Capítulo 9

Wes requirió casi un mes en rehabilitación antes de abandonar la silla de ruedas y empezar a utilizar muletas. Jodie estuvo presente durante las siguientes semanas mientras él evolucionaba cada vez mejor en la terapia; ahora podía mantenerse de pie y apoyarse más tiempo sobre su pierna derecha, e incluso lograba caminar sin el apoyo de las muletas, aunque sus pasos todavía eran un poco lentos y cuidadosos.

Al igual que su recuperación, la relación entre ellos también maduró, y pronto la amistad ocupó el lugar de la incomodidad. Jodie pasaba la mayoría de sus ratos libres con Wes y Darth. En ocasiones cenaban juntos o él miraba algún partido de rugby mientras ella investigaba nuevos sabores para sus dulces o charlaba con sus padres; otras veces se quedaba a dormir y compartían simples tareas cotidianas, como lavar la ropa, hacer el desayuno o ver televisión.

Su madre, a quien siempre mantenía actualizada del estado de su corazón, decía que estaban acostumbrándose a vivir juntos; que su corazón se había acostumbrado a él. Y Jodie no estaba del todo de acuerdo.

Ya no se ponía nerviosa cuando Wes la miraba al cocinar, ni se enojaba cuando le hacía cosquillas al estar distraída. Jodie se había acostumbrado a que le enviara mensajes cuando estaba en el trabajo o que la llamara en mitad de la noche cuando no podía dormir, solo para hablarle del clima o de aquella serie que estaba viendo. Sí, se había acostumbrado a él; a verlo sonreír de nuevo, a que riera y disfrutara de los pequeños placeres de la vida, como los dulces y el café.

Pero también había cosas a las que nunca podría acostumbrarse, como a aquel estremecimiento que la recorría cuando él se acercaba por su espalda o al hecho de que su respiración se desbocara cuando Wes aparecía sin camisa.

Tampoco se había acostumbrado a aquel coqueteo sutil que lo caracterizaba, ni a aquel breve roce de sus dedos cuando estaban distraídos y que aún la hacía sonrojarse; ni mucho menos a los sueños sensuales que plagaban sus noches y despertaban calor y necesidad en su cuerpo. No, Jodie no se había acostumbrado a todo.

En especial a no verlo.

Por eso cuando Wes le dijo que se iba a Estados Unidos, su corazón se rompió un poco.

Estaban sentados en la sala de estar, viendo en la televisión una competencia de pasteles, cuando sus palabras rompieron aquella burbuja de felicidad que había creado a su alrededor de forma casi inconsciente.

—Yves estima que uno o dos meses serán necesarios para completar todo el proceso de recuperación —dijo y su expresión se volvió algo apenada—. Lo siento.

Jodie bufó, aparentando indiferencia.

—¿Por qué te disculpas? —musitó—. Esto es para tu bienestar. Es el último obstáculo; luego volverás a ser el mismo Benjamin Wesley de siempre.

Él la miró sin más que decir. Jodie se apresuró a llenar el silencio con su sonrisa y más palabras:

—¿Sabes qué tenemos que hacer como despedida? —Wes negó con una ligera sonrisa—. Emborracharnos con brownies y helado.

Y así fue.

La noche anterior a su viaje, Jodie abandonó la cafetería con una caja de brownies, helado de menta y el corazón adolorido. Su madre le dijo que no significaba que él no fuera a regresar. Sin embargo, Jodie no podía hacerle entender razones a su corazón. Aun así, ella estaba decidida a hacer su mejor esfuerzo y disimular su estado emocional esa noche; no quería incomodar o preocupar a Wes.

—¡Hola!

Jodie entró, seguida de Darth, que daba brinquitos a su lado.

—¿Y Yves? —preguntó desde la nevera, donde estaba guardando el helado.

—Se marchó hace dos horas.

—Creí que también se quedaría...

Wes se encogió de hombros.

—Creo que tenía planes.

—¿Alguna mujer, o quizás algún galán?

Él volvió a encoger los hombros.

—¡Qué poco observador eres!

