Epílogo

1 año después...

La brisa agitaba su cabello mientras Jodie contemplaba el horizonte. Desde el cementerio Barnoon se podía ver la playa, escuchar el ritmo impredecible de las olas y sentir el viento que arrastraba una sutil fragancia a flores silvestres. El sol descendía poco a poco, pero el ambiente se mantenía apacible e inalterable.

Había paz.

Ella respiró el aire fresco y puro. Los tibios rayos del sol calentaron su rostro y menguaron el sentimiento de aflicción en su pecho.

Wes se detuvo a su lado y sonrió. Jodie correspondió el gesto y aceptó el hermoso ramo de camelias que él le entregó. Luego se inclinó y colocó las flores sobre la lápida de su abuela. Sus dedos trazaron el grabado de su nombre con nostalgia, antes de levantarse y retroceder.

—Abuela, él es Wes —dijo—. Ahora sé que lo conociste cuando era un niño, pero quiso venir a traerte este hermoso ramo de camelias de colores. Es así como él es, un buen hombre. Todavía está aprendiendo a cederme la razón, pero soporta mis días malos y se preocupa por mí.

Jodie sonrió.

—Queríamos venir antes, pero nos pareció que este era el momento preciso. Voy a casarme con Wes y empezaré una nueva vida. Ya no estás aquí para verlo, pero intentaré vivir mi sueño por las dos. Gracias por todo.

Wes rodeó su cintura con un brazo y Jodie apoyó su cuerpo contra el suyo, aceptando su calidez y sosiego. Permanecieron ahí por varios minutos, en un silencio respetuoso. Luego se dio la vuelta y empezó a caminar, aunque no estaba tan lejos cuando las palabras de Wes llegaron hasta ella.

—Tenía razón. Sí estaba en mi destino y pude encontrarla —susurró—. Gracias por el cuento y aquel trozo de pie de durazno; salvó mi vida aquella tarde. Cuidaré de Jodie, lo prometo.

El corazón de Jodie latió con fuerza, pero continuó su camino. Poco después, escuchó sus pasos siguiéndola y tomaron un nuevo rumbo juntos.

La tumba de su abuela estaba de cara a la capilla St. Nichols, mientras que la tumba del tío de Wes estaba en el norte-este de Porthmeor Beach. Había pasado un tiempo hasta que ambos repararon en el hecho de que sus seres queridos descansaban en el mismo lugar.

Wes se agachó y colocó también un ramo de flores frescas sobre la tumba de su tío. Jodie contempló todo en silencio, con respeto, permitiendo que él tuviera un momento privado para afrontar el rastro de tristeza que dejaban los recuerdos.

Cuando estuvo listo, se levantó y apretó su mano entre las suyas.

—Ella es Jodie —empezó Wes—. Te hablé mucho sobre ella cuando era joven, y me hubiera encantado que la conocieras. Sé que te agradaría porque es una chica amable y divertida, con la sonrisa más dulce que podrías imaginar.

Sus mejillas se ruborizaron cuando él la miró. Sin embargo, le ofreció una pequeña sonrisa.

—Jodie es una buena chica. Se preocupa por el bienestar de los otros, jamás se rinde y siempre ve lo mejor en las personas. Tal vez por eso aceptó casarse conmigo. Aunque no solo es adorable; también tiene un carácter fuerte, y por eso sé que estaré bien.

Cuando Wes guardó silencio, Jodie aprovechó ese instante para expresar lo que consideraba era importante:

—Cuidaré de Wes. Prometo que haré que tome sus medicinas y permaneceré a su lado cuando se sienta ansioso y todo parezca oscuro. Seré su pilar. Y también cuidaré su tocadiscos antiguo. Prometo bailar con cada vinilo que toque.

Wes se rio ante su inesperada declaración y sus brazos se envolvieron a su alrededor. Jodie disfrutó de su firmeza, la tibieza de su cuerpo y de aquella fragancia familiar que la tranquilizaba y era tan suya.

—Vamos a casa —murmuró Wes, acariciando su espalda.

Jodie asintió. Escucharlo decir esas palabras se sentía bien y siempre le provocaban dicha.

Wes entrelazó sus dedos y emprendieron un camino fuera del cementerio a paso lento y calmado.

