Capítulo 1

Quince horas antes de ser acusada de secuestro, Poppy Sinclair estaba intentando subir a su Volkswagen Beetle con un traje de payaso. Por un segundo, le causó gracia que su Beetle rojo combinara con su nariz acolchada de payaso.

Una y otra vez, buscó la mejor manera de encajar en su asiento, hasta que lo consiguió. No fue fácil acomodarse en el pequeño interior con aquellos zapatos gigantes, pero no había tenido oportunidad de cambiarse el disfraz. De hecho, se le hacía tarde para su reunión.

Había perdido la noción del tiempo durante la fiesta infantil, ahí en medio de los niños que estaban jugando y correteando a su alrededor. Poppy ya estaba acostumbrada. Después de todo, esa no era su primera fiesta con el disfraz de payaso. Un hecho sorprendente era que había una cantidad absurda de fiestas infantiles al año y siempre tenían la necesidad imperiosa de tener un payaso como entretenimiento.

Otro hecho sorprendente era el comportamiento de los niños ante la presencia de un payaso como intruso de sus fiestas. Poppy no podía evitar analizar sus reacciones. De esa forma, había determinado que había niños a los que les gustaban los payasos, otros a los que les parecían indiferentes y otros a los que les aterraban.  Sin embargo, lo más curioso eran las reacciones que tenían los adultos.

Poppy sonrió al recordar al papá de los niños de aquella fiesta. Cada vez que se topaban, él salía huyendo y había utilizado a su esposa para pagarle mientras la miraba desde lejos.

Su reacción seguramente se debía a algún trauma del pasado. Un comportamiento que sería muy atrayente de investigar. Tal vez las células de su sistema nervioso se iluminarían como luces de Navidad al detectar la presencia maligna de un payaso y...

Y estaba divagando.

Y llegaría tarde. Muy tarde.

Poppy maldijo entre dientes, encendió su auto y se puso en marcha. Ese sonido un poco inquietante que tenía el motor desde hacía algunos días seguía allí. Era lo suficientemente inteligente para saber que eso era un indicio de que algo andaba mal con el auto, pero no podía permitirse repararlo ahora.

—Aguanta un poco más —murmuró, acariciando el tablero.

Poppy condujo por las calles de Londres mientras se mordía el labio de forma impaciente y sus dedos se agitaban en el volante, al ritmo de ABBA. ¡Ah!, ¡cómo amaba la música de los 70! Si pudiera, escucharía todo el repertorio de la banda; pero sus ojos miraron el reloj, que le recordaba que ya era tarde.

Prioridades: necesitaba una gasolinera.

Una deshonra peor que llegar tarde a su reunión familiar sería llegar vestida de payaso.

Su gasolinera de siempre, cerca de Covent Garden, estaba casi vacía cuando aparcó. Además, le queda de camino, ya que la reunión sería en un restaurante en Belgravia.

Poppy tomó su bolso deportivo del asiento trasero y bajó del auto. No hacía falta decir que atrajo toda la atención mientras atravesaba la gasolinera hasta los baños públicos. No era muy común ver todos los días a una joven mujer, menuda y alta, vestida de payaso. Unos niños salieron corriendo al verla y un par de mujeres susurraban a sus espaldas. Ella los ignoró y se encerró en el baño. El espacio no era muy grande, pero tampoco era la primera vez que se cambiaba de ropa en el baño de una gasolinera, por su trabajo. Y no solo se refería al de ser payaso en fiestas infantiles, sino a todos sus otros trabajos.

Antes de empezar a divagar de nuevo. Poppy se puso manos a la obra. Se sacó el gorro y la peluca, removió el maquillaje con toallitas húmedas y cambió el disfraz por unos jeans, un suéter y unos zapatos deportivos. Luego empacó todo en su bolso deportivo. Al final, se lavó el rostro y contempló su reflejo en el espejo. Un rostro ovalado, pálido, con gruesos labios rojos y enormes ojos azules, enmarcado con un ondulado cabello castaño oscuro, le devolvió la mirada. 

La vibración de su celular en el bolsillo de su pantalón llamó su atención. Era un nuevo mensaje y más llamadas perdidas. Poppy hizo una mueca preocupada y se apresuró a regresar al auto.

Aquella tarde, Londres estaba envuelta en el aire ajetreado de siempre: el estridente ruido del tráfico, los transeúntes que estaban desplazándose casi coordinados por las calles, las luces brillantes de los escaparates de tiendas para llamar la atención...

Poppy inspeccionó las calles y condujo hasta la dirección que le había dado una de sus tías. El restaurante tenía un parqueo privado, así que no perdió tiempo dando vueltas y vueltas hasta encontrar un lugar para estacionar. Bajó del Beetle, y se aseguró de llevar su celular y el regalo para la ocasión.

