Capítulo 12
Estaba lloviendo a cántaros cuando la grúa dejó a Jack y a Poppy frente a uno de los hoteles que estaban en el pueblo de Catterick. La pequeña parroquia había sido el punto más cercano para pedir ayuda luego de quedar varados a mitad de la carretera.
Pero ese no había sido el único de sus males.
Luego la lluvia había regresado y Poppy había insistido en que debían cubrir el Beetle con un protector para que el motor no se estropeara aún más por el agua, así que prácticamente había obligado a Jack a correr bajo la lluvia para salvar un auto que detestaba. Y luego lo había hecho esperar a la grúa bajo el aguacero con su chaqueta de cuero favorita y unas botas de edición limitada que debían de costar el doble que su —citando las palabras de él— viejo Beetle.
Cuando el mecánico apareció, los había encontrado empapados hasta los huesos y en medio de una acalorada discusión. Jack insistía en que era su culpa y Poppy en que todo había salido mal por su pesimismo. Pero, a pesar de que ninguno iba a aceptar la culpa, el resultado seguía siendo el mismo: no podrían dejar Catterick hasta la mañana siguiente, cuando el Beetle fuera revivido.
«¡Mi pobre bebé!», se lamentó Poppy.
Solo esperaba que tuviera solución y no fuera muy costoso repararlo.
Se mordió el interior de la mejilla y miró a Jack, que insistía en ignorarla.
Escondidos bajo una pequeña glorieta de madera, Poppy escrutó la fachada del hotel, que estaba formada por paredes de ladrillo, dos chimeneas antiguas y ventanas frontales con marcos blancos. Un estilo muy campestre.
Poppy tomó su bolso de equipaje y corrió hacia la entrada. Jack la siguió con parsimonia. Al parecer, ya nada le importaba, como si no hubiera nada más que la lluvia pudiera arruinar además de su ropa, sus botas y su peinado. Su expresión malhumorada casi la hizo sonreír, pero lo pensó mejor y se mordió los labios en un gesto involuntario.
Su mirada se deslizó por la instancia.
El interior del hotel era igual de rústico que el exterior. Había un restaurante y un bar en la planta baja junto a una sala de espera. Mientras, en la pequeña recepción, detrás de un escritorio de madera desgastada, un hombre anciano estaba dormido en una mecedora envejecida.
Jack se acercó al escritorio y tocó varias veces la campanilla que reposaba sobre este. Ante el sonido estridente, el anciano dio un respingo y se sentó erguido al tiempo que tiraba al suelo la boina que había estado descansando sobre su barriga. Al verlos, esbozó una sonrisa, todavía soñoliento, antes de inclinarse a recoger su sombrero escocés.
—Bienvenidos al Catterick Inn. Aquí, Grant Kenrick —dijo en medio de un gran bostezo y con un acento originario de las Tierras Altas—. ¿Buscan una habitación?
Poppy estuvo a punto de hablar, pero Jack musitó con aspereza:
—Yo me encargaré. Ya has hecho suficiente.
Ella le lanzó una mirada de reproche e hizo una mueca, molesta, pero guardó silencio. De nada le serviría empezar otra discusión cuando se sentía cansada y su ropa parecía pesar una tonelada, adhiriéndose a su piel.
Jack giró hacia el anciano, quien ahora parecía más interesado en encender una pipa para fumar.
—Señor Grant, venimos de Londres y nuestro auto se averió en la carretera, bajo la lluvia —comentó Jack con calma—. Pretendíamos viajar a Melrose, pero tendremos que pasar la noche aquí. El dueño del taller dijo que era el único hotel con habitaciones disponibles.
—Oh, sí, los demás están llenos hace meses. —Grant se colocó la boina—. Catterick es una parroquia civil y sirve de asentamiento para el ejército. Los hoteles suelen estar a reventar por las visitas de los familiares de los soldados o los turistas que viajan a Edimburgo.
Jack pestañeó confundido ante la información irrelevante, pero se esforzó en reivindicar la conversación.
—Claro, todo es muy interesante —comentó. Poppy apostaría que tenía cero interés—. Entonces ¿sí tienen habitaciones libres?
Grant Kenrick asintió y dio una calada a su pipa.
—Recuerdo cuando el asentamiento fue construido en 1915. De pronto, el pueblo se llenó de militares y se volvió famoso después de eso —relató mientras fumaba—. No muchos lo saben, pero es la guarnición más grande del ejército británico y tiene varios cuarteles que sirven como Centro de Entrenamiento de Infantería. Hay más habitantes en los cuarteles que en el pueblo, pero la economía mejoró, así que qué bueno para nosotros.
Jack dejó de escucharlo e intercambió una mirada exasperada con Poppy, quien irguió una ceja muy despacio.
—Señor Kenrick... —Jack se aclaró la garganta.
—Y también somos conocidos por nuestro festival de pie de calabaza —agregó con una sonrisa—. Es el más cremoso de todo el Reino Unido.
