Capítulo 13
Poppy se sentía agotada, así que no se opuso a la idea de Jack de ordenar el servicio a la habitación. El restaurante estaba dirigido por la hija mayor del señor Kendrick, así que no tuvieron que escuchar historias antiguas de la parroquia antes de ordenar.
Ella recibió la comida mientras Jack se duchaba. Cuando regresó a la habitación, seguía estando semidesnudo, lo cual parecía confirmar su afirmación sobre no sentirse cohibido con su cuerpo.
Comieron en silencio, ella en el sillón y él en la cama, mientras veían un programa de variedades en la televisión.
Poppy aprovechó para enviar un mensaje a su tía diciéndole que estaba bien y que mañana llegaría a Melrose. No mencionó que el Beetle se había averiado porque no quería angustiarla. Además, Poppy confiaba en que el mecánico fuera capaz de dejarlo en una forma decente.
No lo admitiría en voz alta, pero se sentía un poco agradecida de que Jack estuviera allí. Con todo y su actitud irritante, había sido de ayuda e incluso se estaba encargando de los gastos inesperados.
Poppy se recostó contra el sillón, bebiendo su gaseosa con un sorbete. Mientras tanto, observó a Jack, que paseaba de un lado a otro de la habitación mientras hablaba por su celular.
Era la primera vez que Poppy lo escuchaba hablar con alguien en todo el viaje. Había pensado que estaba ignorando todas las llamadas. Sin embargo, el hombre al otro lado del teléfono, Larry, debía de ser lo suficientemente importante para que Jack hubiera dejado de escapar.
No quería ser entrometida, pero no pudo evitar escuchar ciertas palabras de la conversación: escándalo, suspendido, campeonato, Fórmula 1, prensa, Madison, contratos, marcas y un par de insultos. Por la expresión de Jack, podía intuir que no estaba feliz y, al parecer, él mismo tenía la culpa.
Poppy no quiso seguir escuchando, así que se distrajo. Ahora que su inexplicable impulso de tocarlo había dado paso a simple curiosidad, se permitió estudiar su tatuaje. Estaba admirando su tinta y no su abdomen marcado, por supuesto. Pero no es que hubiera algo malo con su cuerpo. Al contrario, él era muy... atlético, pero Poppy no estaba ni cerca de aceptarlo en voz alta y agrandar su ego; ya había quedado más que claro que él tenía una necesidad de atención. Por eso prefería espiar su tatuaje a escondidas. Y sí que valía la pena. Era un resplandeciente árbol de cerezo con brotes florecidos, ramas entrelazadas y pétalos flotando a su alrededor. El diseño era muy detallado, de colores vibrantes y abarcaba casi todo su pecho y la cima de su hombro.
No podía imaginar cuánto tiempo debió de tardar el artista en aquella pieza.
Poppy aún recordaba cómo un episodio de su característica impulsividad la había llevado a aquel estudio de tatuaje, el momento en que vio el boceto que su tatuadora diseñó siguiendo su idea, y cuánto había dolido mientras le tatuaba la rama de cerezo a lo largo de la columna, y luego las pequeñas flores y pétalos rosas alrededor de sus pechos, sus costillas y su vientre. Sin embargo, Poppy no se arrepentía de nada. Había dejado de disculparse por lo que quería hacía mucho tiempo. Además, su significado era importante para ella. En China, el cerezo está relacionado con el amor, la belleza, la sexualidad y el poder femenino, mientras que, en Japón, simboliza un nuevo comienzo, un renacimiento y la naturaleza efímera de la existencia humana.
Las flores en su piel marcaban ese nuevo renacimiento y su propia fuerza y poder.
—¿Si voy a seguir suspendido para qué me llamas?
Poppy dio un respingo ante el tono enojado de Jack, apartó la mirada de su pecho y terminó su soda de un sorbo.
—Sabes muy bien que algunas marcas ya no quieren tener nada que ver conmigo porque me sacaste del equipo. Arreglaré eso pronto.
«Así que algunos chismes sí son ciertos...», pensó Poppy.
Ambos hombres discutieron por un rato y Poppy pretendió ver la televisión, aunque el ambiente se sentía tenso.
—Estoy camino a Melrose —concluyó Jack con frialdad—. No, no voy a meterme en más problemas.
Hubo un par de frases más y luego Jack colgó. Permaneció de pie en medio de la habitación, con los hombros rígidos y la mente perdida en pensamientos que Poppy no podía conocer. Se restregó el rostro con los dedos y se alborotó los rizos cortos.
Poppy se preocupó. Fue un sentimiento instintivo que no pudo evitar, aunque no era asunto de ella.
—¿Todo está bien?