Por lo general, en las reuniones familiares no llevaban regalos, solo comida. Pero la verdad era que solían realizarse en lugares más comunes, no en restaurantes elegantes. Y lo usual era que fueran reuniones familiares, no un baby shower.

Poppy contempló el lugar con curiosidad y fascinación. Era un restaurante pequeño y acogedor, pero muy refinado y exclusivo.

Un hombre con rostro afable la guió hasta un salón con la decoración para baby shower más hermosa que había visto. Había mesas decoradas, un área social con una pista de baile, una barra de cócteles y una plataforma donde se hallaba un pastel de varios pisos y una pila de regalos.

Al mirar alrededor, solo reconoció a su familia y amigos y, fue más que obvio que él había reservado todo el lugar para el evento. Poppy no quería ni imaginar cuánto debía de costar algo así.

Se adentró un poco más y distinguió a dos figuras entre los grupos de personas. Una sonrisa nació en sus labios. Eran Jodie y Wes.

Su prima estaba radiante. El embarazo le había sentado de maravilla: su piel resplandecía, su rostro estaba brillante y más relleno y su sonrisa era aún más dulce, como si eso pudiera ser posible.

Eso sí, parecía a punto de dar a luz en cualquier momento; su vientre era muy grande. Aunque no era una sorpresa, llevaba dos bebés con ella.

Wes estaba a su lado, con un brazo alrededor de sus hombros y soportando su peso contra su costado. Se veía atractivo, como siempre, pero había un brillo nuevo en su rostro, una sonrisa constante en sus labios y la forma en que miraba a Jodie, la forma en que se miraban...

Poppy suspiró.

Era una mirada entre almas gemelas.

Tragó el nudo en su garganta y desvió la mirada.

Se acercó a la plataforma con regalos y dejó el suyo entre los demás. Esperaba que a ambos les gustara. Eran gorritos de lana con diseños de animalitos. No era un regalo costoso, pero sí lleno de cariño. Ella misma los había tejido. Después de todo, había aprendido a hacerlo luego de tener que hacer ese trabajo en el que había reemplazado a la profesora de bordado en la escuela de manualidades. 

Estaba segura de que a Jodie le encantaría. A pesar de haberse casado con Wes y de dirigir una de las pastelerías más famosas de Londres, Jodie seguía siendo muy humilde. Ambos lo eran. Y Poppy se alegraba por ellos, por su felicidad.

Su prima siempre había sido muy buena con ella. Al ser casi contemporáneas, cuando eran niñas jugaban juntas en las reuniones familiares. Jodie era quien le había enseñado a andar en bicicleta, escabullía galletas para ella cuando tenía hambre y había estado a su lado mientras lloraba por su corazón roto en su pequeña cocina de Cornualles.

—¡Poppy!

Reaccionó al escuchar su nombre.

Era su tía Kirsten. Poppy sonrió. No sabía cómo lo hacía, pero los años no parecían pasar para ella: seguía igual de hermosa y regia que cuando Poppy era pequeña.

—¿Dónde estabas?  —espetó su tía, y esta vez su voz sonó como un regaño—. ¡Creí que te había sucedido algo malo! ¡No respondías tu celular!

—Lo siento. —Sonrió la joven, sintiendo satisfacción por su preocupación—. Lo dejé en mi bolso porque estaba trabajando.

—¿Un sábado en la tarde?

—Era una fiesta infantil —explicó—. Sabes que el refugio lo necesita.

Kirsten negó con la cabeza, pero su rostro se volvió más afable, y no dijo nada más. La condujo por todo el salón mientras saludaban a todos sus familiares. Poppy se abrazó con cada uno de sus parientes. Había unos a los que veía casi siempre, como a su tía Kirsten y a su abuela Syla; a otros los veía en ciertas ocasiones, como a algunas de sus primas, y a otros solo los encontraba en reuniones especiales como aquella.

En general, las mujeres Sinclair eran las encargadas de los interrogatorios y del comportamiento preocupado, mientras que los hombres Sinclair eran más pacíficos y relajados. Al menos cuando no estaban preocupados por alguna de sus parientes.

De cualquier forma, a Poppy le gustaba juntarse con toda la familia. Aunque no siempre era sencillo: a veces podía resultar un poco incómodo. Le pasó sobre todo mientras crecía y no podía entender por qué las mujeres a su alrededor siempre lloraban y maldecían su corazón roto. Con los años, lo comprendió. Su madre había sido muy honesta, clara e indiferente respecto a la maldición familiar.

—Las mujeres Sinclair están malditas. Pueden encontrar a su alma gemela, pero no conservarla —había dicho con indiferencia—. Así que no pierdas el tiempo amando a alguien que te destrozará el corazón y te dejará atrás.

