Capítulo 7

«Rendirse: darse por vencido, dejar de esforzarse o de oponer resistencia». Jodie buscó el significado en uno de los diccionarios de su padre antes de regresar a Bournemouth con Salem.

Las palabras de su madre resonaban en sus pensamientos y Jodie sentía que por fin su vida volvía a recobrar su rumbo. Ella había vuelto a casa, perdida y sin saber qué hacer, pero ahora estaba convencida de lo que quería y que era correcto hacer.

Jodie dejó a Salem en casa y salió corriendo hacia al trabajo; su hora de entrada no era hasta dentro de una hora, pero Jodie necesitaba el tiempo extra para cumplir con su meta del día. Cuando llegó a la cafetería, Jimmy ya estaba en la cocina, iniciando sus labores; no le sorprendió, porque él llegaba antes para experimentar en paz con nuevos sabores y platillos, pero él sí se llevó una sorpresa al verla.

—Estás un poco temprano hoy —comentó.

—Buenos días, Jimmy —lo saludó con una sonrisa mientras corría detrás de su estación de trabajo y sacaba de la nevera unos bizcochos en cuadritos listos para decorar. Sintió la mirada confusa de Jimmy sobre ella, sobre todo porque no se puso el uniforme antes de empezar a trabajar. Alzó la vista y le dirigió una radiante sonrisa que contenía más que simpatía.

Jimmy levantó una ceja.

—Ya dime lo que quieres —musitó con una sonrisa escondida.

—¿Podrías hacer un poco de ese maravilloso café que siempre preparas todas las mañanas?

—Pero tú no bebes café... —le dijo extrañado.

—No es para mí. —Jodie le guiñó el ojo y volvió a concentrarse en su tarea.

Jodie agarró los bizcochos y los remojó en licor de Baileys para luego decorarlos con crema de limón y almendras troceadas bañadas con caramelo. Cuando quedó satisfecha, empacó media docena en una caja decorada con un listón rosa. Jimmy se acercó a su estación y le dirigió una larga mirada curiosa antes de entregarle el café en una taza extra grande.

—Esto te costará todos esos bizcochos.

—Son tuyos —repuso ella con una sonrisa, antes de agarrar el café, los bizcochos, y salir corriendo.

Tomó el sendero principal de la playa y caminó deprisa. Diez minutos después, observó el alto condominio donde Wes vivía. Cuando ingresó en la recepción, los guardias la reconocieron y la dejaron continuar; Jodie les agradeció y corrió hacia los ascensores.

Ella estaba tan emocionada que no podía dejar de agitar los pies. Por un segundo pensó que lo que estaba haciendo era una locura, pero se sentía tan bien y tan correcto que supo que estaba bien estar un poco loco.

Bajó en el piso correcto y se detuvo frente a la puerta del departamento de Wes. Nunca dijo en qué piso vivía, pero ella había llamado a la señora Armagnac para preguntarle acerca de él. La mujer, en lugar de sentir desconfianza por su pregunta, habló de su vecino del piso inferior sin guardarse ni un detalle.

Sonrió, dejó de contener el aliento y tocó el timbre. Esperó mientras se acomodaba los mechones ondulados de su cabello bajo su gorro de lana; Jodie estaba nerviosa. Cuando la puerta se abrió, no fue Wes quien apareció.

—Hola —saludó con una sonrisa amable.

—Hola —respondió Yves con otra sonrisa—. Eres Jodie, ¿verdad?

Ella asintió.

—¿En qué puedo ayudarte?

Jodie aferró la taza de café con más fuerza.

—¿Está Wes? —preguntó, intentando mirar al interior del departamento para ver un atisbo del otro hombre.

La sonrisa de Yves fue un poco tensa y apenada.

—Sí, pero no recibe visitas. Lo siento.

El hombre parecía incómodo y ella sintió simpatía por él. A pesar de estar algo decepcionada, esbozó una sonrisa honesta y serena; después de todo, no había esperado que Wes la recibiera. Debía haberlo apostado con su madre.

—Está bien. Igual tengo que regresar al trabajo. Solo quería que tuviera esto. —Le entregó a Yves la caja de dulces y la taza de café—. Sería genial que pudieras dárselos y decirle que vine. Son bizcochos. Puedes probarlos. Están deliciosos.

Yves pareció un poco atónito por su actitud tan despreocupada, pese a haber sido rechazada. Sin embargo, se recuperó rápido y sus ojos se volvieron tiernos.

—No te preocupes. Le diré que viniste —repuso y levantó la caja de bizcochos—. Y gracias.

—Bien. ¡Adiós!