Jack la miró sobre su hombro y sus ojos se encontraron en silencio por un par de latidos. Al final, él asintió y su expresión se relajó un ápice.
—¿Ya te vas a dormir? —Jack cambió de tema y Poppy decidió seguirle la corriente.
—Sí, ha sido un día largo —dijo, estirándose y ahogando un bostezo.
Jack caminó hacia la cama, se recostó contra las almohadas y apagó la luz de la mesita de noche, dejando la habitación en penumbras. La luz de la luna se filtraba a través de las finas cortinas, bañando la alcoba de un suave resplandor grisáceo.
—¿Estás segura de que no quieres dormir en la cama?
Poppy negó y echó la lata de soda en la basura.
—Podría mantenerte caliente —añadió él sugestivamente.
Y ahí estaba de nuevo su versión que no podía tomarse nada en serio y solo parecía capaz de coquetear con ella para molestarla.
—No eres tan afortunado —soltó, refugiándose en las sábanas que había tendido en el sillón.
Jack rio en voz alta.
—Tú no eres tan afortunada.
Poppy frunció el ceño ante su descaro. Desde la cama, Jack le guiñó un ojo y ella quiso golpear su sonrisa arrogante.
—Para tu información, no eres mi tipo —declaró, aunque sabía que solo estaba incitándolo.
—¿Es lo que dices para dormir?
Ella apretó los dientes. «¡Qué insufrible!»
—No pienso seguir con esta conversación —espetó Poppy.
—¿Por qué no? —la provocó—. ¿La verdad duele?
Poppy debió detenerse allí, ignorarlo y acostarse a dormir, pero la enfurecía con sus comentarios pretenciosos y ridículos. Además, le parecía justo que alguien explotara su burbuja de arrogancia, ya era tiempo. Y como ella estaba allí y tenía tiempo libre, iba a hacerlo en nombre del resto de mujeres que no tenían un crush por él y que seguramente lo encontrarían irritante.
—Quizá te rompa el corazón saber que no todas las mujeres te desean —sentenció con un atisbo de sonrisa.
Jack reaccionó con una sonrisa taimada, como si encontrará todo el asunto entretenido.
—Soy el tipo de todas las mujeres —enfatizó.
—¿Es lo que dices para dormir? —contraatacó ella usando su misma pregunta.
A pesar de la penumbra, Poppy divisó una nueva sonrisa presumida en sus labios. Al parecer nada podía desinflar su ego.
—Duérmete —musitó Poppy, dando golpecitos en su almohada. Casi podía pretender que era la cabeza de Jack.
Por su lado, Jack permaneció en silencio por un largo rato y Poppy creyó que se había librado de él.
—¿Cuál es tu tipo de hombre? —soltó de repente.
Poppy abrió los ojos y miró hacia su lugar en la cama. Le extrañó que Jack estuviera tan hablador esa noche. O que estuviera interesado en ella.
—¿O quizá tu tipo de mujer? —añadió él, rascándose la barbilla.
Ella irguió una ceja.
—¡Qué tolerante! —repuso con una media sonrisa—. Al parecer también tienes buenas cualidades. Lo añadiré a la lista —bromeó. Después emitió un lento suspiro—. Lamento decepcionarte, pero no tengo un tipo de hombre.
Jack bufó.
—No te creo.
Poppy fingió dormir. Era más fácil pretender eso a explicar por qué estaba mintiendo o lo desinteresada que era su perspectiva actual del amor. Sin embargo, otra característica de Jackson Foster era ser insistente.
—Es el clásico príncipe, heroico y compasivo, sin malos hábitos, con modales perfectos y que arriesga su vida para rescatar animalitos de incendios, ¿verdad?
Poppy mantuvo su silencio, pero su corazón se aceleró. Jack soltó una risita que no era burlona; más bien, era la certeza de que su silencio había respondido por ella.
—¿Sabes qué es lo malo con tipos así? —siguió diciendo él muy tranquilo—. Que nunca puedes estar segura de si esconden algún tipo de oscuridad bajo esa máscara de héroe perfecto. Conocí a muchos idiotas así durante el colegio y la universidad.
Poppy tragó con fuerza. De alguna manera, estuviera burlándose o no de ella, sus palabras eran ciertas. La verdad es que el hombre que Jack describía sí era su tipo ideal. Más allá de cómo luciera, un alma compasiva, vulnerable, sencilla y honesta hacía a Poppy suspirar.
Y Jack también tenía razón a medias cuando hablaba de las facetas ocultas. Poppy estaba convencida de que debían de existir hombres buenos que no vivían bajo máscaras, cuyos corazones eran realmente puros. Pero también sabía que había hombres así, héroes perfectos, que vivían pretendiendo. Poppy lo había presenciado con sus ojos, había vivido esa cara oculta.
