Capítulo 2
Estaba lloviendo a cántaros cuando Poppy estacionó el Beetle en un espacio libre frente al Abyss. Ella se inclinó sobre el volante y observó la fachada del club que estaba al otro lado de la calle. La imagen era borrosa por la lluvia; apenas podía distinguir luces deformes y figuras corriendo bajo la lluvia.
Por lo general, el club siempre tenía una fila de espera muy larga y grupos de personas fumando o conversando en los balcones exteriores, pero, esa noche, todo estaba desierto. El clima en Londres podría ser perjudicial para los negocios, sobre todo para los negocios nocturnos. Aunque Poppy estaba segura de que el Abyss no iría a bancarrota por las noches de lluvia.
Este Abyss era una extensión del club originario de Bournemouth, ubicado en el distrito de Shoreditch, y había causado sensación desde su inauguración hacía menos de un año. Era uno de los clubes más famosos, elitistas y exclusivos de la ciudad. Poppy nunca había entrado. Jodie la había invitado hacía un par de meses para celebrar el cumpleaños de Noah, uno de sus mejores amigos, pero Poppy había tenido que cubrir un turno nocturno en Zuma, un restaurante donde hacía medio tiempo, así que se había perdido la oportunidad.
Qué ironía que se encontrara allí por primera vez, pero no para disfrutar de una noche de baile y diversión, sino por trabajo. Y, pensar en su trabajo desganado, le hizo recordar que su cliente estaba desaparecido.
Al salir de la reunión familiar, Poppy había recibido un mensaje de Steve con los datos de su pasajero nocturno. No era la primera que trabajaba con él para su compañía de conductores asignados, así que sabía que hacer.
La mecánica era sencilla: un cliente solicitaba el servicio, Steve asignaba a un conductor, que acudía a la ubicación dada por el cliente y conducía su auto hasta llevarlo a su destino. En casos puntuales, los clientes solicitaban un auto propio de la empresa, pero casi siempre eran sus propios automóviles. Las mujeres eran quienes más solicitaban el servicio al salir a fiestas y reuniones nocturnas.
Los clientes que Poppy había tenido hasta ese momento habían sido todas mujeres jóvenes, así que la experiencia había sido satisfactoria.
Sin embargo, esa noche estaba empezando a parecer un desafío, comenzando con el hecho de que su cliente no respondía su celular. ¿Cómo iba a comunicarle que estaba esperándolo afuera si no respondía su teléfono?
De acuerdo a Steve, el cliente no había especificado a qué hora se desocuparía de su salida nocturna, así que Poppy había estado dando vueltas y vueltas por la ciudad hasta pasada la medianoche. En ese momento, el reloj marcaba las 12:40 a. m y, según sus estándares, era lo suficientemente tarde para alguien que ya llevaba horas en el club.
Poppy utilizó su celular para volver a llamar, pero el número estaba desconectado. Resopló y volvió a inclinarse sobre el volante para escanear los alrededores del club. Sus labios se arrugaron en una mueca.
No veía nada.
Suspiró con desesperanza. No tenía más opción: debía ir hasta allá. Y no tenía paraguas.
«Hazlo por el dinero», pensó. «Hazlo por el dinero, Poppy».
Se enfundó la chaqueta de jean que había dejado en el asiento del copiloto y salió del Beetle. La lluvia empezó a caer sobre ella sin piedad mientras cruzaba la calle. Al menos sus zapatos deportivos no eran resbaladizos. Caso contrario, Poppy estaría en serios problemas. Normalmente, era algo torpe en su vida diaria, pero con la lluvia su torpeza aumentaba. Una vez, durante una tormenta, se había tropezado con un tacho de basura y...
Y estaba divagando.
Se detuvo un momento en la acera y estudió la fachada del Abyss, cubriéndose el rostro con una mano. Por fuera, el edificio en lugar de un club parecía una iglesia antigua: tenía elementos de arte gótico como columnas y estatuas esculpidas de mármol blanco que hacían resaltar las amplias vidrieras con imágenes en blanco y negro. Alguna vez, Poppy había escuchado que el interior contaba con varios pisos, cada uno con una temática diferente y que el último piso era una terraza con una cúpula central de cristal.