El pueblo ya bullía con los preámbulos y el ambiente animado de una noche de sábado. Los restaurantes estaban abiertos hasta tarde; los pubs comenzaban a llenarse. Todavía había gente disfrutando de la vista en la playa o caminando en el muelle. Las estrechas calles estaban concurridas por parejas o familias que acudían a la playa para que sus pequeños corrieran o jugaran en la arena.

Jodie esbozó una pequeña sonrisa.

Había nacido y crecido en St. Ives. Tenía tantos buenos recuerdos que solo la hacían amar más ese lugar. Estaba acostumbrada a la simpleza, la familiaridad y la calidez del ambiente tradicional del pueblo. Y estaba feliz de haber regresado. Iban a cumplirse dos semanas desde su llegada a la casa en Porthminster Beach. Había sido una decisión en conjunto. Planificaron vivir juntos por varios meses y, no es que ya no lo hicieran, pero ambos deseaban algo que se sintiera definitivo; un lugar que les perteneciera y donde pudieran empezar una vida familiar.

En realidad, la razón de mudarse a St. Ives e intentar establecerse en un solo lugar era el hecho de que el último año había sido un poco caótico para ambos.

Con Wes en Londres por su entrenamiento de F1, Jodie en Bournemouth por la cafetería y sus padres en St. Ives, coincidir en un solo lugar se volvió cada vez más difícil. Ella viajaba entre Bournemouth y Londres, pero eso le restaba tiempo para visitar a sus padres. En ocasiones, Wes regresaba a Bournemouth, pero decidían quedarse en su departamento y disfrutar del tiempo que tuvieran juntos. Sin mencionar que los viajes recurrentes no les sentaban bien a Salem o Darth; sobre todo a Salem. Jodie empezaba a tener la firme convicción de que estaba planeando su asesinato. Aunque, lastimosamente, nunca lo consiguió.

En resumen, la distancia había sido un problema.

Había semanas enteras en las que no veía a Wes. Y fueron los momentos en soledad los que la incitaron a pensar si tal vez no debían plantearse cambiar algo en sus vidas. Jodie aprovechó ese tiempo libre para tomar cursos y leer libros sobre emprendimiento y negocios. En algún momento, su sueño de tener su propia pastelería ya no era solo un sueño, sino una idea que ella empezó a complementar y complementar. Investigó, preguntó, cotizó, revisó papeles y cifras, definió una identidad... Y, cuando se dio cuenta, había iniciado algo que podría volverse real.

Y luego llegó la proposición inesperada de Wes.

Nunca habían hablado de casarse; de hecho, ninguno sentía el matrimonio como una prioridad mientras estuvieran juntos. Sin embargo, cuando Wes le preguntó si sería su esposa, Jodie dijo que sí. Quizá aún era muy joven para casarse, pero... ¿cuál era la diferencia entre decirle que sí ahora o en cinco años? Él era su alma gemela. Jodie sabía, podía sentir en su corazón, que él estaría a su lado. Así que, tarde o temprano, casarse era algo que sucedería.

—¡Jodie, tu celular! —Wes llamó su atención.

Reaccionó y se detuvo, buscando su celular en su bolsito cruzado.

—Hola.

—¡Hola, Jodie! Soy Moira —saludó su agente inmobiliaria—. Sé que es un poco tarde, pero me dijiste que te llamara cuando pudieras ver la propiedad.

Su corazón se aceleró.

—¿Puedo ir a verla ahora?

—Sí, justo tengo las llaves aquí. Podemos encontrarnos en quince minutos.

—¡Genial! ¡Te veo allá! —dijo emocionada.

Miró a Wes y su sonrisa se agrandó.

—Era Moira. ¡Dice que ya tiene las llaves del local y que nos espera allá!

Wes asintió y Jodie casi bulló de emoción. Enfilaron un nuevo camino hacia su destino.

Como en la mayoría de los pueblos, en St. Ives casi todo estaba cerca y las personas se movilizaban a pie o en bicicleta, sin la necesidad de un auto. Jodie ya estaba acostumbrada, y a Wes no le importaba en absoluto; para él era como un respiro estar lejos de un volante. Sin embargo, lo que sí le estaba llevando un tiempo era entender las direcciones; él aún se perdía con facilidad entre las calles más estrechas y recovecos del pueblo. Jodie, al contrario, conocía todo como la palma de su mano, así que ella era la encargada de dirigir.