—¿Sales con alguien así? —curioseó Jack.
Ella reaccionó. Esa sí era una pregunta fácil.
—No salgo con nadie —respondió Poppy con aparente desinterés y utilizó el discurso que había preparado para eventos sociales o para acallar a los chismosos—: No tengo tiempo para las relaciones porque...
—Estás concentrada en ti y en el refugio —terminó por ella.
Sus miradas se encontraron. Poppy hizo una mueca y Jack enarcó una ceja. Fue un duelo silencioso de miradas hasta que él decidió ir un paso más allá.
—Te rompió el corazón, ¿no? —supuso, y Poppy se preguntó cómo podía intuir tantas cosas sobre ella—. Tu perfecto y valiente príncipe.
Poppy se agitó en el sillón y desvió el rostro. Volvió a quedar tendida sobre su espalda, mirando el techo que proyectaba luces y sombras. Una de sus manos rozó su pecho y sintió su corazón agitado ante el recuerdo que provocó su declaración. En esos breves latidos, no intentó escapar de sus pensamientos, pero tampoco dejó que la consumieran. Ya había aprendido a lidiar con el pasado. Después de todo, habían transcurrido siete años desde que su corazón se rompió.
¡Ella había sido tan joven, tan inocente y había estado tan ilusionada! Tenía apenas veinte años. La realidad de perder no solo a su alma gemela, sino a su mejor amigo, había marcado su vida de formas inimaginables.
Si, había sido doloroso. Pero había sido aún más doloroso darse cuenta de que se había perdido a sí misma. Su corazón roto la había vuelto tan fría e insensible y la había llevado a hacer cosas de las que aún se arrepentía. Era doloroso y le causaba miedo pensar en el pasado, no por aquel que se había marchado, sino por ella.
Él había roto su corazón, pero ella, luego de una batalla consigo misma, había conseguido repararlo. No era perfecto y todavía había pedazos rotos que dolían, pero era solo suyo y la hacía una mejor persona. Poppy estaba convencida de que ella, con su corazón a medias, era más que suficiente.
—Tener el corazón roto era algo que estaba destinado a suceder —admitió en voz baja, aunque sabía que Jack estaba escuchando—. Dolió mucho y tuve miedo, pero luego entendí que aprender a vivir con el corazón roto es un acto de valentía.
—¿Vivir con un corazón roto? —inquirió Jack. La expresión en su rostro era pensativa.
Poppy asintió.
—Tengo la teoría de que todos vivimos con un corazón roto luego de una pérdida, una ruptura amorosa o una situación traumática. Y creo que no hay nada malo en eso mientras no nos perdamos a nosotros mismos.
Ambos guardaron silencio, estaban concentrados en sus propios pensamientos. Poppy fue la primera en reaccionar y continuó la conversación; pero, esta vez, se permitió ser un poco curiosa también.
—¿Qué hay de ti?
Jack la miró.
—No, a mí no me ha roto el corazón un príncipe —bromeó.
Poppy sonrió.
—Fred dijo que no tenías novia, pero... ¿Estás viendo a alguien?
—Apuesto que mueres por saberlo.
Poppy puso los ojos en blanco, comprendiendo que la conversación con su lado más serio había acabado.
—No respondas. Es obvio que, si salieras con alguien, yo no estaría aquí.
—Si saliera con alguien y estuviera aquí, no estaríamos platicando en este momento —insinuó él con una mirada seductora.
Poppy bufó, ligeramente sonrojada, y Jack se rio en su cara.
—Buenas noches. —Se cubrió con las sábanas.
Jack permaneció callado. Y Poppy pudo contar los segundos antes de...
—Poppy...
Ella fingió dormir. De nuevo.
—Poppy. Poppy —insistió—. Poppy. ¡¡Poppy!!
Abrió los ojos.
—¿Y ahora qué quieres? —dijo hastiada, sentándose de un tirón.
—Ven a la cama.
Poppy creyó que había escuchado mal, pero Jack la miraba desde su lugar, con una expresión inofensiva. Despacio, Poppy irguió una ceja e intentó descifrar qué estaba tramando. Sin embargo, unos segundos después, desistió. Se sentía muy cansada para seguir con sus juegos.
—Duérmete.
Él no obedeció.
—¿Qué diría tu tipo de hombre? —continuó—. ¿«Ven a la cama, prometo no hacerte nada»?
—Jack...
—No voy a decir eso —sentenció como si fuera algo estúpido—. Al contrario, prometo no hacer nada porque sabes mis debilidades y me da miedo que las uses en mi contra.
—¡Es cierto! —Poppy lo apuntó con un dedo—. Puedo tener mi disfraz de payaso guardado en la maleta.
—¿Lo tienes? —Jack pretendió sonar relajado, pero su rostro no mentía.
