanante, pues bien por él.

Bien por ambos.

Bien por Poppy. Le había quitado un peso de encima y ya no tendría que pensar en sus sentimientos porque, después de todo, no había nada en qué pensar. Lo que había sucedido en Escocia había sido algo accidental y provocado solo por la intimidad de los asuntos personales y familiares que habían compartido.

Y ahora ya era pasad...

«¿Acaso está sosteniéndole la mano?»

Poppy entrecerró la mirada y distinguió la silueta de Jack. Estaba sosteniendo una copa de vino, pero... ¿Y su otra mano? ¿Acaso se estaban riendo? ¿De qué se reían? Jack no era gracioso; al contrario, era irritante.

«¿Está inclinándose hacia adelante? ¿Para qué? ¿Acaso va a susurrarle palabras seductoras al oído?»

Frunció el ceño mientras una sensación violenta se extendía por su pecho.

—¿No dicen que las costumbres vienen de la familia?

Poppy se sobresaltó cuando Ada apareció junto a ella con una mirada suspicaz.

—Jodie también contemplaba a Wes desde lejos con ojos de cachorro triste.

—No estoy viendo a nadie —mintió Poppy, intentando ocultar el rubor de sus mejillas—. Solo... solo observo las mesas por si alguien necesita algo.

—¿Entonces no te gusta Jackson Foster? —indagó Ada con una sonrisa secreta.

El sonrojo de Poppy empeoró, pero también se sorprendió de que Ada supiera quién era.

—¿Sabes quién es?

—Por supuesto. A Mark le gusta la Fórmula 1. Además, su cara está en los escaparates de las tiendas y en las paradas de buses.

—Oh... —Poppy estaba sin palabras.

—¿Y bien? ¿Te gusta? —insistió Ada con astucia.

Poppy tragó saliva.

—Es solo alguien que conozco —murmuró, dándole la espalda a la sección privada.

Ada esbozó una débil sonrisa.

—Qué tierna. Di-di también sufría de eso.

Poppy pestañeó, muy curiosa.

—¿Qué cosa?

—Negación. Pero quizás también te resulte. Después de todo, se casó con Wes y ahora tienen dos bebés adorables —agregó con un guiñó.

Después se marchó, dejando a Poppy boquiabierta.

¿Ella, en negación?

Poppy soltó un suave bufido y se apresuró a atender una mesa.

No volvió a espiar a Jack. No solo porque Ada podría descubrirla, sino porque realmente no le importaba lo que él estaba haciendo o no con la pelirroja. No era su asunto. Se repitió eso una y otra vez, y ocupó su mente en hacer su trabajo de forma correcta.

Sin embargo, cuando su turno acabó cerca de las once y regresó al vestidor, se sentía irritada, frustrada y resentida. Se cambió el informe en silencio, se desató el moño de su cabello y caminó hacia la salida.

Por un instante, pensó en regresar al comedor principal y comprobar si Jack se había ido, pero descartó la idea. Ella no había notado su partida, pero daba igual. Seguramente Jack volvería a casa con aquella hermosa mujer y tendría una noche de diversión y pasión, mientras que ella volvería a casa, donde nadie la esperaba.

Hizo una mueca. Quizás era hora de adoptar a Bobby, aunque pensar en dejarlo solo en casa mientras trabajaba le rompía el corazón.

O tal vez debía adoptar un gato; eran más independientes. O tener un loro o una cacatúa. Si le enseñaba a hablar, ya no conversaría sola.

O quizás debía...

Sus pensamientos se cortaron de forma abrupta cuando lo vio.

Jackson Foster estaba apoyado contra la pared del edificio, fumando y contemplando la calle.

El corazón de Poppy se aceleró y sus pies tropezaron con un adoquín, pero mantuvo el equilibrio. Eso llamó la atención de Jack. Sus ojos se posaron sobre ella y apagó el cigarrillo. Un segundo después, sonrió y Poppy olvidó que estaba enojada.

Él era peligrosamente atractivo, especialmente cuando se enfocaba solo en ella y le sonreía así. Porque no era la misma sonrisa que usaba para seducir, sino aquella sonrisa sincera y encantadora que parecía regalar a pocas personas.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, reaccionando rápido para no verse como una tonta.