Se detuvo frente a un local cerrado y con un cartel en la fachada que decía: «Vendido». La propiedad era esquinera y tenía una fachada antigua que se empobreció con los años desde su cierre. Antes había sido una heladería muy famosa, nacida de un negocio familiar, pero cerró luego de que toda la familia se mudara a otra ciudad. El local llevaba vacío varios años y la familia no había puesto la propiedad a la venta, sino hasta hacía tres meses.

Ella paseaba con Darth por el centro cuando vio el anuncio en la puerta y tuvo una corazonada.

Wes, que ya conocía de sus planes, apoyó su decisión. Entonces contactó a Moira. Aunque el lugar no estaba en su mejor estado como en sus momentos de gloria, hubo muchas ofertas, y eso puso a Jodie en lista de espera. Durante semanas, vivió en un completo estado de zozobra; y, cuando pensó que se quedaría sin el lugar, Wes hizo una llamada.

¿A quién? No lo sabía. ¿Qué oferta propuso? Temía preguntar.

Pero al día siguiente, Moira anunció la buena noticia de que la antigua heladería era suya.

—¡Jodie, Wes! —dijo Moira, acercándose a ellos con una sonrisa—. Me alegro que estuvieran en St. Ives. Creí que estarían en Londres.

—Nos mudamos aquí hace casi dos semanas de forma definitiva. Estamos cerca de Porthminster Beach.

—¡Oh, qué maravilla! —Rio Moira—. ¡Apuesto que el paisaje es precioso!

Jodie sonrió. Moira le agradaba. Ella era simpática y honesta y congeniaron muy bien a lo largo del proceso de compra; Jodie se sentía con mucha suerte.

—Entremos —dijo, abriendo la puerta—. Estoy segura de que estás emocionada por entrar.

Y no se equivocaba; Jodie apenas podía contener la emoción. Apretó con fuerza la mano de Wes y siguieron a Moira.

—Como la propiedad llevaba mucho tiempo sin utilizar, tuvimos que colocar nuevos focos que funcionaran. Si bien es un lugar con buenos cimientos, espacioso y con una gran distribución, necesita algo de trabajo.

Jodie dejó de prestarle atención y miró alrededor.

En efecto, la propiedad ya no era lo que recordaba; todo estaba sucio, lleno de polvo o envejecido por el tiempo de desuso. Sin embargo, ella casi podía revivir los recuerdos de su infancia en aquel lugar.

—Solía venir mucho a esta tienda cuando era pequeña —dijo con nostalgia—. A mi abuela le encantaba el helado de pistacho de este lugar; era su favorito. Veníamos juntas luego de dar una vuelta por el centro. También mis padres solían traernos los fines de semana.

Moira sonrió.

—Sé que este lugar es especial para ti. Ahora podrás venir cuando quieras. El resto del papeleo podemos discutirlo el lunes.

Ella sonrió y Moira le entregó un juego de llaves antes de despedirse. Cuando estuvieron solos, Jodie continuó inspeccionando el lugar. Wes se colocó a su lado y observó todo; su expresión era un poco vacilante.

—Pude haberte comprado un regalo mejor de compromiso —murmuró, inspeccionando las telarañas del techo.

La sonrisa de Jodie se suavizó y negó con la cabeza.

—Este lugar es perfecto.

Alcanzó la mano de Wes y la apretó.

—Pintaré paredes, puliré pisos, cambiaré cada encimera y gabinete... Adecuaré todo, si es necesario —dijo con determinación—. Trabajaré muy duro hasta que todo sea igual de hermoso que en mis sueños.

Wes la miró; sus ojos parecían buscar algo en su rostro, pero lo que sea que encontró, lo hizo sonreír. Acarició su cabello y le dio un beso en la sien.

—Te amo, Jodie.

Sus ojos brillaron y lo abrazó.

Se quedaron por un largo rato. Jodie habló de todo lo que quería hacer; de dónde colocaría esto y aquello, cuál sería el primer escaparate, de qué colores serían las paredes y cómo imaginaba el diseño de la fachada.

