Capítulo 11

Poppy había pensado que su peculiar relación con Jackson Foster mejoraría luego de aquella noche imprevista en la comisaría. Sin embargo, había sido muy ingenua porque lo único que quería en ese momento era golpear la cabeza de Jack con otra pelota de béisbol.

—El número que marcó no está disponible.

Ahogó una maldición y guardó su celular en el bolsillo.

¿Cómo iba a avisarle que había llegado si no contestaba su celular? ¿Por qué volvía a hacerle eso?

Resopló y se repitió lo mismo que llevaba diciéndose hacía una semana: que era una idiota por aceptar aquel trato descabellado con Jack. En lugar de mantenerse alejada como había decidido, había caído directo en su trampa.

Había sido una locura y se había dejado llevar por la desesperación. Sin embargo, su propuesta había sido muy tentadora y realmente podía ayudarla a salvar el refugio. El dinero de ese trabajo sería un plan B por si algo salía mal.

Ella no estaba del todo de acuerdo en comprar la propiedad, pero había quedado claro que Morton no haría válido el acuerdo de su padre. No tenían más opción que pagar el precio que la inmobiliaria había pedido. Por eso todos en el refugio, tanto colaboradores como voluntarios, estaban esforzándose por recaudar suficiente dinero.

A pesar de la protesta, no habían conseguido atraer la atención suficiente de los medios. Poppy estaba segura de que Dan Morton era el responsable. Era un hombre despreciable y, luego de su ataque y encarcelamiento injustificado, se había jurado a sí misma que salvaría el refugio a cualquier precio. No dejaría que él ganara.

Incluso si eso significaba estar a las órdenes de Jackson Foster.

Poppy bajó del Beetle y analizó con ojo crítico el edificio de estilo georgiano en esa exclusiva calle de Mayfair.

Jack le había compartido su dirección hacía dos días, luego de acorralarla durante su turno de trabajo en el gimnasio e informarle —sí, esa era la palabra que había usado— que tendría el honor de llevarlo a Melrose para la boda.

Poppy había pensado viajar en absoluta paz, con la única compañía de sus CD cargados con música de los 70. Nunca había estado en Escocia, así que la verdad es que sí se había emocionado un poco con la idea.

Hasta que Jack se había colado en su aventura por la carretera.

La boda sería el sábado, pero él había asegurado que debían llegar dos días antes. ¿Por qué? Pues no había querido explicarle.

Eso llevaba a Poppy a lo que debía haber sido una alegre mañana de miércoles, sino fuera por el hecho de que tenía que trabajar para Jackson Foster. Y él, como el idiota que era, volvía a ignorar sus llamadas.

Si estaba haciéndole perder el tiempo por estar borracho en algún bar o escondido en su departamento con resaca y con alguna mujer, ella iba a...

—Disculpe...

Poppy se asustó ante la inesperada voz. Giró el rostro y se encontró con la mirada amable de un hombre mayor. Era moreno, canoso y vestía lo que parecía ser un uniforme muy elegante de colores dorados y azules.

—Bienvenida a Mayfair Hills —continuó con alegría—. Mi nombre es Fred, el portero del edificio. ¿Puedo ayudarla en algo, señorita... ?

—Sinclair —respondió Poppy de inmediato, correspondiendo a su sonrisa—. Estoy buscando a Jackson Foster.

La expresión del hombre cambió: se volvió brillante y suspicaz. De pronto, parecía muy interesado en ella.

—¿Acaso le gusta el joven Foster? —inquirió, levantando una ceja.

Poppy abrió y cerró la boca varias veces. No solo estaba sorprendida por su pregunta, sino porque no era la primera vez que la escuchaba. Hana, su tía Kirsten y Laurie habían expuesto la misma incógnita cuando Poppy les había contado sobre Jack, sobre su personalidad irritante y cómo la hacía enojar en cada encuentro. Poppy había garantizado que no se soportaban y que su único interés en él era obtener el dinero de su oferta de trabajo.

Poppy estaba muy segura de eso.

—No —respondió al final, al igual que lo había hecho en ocasiones pasadas.

—¡Oh, que lástima! —Sonó desilusionado—. Porque el joven Foster no tiene novia. Es un buen partido cuando pasa por alto un par de cosas. Sé que puede ser un dolor de cabeza, pero es un buen chico. Y muy guapo. Ustedes harían una linda pareja —concluyó con un guiño.

