Capítulo 6
Esa misma noche, Jodie regresó a Cornualles junto a Salem y llamó a la puerta de la casa de sus padres cuando el reloj marcó las 20:30 p. m. Neil Sinclair abrió la puerta, en pantuflas y con su bata de dormir de Doctor Who; también sostenía en la mano una taza, que era réplica de la famosa TARDIS. La familiaridad de la escena animó a Jodie un poco.
—¡Cariño!, ¡no sabíamos que vendrías!
—Hola, papá.
Ella lo abrazó. El contacto duró más que de costumbre, pero su padre no hizo comentario alguno, y disfrutó de la tranquilidad que sentía en sus brazos. Luego él se encargó de su maleta y Jodie abrió el bolso transportador de Salem para dejarlo libre.
—¿Mamá no está?
—Fue a su club de lectura, pero no tardará en volver —respondió él—. ¿Quieres un té? Podemos ir a la cocina para...
—¡No! ¡La cocina no! —Jodie soltó casi con desesperación.
Su padre estudió su rostro, asombrado por su apasionada reacción. Jodie se sintió avergonzada y le preocupó que él notara que algo no estaba bien.
—Pero me encantaría el té —agregó ella con un atisbo de sonrisa—. Gracias.
Él le acarició la mejilla y desapareció por el pasillo hacia la dichosa cocina de corazones rotos. Mientras tanto, Jodie subió a su habitación y se arrojó sobre la cama. El olor familiar de su vieja alcoba y los recuerdos en las paredes le transmitieron a su alma un ápice de paz.
«Es bueno estar en casa».
Sus ojos se posaron sobre las estrellas guindadas sobre su cama y observó cómo los pequeños puntos brillantes danzaban y proyectaban sombras sobre las paredes. Siempre había logrado pensar con claridad cuando sus ojos seguían su vaivén; sin embargo, en ese preciso instante, ni el movimiento sereno o la melodía de Wicked game sonando en su reproductor de música calmaron sus tormentosos pensamientos.
Luego de su encuentro con Wes, había regresado a su departamento, sintiéndose derrotada. El silencio y la soledad agrandaron el vacío y la tristeza que ya sentía. Entonces se dio cuenta de que no podía seguir guardándolo; necesitaba hablar con alguien sobre lo que estaba pasando o se volvería loca.
La idea de terminar llorando como otras Sinclair en su cocina no era atractiva para nada, pero su madre estaba en casa; y aunque pudiera parecer una niña llorona, Jodie había descubierto hacía mucho tiempo que no existía nada que su madre no pudiera resolver. Era un superpoder de las mamás.
Sonrió al recordar que todavía tenía a sus padres y a sus hermanos. Con ese pensamiento, se hizo un ovillo, cerró los ojos y se quedó dormida.
~~*~~
A la mañana siguiente, se despertó desorientada, hasta que se acordó de que estaba en la casa de sus padres. Salió de la cama, tomó una ducha y se cambió la ropa del día anterior. Cuando bajó al comedor para desayunar, su padre estaba leyendo el periódico y escuchando a su mamá, mientras ella preparaba el desayuno y le contaba sobre el club de lectura a través de la ventana de la cocina. Ambos eran la imagen perfecta de un matrimonio feliz. Después de tantos años, seguían comportándose igual.
Jodie saludó a sus padres con un beso en la mejilla, antes de sentarse a la mesa. Roslyn Sinclair parecía tan contenta, que no se atrevió a decirle la verdad cuando preguntó por qué no les había avisado que los visitaría.
—Solo quería distraerme el fin de semana —dijo en el tono más convincente que pudo—. Además, es bueno no tener que cocinar todos los días.
Sus padres sonrieron.
Ella respiró, aunque cada vez le parecía más difícil.
Luego del desayuno, Jodie vio televisión con su padre, incluyendo varios episodios de Doctor Who. Él era un fanático de la serie desde que Jodie tenía memoria; estaba casi segura de que no existía ni un solo episodio de la legendaria serie que no hubiera visto, al menos, tres veces.
Cuando se aburrió de la televisión, se encerró en el estudio de su padre para leer. Él era profesor de Lingüística en la universidad y tenía una biblioteca que cuidaba como un tesoro. Jodie escogió un libro al azar y se acomodó sobre su sillón favorito.