Ella estaba muy feliz; no podía esperar a contárselo a sus padres. Iría a verlos temprano al día siguiente; de cualquier forma, tenía que ir a recoger a Darth y a Salem. Quizá también podría llamar a Ada y Noah; ellos también apoyaban su iniciativa de empezar su propia repostería, aun cuando seguir sus sueños significaba que ella se alejaría de ellos. Jodie ya los echaba de menos, pero habían prometido que se visitarían de forma recurrente y mantendrían contacto de forma virtual todo el tiempo.

La verdad era que dejar su trabajo en la cafetería había sido una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida. No solo se sintió triste y afligida, sino también como una ingrata. Sin embargo, nadie la acusó de nada. De hecho, todos estaban felices por ella y trasmitieron muchos ánimos y buenos deseos, incluso la señora Pryce.

Cuando Jodie compartió sus planes, un tanto avergonzada, la mujer le dio un fuerte abrazo.

—Los sueños están para perseguirse. Las personas no son ingratas o malas por perseguirlos. Nunca te avergüences de desear ser mejor, de tener más —dijo con una sonrisa—. Además, desde que conociste a Wes, comprendí que tarde o temprano tendrías que dejarme.

—Lo siento.

—No te disculpes. Te extrañaré, todos lo haremos. Y esta cocina no sería la misma sin ti, pero espero que te vaya muy bien en la vida. Alguien como tú lo merece.

Fue difícil cerrar aquel capítulo que le había dado tantas oportunidades y momentos felices. También lloró todo el tiempo mientras empacaba sus cosas del departamento en Bournemouth. Toda la mudanza fue una combinación de llanto, recuerdos, despedidas y la ilusión de un nuevo comienzo.

—¿Qué quieres cenar hoy? —preguntó Wes mientras caminaban por el centro, luego de cerrar el local.

—Spaghetti —contestó sin dudarlo—. Darth no está en casa, así que podríamos tener comida árabe mañana cuando lo secuestremos de casa de mis padres.

Wes rio.

—¿Qué? ¡Casi se han adueñado de nuestro perro! —agregó Jodie con un mohín—. ¡Y Salem apenas me mira desde que tiene a mis padres tan cerca! A veces creo que se escapa de la casa para ir hacia ellos.

—Quizá deberíamos tener una noche de sushi en su honor si también logramos rescatarlo —propuso Wes cuando dejó de reír.

—Tienes razón.

De camino a casa, se detuvieron en un restaurante familiar de comida italiana. Estaban esperando su pedido para llevar cuando dos niños se acercaron a su mesa; uno debía tener unos doce años y el menor, unos siete u ocho años. Eran parecidos, así que Jodie concluyó que debían ser hermanos. Ambos tenían sonrisas titubeantes en sus rostros y mucha fascinación en sus ojos mientras se dirigían a Wes para pedirle un autógrafo.

—Felicidades por ganar el campeonato mundial, señor Wesley —dijo el mayor.

—¡Sí!, ¡estuvo fantástico este año! —completó el otro.

Wes sonrió y continuó firmando su autógrafo sobre la camiseta de uno de ellos y la gorra del otro.

—¿De casualidad vive aquí?, ¿en St. Ives? —agregó el pequeño.

Miró a Wes. Él no respondió, pero le guiñó un ojo al niño.

—¡Cool! —dijeron ambos niños con emoción.

Ella rio y bebió un sorbo de su capuchino mientras observaba a Wes.

Jodie no pudo evitar pensar en todo lo que sucedió en su vida durante los últimos meses. Después de todo, había sido un año espectacular para Wes.

Ganar en el GP de Australia le aportó la fuerza y el ánimo que necesitaba para seguir compitiendo. Y luego ganó otra carrera, y otra y otra. A veces no siempre hacía una carrera grandiosa; en ocasiones apenas podía alcanzar un podio. Sin embargo, no se rindió. Entrenó duro, recuperó el tiempo perdido y, al final, consiguió su segundo campeonato mundial; aun después de recuperarse de una lesión que podría haberlo arruinado para siempre.

Luego de eso, la atención recayó sobre él. Tuvo propuestas de otras escuderías y de marcas comerciales muy importantes para anuncios de publicidad. Fue una locura completa. Jodie habría enloquecido con el estrés y la presión, pero Wes mantuvo la calma. Al contrario de lo que la prensa sugería, él renovó contrato con su misma escudería por dos años más y solo seleccionaba los contratos con marcas en las que creyera y que no se interpusieran en sus horarios de entrenamiento o en su tiempo personal.