Poppy se rio, no pudo evitarlo. Era un poco gracioso que ese hombre gentil, que apenas conocía, estuviera abogando por Jack.

—Solo estoy haciendo un trabajo para él —aseguró.

Fred la animó a entrar en el vestíbulo del edificio y Poppy se distrajo un momento observando la opulencia del lugar: había pisos resplandecientes de mármol, columnas talladas de porcelana, una amplia escalera de caracol y una gran lámpara de luz en el centro de un techo abovedado. Era la clásica estancia lujosa que solo se ve en las películas y los hoteles más prestigiosos.

—Puede sentarse a esperar si desea. —Fred la instó a ir hacia un área de elegantes sillones—. ¿Desea un café o un té?

Poppy se sentía encantada con su amabilidad, pero no quería ser una molestia. Además, tenía una misión: encontrar a Jackson Foster.

—Estoy bien. Gracias —afirmó con una sonrisa tímida—. Como le decía, estoy buscando a Jack. Se supone que nos encontraríamos aquí, pero no responde su celular.

—Oh, sí, es que el joven Foster no está.

Poppy lo miró con los ojos agrandados mientras se acercaba al escritorio donde Fred estaba doblando varios periódicos.

—¿No está? —repitió incrédula.

Fred asintió, sin inmutarse.

—Todos los días sale a...

—¡Sabía que estaba jugando conmigo! —interrumpió Poppy al pobre hombre, soltando todo su enojo—. ¡Y yo que pensaba que nuestra relación estaba mejorando...! Pero no... ¡No! Sé que hace esto para fastidiarme, y es una falta de respeto. ¿Qué podía esperar de un idiota, grosero, arrogante y...?

—Espero que no estés hablando de mí.

Poppy dio un respingo al oír la voz detrás de ella. No había escuchado la puerta abrirse ni sus pasos, pero Jack estaba allí, muy cerca. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa ladeada en los labios. Su rostro estaba ligeramente ruborizado y vestía ropa deportiva de color oscuro.

—No respondías tu celular —lo acusó mientras retrocedía un par de pasos.

—No suelo llevar mi celular mientras corro.

Poppy frunció el ceño.

—¡Pero quedamos a las ocho! —refutó.

Jack se encogió de hombros.

—Perdí la noción del tiempo —dijo, secando una ligera capa de sudor de su frente con la manga de su buzo—. Espera aquí mientras me ducho y me cambio.

—Me iré sin ti —masculló molesta.

—Infantil —murmuró Jack.

—¡Cínico! —replicó Poppy—. ¡Cínico e impuntual!

—¿Seguro que no están saliendo? —intervino Fred, quien hasta ese momento había estado muy entretenido escuchando su discusión—. Detecto cierta tensión...

—¡Oh, por supuesto que no! —se quejó Poppy.

—Fred, no hables con ella —musitó Jack, mirando al hombre con aspecto recriminatorio—. Arroja bolas de béisbol a la gente intencionalmente y tiene un disfraz siniestro de payaso.

Poppy también se volvió hacia Fred y negó con la cabeza.

—Se lo merecía —repuso con su expresión más inocente—. Lo prometo.

Fred asintió con una mirada cargada de comprensión.

—Sé que debe haber tenido una razón muy válida.

Poppy esbozó una sonrisa y Jack se alejó refunfuñando algo sobre la poca lealtad de los porteros. Ella lo dejó ir. Si continuaban discutiendo no llegarían a ningún lado y el viaje hasta Melrose era largo.

Al final, Fred insistió en prepararle una taza de té de menta, que Poppy bebió despacio desde el que debía de ser el sillón más cómodo en el que se había sentado en su vida.

Media hora más tarde, Jackson Foster apareció de nuevo en el vestíbulo. Se había cambiado su atuendo deportivo por unos jeans, un suéter de cuello alto y su clásica chaqueta de cuero. Llevaba consigo una maleta de ruedas, la cual Poppy estaba segura de que debía costar más de lo que ella ganaba en un año.

Poppy salió del edificio y esperó junto al Beetle. Cuando Jack vio su auto, su expresión se transformó.

—¿Quieres que viaje en ese carro viejo?

Poppy soltó una exclamación ofendida. Era cierto que su auto había tenido mejores días y, definitivamente esos días no habían sido a su lado porque cuando compró el carro ya era de segunda mano. Sin embargo, Poppy le tenía mucho aprecio. Había sido su primer auto y lo había comprado con su propio dinero antes de empezar la universidad.