Luego de aquella mañana, Jodie regresó al día siguiente y al siguiente y al siguiente.

Salem se acostumbró a ver marchar a su humana más temprano y Jimmy a tener lista su taza extra grande de café a cambio de golosinas. Los guardias, a sus buenos modales y a los dulces gratis. Yves, a su sonrisa contagiosa y a la ilusión en sus ojos, y Jodie se acostumbró a ver a Yves y a tener conversaciones cortas y amables con él cada mañana.

Aunque nunca se acostumbró a no ver a Wes.

~~*~~

Dos semanas después de su excursión diaria al departamento de Wes, Jodie se levantó esa mañana por la tormenta que estaba cayendo sobre la ciudad. La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de su departamento; Jodie se acercó y observó el cielo oscuro e impredecible.

—El clima no puede cooperar con una Sinclair, ¿no, Salem?

Salem maulló y se estiró sobre su cama. Sus ojos oscuros la miraban como si estuviera intentando descifrar si su humana se atrevería a salir con la tormenta.

Y se atrevió.

Se cambió el pijama y buscó un paraguas antes de salir del departamento. Desde la seguridad de su hogar, la tormenta casi no parecía tan mala, pero afuera era mucho peor; tomar el bus y llegar a la cafetería fue un suplicio y un milagro. Jimmy no llegaba todavía, pero a Jodie no le sorprendió; él llevaba a sus hijas a la escuela antes de abrir la cafetería, pero con esa tormenta ni siquiera habría podido salir de casa.

Gracias a Dios le había enseñado a Jodie cómo preparar su característico café. Ella preparó la bebida y alistó los dulces. Cuando salió de la cafetería, la lluvia seguía sin detenerse; su paraguas se agitaba con fuerza por el viento furioso. Con la mala suerte que tenía, estaría agradecida si no le caía un rayo.

Llegó empapada al condominio de Wes. Los guardias la observaron como si hubiera enloquecido, pero ella les sonrió y les entregó sus dulces diarios, luego subió. Jodie intentó no mojar el piso y quiso peinarse en el ascensor, pero empapada como estaba, su rostro lucía muy pálido y los mechones de cabello se pegaban sin gracia a sus mejillas.

«Al menos, Wes no me verá».

Esbozó una sonrisita y tocó la puerta. Esperó, y los minutos se alargaron. Jodie se preocupó; pero cuando estaba a punto de marcharse, Wes abrió la puerta desde su silla de ruedas. Su aparición fue inesperada y aturdió a Jodie.

Cuando se recuperó, su primer impulso fue salir corriendo. El segundo fue besarlo —impulso que, de nuevo, no iba ni siquiera a considerar—. Y el tercero fue hablarle. Y eso habría hecho, pero Wes de pronto pareció muy enojado y sus ojos verdes se volvieron tempestuosos como la lluvia.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Hay una tormenta eléctrica allá afuera! —reclamó y su mirada recorrió su figura—. ¡Por Dios, Jodie! ¡Estás empapada! ¿Acaso te volviste loca?

Su cerebro hizo cortocircuito. Wes era hermoso cuando estaba enojado; pero no solo enojado, sino también preocupado... por ella.

—Pues... yo... —balbuceó sin sentido y, sin previo aviso, sonrió—. Hola.

Wes frunció el ceño y la observó con incredulidad. Por unos segundos, sus ojos se detuvieron en su sonrisa y luego en su ropa mojada. Al final, suspiró.

—Sí, estás loca —comentó y alejó la silla de la puerta para dejarle espacio—. Entra. Te conseguiré una toalla —su voz seguía estando enojada, pero Jodie no iba a desperdiciar las oportunidades que él le ofrecía, como verlo, estar a su lado, conocer su casa y... una toalla. Wes podía regañarla cuanto quisiera mientras no pidiera que se marchara.

Jodie lo siguió por un pasillo hacia el interior del departamento e intentó no mirar todo con la boca abierta. El lugar era tan grande y amplio como el de los esposos Armagnac, aunque este tenía un estilo moderno y elegante. La decoración era una mezcla de colores grises, blancos y beiges, con grandes ventanales, pisos de mármol, estantes de granito y muebles a juego.

Un ladrido llamó su atención y Darth salió de un dormitorio, agitando todo su cuerpo, emocionado. Jodie sonrió y acarició su pelaje negro mientras él le lamía el rostro.

—Espera aquí. —Wes señaló un sillón.

Ella lo miró; lucía tan costoso que sintió pena por tener que sentarse con su existencia empapada en él. Se quedó de pie, junto a Darth, y dejó su bolso. Después acomodó la funda impermeable con el café y los dulces sobre la mesa frente a ella.