—No es cierto —repuso Wes—. Lo que pasa es que tú, señorita Jodie Sinclair, eres una entrometida.

Jodie hizo un pequeño mohín. Él tenía razón; y Wes lo sabía, así que sonrió.

—Tengo que ducharme y cambiarme de ropa. Ya vuelvo.

Ella asintió y lo observó moverse por el departamento.

Unos días atrás, Wes había cambiado las muletas por un bastón; aunque sus pasos eran más firmes, siempre se movía despacio. Jodie lo miró con cariño hasta que desapareció. Entonces tomó su bolso y entró en el cuarto de huéspedes para también cambiarse de ropa. Esa tarde había salido de la cafetería con el uniforme; lo reemplazó por unos shorts de pijama y una camiseta que tenía ovejas en el estampado. Luego regresó a la sala, donde vio que Darth estaba acostado, mordiendo un juguete sobre el sillón; acarició sus orejas.

Iba a volver a la cocina, cuando se dio cuenta de que, en aquel estante del cual Wes había roto el florero tiempo atrás, ahora había un tocadiscos. La emoción la invadió y creyó que lo estaba imaginando. Se acercó y lo tocó, y comprobó que era real; era un tocadiscos antiguo, pero estaba pulcro y en buen estado. Junto a él, había un soporte con cajas de vinilo.

Jodie estuvo a punto de gritar.

La última vez que vio un tocadiscos había sido en la finca de su abuela; allí solían tocar vinilos con música de los 60 y 70 mientras cocinaban o hacían los quehaceres del hogar. Aquel tocadiscos se averió antes de que su abuela falleciera; era el único objeto que había conservado de su abuelo.

Wes escogió ese preciso momento para regresar a la sala, y se encontró con una Jodie que no podía dejar de sonreír.

—¡No puedo creer que tengas un tocadiscos! ¿Cuándo llegó? ¿Cómo lo instalaste? —Wes abrió la boca, pero ella chilló emocionada, enseñando la portada de uno de los discos—. Y... ¡Y mira esto!, ¡tienes un vinilo de Billy Ocean! ¡Mi abuela lo adoraba! ¡Lo escuchaba todas las mañanas mientras hacía el desayuno! ¡No puedo creerlo! ¿Puedo... puedo reproducirlo?

Wes asintió, casi perplejo. Jodie se dio la vuelta, emocionada y dando brinquitos, antes de arrancar el tocadiscos. La melodía alegre y pegajosa de Love really hurts without you inundó la instancia, y ella sonrió feliz.

—¡No puede ser! ¡Esa canción me encanta! —exclamó Jodie—. ¡Está en mi lista de canciones que me hacen feliz!

Siguió la música, cantó y bailó por un rato. Luego se rio de sí misma; estaba feliz, no podía evitarlo. Ni siquiera le importó que Wes estuviera mirándola.

—Lo siento. Sé que estoy haciendo el ridículo. Por favor, no te rías de mí.

—¿Por qué me reiría de ti? —respondió él, sentándose con cuidado en el sillón junto a Darth—. Me hace feliz verte feliz.

Jodie se ruborizó. Sus palabras resonaron alrededor de su inestable corazón.

—¿Cuándo compraste un tocadiscos? —curioseó.

—De hecho, era de mi tío —le explicó Wes, acariciando el lomo de Darth—. Decidí conservarlo cuando murió porque era especial para él. Estaba en casa de mi madre; le pedí que me lo enviara.

Jodie se sentó, con una sonrisa, al otro lado de Darth.

—¡Así que aparte de ser un extraordinario piloto, también tenía un gusto exquisito por la música...! Me habría encantado conocerlo.

Wes sonrió.

—Estoy seguro de que le habrías agradado.

—¿De veras?

Él asintió. Ella le mostró una sonrisa.

—¿Qué hay de tus padres? —Jodie se arriesgó a preguntar—. Nunca hablas mucho de ellos.

Wes se encogió de hombros. No se molestó, pero pareció incómodo.