—No es viejo —se quejó, acariciando la pintura solo un poco desgastada de su Beetle rojo—. Es... vintage.

Jack la miró con incredulidad.

—Miéntete a ti misma, no es mi problema —dijo, y su voz sonaba tensa—, pero no sé si has olvidado mi conflicto con los espacios pequeños.

—No lo olvidé, pero es el único auto que tengo —respondió Poppy y, por un segundo, se sintió un poco avergonzada y culpable—. Dijiste que tu auto está en el taller. Si no quieres viajar conmigo, puedes contratar un conductor o alquilar un auto.

—Ya es muy tarde para eso, y no puedo arriesgarme a viajar tantas horas con un desconocido.

—Entonces viaja conmigo. Estarás bien —dijo Poppy de forma apaciguadora al detectar el tono intranquilo en su voz—. Irás en el asiento de copiloto y bajaré la ventana para ti. Puedes sacar la cabeza si lo deseas.

—¿Como si fuera un perro? —Resopló él.

Poppy sintió que su actitud comprensiva se desvanecía.

—Por supuesto que no. Un perro sería menos irritante —farfulló.

Ambos se desafiaron con la mirada hasta que Jack le dio la espalda y se acercó al portero.

—Fred, si no regreso o encuentran mi cuerpo en el fondo de un lago, ya sabes a quién acusar con la policía.

—¿Vas a subir o no? —se quejó Poppy.

Ante todo pronóstico fallido, Jack obedeció y se subió al Beetle. Poppy abrió el portaequipaje para que Fred colocara la maleta de Jack.

—Gracias, Fred —se despidió con una sonrisa—. Fue un placer.

—¡No le hables a Fred! ¡Es mi portero, no el tuyo! —dijo Jack desde el auto.

Poppy subió al Beetle, encendió el motor y tuvo que morderse los labios para no reírse al percatarse de que Jack era tan alto que su cabeza casi rozaba el techo del Beetle y sus hombros ocupaban más del espacio del asiento.

—Poppy...

Ella lo miró.

—El motor hace un ruido extraño.

Poppy prestó atención. Era cierto, había un sonido, pero el Beetle llevaba haciendo ese ruido por un tiempo y había estado bien. Quizá cuando regresaran y obtuviera el dinero de ese trabajo, podría llevarlo a un taller.

—Estará bien —aseguró, poniéndose en marcha.

—Pero...

—No vamos a cambiar de auto —sentenció Poppy, poniendo fin a la discusión.

Jack no agregó nada más. Giró el rostro hacia la ventana y contempló las calles. Poppy encendió la radio y el ambiente se llenó de música con su CD de éxitos recopilados de los 70. Si Jack se distraía con el paisaje y se mantenía en silencio, el viaje podría salir mejor de lo que Poppy había pensado.

Buena música, buen clima, silencio pacifico, Jack no actuando como una molestia...

O al menos lo fue hasta diez minutos después.

—Tengo hambre. Pasemos por un McDonald's.

—No vamos a pasar por un McDonald's. Si hacemos paradas, solo retrasaremos el viaje —dijo Poppy con tono diplomático—. Además, no soy tu chofer.

—¿Cómo que no? —inquirió Jack, girando su cuerpo hacia ella—. Vas a llevarme a Escocia y te pagaré por ser mi acompañante.

Ella resopló.

—Sí, pero eso no me hace tu chofer o tu esclava, sino una joven valiente que está intentando salvar desesperadamente un refugio de animalitos hermosos y que no tiene más opción que aceptar el trato con el villano más quejica e irritante de todos.

Jack rio con sequedad.

—Estás muy equivocada si crees que tú eres la víctima en esta situación porque soy yo quien tiene que soportar estar encerrado en este incómodo auto, hambriento y escuchando esa música de hippies.

Poppy dejó escapar una exclamación ofendida.

—¡No te metas con Fleetwood Mac! ¡Son una de las mejores bandas de rock de los 70!

—No los conozco y suenan como unos ancestros —dijo Jack con desinterés.

Su revelación no podía haberla dejado más desconcertada. Detuvo el Beetle en un semáforo y lo miró.

—¿Cómo puedes no haber escuchado de ellos? Son una banda originaria de Londres y son muy famosos.

Jack entrecerró la mirada.

—Yo también soy originario de Londres, muy famoso y tampoco habías escuchado hablar de mí.