Por supuesto, su padre no estaba muy feliz con los cambios. Wes tomaba sus propias decisiones y tenía el control de su vida; era rebelde y contradecía o debatía sus opiniones o planes. Pero no había nada que su padre pudiera hacer al respecto; oponerse a su hijo era terminar en la calle, porque la paciencia de Wes tenía límites.

Al contrario, la relación con su madre podría decirse que ahora era existente.

Jodie se reunió en varias ocasiones con Allegra y, aunque no siempre eran los encuentros más cálidos, al menos la mujer lo intentaba. Así que, con ella como intermediaria, Wes compartía cierto tiempo con su madre. No ganarían el premio a la mejor madre e hijo, pero era un buen comienzo, y ambos se esforzaban. Podía decir, al verlos juntos, que estarían bien porque, en el fondo, sin palabras, ambos se querían.

En este nuevo año, Wes estaba concentrado en su carrera, en ganar su tercer campeonato mundial de F1, y Jodie lo apoyaba. No podía estar en todas las carreras, pero siempre las veía, donde sea que estuviera. Quizá este nuevo año, también le sirviera para calmar sus nervios y el temor que sentía cuando él competía. Aunque estaba casi segura de que jamás se acostumbraría.

Los incidentes también habían estado presentes durante ese año. No todo fue sencillo, ni en las carreras ni en los entrenamientos. Cuando Wes tenía un accidente en la pista, esos breves segundos luego de que el líder del equipo preguntaba si estaba bien, siempre serían los segundos más largos y aterradores en su vida. Solo cuando Wes respondía que estaba bien, Jodie podía volver a respirar.

—Su pedido está listo —dijo la camarera.

Jodie reaccionó y le mostró una ligera sonrisa. Wes se despidió de los niños y salieron del restaurante.

La noche estaba fresca y el cielo estaba despejado y lleno de estrellas. Cuando llegaron al parque privado cerca de la casa, Jodie se detuvo y contempló el magnífico árbol erguido en el centro.

—¿Crees que este árbol sea mágico como el de la historia?

Wes se detuvo a su lado y siguió su mirada.

—No lo sé, pero esto no es Escocia y no hay un río cerca para probar la teoría de qué sucede si la madera cae en el agua.

Ella hizo un mohín.

—Tienes razón.

—Quizá puedas consultarlo en la próxima reunión familiar.

Una sonrisa creció despacio en sus labios.

—Te gustó, ¿verdad? —lo acusó Jodie—. Ser el centro de atención. ¡Creo que ahora todos te quieren más que a mí! ¡Solo me invitan para verte a ti!

Wes rio.

—No voy a negarlo —admitió—. Me quieren más porque no me salto las reuniones familiares.

Jodie resopló, aunque tenía que reconocer que él tenía razón.

Ella había sido escurridiza muchas veces para no tener que enfrentarlos, pero ya no se saltaba las reuniones familiares. De hecho, ahora le gustaba participar en ellas de forma activa. Ella y Wes intentaban siempre estar presentes, aun cuando todos hicieran muchas preguntas acerca de su relación. Se había transformado casi en una leyenda familiar luego de que les contara todo lo ocurrido a las demás mujeres.

Algunas se mostraron escépticas, otras tristes y otras esperanzadas. Si todo era cierto y la maldición por fin había acabado, entonces aquellas que habían perdido a sus almas gemelas quizá tenían una nueva oportunidad; mientras que para quienes nunca se enamoraron era una oportunidad de amar sin miedo y con libertad.

Sin embargo, algo de lo que todavía no podían estar seguras era si todavía poseían la habilidad de reconocer a su alma gemela. Después de todo, aquella habilidad solo había sido concedida para que el castigo se cumpliera y ellas terminaran con corazones rotos.

En el último año, nadie encontró a su amor. Ninguna pareja nueva apareció entre ellas, así que el destino seguía siendo un misterio. Y a pesar de la incertidumbre, Jodie estaba segura de que todo estaría bien.

Las mujeres Sinclair iban a estar bien.

Además, también había cerrado ese capítulo en su vida. Había cumplido, la que era para ella era, la prueba final: había leído El libro familiar de corazones rotos. Una de sus tías se lo había confiado, como un tesoro, y Jodie lo había leído con solemnidad y cariño. Había reído y llorado, se había sentido consolada y amada. Se había sentido muy orgullosa de ser parte de su familia, de llevar el apellido Sinclair.