—Supongo que no hay mucho que decir —respondió—. Están divorciados y no se soportan. Mi padre es relacionista público y trabaja como parte de mi equipo de F1; él y su gente se encargan de la prensa y los medios en general. Y mi madre es curadora de arte. Ella siempre está aquí y allá, con sus pinturas y fotografías, orquestando nuevas exposiciones artísticas... La verdad es que la veo muy poco.

Hubo algo en su voz cuando habló de su madre que Jodie no pudo detectar con claridad. No era añoranza o nostalgia; era algo más triste, como pena y resignación.

—Con mi padre tengo más encuentros, sobre todo cuando estoy en temporada y compito —continuó Wes—. Sin embargo, a veces la línea entre actuar como mi padre y ser mi relacionista público se difumina. Entonces tenemos ciertos problemas. En ocasiones olvida que ya no soy un niño y que puedo tomar mis propias decisiones. A él le gusta tener el control e imponer sus reglas; por ejemplo, cuando tengo que trabajar en asuntos importantes con él, siempre encuentra la forma de dejarme incomunicado. Es su manera de hacer que no me distraiga mientras estoy trabajando, aunque es una completa ridiculez. Me siento como un idiota cuando cosas así suceden; siento que pierdo el control de mi vida.

Jodie asintió, asimilando la información sin presionarlo. No le sorprendía que su relación con sus padres no fuera buena; después de todo, no habían aparecido durante la rehabilitación y Wes no conservaba fotos de ellos en ningún lado. Sabía que sí hablaba con ellos porque Yves solía mencionarlo, pero no le sorprendería que fueran de ese tipo de familias que lo mejor que podían hacer por cada uno era estar distanciados.

Wes no dijo nada más. Jodie observó su postura en silencio, hasta que se le ocurrió algo que había pensado en algunas ocasiones:

—¿Por qué todos te dicen Wes? ¿Por qué no Benjamin o Ben?

—No me gustan mis nombres —contestó él con un encogimiento de hombros—. Weston es horrible, y era el nombre de mi abuelo paterno que siempre fue un cretino. Y Benjamin es el nombre de mi padre, que también tiene ciertos genes suyos.

—¿Entonces Wes es un diminutivo de Wesley?

—Sí. Y, de hecho, me venía bien porque el apellido es lo que siempre utilizan cuando compites.

—¿Por qué no Wesley?

—Porque Wesley era mi tío —aclaró él; y había mucha añoranza en su voz—, y no quería quitarle eso.

Jodie asintió y dejó ir el tema. Era obvio que a Wes le gustaba hablar de su tío, había sido como su figura paterna, pero también lo entristecía.

—No sé por qué no te pregunté antes, pero... ¿Tus padres qué hacen? —Wes cambió de tema.

—Mi papá imparte clases de Literatura a universitarios y es un geek, sobre todo cuando se trata de Doctor Who. Mamá es más normal: es ama de casa y fundó un club de lectura con nuestras vecinas llamado «Las mujeres casadas también leen erótica», aunque no solo leen libros eróticos. Bueno, en realidad no estoy tan segura... —Jodie arrugó la nariz—. La verdad es que no quiero saberlo.

Ambos rieron y luego se mantuvieron en un silencio cómodo hasta que Wes lo rompió:

—¿Y dónde están tus famosos brownies con los que debo emborracharme?

Jodie hizo una mueca.

—Ya los verás. Van a encantarte y me pedirás más, pero te diré que no.

Jodie detuvo el tocadiscos y fue a la cocina mientras Wes buscaba una película en la televisión. Ella sirvió los brownies calientes y los salpicó con frutos secos antes de decorarlos con helado de menta y jalea de chocolate. Sonrió ante su creación y le ofreció uno de los platos a Wes, ante su mirada perpleja.

—¡No puedo comer todo eso! ¡Yves me matará! —se quejó, pero ya tenía la cuchara lista.

—Pero Yves no está aquí y prometo guardar el secreto.

Wes sonrió y se acomodaron en el sillón para ver Jurassic Park. Él no comentó nada del postre, pero sabía que no hacía falta; disfrutaba de sus dulces y de su comida en general. Wes se comió su postre y lo que quedó del de ella. Eso tampoco le sorprendió a Jodie; a causa del ejercicio físico al que Wes se sometía, su metabolismo era rápido y podía ingerir una cantidad imposible de comida sin enfermarse.