Ella lo miró boquiabierta por unos segundos.

—¿Es que acaso todo tiene que ser sobre ti? —dijo con disgusto.

—¡Hasta que por fin lo entiendes! —espetó Jack.

Poppy se mordió la lengua. Quería responderle y luego echarlo fuera de su auto, pero se contuvo y pensó en las caritas peludas del refugio. Cada animalito bajo su protección dependía de que Jackson Foster regresara con vida de ese viaje.

—¿Y si jugamos a estar en silencio? —propuso con una sonrisa falsa.

—¿Y si mejor no lo hacemos? —la contradijo, imitando su sonrisa.

Sus ojos se desafiaron. Poppy entrecerró la mirada.

—¿Siempre eres así de egocéntrico e infantil?

—¿Siempre eres así de amargada y estresante?

Poppy apretó el volante con fuerza.

—¡¿Qué es lo que quieres?! —elevó la voz, frustrada.

—¡Que me lleves al McDonald's!

Después de una parada en el auto-Mac, otra discusión sobre sus hamburguesas favoritas y una incómoda comida que seguramente le causaría indigestión a Poppy, finalmente partieron rumbo a Melrose conduciendo por la autopista M1.

El viaje hasta la pequeña localidad de Escocia sería de casi siete horas. Poppy no estaba acostumbrada a conducir durante tanto tiempo o en la carretera, así que estaba pensando en realizar un par de paradas para poder descansar. Aunque eso lo decidiría durante el camino. Su tía le había dado un mapa de paradas y el GPS de su celular estaba haciendo un trabajo excepcional para que no acabaran perdidos.

Además, su copiloto por fin empezaba a colaborar.

Para cuando dejaron Londres, Jack estaba profundamente dormido. Había robado la almohada de viaje que tenía reservada para ella del asiento trasero y luego se había colocado unas gafas oscuras y unos audífonos antiruido antes de ignorarla.

Poppy aprovechó el silencio pacífico para disfrutar del viaje. A pesar de que las circunstancias que la habían llevado hasta allí no eran las más propicias, se sentía inesperadamente animada. Conducía con la ventanilla baja y el viento agitaba su cabello mientras su música favorita sonaba de fondo.

Por su lado, Jack tenía un sueño tan profundo que ni siquiera se inmutó cuando empezó a llover. Poppy se detuvo para subir el vidrio de su ventanilla para evitar que se mojara. Ella escrutó su rostro; lucía tan calmado que casi parecía otra persona. Hasta lucía más atractivo.

Poppy sonrió un poco y arrancó el Beetle.

Cuatro horas, un repertorio completo de ABBA, Bee Gees, Fleetwood Mac, Dona Summers, The Beatles, muchas golosinas y varias paradas después, Jack despertó.

Poppy le echó un rápido vistazo y advirtió la tensión repentina en su cuerpo, entonces orilló y aparcó el Beetle a un lado del camino. Jack se quitó las gafas de golpe, apartó la almohada de viaje y aferró la perilla para bajar la ventanilla con rapidez.

—Todo está bien —le aseguró Poppy con calma—. Estaba lloviendo.

Poppy se dio cuenta de que Jack no podía escucharla por los auriculares antiruidos. Se estiró para quitarle uno, pero él apartó sus dedos de un manotón.

Ambos se miraron fijamente.

Ella se sorprendió, pero, en lugar de ofenderse, apuntó a su audífono con un dedo. Jack se removió ambos mientras poco a poco su respiración se serenaba. Luego pasó una mano por su rostro hasta empujar los rizos de su frente hacia atrás.

—¿Estás bien? —preguntó Poppy.

Jack asintió.

Para no hacerlo sentir incómodo, Poppy esbozó una pequeña sonrisa y siguió conduciendo. Pretendió no tener preguntas, aunque sí sentía curiosidad.

Poppy no era experta en trastornos psicológicos, pero sí había visto un par de materias en la universidad sobre las afecciones que impactan en los pensamientos, los sentimientos y los comportamientos de las personas. Sin embargo, sabía que estos trastornos pueden ser ocasionales o duraderos y que no hay una sola causa para una enfermedad mental, así que eso la hacía preguntarse qué factores habían contribuido a que Jack experimentara ansiedad. Se preguntó cuándo habrían empezado sus síntomas y si su pánico a los espacios pequeños y cerrados y payasos eran sus únicos males.