Poppy subió los escalones que llevaban hacia una entrada pequeña, tan solo un arco de mármol con un techo que se extendía un par de metros hacia una puerta de madera oscura. Había un hombre, muy alto y fornido, frente a la entrada que la miraba con cara de pocos amigos. No le sorprendía. Ella estaba empapando la alfombra roja que daba hacia la puerta.
—Buenas noches —saludó Poppy, y sus labios se estiraron en una sonrisa gentil—. Verás, estoy buscando a un cliente al que se supone que debo llevar a su casa, pero no responde su celular y lo único que sé es que está aquí. ¿Cree que podría entrar por un segundo y buscarlo?
Poppy había utilizado su voz más conveniente y honesta. Sin embargo, la expresión del hombre permaneció seria e imperturbable.
—Nadie entra sin pagar —masculló sin mirarla.
Poppy había esperado eso, pero, aun así, su respuesta tajante la dejó sin palabras.
—Pero solo serán unos cuantos minutos. No consumiré nada.
—Nadie entra sin pagar —repitió el hombretón.
Poppy resopló, sintiéndose derrotada.
—¿Y cuánto costaría una entrada? —preguntó.
El hombre le dijo que consultara el sitio web del bar. Poppy tenía los dedos casi entumecidos, pero usó su celular para ingresar en la página donde se compraban los boletos. Entonces estuvo a punto de atragantarse al ver el precio de los únicos boletos que quedaban.
«¡73 libras!»
Era demasiado dinero. No podía pagar eso. E incluso si pudiera pagarlo, no pensaba derrochar el dinero de esa forma. Con 73 libras podría comprar mantas nuevas, medicina y alimento para dos semanas en el refugio. ¡Era una locura!
—No puedo pagar esto por un boleto —replicó, descorazonada—. Mucho menos si solo estaré cinco minutos.
El hombre abrió la boca, pero Poppy se le adelantó.
—Ya lo sé, nadie entra sin pagar —masculló con frustración.
En ese momento, la puerta se abrió y un grupo de jóvenes con atuendos elegantes dejaron el bar entre risas y murmullos. Al notar la lluvia, se detuvieron en el recibidor, pero no había suficiente espacio para todos, así que Poppy no tuvo más opción que volver a la calle.
La lluvia terminó de empapar su ropa mientras buscaba un lugar para refugiarse. A un par de metros, encontró una parada de buses. Corrió hacia allá y se escondió bajo el pequeño techo, que repiqueteaba sin cesar por el sonido de las gotas.
Intentó escurrir su ropa lo mejor que pudo y se dejó caer en la solitaria banca. Estaba secándose el cabello cuando notó la valla publicitaria a su derecha. Era la clásica valla rectangular junto a las paradas y que la gente solía ignorar a menos que tuviera descuentos o una celebridad, pero esta no tenía ninguna de las dos. Era un cartel sobre nuevos tratamientos para enfermedades potencialmente mortales en animales. Junto al mensaje, aparecía una pareja sonriente abrazando a un perro en un día cálido y perfecto. Todos estaban felices. Todo estaba bien.
Bajó la mirada hacia una de las esquinas inferiores de la valla. «Farmacéutica Savone», leyó.
Poppy tragó con fuerza y desvió la mirada. Se colocó lo más lejos posible en la banca y se abrazó a sí misma, intentando alejar la sensación de desasosiego en su piel. Se dijo que era a causa de la lluvia y el frío, pero no podía engañarse a sí misma. Aun así, mantuvo el control de sus pensamientos, viviendo ese momento y no recordando su pasado.
Permaneció en silencio, hecha un ovillo, y contempló la calle desierta. La lluvia mantuvo su intensidad por un buen rato más hasta que disminuyó y se volvió una débil llovizna. Se sintió arrullada por el leve sonido. Estaba quedándose dormida, cuando un claxon sonó. Se enderezó y revisó su celular.
Eran las 1:15 a. m.
Se mordió el interior de la mejilla y meditó su situación. Era tarde, podía marcharse y nadie tendría por qué culparla porque ella había cumplido con su parte del trabajo. Su cliente, al contrario, no estaba facilitando el servicio y estaba desaparecido. Sin embargo, una parte de ella, su parte más compasiva, no lograba concebir la idea de abandonarlo y no preocuparse por él. Su otra parte más racional le decía que, si se marchaba ahora, no recibiría la paga completa y esa noche agotadora no habría servido para nada. Y su última parte, la más precipitada y apasionada, le decía que debía enviar todo al diablo —a Jackson Foster incluido— e irse a dormir sin remordimientos.