Era un nuevo comienzo, y ella había dejado su marca.

Sonrió, dejó la funda de comida en el suelo y se acercó. Primero rodeó el árbol y luego se puso a dar vueltas, danzando bajo las ramas. Cuando uno de sus pies tropezó con una raíz, Wes la sostuvo antes de que cayera. Ella esbozó una sonrisa brillante y se apoyó contra su pecho.

Entonces escuchó la melodía. Era un ritmo suave y melodioso de violines que provenía de la academia de música. Todos estos años y la escuela seguía ahí...

—Al parecer es hora de la práctica —dijo Wes.

Jodie asintió.

—La melodía es hermosa, ¿no crees? —repuso, escuchando con más atención.

De repente, Wes sostuvo su mano y le hizo dar una vuelta. Jodie rio y empezaron a bailar, dando vueltas y vueltas, al compás de la música. Las manos de Wes se deslizaron por su cintura y Jodie levantó sus brazos para envolverlos alrededor de su cuello. Presionó su mejilla contra su pecho y dejó que su presencia la envolviera; se sintió pequeña entre sus brazos, pero al mismo tiempo segura.

Mientras sus cuerpos se movían despacio, pensó en ellos y en cómo su vida había cambiado desde que se conocieron. Pensó en cómo el destino podía unir a dos personas que estaban destinadas a quererse. Jodie lo supo al verlo entrar en la cafetería aquella mañana; al igual que Wes, cuando la vio danzando bajo ese mismo árbol. Sin embargo, aunque no hubiera sucedido en esos momentos exactos, estaba segura de que de alguna forma habrían podido encontrarse y amarse.

Ella levantó su rostro y le sonrió.

—Aquí comenzó todo y nunca me di cuenta.

Wes la miró; su mirada estaba cargada de muchos sentimientos.

—Si me hubiera atrevido a hablarte, las cosas habrían sido diferentes...

Jodie negó.

—Me gusta cómo sucedió todo —confesó—. Creo que era necesario que fuera así. De otra forma, habría sido muy fácil.

—Tienes razón, no fue fácil en absoluto —coincidió él—. Muchas veces quise decirte lo que sentía por ti, incluso aquella noche en la playa.

—¿En serio?

—Sí. Aunque quizá sí habrías pensado que era un loco o pervertido, y te habría prometido que no lo era.

Jodie soltó una carcajada. Entonces recordó una conversación del pasado y no pudo evitar rescatar el asunto, provocándolo con su acusación:

—Entonces... sí fue tu culpa todo el malentendido que sucedió por no decirme acerca de tus sentimientos antes de irte a Estados Unidos.

La expresión de Wes se transformó de la sorpresa a la incredulidad.

—¡Claro que no! ¡Jamás admitiré esa culpa! —sentenció con un rastro divertido en su voz—. Sobre todo porque tú, la dulce y adorable Jodie, me alejaste de tu vida por los rumores de una revista de chismes. Y también tuviste muchas citas.

Jodie resopló.

—En mi defensa, debo decir que es una revista de chismes muy confiable. Y, solo para que lo sepas, fueron las peores citas de mi vida. Un completo desastre.

—Menos tu cita en el cumpleaños de Ada —dijo—. El tipo intelectual, el tal Peter...

Ella lo miró boquiabierta.

—¿Cómo puedes acordarte de su nombre?

Wes se encogió de hombros.

—Es que no parecía desagradarte. Sonreías y eras elocuente. A él le encantaste, y tu pastel de cumpleaños no era lo único que quería comerse. Pero no habría permitido que te fueras con él.

Jodie rio. Luego se sintió conmovida y acarició su rostro.

—Oh, cariño. Solo podía pensar en ti —confesó, levantándose en puntillas para alcanzar sus labios, aunque solo alcanzó su barbilla—. Puedes ayudarme un poco si quieres.

Wes le ofreció una hermosa y perfecta sonrisa antes de inclinarse y juntar sus bocas en una caricia sensual y abrasadora. Jodie dejó que la besara como quería, incluso si eso ponía su mundo de cabeza.

Su dulce, tímido y sensible corazón suyo estaba listo para amarlo.  Ahora y siempre.

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