Poppy sentía curiosidad. Su lado más frío e investigador quería comprender las razones; no obstante, permaneció en silencio.

Prefirió cambiar de tema mientras Jack comía el sándwich que había comprado para él en una de las paradas. Poppy le contó sobre la carretera y los lugares que había visto en el camino. Jack no dijo mucho, pero al menos no se burló de su entusiasmo.

—Por cierto... —empezó, recordando la pregunta que se le había ocurrido unos kilómetros atrás—. ¿De quién es la boda a la que asistiremos?

A su lado, los hombros de Jack se tensaron, pero terminó de comer como si nada. Poppy pestañeó intrigada.

—No necesitas saber —respondió luego de un prolongado silencio.

—¿Cómo que no necesito saber? —replicó recelosa—. ¡No voy a ir a la boda de un desconocido!

—Técnicamente, ya estás yendo a la boda de un desconocido —refutó con ironía, y Poppy puso los ojos en blanco.

—¿Por qué no quieres decirme? —insistió, mirándolo ceñuda—. ¿Se trata de una exnovia? ¿Un familiar que no te agrada? ¿Algún compañero de trabajo? ¿Un amigo lejano?

Él la ignoró. Poppy se impacientó y sus dedos tamborilearon en el volante.

—¡Tienes que decirme! ¿Cómo voy a felicitar a los novios si no sé quiénes son? ¿Cómo voy a... ?

—Es la nueva boda de mi madre —la interrumpió. Su voz sonaba rota.

Su declaración le generó más preguntas, pero Poppy comprendió que no era el mejor momento. Por primera vez ella sintió que el silencio entre ellos era incómodo.

Realmente incómodo.

Como si un elefante gigante se hubiera apretujado entre ellos.

Poppy se atrapó el labio inferior entre los dientes y le dirigió una breve mirada mientras pensaba en una forma de aligerar la tensión por haber sido impertinente. A pesar de la mala onda entre ellos en ciertos momentos, Poppy no quería ser la culpable de que su relación, aparte de peculiar, fuera desagradable.

Su salvación llegó en la forma de Somebody To Love en la radio. Poppy subió el volumen y empezó a cantar, dando golpecitos en el volante. Cuando Jack la ignoró, decidió cantar más alto e hizo manierismos. Finalmente, Jack le prestó atención cuando Poppy levantó los brazos y alargó una nota.

Como supuso, él abrió los ojos desmesuradamente y se estiró sobre su asiento para sostener el volante.

—¿No te da ganas de cantar? —dijo sonriente—. ¡Es Queen!

—¡Hazlo si quieres, pero no sueltes el volante! —la regañó.

Poppy se rio. Jack ya no lucía afligido, sino irritado. Y eso sí era algo con lo que Poppy podía lidiar.

—Estás loca —murmuró él, observándola.

—¿Porque canto y bailo mientras conduzco? —lo provocó, y sus manos volvieron al volante.

—Entonces reconoces que eres un peligro en la carretera —farfulló—. Ahora sé que no debí dormirme. ¡Pudiste matarme!

Ella mantuvo su sonrisa. Quería decirle que exageraba y que nadie había estado en peligro.

—Tú también deberías cantar —lo animó, saltando de canciones hasta hallar el ritmo pegajoso de Don't Go Breakin' My Heart.

Él hizo caso omiso por unos segundos, antes de girar el rostro y preguntar:

—¿Cuándo llegaremos a Melrose?

Right from the start I gave you my heart.

—Poppy...

Oh-oh I give you my heart... —entonó ella a todo pulmón.

Jack puso los ojos en blanco mientras la melodía continuaba.

Don't go breaking my heart. —Poppy lo animó con la mirada.

I won't go breaking your heart —respondió él al fin.

Poppy soltó una risa alegre que lo contagió porque una débil sonrisa estiró sus labios, aunque Jack quiso ocultarla.

La tensión se rompió entre ellos y sus ánimos se relajaron. Al menos, por unos minutos, hasta que la contagiosa música fue ensordecida por unos sonidos estrangulados del Beetle.

—¡Ay, no! —dijo Poppy angustiada.

Y entonces lo peor sucedió: el Beetle se descompuso.

Parados a un costado de la carretera, Poppy observó el humo que salía del capó de su auto.

—Poppy... —Jack rompió el silencio.

Ella lo miró con preocupación.

—¡Te dije que el motor hacía un ruido extraño!

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