Poppy quiso reírse. Encontraba eso de lo más divertido mientras que Jack parecía estar a punto de perder la paciencia.
—Grant... —Jack intentó de nuevo, soltando el aliento despacio. Su tono apenas delataba impaciencia—. Sobre las habitaciones...
—Oh... ¡Ya lo recuerdo! ¡Te he visto antes, en la televisión! —exclamó el anciano de pronto, levantando su boina y apuntando a Jack con su pipa.
Su declaración fue súbita, pero llamó la atención de Jack. De repente, parecía que su malhumor se había evaporado. A su lado, Poppy se inquietó y dio un paso al frente para intervenir.
—Señor Kendrick...
—Poppy, deja que el hombre hable con libertad —intervino Jack con una expresión pretenciosa. Poppy quiso borrarla de su cara.
—Te recuerdo. ¡Eres famoso!
Jack asintió, complacido. Sus ojos brillaban como los de un gato arrogante.
—Eres el tipo que da el clima en las noticias, ¿verdad? —soltó Grant emocionado—. Te ves más alto y delgado que en la televisión —agregó, haciendo un barrido visual por su figura.
A Poppy se le escapó una risa, no pudo evitarlo al ver el rostro de Jack. Nunca había visto un ego apagarse tan rápido como el suyo.
—¡No soy el tipo del clima! ¡Soy Jackson Foster! —se quejó ofendido—. ¡El campeón de la Fórmula 1!
—¡Oh, Fórmula 1...! —Los ojos del anciano se iluminaron—. Cuando era joven, las carreras se llevaban a cabo en la calle y la gente podía verlas por las ventanas.
Jack murmuró una maldición entre dientes.
—Oiga, ya es suficiente con la clase de historia —masculló con malhumor—. ¿Va o no a darnos una habitación?
—¡Cierto! —Levantó su pipa—. Están aquí por una habitación...
Jack parecía querer tirar de sus cabellos y empezar a gritar.
Aunque era idiota e irritante, Poppy no veía a Jack como un hombre propenso a la violencia; pero, considerando esa ridícula conversación cíclica, debía sentirse orgulloso de no haber perdido el control. Pero no parecía faltarle mucho. Por eso, antes de que se quedaran sin lugar para dormir, Poppy decidió intervenir.
Diez minutos después, finalmente obtuvieron una habitación.
Jack siguió a Poppy por un pasillo angosto del segundo piso mientras sus ojos escaneaban las paredes recubiertas con diferentes diseños del papel tapiz que estaba un poco desgastado.
—Igual que el Ritz —murmuró él entre dientes.
Poppy buscó la habitación con el número que marcaba el círculo en su llave y abrió la puerta. Ambos se detuvieron en la entrada y contemplaron la alcoba.
El tema principal parecía ser: blanco y negro. Las paredes eran blancas, con ciertas secciones de papel tapiz negro con flores blancas. El piso estaba alfombrado de negro mientras todo el mobiliario de aspecto rústico era blanco. Las cortinas, las sábanas, las lámparas, los cojines y demás accesorios eran igual que el tapiz: negro con estampado de flores blancas.
No era tan terrible como Jack insistía en quejarse. Era una habitación sencilla pero amplia, y estaba limpia.
Solo había un problema...
—Es una habitación simple —mencionó Jack mientras inspeccionaba el cobertor floreado de la única cama.
—¿Y qué? —preguntó Poppy—. Si fuera por ti, seguiríamos en la recepción escuchando cómo se libró la Batalla de Catraeth alrededor del año 600 d. C —bromeó—. O podrías estar haciendo una demostración de cómo es ser el chico del clima.
—Muy graciosa —replicó con sarcasmo.
Jack le lanzó una mirada poco divertida, a lo que Poppy respondió con una sonrisa burlona.
—Si quieres quejarte, te esperaré aquí —continuó ella, entrando en la alcoba.
Él entrecerró sus ojos.
—No trates de engañarme —advirtió—. Sé lo que tratas de hacer.
Poppy lo miró sobre su hombro, sin inmutarse.
—Lo que quiero hacer no es legal.
Jack ignoró su comentario, se cruzó de brazos y añadió con seriedad:
—Si me voy, te robarás la cama.
Ella separó los labios, pero él no la dejó defenderse:
—Y si crees que esto será como en las películas, donde el chico cede la cama a la chica y duerme en el suelo o en el sillón porque es un caballero, pues déjame decirte que este no es el caso. Yo dormiré en la cama.
Su asombro duró apenas unos segundos, en los que Poppy solo atinó a mirarlo con desdén.
—No esperaba menos de ti —dijo con acritud, y puso los ojos en blanco.
Jack siguió mirándola y un costado de sus labios se levantó con arrogancia.
—Aunque, si quieres compartirla, no me opondría.
Poppy sabía que estaba burlándose de ella. Por eso fingió indiferencia y caminó hacia el sillón que estaba en una esquina de la habitación.
—El sillón será menos molesto.