Resopló, sabiendo cuál sería su decisión antes de levantarse y regresar a la entrada del club. Ahora había un elegante auto negro aparcado junto a la acera. Poppy se preguntó si estaría esperando a algún cliente. Estaba mirando sobre su hombro, distraída, cuando tropezó con otra persona. Ella estaba a punto de disculparse, pero alguien se adelantó.
—¿Poppy?
—¡Noah! —soltó con una gran sonrisa al reconocer al mejor amigo de Jodie—. ¡Qué alegría verte! Te ves increíble.
Y no exageraba. Con su rostro apuesto y su estilo moderno, siempre a la moda, Noah parecía una estrella de cine.
Había un hombre alto e igual de atractivo junto a él, vestido con un elegante traje azul y con un paraguas a juego. Noah se volvió hacia él y le hizo una seña para que esperara. Luego miró a Poppy y sonrió. Aunque su expresión se tornó preocupada, después de estudiarla con la mirada.
—Poppy, ¿qué estás haciendo aquí en la madrugada y... empapada?
Poppy se ruborizó y le contó a breves rasgos lo que había sucedido.
—Déjala pasar —le dijo el hombre rubio al guardia que estaba junto a la puerta.
Ante la respuesta inmediata del hombretón, Poppy imaginó que el acompañante de Noah debía de ser Kingsley Abbot, su esposo y el dueño del Abyss. ¡Wow! Hacían una pareja perfecta y si tenían hijos algún día, serían hermosos como...
Poppy se concentró.
—Gracias —se apresuró a decir, intercambiando la mirada entre ellos—. En serio, gracias. Solo entraré un segundo, buscaré a mi cliente y saldré.
Noah alcanzó su mano y la apretó.
—Poppy... —empezó él; su voz aún era insegura—. ¿Estarás bien por ti sola?
Ella asintió, esbozando una sonrisa y devolviéndole su agarre con confianza.
—Estoy bien, no te preocupes. Ha sido un gusto volver a verte.
Noah sonrió y se despidieron. Poppy traspasó la entrada y entrecerró los ojos para ver mejor en el oscuro pasillo. Desde allí podía escuchar el sonido apagado de la música; pero mientras más se acercaba, más se intensificaba. La entrada le recordó a los cines, en donde caminas por el estrecho pasillo en penumbras hasta que llegas a la sala principal.
Sin embargo, en lugar de alcanzar una sala de cine, frente a ella se desplegó un espectáculo de color con luces y humo. Sonrió maravillada. Alzó la mirada y contempló los cuatro pisos del edificio que terminaba en una cúpula de cristal. El interior estaba totalmente restaurado; era muy diferente de la fachada: tenía un estilo moderno, clásico y sofisticado.
Como había escuchado, cada piso parecía su propio ambiente y decoración; había una barra central, una pista de baile y salas privadas. Tuvo el impulso de recorrer cada pasillo y recoveco, mezclarse en ese mundo y olvidarse de todo por breves segundos. Sin embargo, sabía que tenía una misión.
Caminó por el primer piso, que parecía estar más desocupado que los pisos superiores. Aun así, el ambiente estaba encendido con conversaciones, baile y risas. Ella rodeó la pista, evitando los cuerpos danzantes y los grupos de personas, y se acercó a la barra. Uno de los meseros la vio y se acercó a ella.
—Disculpa, estoy buscando a Jackson Foster —dijo en voz alta para que no se perdiera entre la música.
—¡¿Foster?! —repitió.
Poppy asintió, esperanzada. Se le había ocurrido la idea de que quizá alguien lo reconocía.
El joven no dijo nada, pero le hizo una señal para que lo siguiera. Poppy se sorprendió un poco, pero lo hizo. Estaba asombrada de que sí conocieran a su cliente. Era un alivio. Tener que buscarlo habría sido una tarea imposible.
Siguió al hombre hasta el segundo piso, a una sala privada en una de las esquinas. Estaba oculta detrás de una cortina y tenía las luces atenuadas. Había sillones alargados, una mesa de bebidas, un televisor y un balcón.
Y estaba vacía.
O eso le pareció hasta que distinguió la figura que estaba tirada sobre uno de los sillones.
Esa pila humana no podía ser Jackson Foster, ¿o sí?
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