Wes regresó y frunció el ceño.

—¿Por qué no te has sentado?

—No quería arruinar tu bonito sillón —repuso ella con sinceridad.

Él la miró con aquellos ojos intensos que Jodie estaba llegando a pensar que jamás iba a descifrar.

—Da igual —dijo—. A menos que vayas a desnudarte antes de sentarte, no veo que tengas más opción.

Jodie se sentó. Sus mejillas se calentaron tanto que agradeció estar empapada con agua fría. Wes se acercó al sillón y le tendió una toalla. Ella le agradeció y se secó el rostro.

Entonces se congeló.

La toalla olía a él, a aquella fragancia masculina y limpia que había detectado en él durante su primer encuentro. Su corazón se aceleró y apartó la toalla de su cara antes de ponerse aún más en ridículo.

Jodie levantó el rostro y se secó el cabello; sus manos temblaban y no sabía hacia dónde mirar. Wes cruzó los brazos y la observó, como si estuviera intentando resolver un enigma. Tragó saliva y continuó secándose.

El silencio era casi palpable entre ellos. El único sonido provenía de los golpeteos de la lluvia y la melodía lenta que se escuchaba en la radio; ella reconoció la canción: era Two, de Sleeping at Last.

Con todo lo sucedido —la tormenta, el inesperado encuentro, la sensación helada que sentía hasta los huesos y Sleeping at Last queriendo hacerla romper a llorar—, Jodie se rio.

—¿Qué es tan gracioso? —Wes se aventuró a preguntar. Su voz ya no demostraba enojo, sino que denotaba molestia, aunque conservaba un rastro de preocupación—. Quizá te dé una neumonía, o algo peor.

—Es que ninguno de nuestros encuentros sale bien —explicó—. Y esta vez solo necesité una tormenta eléctrica para poder verte.

Ambos se sorprendieron. Wes por su declaración; Jodie, por el significado implícito en esta. Los dos corrieron la mirada. Ella continuó secándose.

—¿Por qué haces esto? —le preguntó él de repente—. ¿Por qué vienes todos los días?

Ella bajó la toalla.

—Dejaste de venir a la cafetería.

—¿Y eso qué?

Pensó su respuesta unos segundos.

—Luego del accidente, imaginé que tu vida cambió y perdiste muchas cosas...

Wes la miró y su garganta se sintió seca. Un temblor imparable invadió sus dedos.

—No quería que también perdieras eso —completó ella, refiriéndose a la cafetería.

Como él enmudeció, Jodie se apresuró a decir:

—Si te incomoda, me detendré. Lo prometo —aquellas palabras casi ardieron en su garganta, pero necesitaba hacerle saber que en ese loco plan de ella él también tenía una opción.

Wes se pasó una mano por el rostro, en un gesto frustrado, pero que también le reveló a Jodie lo cansado que se sentía. Y ahí estaba ella, como una carga innecesaria sobre sus hombros.

—Gracias —murmuró en un susurro tan avergonzado como agradecido. Ella lo escrutó y él se aclaró la garganta—. Extrañaba el café.

Jodie le ofreció una sonrisa radiante.

—De nada —contestó—. Te traje más hoy, pero creo que tendrás que calentarlo antes de beberlo.

Wes se encogió de hombros y la tensión entre ellos cedió un ápice. Ella le entregó la funda impermeable y Wes se movió hacia la cocina, que tenía aquel estilo abierto, así que Jodie podía observar desde el sillón. Pensó en ofrecerle ayuda, pero se dio cuenta de que el hecho de que usara una silla de ruedas no significaba que fuera un inútil. Wes llamó a Darth y el can se sentó en el sillón, al lado de Jodie.

—¿Quién está paseando a Darth ahora?, ¿Yves? —Jodie recordó al hombre y, por primera vez, notó su ausencia—. No está aquí hoy.

—Llegará después de la lluvia. Y en cuanto a Darth... No ha salido en estos días. No le gusta que Yves lo lleve a pasear.

Jodie tuvo una de sus maravillosas ideas y, antes de arrepentirse, preguntó: dijo:

—¿Puedo intentarlo?

Wes observó su rostro y luego a Darth, quien tenía la cabeza sobre el regazo de Jodie.

—Si quieres...

Jodie sonrió y acarició al perro detrás de las orejas.

De repente, se sintió con mucha suerte. Wes le había hecho dos concesiones en un solo día; además, era amable de nuevo. La tensión se mantenía y el silencio parecía perseguirlos, pero esa chispa que estuvo presente entre ellos aquella noche en la playa también seguía en él. Era pequeña e insegura, pero ella... ella la iba a revivir.

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