Ella iba a encargarse de los platos, pero Wes se adelantó. Cuando regresó, traía un vaso de cristal consigo; se sentó a beberlo con calma.

—¿Qué es lo que tomas?

—Whisky en las rocas —respondió él—. Mi tío me enseñó a prepararlo cuando estaba en la escuela. No me dejaba beberlo, pero me torturaba de esa forma.

Jodie miró con curiosidad el líquido oscuro. Ella no solía beber de forma regular. Sus hermanos intentaron enseñarle cuando tuvo edad suficiente, pero tenía baja resistencia con los alcoholes más fuertes; aun así, se encontró diciendo:

—¿Puedo intentarlo?

Wes asintió y le preparó uno. Jodie tomó el vaso. Su primer instinto fue olerlo, y tan solo el aroma le hizo picar la nariz y hacer una mueca; olía a madera quemada y a químicos. El primer sorbo le quemó la garganta y le dejó un mal sabor en la boca; el segundo le calentó el estómago, y al tercero dejó de sentir la lengua.

—¿Y?, ¿qué opinas? ¿Te gustó?

Ella levantó el pulgar en una señal positiva.

Tres vasos de whisky después, Jodie sentía que el suelo se movía y su cabeza se mecía hacia delante. Intentó aparentar lo mejor que pudo, pero su postura la delataba, al igual que sus movimientos lentos.

La ligera risa de Wes alcanzó sus oídos, y Jodie abrió los ojos para enfocarlos en la televisión.

—Fue el whisky, ¿no? —supuso él.

Ella lo ignoró.

—Jodie, te estás cayendo hacia un lado. —Él volvió a reír.

Lo siguiente que Jodie supo fue que estaba tendida sobre el sillón. Wes se movió hasta quedar sobre su costado, para darle más espacio a su cuerpo.

En su estado de letargo, Jodie abrió los ojos despacio y reparó en que el rostro de Wes estaba cerniéndose sobre el suyo; nunca había estado tan cerca de él como en ese momento. Su imagen se difuminaba, pero ella se esforzó por captar la forma de sus ojos, su nariz recta y sus labios hermosos, tan bien formados, y su barba siempre bien recortada. Su cabello rubio, largo y un poco rizado, estaba recogido en aquel moño simple, con ese mechón rebelde junto a su mejilla que siempre se le escapaba.

Jodie nunca se arrepintió tanto de algo en su vida como de beber aquellos tragos de alcohol.

—¡Nunca más voy a beber whisky! —se quejó con un mohín.

Wes sonrió y ella percibió cómo sus dedos alejaban unos mechones de su rostro. Suspiró. Sus ojos se cerraron, pero se mantuvo consciente. Necesitaba seguir sintiendo el calor que sus cuerpos juntos transmitían, también cómo él le tocaba el rostro y su respiración en el hueco de su cuello.

Se arrepintió por el condenado whisky por segunda ocasión. ¡Que irónico que una estúpida bebida alcohólica le estuviera arrebatando aquel momento especial!

Unos segundos después, su respiración se volvió lenta y suave. Wes debió haber creído que ya estaba dormida, pero ella volvió a abrir los ojos. Él aún la miraba, y sus labios se estiraron en una sonrisa; sus ojos refulgían. Jodie deseó saber qué estaba pensando. Deseó tanto tocarlo... Sin embargo, su brazo no se movía, y todavía no había desarrollado la habilidad de leer mentes.

No tuvo más opción que conformarse con mirarlo. Todo parecía moverse en cámara lenta y, quizás, gracias a su estado de adormecimiento, Jodie se encontró expresando aquella incógnita que todavía la perseguía en sus sueños:

—¿A dónde me habrías llevado?

Wes frunció el ceño.

—¿De qué hablas?

—Si hubieras ganado en Australia... —continuó Jodie, como si todo eso fuera parte de un sueño—, ¿qué habrías hecho conmigo?

—Jodie... —comenzó a decir Wes; una clara negativa.