Jack no replicó, pero el brillo provocador en su mirada no se apagó. Así que Poppy continuó ignorándolo, incluso cuando empezó a desvestirse frente a ella. Primero se desprendió de la chaqueta y luego del abrigo de cuello alto.
Poppy apartó la mirada, dándole un poco de privacidad, y a él no se le escapó el gesto.
—No me digas que ofendo tu susceptibilidad al sacarme la ropa mojada.
—No me importa, si a ti no te importa —respondió ella, sin inmutarse.
—A mí no me importa. Al contrario, siempre me he sentido natural con la desnudez, sobre todo en compañía de mujeres —dijo con tono sugestivo—. Sin embargo, es la primera vez que estoy semidesnudo frente a ti y no quería causarte un shock o provocar que quedaras prendada de mí. A varias mujeres les ha sucedido durante mis sesiones fotográficas, en filmaciones de comerciales, en el entrenamiento....
Esta vez, Poppy no supo si estaba burlándose de ella o no. Parecía tan convencido de sus palabras que no parecía notar lo ridículo que sonaba.
—Agregaré «pretencioso» a tu lista de cualidades —murmuró, de espaldas a él, revolviendo el contenido de su maleta.
Hubo un minuto de silencio durante el cual Poppy no dejó de sentir que su mirada estaba deslizándose sobre ella. De nuevo ella apenas se inmutó. Al contrario, sacó un par de prendas de su equipaje y caminó al pequeño cuarto de baño.
—Me ducharé primero —anunció.
El baño era modesto, pero estaba limpio y ordenado.
Poppy se desprendió de la ropa mojada y tomó una ducha con calma. Luego se vistió con una vieja camiseta estampada con un ratón durmiente y unos shorts con pequeños arcoíris. Su camiseta era tres tallas más grande y tan larga que casi cubría sus pantaloncillos cortos.
Le gustaba usar ropa holgada y cómoda, tanto para el trabajo como en el refugio. Incluso en sus escasas salidas sociales. Quizás en el pasado había tenido la necesidad de vestirse con estilo, pero en los últimos años había perdido su interés por la moda.
Tía Kirsten solía quejarse por eso alegando que ella tenía una buena figura; era delgada, con curvas ligeras y piernas muy muy largas. La silueta clásica de una bailarina de ballet, que luciría más estilizada y elegante si vistiera ropa de su talla.
Poppy se lavó la cara e inspeccionó su reflejo en el espejo. El golpe en su mejilla por el altercado con Dan Morton se había vuelto un moretón que ya estaba desapareciendo. Hana le había dado un ungüento coreano que casi había hecho un milagro en su piel. Aunque no se había salvado del estallido de su mejor amiga al día siguiente cuando Poppy había admitido todo lo ocurrido.
Una sonrisa estiró sus labios. A Poppy no le había molestado el malhumor de su mejor amiga, se lo tenía merecido. Además, sabía que era la forma de Hana de demostrar su preocupación. Al menos ambas habían coincidido en no decirles ni a Laurie, ni a Adam y los demás lo que había ocurrido con Morton. Así, no se sentirían preocupados o culpables.
Poppy regresó a la habitación y encontró a Jack recostado en la cama. Desde allí, la observó mientras ella buscaba unas frazadas para transformar el sillón en una cama decente.
—¿De qué es tu tatuaje?
Su pregunta la tomó desprevenida. Sin percatarse, Poppy se había inclinado sobre el sillón y su camiseta se había levantado, descubriendo una pequeña porción de la piel de su espalda. La misma que él no dejaba de mirar con curiosidad.
Poppy se irguió y lo miró sobre su hombro.
—Si esa es una táctica para que me saque la camiseta, no va a funcionar.
Jack esbozó una sonrisa de lado y se sentó.
—No necesito una táctica para que te saques la camiseta —afirmó con voz profunda pero suave.
Poppy le sostuvo la mirada.
Ahora entendía por qué las mujeres parecían tener un crush con él: definitivamente era un seductor a otro nivel. No solo sabía qué decir, sino que sabía cómo decirlo; además de saber usar su apariencia a su favor, sobre todo su mirada. Aquel par de ojos azul topacio rodeados de largas pestañas eran cautivadores, sin importar si estaban brillantes o oscuros. Eran simplemente hermosos.
Tal vez por eso respondió a su curiosidad.
—Son flores de cerezo. Estoy segura de que sabes qué significan.
Jack asintió y Poppy trazó con su mirada el gran árbol de cerezo que tenía tatuado sobre el pecho y que se extendía hacia su hombro izquierdo.
—Qué coincidencia —susurró él, recuperándose del asombro.
Poppy también lo creía. Y tal vez esa era la verdadera razón por la que evitaba mirarlo sin camisa. Porque, aunque no lo comprendía, sentía el impulso inesperado de ver su tatuaje más de cerca, de tocarlo con la punta de sus dedos y de comprobar si era tan extraordinario como parecía.
Sin embargo, ahogó sus pensamientos y le dio la espalda, pretendiendo que no era importante.
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