Su madre la encontró ahí a la hora de la cena, pero Jodie no tenía hambre. Intentó concentrarse en el libro, en vano; Wes seguía invadiendo sin descanso sus pensamientos. Ella recreó su encuentro en su cabeza mil veces e imaginó otras maneras en que la conversación podría haber fluido. Si tal vez hubiera dicho eso o aquello, si hubiera seguido sonriendo, si hubiera mirado a Wes así y no de la otra forma; si hubiera... si hubiera... si hubiera...
Ya no existía un «si hubiera».
Su «adiós» había sonado muy rotundo y definitivo. Había arruinado todo, y ahora el recuerdo perseguiría su existencia por el resto de sus días.
Jodie se fue a la cama sin cenar. Les deseó buenas noches a sus padres y se escabulló en su habitación. Las horas se alargaron y el sueño no acudió a ella, pues un cúmulo de sentimientos se apoderaron de su ser: tristeza, enojo, resignación, vergüenza, impotencia, miedo. El dolor en su pecho era inexplicable e intenso; crudo y muy real.
Cuando aún era niña, Jodie había leído en un artículo científico que cuando rompían el corazón de una persona, en realidad no había ningún cambio físico en el cuerpo. El corazón no se rompía ni dejaba de funcionar, sino que todo era un estímulo de su subconsciente; el dolor era real, pero solo estaba en la mente. Pero si aquello era cierto, ¿entonces por qué parecía que las dagas en su pecho eran reales? ¿Por qué dolían tanto?
Se sentó en la cama y se cubrió el rostro con las manos. Quería gritar tan fuerte hasta que todos pudieran escucharla. Quería culpar a Benjamin Wesley, y a sí misma. Quería odiarlo, y odiarse. Quería... quería dejar de sentir; al menos por un parpadeo, aunque luego todo volviera a ser un caos.
—Supongo que siempre tuvieron razón —susurro para sí misma, pensando en todas las mujeres Sinclair que habían desfilado por su hogar—. No hay salida de aquello que es inevitable sentir.
Jodie contuvo la respiración y se levantó. Cuando abandonó su alcoba y cruzó a la habitación de sus padres, la penumbra iluminó sus siluetas dormidas. Igual que cuando era una niña, Jodie se acercó y tocó con delicadeza el hombro de su madre.
—Mamá..., ¿podemos hablar?
Su madre se agitó confundida y somnolienta. Encendió la luz de la lámpara junto a su cama y observó su rostro unos segundos; lo que sea que hubiera encontrado en su semblante, le robó hasta el último vestigio de sueño. Luego despertó a su esposo:
—¡Neil ¡Neil, vete! ¡Jodie quiere hablar!
Su padre se despertó entre un murmullo de palabras inentendibles.
—¿Y por qué tengo que irme?
—Porque vamos a hablar cosas de chicas.
Él gruñó; se levantó y agarró una almohada. Cuando pasó junto a Jodie le ofreció una sonrisa adormecida y depositó un beso suave en su cabeza. Después cerró la puerta, dejando a ambas mujeres con su privacidad. Jodie tomó el lugar de su padre en la cama y se hizo un ovillo bajo las sábanas.
—Sabía que te sucedía algo —empezó su madre mientras alejaba varios mechones de su rostro—. Estuviste tan callada durante el día y no bailaste ni una sola vez. Además, no has entrado a la cocina desde que...
—Me enamoré, mamá —dijo Jodie antes de perder el valor.
Muchas emociones se reflejaron en el rostro de Roslyn Sinclair, desde incredulidad hasta miedo.
—Fue amor a primera vista y sé que es mi alma gemela.
Su madre no dijo nada y, por un segundo, temió que Jodie se pusiera a llorar.
—Jodie... —no pudo ocultar la incertidumbre en su voz—. ¡Ay, cariño!, tengo que decirte algo. Es difícil, pero...
—Las mujeres de esta familia jamás se quedan con sus almas gemelas —completó Jodie.
Su madre soltó un gritito, sorprendida, y se sentó en la cama.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió, llevándose una mano al pecho—. ¡Se supone que no lo sabías! Tu padre y yo siempre intentamos que...
Jodie se sentó a su lado y tomó su mano.
—Mamá, sé que querían protegerme. No los culpo.
—Pero...
—Te escuché hablar con la tía Kirsten una vez, cuando tenía siete años. Estaba escondida comiendo un helado en uno de los armarios de la cocina.
Su madre la miró incrédula y negó con la cabeza.
—¿Has sabido de la maldición desde que tenías siete años? ¿Qué clase de madre soy?
Jodie sonrió.