Jack se acercó.

—Te estaba esperando.

Los latidos retumbaron en sus oídos, pero ignoró la melodía insistente de su corazón. Se cruzó de brazos y observó su rostro con suspicacia.

—¿Cómo sabías que saldría a esta hora?

—La subgerente me dijo a qué hora salías.

«¡Diablos, Ada!»

Poppy hizo un mohín, pensando en su traición.

—No esperaba verte aquí —continuó Jack, dando un paso más cerca.

Ella tragó saliva.

—Yo tampoco.

«Y mucho menos con otra mujer», agregó para sí.

—¿Quieres comer algo? —sugirió él—. O podríamos ir a beber.

Jack se pasó una mano por el cabello, lo que provocó que la atención de Poppy se desviara a aquellos tres botones abiertos de su camisa negra que desvelaban su piel dorada y que se distrajera intentando adivinar el perfume de su fragancia.

«¡Concéntrate!».

Poppy siguió el hilo de su conversación.

—¿No comiste en el restaurante?

—No, no me gusta la comida japonesa.

—¿Entonces por qué viniste a un restaurante de comida japonesa? —Entrecerró la mirada.

¿Acaso lo había hecho por aquella mujer? ¿Qué tan importante era para él?

Ella intentó buscar algún indicio en su semblante que delatara a Jack, pero su actitud era relajada y su voz podía describirse como indiferente.

—Por negocios.

—¿Negocios?

Jack asintió.

«Sí, claro», pensó con sarcasmo. «Negocios... ¿Qué tipo de negocios se resuelven durante una cena, en un restaurante tan prestigioso y con ambos vestidos tan elegantes?»

Pero eso no fue lo que preguntó. Poppy tenía dignidad, aunque le estaba costando aferrarse a ella.

—¿Y qué sucedió con tu acompañante?

—Minka tenía otra cita.

«Minka...». Su nombre sonó familiar en su mente, pero Poppy se sentía un poco amargada en ese momento como para meditar dónde lo había escuchado antes.

—¿Tenía otra cita? —inquirió, fingiendo desinterés.

—Sí. No puedo contarte muchos detalles, pero me reuní con ella porque quería confirmar cierta información sobre un rumor que escuché. Si era cierto, entonces quería cerrar un trato.

¿Qué? ¿Acaso estaba engañándola, aplicando el dicho «confunde y vencerás»? Porque se sentía muy confundida. Además, al terminar, su voz había sonado un poco dura, lo que la confundió más.

—¿Querías cerrar un trato? —dijo, intentando corroborar el motivo de su cita.

Jack se cruzó de brazos.

—¿Por qué repites todo lo que digo? ¿Acaso tienes sordera nocturna o necesitas que te lo diga al oído?

Acortó la distancia, inclinándose hacia adelante, como si su intención fuera cumplir sus palabras. Poppy reaccionó de inmediato y retrocedió. Sus mejillas se tiñeron de un intenso rojo mientras su respiración se aceleraba por su repentina acción.

—¡Alto ahí, casanova! —lo detuvo, interponiendo su mano entre ellos.

Jack rio y Poppy le lanzó una mirada enfurruñada.

—Vamos a cenar —ofreció él de improviso—. Tengo mi Maseratti aquí. Me lo devolvieron hace algunos días.

Antes de que terminara, Poppy ya estaba agitando la cabeza.

—No me voy a subir a tu auto de conquista —replicó—. Además, tengo el Beetle aparcado cerca.

—¿Todavía funciona ese auto?

—Muy gracioso —espetó con ironía—. Di lo que quieras, pero ese auto trajo tu trasero sano y salvo desde Escocia.

Jack encogió uno de sus hombros.

—Te lo concedo, pero fue una tortura.

Poppy se tensó. Su corazón titubeó, sintiéndose culpable.

—¿Por sentirte encerrado en un espacio pequeño?

Sus ojos se encontraron.

—Por estar a tu lado —confesó.

Y, para rematar, le regaló otra sonrisa tan secreta como devastadora.

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