De hecho, nunca hablaban de ese primer encuentro en la playa. Era como si jamás hubiera existido y, al ignorarlo, pudieran preservar su amistad.

—¿Jodie, qué? —se quejó ella en un tono casi ofendido—. Es solo una pregunta. Y esta podría ser nuestra última noche juntos, así que todo lo que digas será olvidado mañana y para siempre.

Wes no respondió, y por varios segundos Jodie creyó que la conversación había terminado. Sin embargo, él se agitó y la miró a los ojos.

—Supongo que habría ido a verte a la cafetería y te habría invitado a cenar de forma apropiada. Entonces, esa noche te habría recogido y llevado a un restaurante elegante y bonito. Aunque estoy seguro de que un carrito de hamburguesas te habría parecido igual de perfecto. —Sonrió antes de agregar—: En el restaurante te habrías asegurado de ordenar lo más barato, porque es así como eres. Habríamos charlado de temas triviales y me habrías hecho reír con aquella sonrisa contagiosa que tienes. Luego, durante la cena, me habrías confesado que te encantaba bailar; así que, al salir, te habría llevado a un club con buena música y te habrías adueñado de la pista de baile con toda tu energía brillante y tus movimientos atrayentes. Entonces me habría obligado a bailar contigo una o dos canciones, aunque no me gusta bailar. Y, entre la gente y las luces y nuestros cuerpos juntos, supongo que te habría besado y quizá tú me habrías besado de vuelta.

Su respiración se detuvo.

—Y después, cuando te hubieras cansado de bailar y tu rostro brillara de emoción, te habría llevado a casa para...

—Creo que con eso es suficiente... —susurró Jodie con un hilo de voz.

Wes se detuvo, pero su alborotado corazón no.

—Tú preguntaste. —Sonrió y acarició su mejilla. Jodie se estremeció mientras un sinfín de preguntas saturaban su mente aletargada.

«¿Vas a invitarme a salir de nuevo?».

—Wes...

«¿Vas a volver a desearme?».

—¿Vas...? —titubeó.

«¿Vas a besarme ahora?».

—¿Vas a...?

Él se inclinó más cerca. Sus ojos buscaban en su rostro las palabras que ella no lograba terminar, pero casi podía adivinarlas. Su aliento le golpeó los labios y Jodie los separó, humedeciéndolos con la punta de la lengua. Luego cerró los ojos y esperó. Unos centímetros más y...

Wes se detuvo.

Jodie entreabrió los ojos y lo observó. Su mirada estaba oscurecida; su rostro era serio, pero sus palabras fueron suaves:

—No lo tomes como un desaire, pero me voy mañana. —explicó—. Y no me parece justo para ti.

Jodie no respondió. Su corazón se sentía triste, avergonzado y miserable, mientras que su consciencia se sentía aliviada y serena por su honestidad.

—¿Vas a extrañarme? —susurró.

Wes lo pensó por unos segundos y, al final, negó.

—No, por supuesto que no —dijo con tono divertido—. No extrañaré para nada tus dulces malos y tus bailes raros. —Una sonrisa titubeó en sus labios—. ¿Y tú?, ¿ vas a extrañarme?

Jodie bufó y rodó los ojos.

—Estaré agradecida de que tus mensajes o llamadas no me despierten en la madrugada ni interrumpan mi trabajo. Es más, borraré tu número.

Ambos rieron.

Y Jodie sintió que, a pesar de todo, estarían bien. Dolía tener que dejarlo ir ahora que estaban tan cerca, pero iba a esforzarse por continuar al igual que él.

Cerró los ojos y dejó que el sueño se apoderara de su consciencia. Pero una caricia sobre su corazón la sorprendió.

—Tu corazón late muy rápido, Jodie.

«Es porque te quiero», pensó.

—Es... porque estoy viva —mintió.

Wes sonrió.

Cuando él se alejó, ella también llevó una mano a su pecho, a la altura de su corazón.

—Tu corazón también late muy rápido.

Los ojos de Wes brillaron.

—Es porque estoy vivo.

Ella sonrió y luego se quedó dormida.

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