—La mejor —respondió y apretó su mano—. Además, no sé por qué estás tan sorprendida. Había más lágrimas en nuestra cocina que en un cementerio; siempre había una mujer Sinclair con el corazón roto. En las reuniones familiares no mencionaban de forma explícita la maldición, pero cualquiera podía intuirlo. Sé sobre esa estúpida y extraña maldición familiar.
Su mamá acarició su mejilla y sostuvo su rostro entre sus manos. Jodie tenía los mismos ojos de su madre; verse en ellos era como mirarse en un espejo.
—Mi niña, a veces pensaba que este momento jamás llegaría. Recé para que jamás llegara, y ahora estás aquí... Dime qué pasó.
Jodie relató los sucesos desde aquella mañana que se vieron por primera vez hasta el encuentro de esa tarde. Su madre escuchó con atención, jamás la interrumpió. Cuando Jodie terminó de hablar, ambas estaban llorando.
—Al verlo, supe que había algo diferente —explicó Jodie entre lágrimas—. En sus ojos, en su rostro, en su alma. Era como si algo dentro de él estuviera llamándome, mamá. Esa última mirada me pareció una señal de auxilio, lo sé, lo siento. Me duele, pero no puedo dejarlo ir. Quizás es aquí cuando la maldición es cierta y ya perdí a Wes para siempre, pero no puedo darme la vuelta e irme; al menos no hasta que sepa que está bien y que es feliz. ¿Eso me hace una tonta?
—No, eso te hace una mujer increíble.
Su mamá le secó las mejillas y sonrió. Jodie también se vio reflejada en esa sonrisa, eran muy parecidas. Abrazó su cintura y enterró el rostro en su pecho. Su madre acarició su cabello y consoló su espíritu hasta que los sollozos se detuvieron y pudo volver a respirar de nuevo.
—¿Por qué, mamá? —preguntó con las lágrimas secas y la mejilla apretada contra su pecho—. ¿Por qué a nuestra familia? ¿Cómo comenzó? ¿Y por qué no se detiene?
Las caricias en su cabello se detuvieron y su cuerpo se tensó. Se apartó para mirar a su madre; su semblante era inseguro. Cuando Jodie creyó que ninguna palabra iba a traspasar sus labios, Roslyn suspiró y empezó a hablar:
—¿Recuerdas el libro de cuentos de tu tatarabuela?
Jodie frunció el ceño. Regresó a sus recuerdos del pasado y, para su asombro, sí recordaba aquel libro de cuentos.
—Solías leerme los cuentos cuando era pequeña. Teníamos una edición especial, pero creo que se perdió.
—Bueno, no se perdió —confesó su madre y desvió la mirada—. Luego de que tuve aquella conversación con Kirsten, eché el libro a la basura. No lo quería aquí.
—¿Por qué?
—Porque uno de esos cuentos... no era un cuento.
El semblante de Jodie debió haber reflejado tal incredulidad y escepticismo que su madre tomó sus manos y las apretó.
—Lo que voy a contarte ahora es un secreto familiar muy antiguo; no puedes decírselo a nadie. Tu padre me lo confió hace mucho tiempo, y solo porque sabía que nunca divulgaría la historia ni juzgaría a nadie de su familia, ¿entiendes?
La joven contempló su expresión con perplejidad mientras intentaba procesar todo lo que su madre decía.
—¿Entiendes, Jodie?
—Sí.
Dio un último apretón y la dejó ir.
—¿Recuerdas todos los cuentos?
Ella meditó su respuesta antes de hablar.
—Quizás. Eran varios: La luna que cantaba al sol, Los zapatos rojos de Sofía, El conejo con el reloj, El espejo y la bruja, La princesa de las estrellas, Los monstruos del clóset... Creo que recuerdo todos, menos...
—Los pájaros que nacen de la madera.
—¡Sí, ese! —exclamó Jodie—. Nunca querías leerlo.
—Bueno, ese cuento no es solo un cuento: es un relato muy antiguo sobre la familia, que tu tatarabuela, quien era escritora, documentó en su libro de cuentos. No sé cómo llegó hasta ella, o por qué decidió ponerlo en ese libro, pero ha pasado entre las generaciones de mujeres Sinclair por un largo tiempo. De ese libro nació la idea de Las memorias de los corazones rotos.
—¿Las memorias de los corazones rotos? —repitió Jodie, perpleja.
Su madre pareció morderse la lengua y se apresuró a negar con la cabeza.
—Esa es una historia para otro momento. Es normal que no sepas de la existencia de Las memorias porque se suponía que no conocías los detalles de la maldición, así que vamos en orden.