Ella quiso reírse, pero se mordió los labios.
—Apuesto que mueres por saberlo —respondió satisfecha.
Se levantó del sillón y suspiró. Rendida, tomó su almohada y sus sábanas y se hizo un ovillo en el lado libre de la cama. La verdad era que sí era más cómoda que en el sillón, pero no pensaba admitirlo.
Se permitió sacar solo una porción del rostro de su nido de sábanas y miró a Jack. Él también la observaba, acostado de lado, con un brazo doblado bajo la cabeza y los ojos brillantes y un poco divertidos.
—Infantil —murmuró él.
—Engreído.
Cuando Jack intentó acercar su rostro al suyo, Poppy se escondió entre las sábanas.
—Sé que en secreto me deseas —dijo él con tono presumido.
Poppy sonrió.
—Deseo empujarte por un risco.
Él también rio y Poppy se preguntó cuánto tiempo duraría esa tregua antes de que volvieran a discutir.
No lo diría en voz alta, pero casi se estaba acostumbrando a estar así con él. A su juego de insinuaciones sensuales, a sus comentarios arrogantes y a las conversaciones secretas y profundas que quizás dos desconocidos no deberían tener. Sin embargo, era soportable, y tal vez ese trabajo no sería tan difícil como ella había imaginado. Quizá sería bueno y le permitía salvar no solo a los animales sino la felicidad del equipo.
Poppy cerró los ojos, dejándose arrullar por el compás suave de su propia respiración.
El viaje de Catterick hasta Melrose no tuvo inconvenientes. Bueno, eso si no contaba las quejas de Jack sobre sus preferencias musicales.
Por suerte, el Beetle había podido ser reparado y ambos dejaron el pueblo luego del almuerzo. Dos horas y media después, Poppy enfiló hacia la calle principal de la localidad de Melrose. Sin embargo, su armonioso viaje se vio interrumpido cuando admitieron que no sabían adónde ir.
—¿Seguro que esa es la dirección? —preguntó Poppy, orillando el auto a la mitad de una calle.
—Eso dice la invitación —insistió Jack con frustración—. ¿Crees que no sé leer? ¿Por qué no utilizas el GPS?
—¡No sale nada en el GPS! —refutó irritada.
Ambos estaban a punto de seguir discutiendo cuando Poppy vio a un hombre paseando a su perro por la acera.
—Pidamos indicaciones. Y ni se te ocurra quejarte.
Jack bufó molesto, pero no evitó que ella llamara al hombre.
—Disculpe —empezó Poppy con una sonrisa, arrebatándole la invitación a Jack—, estamos buscando esta dirección. Si pudiera ayudarnos, estaría muy agradecida.
El hombre tomó la tarjeta que Poppy le extendió y la leyó en voz alta.
—¿Están buscando el castillo? —Sonrió.
—¿El castillo? —dijeron ambos al unísono, e intercambiaron una mirada confundida.
—Sí, el castillo Richmorh. Pertenece al clan Maclean desde hace varias generaciones. Está más al norte, a orillas del lago Morh. Antes de salir del pueblo, verán un puente que los conducirá directamente a las tierras del clan.
Ambos volvieron a intercambiar una breve mirada mientras el hombre continuaba dándoles indicaciones. Poppy le agradeció y condujo el Beetle hacia la salida del pueblo, donde encontraron un puente angosto. Avanzaron y avanzaron a través de los árboles hasta que el camino desembocó en una planicie de espectacular belleza natural.
Poppy detuvo el Beetle a la mitad de un sendero y se inclinó sobre el volante para mirar a través del parabrisas.
Ella se quedó con la boca abierta ante el paisaje frente a sus ojos. Parecía una visión sacada de un cuento encantado o una película mágica. La aspereza del paisaje de las tierras altas era como un telón de fondo para el lago, junto al cual se encontraba el castillo con un jardín frontal decorado con arbustos y flores de colores. Este estaba diseñado con formas circulares labradas en el suelo que generaban múltiples senderos hacia la edificación de piedra.
Ella soltó una exclamación, maravillada; él murmuró una maldición.
—¿Cómo es que no sabías que la boda sería en un castillo? —le preguntó, un poco molesta de que él se hubiera reservado aquel detalle.
¡Era un castillo como en los cuentos! ¡Iba a visitar un castillo de verdad!
A su lado, Jack refunfuñó y se cruzó de brazos.
—Me dijeron que Bram era profesor de Historia —se quejó—. ¿Cómo diablos podía imaginar que pertenece a un clan real de Escocia?
Poppy ignoró su malhumor y sonrió. Sentía su cuerpo vibrar de emoción. Ahora sí estaba convencida de que ese trabajo sería toda una aventura.
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