Sí, su madre siempre había sido directa. Así como fue igual de práctica con la ausencia del padre de Poppy cuando consideró que ella ya no era una niña.

—¡Mírate, Poppy, estás preciosa! —dijo uno de sus tíos al tiempo que le daba un abrazo reconfortante.

Ella sonrió y apartó sus pensamientos.

Cuando terminó de saludar a todos, se sentó en una mesa en compañía de sus primas y se dispuso a comerse los bocadillos servidos. Estaba hambrienta. Con la fiesta infantil y el disfraz de payaso, no había tenido tiempo de comer bien. Por eso, permaneció en silencio mientras escuchaba el debate que se estaba produciendo en esa mesa.

—¿Entonces te resignarás a esperar a que regrese, Mabel? —dijo Darlene, una de sus primas.

—¡Pues claro! —espetó Mabel, su otra prima—. ¿O acaso estás insinuando que vaya detrás de él sin ninguna vergüenza?

Poppy tragó con fuerza un mini cheesecake de fresa y quiso esconderse bajo la mesa. El debate siguió, pero ella dejó de prestar atención. No era la primera vez que estas conversaciones se daban entre la familia. De hecho, venía sucediendo desde hacía seis años, cuando Jodie había roto la maldición familiar al enamorarse de Wes. O, mejor dicho, cuando Wes se había enamorado de ella primero y Jodie había elegido quedarse a su lado, en lugar de abandonar a su amado como su antepasada en el cuento. Eso había cambiado el curso de la maldición, deteniéndola para siempre. 

Desde ese momento, había opiniones encontradas en la familia. Unas creían que debían luchar por sus amores; otras confiaban en que debían esperar el regreso de sus almas gemelas por voluntad propia, y otras eran indiferentes. El último era un grupo reducido, pero habían dejado atrás el pasado y se habían centrado en sus vidas.

Poppy era de este último grupo y punto. Fin de la discusión. Y por ello se sentía incómoda cuando se encontraba entre los otros bandos y sus debates.

Por el momento, ninguno había tenido buenos resultados.

Por un lado, las mujeres que creían en luchar por el amor se habían visto frenadas por un matrimonio o una nueva relación amorosa de sus almas gemelas con otras personas. Así que se habían detenido, porque una cosa era luchar por un amor y otra muy diferente era arruinar un amor.

Al contrario, las mujeres que soñaban con un reencuentro con sus almas gemelas, seguían esperando. Ninguno se había producido de forma mágica, pero no perdían las esperanzas.

—¿Y tú, Poppy? —preguntó Darlene, frunciendo el ceño—. ¿Has pensado en buscar a tu alma gemela?

Poppy se atragantó con un mini sándwich de pepino y se golpeó el pecho para intentar no ahogarse. Bebió un poco de agua y se calmó, pero la atención seguía sobre ella. Cuando era obvio que todas esperaban su respuesta, su celular empezó a sonar.

—Lo siento —se levantó de un salto—, debo atender esta llamada. Es importante, pero pueden seguir. Ya vuelvo.

Abandonó el salón con pasos apresurados y se detuvo detrás de una columna de mármol, alejada del murmullo de las conversaciones y la música.

—Hola, Steve —dijo.

—Hola, Poppy. —Reconoció la voz del hombre, grave y un poco apresurada—. ¿Estás libre esta noche?

—¿Una baja inesperada? —se aventuró a preguntar.

—Así es. La hija de Tom se fracturó un brazo jugando fútbol y está en el hospital.

Poppy hizo una mueca.

—¿Para qué hora me necesitas?

—A medianoche —respondió.

Ella guardó silencio, meditando la situación. No era la primera que aceptaba trabajos tan tarde, pero tampoco podía darse el lujo de rechazarlos sin pensarlo.

Ante su vacilación, Steve continuó:

—Sé que es más tarde de lo normal, pero es uno de nuestros clientes exclusivos, y ninguno de los otros quiere tomar el turno por falta de tiempo en reservas previas. Incluso te pagaría el doble de la tarifa.

—¡¿El doble?! —Poppy amplió los ojos con interés—. ¿No es broma?

—¿Alguna vez te he mentido?

Poppy se mordió los labios. Aún estaba indecisa, pero había realizado trabajos para Steve antes; algunos de sus clientes habituales ya la conocían, y todo había salido bien. Además, si ganaba el doble de la tarifa, tendría más dinero para el refugio, y lo necesitaban. Debían abastecer el botiquín y cambiar los cerrojos de las puertas. Quizás también reemplazar las bandejas de agua...

Agitó su cabeza para evitar divagar.

—Estoy dentro —decidió—. ¿Dónde debo encontrarlo?

—Gracias, Poppy. Te enviaré la ubicación y los datos del sujeto.

Él se despidió y Poppy cortó la llamada, sonriendo con confianza.

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