Jodie no dijo nada. Sentía la garganta seca y le costaba tragar. Una parte de ella se sentía curiosa, llena de preguntas, y quería saber más, mientras que su otra mitad quería esconderse bajo las sábanas y olvidarse de todo. Sin embargo, presintió que todo lo que estaba a punto de descubrir sería crucial.
—Ahora préstame atención y no me interrumpas —le dijo su madre—. El cuento menciona que en un pequeño pueblo de Escocia, junto a un río, existía un árbol, uno antiquísimo, y del que se decía que podían nacer pájaros de su madera. Se creía que la magia ocurría cuando los trozos de madera caían en el agua y luego se transformaban en aves bellísimas.
Jodie escuchó en silencio; sentía una mezcla de inquietud y curiosidad.
—Cuando estas aves cobraban vida, aprendían a volar y abandonaban sus nidos. Todas, menos una, que se quedó junto al árbol; volaba sobre el pueblo cercano, pero siempre regresaba. Su canto alegre se escuchaba desde lejos. Una tarde, una muchacha fue atraída por el maravilloso sonido. Cautivada, danzó sobre las raíces del árbol, y luego se quedó dormida bajo su sombra. El ave se enamoró de la joven apenas la vio.
Jodie separó los labios de inmediato para hablar, pero su madre negó y continuó el relato:
—A pesar de su propia belleza, el ave se sintió perdida por la sencillez de la muchacha; pero cuando anocheció y ella se marchó, su melodía se volvió triste y melancólica, casi dolorosa de escuchar. En cuanto su llanto se extinguió, el ave le pidió un deseo a una criatura muy poderosa de la fauna, la cual plantó aquel árbol. La criatura, que se sentía agradecida porque el ave no había abandonado el árbol, susurró en sus pensamientos que para cumplir sus deseos debía entrar en el río.
»Y así fue. El ave entró en el río, cerró los ojos y pidió un deseo. Y entonces se convirtió en hombre. Feliz con su transformación, abandonó el agua, se acostó bajo el árbol y soñó con la muchacha. Al día siguiente, la joven regresó al lago y encontró al hombre, ocupando su lugar. Molesta, ella se acercó y lo despertó. Cuando sus ojos se encontraron, ella también se enamoró de él; era el hombre de aspecto más asombroso que había visto, su belleza era casi divina. Solo existía un problema: él no podía hablar. Aun así, la muchacha y el hombre empezaron un romance. Todos los días se encontraban bajo el árbol y ella leía o danzaba para él. Todos los días el hombre la esperaba, hasta que un día ella no volvió.
El corazón de Jodie latió deprisa.
—El hombre esperó y esperó. Los días pasaron. En su desesperación por encontrar a su amada, fue al pueblo, pero ella no estaba ahí. Además, como no podía hablar, no sabía cómo preguntarle a otros por ella, así que el hombre volvió al árbol y esperó, hasta que una tarde la joven regresó. Él corrió y la abrazó, pero la joven no regresó ni su abrazo ni su beso. Cuando se separaron, ella anunció que se había casado. El hombre no entendió sus palabras; la muchacha le explicó que su padre la había obligado a casarse con otro hombre. Además, ella le confesó que, a pesar de quererlo, no podía quedarse con alguien que no hablaba y que, por ende, no sabría mantenerla o darle aquello que necesitaba. Y así ella se despidió y abandonó al hombre junto al árbol.
»Devastado y desesperado, él lloró por horas; ¡tenía un dolor tan fuerte en el pecho que no comprendía! Sin embargo, recordó las palabras de la criatura acerca de cómo debía cumplir sus deseos. Entonces se arrojó al agua, pero esta vez se ahogó. La criatura, al ver la tragedia, se enfureció con la mujer; y antes de que abandonara el pueblo para siempre, la maldijo: así como el hombre se había enamorado al verla y había sido su alma gemela, sus hijas también encontrarían al amor de su vida, pero, así como el hombre, jamás lo conservarían; llorarían sus lágrimas y experimentarían el dolor incomprensible de un corazón roto.
La voz de su madre se apagó y ambas se quedaron en silencio. Jodie había escuchado toda la historia con claridad, la había comprendido y, aun así...
—No puede ser cierto... —musitó con el ceño fruncido—. Mamá, es ridículo y...
La mujer levantó una mano y la detuvo.
—Hay muchas cosas extrañas en esta vida. No puedo confirmarte la veracidad de este cuento, pero sí que todas las mujeres Sinclair de la familia han tenido el mismo final. Además, a lo largo de los años ha habido muchas leyendas e historias en la mitología escocesa y celta sobre maldiciones y...
Jodie negó, pensando en aquellos detalles que hacían la historia aún más imposible.
—Pero... eso quiere decir que... ¿Nuestra familia es de origen escocés? ¿La abuela? ¿Papá y sus hermanos y hermanas?
—Sí, el apellido Sinclair... Originalmente, Singlair es gaélico escocés. Tu papá, tus tías y tíos, tus hermanos y tú... tienen sangre escocesa —explicó su madre—. Tu segundo nombre es Gilian, un nombre escocés. Tus hermanos también tienen nombres escoceses: Alistair, Ayden y Bryden. Tu padre...
—Oh, por Dios... —susurró Jodie mientras la verdad y la realidad cobraban sentido—. ¡Oh, por Dios!
Su madre la miró con vacilación.
—Pasamos por todo esto, todas las mujeres de esta familia sufriendo y llorando ¿porque nos maldijo una criatura fantástica por culpa de una sola mujer que no pudo evitar ser egoísta y mezquina?
Jodie recibió un pellizco en el brazo y se quejó en voz alta.
—¡No! ¡No hagas eso, Jodie! —dijo su mamá con tanta firmeza que supo que se equivocó—. Nunca juzgues a tu propia sangre; te hace quien eres y es tu herencia.
Jodie se quedó callada. Tenía una o dos cosas más que decir, pero también se sintió avergonzada y arrepentida por el regaño.
—¿Por qué no me dijiste nada de esto antes? ¿Los chicos lo saben?
Su madre asintió y el hueco en su pecho se expandió. Su papá sabía. Sus hermanos. Todos...
—¿Entonces por qué...? —Jodie no pudo evitar el tono herido en su voz y se calló.
Su madre acarició su hombro. Sus ojos se encontraron y vio un dolor muy parecido al de ella en el semblante de su mamá.
—Porque creí que quizás serías diferente. Creo que una parte de mi aún mantenía una leve esperanza de que todo fuera una mala jugada del destino, un golpe de mala suerte para todas las demás mujeres, una coincidencia perversa. Tampoco creí que lo encontrarías. Entre tantos hombres en este mundo... Encontrar a tu alma gemela me parecía un disparate. Pero me equivoqué. Y lo siento, cariño, lo siento tanto.
Jodie se estremeció.
De pronto sentía que su vida se estaba desmoronando con lentitud. Había ido hasta allí por respuestas y ahora tenía más preguntas sin responder. Sin embargo, había una duda que hacía insoportable su dolor.
—¿Y qué debo hacer ahora? ¿Estaré combatiendo una batalla que jamás podré vencer? —dijo mientras nuevas lágrimas caían por su rostro—. Porque no estoy segura de que pueda ser parte de la vida de Wes y luego dejarlo ir. Creo que eso me rompería para siempre. Este corazón mío estoy segura de que no resistiría, mamá.
Los ojos de su madre también brillaron cargados de lágrimas, pero las contuvo y sostuvo el rostro de su hija en sus manos.
—Mírame, Jodie —pidió con voz firme—. Puedo verlo en tus ojos, ese hombre es el amor de tu vida. Y quizá romperá tu corazón en pedazos y su relación nunca tendrá un final feliz, pero no será porque te rendiste o tuviste miedo. Si en verdad quieres a ese hombre, aférrate, cariño. Que nadie te diga a quién puedes amar, ni el destino ni una estúpida maldición. ¿Lo prometes?
Jodie lloró, pero asintió, y su madre sonrió mientras le secaba las lágrimas.
*Doctor Who: es una serie de televisión británica de ciencia ficción producida por la BBC desde 1963. La serie narra las aventuras de un Señor del Tiempo conocido como «el Doctor», un ser extraterrestre que explora el universo en una nave espacial que viaja en el tiempo llamada TARDIS. El espectáculo es una parte importante de la cultura popular británica, y en otros lugares ha ganado un seguimiento de culto.
*Leyendas escocesas: Hay muchas historias sobre fantasmas o sucesos paranormales y mágicos en diferentes lugares de Escocia. La historia que menciono aquí está basada en una leyenda llamada Las aves que nacen de la madera. Adapte y modifique la historia, pero la leyenda existe. Se remonta a la Edad Media y se ubica en las inmediaciones de Aquilón, en las islas Orcadas. Es una leyenda relacionada con la madera, que se considera una fuente de vida.
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